Por LEÓN SARCOS

Un genuino Weltbürger

En el verano de 1914 se inicia uno de los pasajes más oscuros y trágicos de Europa: la Primera Guerra Mundial. El continente de mayor riqueza y tradición cultural, el más próspero y seguro, en un abrir y cerrar de ojos se transformaría en un verdadero infierno. A esa parte del mundo, pero específicamente a Ginebra, ese mismo año, viaja Ud., con su familia.

Stefan Zweig, prolífico escritor vienés de origen judío, humanista y pacifista, vivió ese drama y ha dado su testimonio de los años que precedieron a la guerra: Dudo que antes existiera una generación tan idealista como la nuestra. Nosotros, jóvenes inocentes en nuestra ambición literaria, reparábamos poco en los peligrosos cambios que se producían en nuestra patria. Tan solo teníamos ojos para los libros y los cuadros de pinturaSi busco una fórmula práctica para definir esa época en que crecí y me crié, confió en haber encontrado la más concisa al decir que fue la edad de oro de la seguridad.

Procedentes de su ciudad natal, la apacible Buenos Aires, llegarán los Borges Acevedo a atender la enfermedad de su padre y Ud. a cursar estudios en el Colegio de Ginebra, fundado por Juan Calvino. Presenciará como espectador neutral la guerra. De esa experiencia sobrevivirá su amor por Suiza y su democracia y su convicción liberal y humanista como hombre de letras. Como todo joven idealista, aunque mucho menor que Zweig, y convencido de su vocación literaria, solo tendrá ojos para las letras: lee a Voltaire, Baudelaire, Rimbaud, Maupassant, Flaubert, Chesterton y Carlyle. Aprende alemán con un volumen de Heine, lee a Schopenhauer y los poetas expresionistas de ese país.

Stefan Zweig, al igual que Ud., amaba a Whitman. Cuando el avión en que venía por primera de Europa surcó cielo estadounidense dirá: Para mí América era Walt Whitman, la tierra del nuevo ritmo, de la fraternidad universal. Él será testigo de excepción, padecerá los rigores más directos y cruentos de la guerra y sus secuelas como todos los habitantes del viejo continente y el mundo a futuro, en lo sucesivo, las confusiones perversas de los credos ideológicos de masa:

Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y las emigraciones; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de la cultura europea. 

En su caso, pocos escritores liberales, tan afianzados en el individuo y en el modelo de los países bajos, que se forjó con su primera estadía en Ginebra, donde quedó admirado del buen funcionamiento de aquella sociedad, de la solidez de su clase media y de su forma de vida, de la eficiencia de sus instituciones y de sus bajos índices de criminalidad. Algo más importante, a diferencia de Zweig —víctima de las ideologías de masa, sin haber tomado partido por ninguna—, saldrá ileso  del veneno de casi todas ellas y del mucho daño que hicieron a Europa, a excepción del nacionalismo, que lo traerá exacerbado de vuelta a su patria desde España (1921) en sus melancólicos e intimistas poemas inspirados en la ciudad, sus primeros enamoramientos, sus soledades, sus ascendientes militares, la patria, su admiración por los compadritos, los gauchos y las milongas. De esos tiempos serán sus primeros poemarios, Fervor de Buenos Aires, (1923) Luna de enfrente (1925) y Cuadernos de San Martín (1929). En el prólogo de Fervor de Buenos Aires dirá: En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y las desdichas.

No fue Ud., una excepción en eso de ser desde muy joven apologista del nacionalismo y su principal encarnación, la patria y el patriotismo militar, para terminar en el otoño de su vida convencido de la inconveniencia de su raigambre. Todos, por distintos motivos, hemos sido nacionalistas en algún momento de nuestra adolescencia política. Pronto los abusos, la corrupción de los militares en el poder, la constatación de la esterilidad heurística de la abrumadora mayoría de ellos, y la ceguera ciudadana que provoca nos demuestran los peligros de esa plaga llamada nacionalismo, que tanta ignorancia y atraso oculta:

En el mundo hay actualmente un error al que propendemos todos. Un error del que yo también he sido culpable; ese error se llama nacionalismo y es el causante de muchos males. Todos pensamos, tal vez demasiado, en la parcela de tierra donde hemos nacido, en la sangre de nuestros mayores. Y agrega una experiencia personal que refuerza sus impresiones: Yo hasta hace poco me sentía orgulloso de mis ancestros militares; ahora no. Ahora ya no me siento orgulloso. Cuando yo empecé a escribir se me conocía como el nieto del coronel Borges. Felizmente, hoy, el coronel Borges es mi abuelo.

