Por LEÓN SARCOS 

La vuelta de un enciclopedista

Nadie lo vio desembarcar en la noche unánime, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado… Y nadie pudo advertirlo ni verlo, maestro, porque los enciclopedistas habían sido olvidados y el saber enciclopédico había muerto, dividido en múltiples libros que hicieron el saber más especializado y a su vez, más finito. El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Necesitaba para llevar adelante esa desmesurada e imperiosa propuesta de Las Ruinas Circulares y de todas sus Ficciones, hacer realidad en el cuento la idea de una enciclopedia abierta, que desdice de ese mismo sustantivo −en palabras de Ítalo Calvino−, nacido etimológicamente de la pretensión de agotar el conocimiento del mundo encerrándolo en un círculo. Hoy ha dejado de ser concebible una totalidad que no sea potencial, conjetural, múltiple: tal cual es su obra.

Al formarse en la enciclopedia desde que abrió los ojos en la biblioteca de su padre, puso a un lado la especialización y tomó el camino del estudio simultáneo de las letras, de las distintas escuelas filosóficas, las ciencias, las religiones, las diferentes culturas y las diversas versiones de la historia, para fines literarios que lo hicieron erudito, para potenciar el cuento como género, al lector como protagonista, y a una prosa inquietante, de apariencia móvil, de deslumbrante concisión sintáctica y lucidez semántica*; y para enriquecer, según Carlos Fuentes, nuestro hogar lingüístico castellano con todas las tesorerías imaginables de las literaturas de oriente y occidente, él nos permitió ir hacia delante con un sentimiento de poseer más de lo que habíamos escrito, es decir, todo lo que habíamos leído, de Homero a Milton y a Joyce.

Anderson Imbert ha afirmado que en el fondo Ud., maestro, es un nihilista con vastos conocimientos de las escuelas filosóficas, que le sirven para en cada cuento ensayar una dirección filosófica distinta. A lo que ha respondido: Sí, es verdad. No soy ni filosofo ni metafísico; lo que he hecho es explotar o explorar −me parece una palabra más noble− las posibilidades literarias de la filosofía. Creo que eso es lícito. A mi manera de ver, no solo de la filosofía, sino del saber enciclopédico, agregaría yo, para indagar en las posibilidades literarias del conocimiento a través de la imaginación. Sobre esta polémica y sus inicios en la materia, Ud., en una de sus clásicas graciosas ironías ha dicho: Adolescente cometí el error de estudiar el alemán para leer filosofía e intenté leer Critica de la Razón Pura, obra que no entienden los mismos alemanes y que quizás hubiera dejado perplejo al mismo Kant en muchos casos… salvo que recordara lo que había querido decir.

Ítalo Calvino ha asociado de manera brillante la calidad y grandeza de su literatura con la de Paul Valéry, cuando dice: Tenemos la obra que corresponde en literatura a lo que en filosofía es el pensamiento, no sistemático, que procede por aforismos, por centelleos multiformes y discontinuos… como el de Paul Valéry, en la prosa y el ensayo, que dijo: Una filosofía debe ser portátil. Pero ha dicho también: He buscado, busco y buscaré lo que llamo el fenómeno total, es decir, el todo de la conciencia, de las relaciones, de las condiciones, de las posibilidades, de las imposibilidades.

Jorge Luis Borges como enciclopedista también tenía una filosofía portátil; pergeñó en las distintas escuelas filosóficas; tuvo favoritos; se enamoró de las ideas de algunos pensadores; utilizó herramientas de su pensamiento para fines literarios, pero no trabajó a fondo a ninguno en particular, ni creó doctrina. Por lo tanto, no hizo filosofía.

Valéry, con sus poemas y sus ensayos de pocas páginas y pocas líneas, y Ud., con sus cuentos después, lograron hacer realidad y proyectar con sus obras uno de los ideales literarios de Calvino para el presente siglo:  El de una literatura que haya hecho suyo el gusto por el orden mental y la exactitud, la inteligencia de la poesía y al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía. 

Y continúa: Si tuviera que decir quién ha realizado a la perfección en la narrativa el ideal de Paul Valéry, en cuanto a exactitud de imaginación y de lenguaje, construyendo obras que responden a la rigurosa geometría del cristal y a la abstracción de un pensamiento deductivo, diría sin pensarlo que Jorge Luis Borges.

Las razones: porque cada una de sus textos contiene un modelo del universo o de un atributo del universo; lo infinito, lo innumerable, el tiempo eterno o co-presente o cíclico; porque son textos contenidos en pocas páginas, con una ejemplar economía de expresión; porque a menudo sus cuentos adoptan la forma exterior de algunos de los géneros de la literatura popular, formas que un largo uso ha puesto a prueba convirtiéndolas en estructuras míticas.