A la muerte de su padre en 1938, su primer trabajo como asalariado sería una experiencia llena de sinsabores y en contradicción con su alta valoración de la responsabilidad y el sentido del deber. Gracias a su amigo Francisco Luis Bernárdez, había ingresado en la Biblioteca popular de la Avenida la Plata, en Carlos Calvo, la Miguel Cané. En efecto se trataba de gente muy ordinaria y que, a menudo, ni siquiera había abierto un libro. Había muchos empleados, la mayoría ausentes. Eran agentes electorales acomodados. Era muchísima gente que de las seis horas trabajaba una hora; el resto del tiempo transcurría en charlas sobre cine, el hipódromo y las carreras, el fútbol, algo que se convertía en una manía, y después se contaban historias truculentas.

Un día uno de ellos, al ver su nombre en una enciclopedia le dijo: Mire, aquí hay un Borges, Jorge Luis. ¡Qué coincidencia! El mismo nombre, también de Buenos Aires y casi la misma edad. Le dije que esas cosas sucedían y que no eran tan extrañas, pero él nunca pensó que fuera yo… Para mí fueron días grises. Me sentía algo humillado porque me encontraba en una posición falsa.

La llegada de Perón al poder, en 1946, traerá más días grises, tristes y oprobiosos para la sociedad argentina y para la familia Borges Acevedo. En su condición de ciudadano del mundo, es Ud., y no un líder político ni un sociólogo, quien logra una de las descripciones más gráficas y pedagógicas de la tiranía:

Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la necia disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor.

No solo advirtió sobre sus perversiones, sino que, además, junto con toda su familia la enfrentó y la combatió sin tregua y sin ambages, a costa de su empleo y su integridad y de la prisión de su madre, Doña Leonor, y su hermana Nora: Perón era abominable… eran la corrupción moral, la degradación y el avasallamiento de las conciencias lo que fustigaba en Perón y su movimiento.

Mantenía viva con su postura la memoria libertaria, exaltada en algunos de sus poemas, de sus antepasados, jefes militares y civiles que lucharon contra la barbarie de Rosas, y consagraba con ello sus obligaciones ciudadanas, deberes y derechos, cuya vigencia solo hace posible la permanencia del estado de derecho. Hay una afirmación suya que da una idea del proceso civilizatorio y de la valoración del concepto de ciudadanía: Sarmiento fue el hombre más importante que ha producido nuestro país. Creo que fue un hombre de genio y creo que, si hubiéramos resuelto que nuestra obra clásica fuera el Facundo, nuestra historia hubiese sido distinta… cuando elegimos el Martín Fierro como libro nacional, elegimos la barbarie.

Muy distinta a su primera experiencia laboral sería la satisfacción ciudadana sentida cuando en agosto de 1955 le fue asignada la responsabilidad de dirigir la Biblioteca Nacional de Buenos Aires: Mi nombramiento en la biblioteca fue una de las grandes alegrías de mi vida. El maestro sabe ser agradecido: y se lo debo a dos grandes amigos… Esther Zamborín de Torres y Victoria Ocampo. Lamentablemente, su designación coincide con la agudización de su ceguera, que ya se hacía manifiesta luego de varias intervenciones.

Aunque siempre se consideró un anarquista, siguiendo la filosofía de su padre, y desconfiaba del modelo democrático, su postura insistía en una forma de gobierno con un máximo de individuo y un mínimo de Estado. Fue constante en su visión política, como todo idealista: abogaba por la desaparición progresiva de toda forma de gobierno, solicitud donde exhibía su dominio filosófico de la ironía, que le permitía el doble movimiento de aproximación y alejamiento del objeto. Aproximación y entusiasmo y alejamiento y escepticismo a su vez cuando afirma:

Yo querría un máximo de individuo y un mínimo de Estado, pero quizá eso sea hoy imposible, porque un máximo de individuo puede significar un máximo de criminales y uno no puede prescindir de la policía, que tampoco me parece trigo muy limpio.

En 1983, con el triunfo de Raúl Alfonsín, tres años antes de su fallecimiento, recibe un buen impacto la recuperación de su fe democrática. Hoy siento que su desconfianza venía por nuestra idiosincrasia cultural. En uno de los momentos más difíciles de la historia de Argentina se muestra creyente y esperanzado como ciudadano oprimido durante una época de persecución y ausencia de libertad:

Creo que nuestro deber es la esperanza, la verosímil esperanza. Debemos esperar, y debemos hacerlo porque es la única solución que tenemos. Yo he descreído de la democracia mucho tiempo, pero el pueblo argentino se ha encargado, felizmente, de demostrarme que estaba equivocado…

A Ud., maestro, se le puede catalogar desde el punto de vista de las ideas como un liberal ortodoxo, que en ningún momento de su vida confió en ningún sistema de pensamiento o filosofía. Si Zweig y sus compañeros de generación se autocalificaron de idealistas incondicionales —de ahí su desconsuelo—, en su caso personal, el signo que identifica su manejo y acercamiento al mundo de las ideas, de los sistemas políticos, filosóficos, teológicos y metafísicos es sin lugar a dudas la ironía, la relatividad y el escepticismo.

Entiendo que todos los hombres nacemos liberales. La vida, las lecturas, las experiencias y las pasiones nos llevan en ocasiones por caminos equivocados a escoger uno de los ismos que de alguna manera constituyen anteojos prestados para leer mal solo una parte de la realidad y la forma de encararla para mejorarla. No escogemos una religión, una ideología, un partido, una profesión, ni siquiera una preferencia sexual, porque ya estamos integrados a una corriente, a un engranaje; somos parte de un sistema que ha sido preestablecido antes de nacer nosotros. Olvidamos desde siempre esa bella sentencia de Pierre Menard: Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será. Y yo agregaría, con mucha humildad, para reescribir a Pierre Menard: Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y de todos los sentires y entiendo que en el porvenir lo será.

Esa última lectura es una de las verdaderas razones que explican lo inquietante que resultan algunos de sus juicios y gustos para explicar la conjunción de su arte y su vida. Un arte para la imaginación infinita y la creación y el sentir en libertad, en contraste con una vida excesivamente conservadora, misteriosa y en ocasiones inexplicable. La otra relacionada con esa está ligada a que Borges es uno de los pocos escritores que tienen mucha más vida literaria que vida personal. En Ud., maestro, sí es más fácil para estudiarlo una biografía literaria que una biografía de vida. En usted, como en muy escasos personajes de la historia de las letras, la casi integridad de su vida es literaria.

Siento que Ud. ha hecho una bonita aproximación a su propio perfil ciudadano cuando le explicó a María Esther Vázquez, con la que estuvo a punto de casarse en 1964, según confesión a Adolfito Bioy Casares: Hay un Borges personal y un Borges público, personaje que me desagrada mucho, quien suele contestar a reportajes y a aparecer en el cinematógrafo y en la televisión. Yo soy el Borges íntimo, es decir: creo que no he cambiado desde que era niño, salvo que cuando era niño no sabía expresarme. El Borges público es el mismo que el privado, con exageraciones, con énfasis, con gustos y con disgustos exagerados.

Hoy percibo que Jorge Luis Borges fue un distinguido ciudadano del mundo, o un Weltbürger, en palabra de Goethe, que solo sintió reverencia por la literatura; todo lo demás, incluidas las mujeres, fueron estímulos hedonistas a la vanidad y a su heteróclita vida sensual. Su mejor biógrafo, sin duda, si olvidamos espacio y tiempo, como a Ud. le gustaría, hubiese podido ser otro maestro inglés, que escribió la de Milton:  Samuel Johnson, a quien tanto admiró.

                                                                                                                      A Juan Bravo



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