Ambos, Valéry y Ud., en sucesión cronológica, les abrieron un nuevo horizonte a las letras y a la literatura y se adelantaron por muchas décadas, por la exactitud y la estética de su prosa, a las necesidades comunicacionales de la época digital, con la estructura de mensajes ordenados, concisos y limitados para facilitar el flujo de la información y la utilización de espacio y tiempo. En su caso hay quienes sugieren que es en su imaginación donde se fragua, a principios de los años cuarenta del siglo pasado, con Tlön, Ukbar, Orbis Tertius, en El jardín de senderos que se bifurcan, lo que bastante después sería la Enciclopedia Libre.

Sobre la filosofía en su obra, puntualiza Fernando Savater: A mi juicio, el mejor y más completo estudio, sobre este tema, es el ensayo de Juan Nuño titulado La Filosofía de Borges. En él se propone un lúcido recorrido por los principales tópicos metafísicos que intrigaron a Borges −la infinitud de los mundos, los arquetipos platónicos, el yo ilusorio, las paradojas del tiempo− al hilo de sus textos en prosa mejor conocidos. Pese al título del libro, la tesis de Nuño es que Borges carece de filosofía propia y solo se interesa por esas notables ideas acuñadas por otros con motivos estéticos o lúdicos.

Juan Nuño ha confirmado y ampliado de manera muy acertada el juicio anterior: El hecho de que en la literatura de Borges haya ciertos y determinados temas filosóficos no debe nunca entenderse como que su propósito fue hacer filosofía, y menos aún que su obra resuma o contenga claves metafísicas que solo esperan por su despertar… Porque, en definitiva, jamás una lectura filosófica de Borges, por acertada e inteligente que sea, podrá sustituir a la verdadera lectura, que es aquella que permite disfrutar de todo el esplendor de sus expresiones literarias y toda la fuerza de su riqueza imaginativa, sino que además inevitablemente está condenada a traicionar, alterar, deformar el texto de Borges.

En reiteradas ocasiones Ud. afirmó, en escritos y conferencias, acerca de la interpretación de las sagradas letras: El panteísta irlandés Escoto Erígena dijo que la sagrada escritura encierra un número infinito de sentidos y la comparó con el plumaje tornasolado del pavo real. Siglos después un cabalista español dijo que Dios hizo las escrituras para cada uno de los hombres de Israel y por consiguiente hay tantas Biblias como lectores de la Biblia. 

Varias centurias después, en un vistoso desplante ateísta, Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, se atrevió a afirmar: La Biblia es el mejor libro de ciencia ficción que he leído en mi vida. Si asumimos como válida esa afirmación, desde su perspectiva de no creyente, hoy por una conclusión lógica podríamos afirmar que los cuentos suyos tendrán tantas interpretaciones como lectores de ficción hay en el mundo. A lo que Carlos Fuentes agregaría: Pues en verdad el repertorio borgiano de lo posible y lo imposible es tan vasto que se podrían dar no una sino múltiples lecturas de cada posibilidad o imposibilidad de su canon.

La calidad de su escritura ha creado conmoción en el mundo de las letras, por lo original y enriquecedor de su legado a la narrativa contemporánea. Pocas obras en la historia de la literatura han provocado tantos enfoques y controversias en las distintas disciplinas vinculadas al arte de escribir: lingüística, semiótica, filología, idiomas…

Solo me detendré en tres enfoques de la obra, analizada de manera global: el de la argentina Silvia Molloy, una de las estudiosas más agudas y respetuosas de su creación, que considera un grueso equívoco el hecho de que se considere únicamente a Ficciones como el plato fuerte y lo mejor de su literatura, encasillándola o amansándola, como ella misma lo afirma, y no un continuum que comienza desde los inicios del ultraísmo y que mantiene su perfil, su ritmo y complejidad hasta el final  del periodo posterior a las Ficciones.

Siento que el ensayo de Silvia Molloy, Las Letras de Borges, constituye uno de los estudios más acabados desde el punto de vista literario del conjunto de su obra: Propongo −dice la profesorav la hipótesis de trabajo −no demasiado novedosa, por cierto− de que el texto borgeano inquieta, sin duda por motivos diversos, a algunos lectores, entre los que me encuentro. Compruebo además que inquieta de un modo peculiar. Y reitera: Las Ficciones borgeanas merecen que se les ubique en su justo lugar: como entonaciones si se quiere nuevas, pero no básicamente distintas del discurso borgeano previo; como entonaciones tampoco alejadas del discurso borgeano coetáneo o posterior.

En adelante, a lo largo de doscientas cincuenta y cinco páginas, justificará la lectura de un Borges total, pero que necesariamente, en este caso particular, tenemos que segmentar, no por falta de alcance de miras ni de perspectivas, sino por claras razones de objetivos y de justicia a la literatura y al escritor: resaltar la parte de su obra que mejor retrata el todo que es y fundamentalmente el momento en que lo emprende y lo consigue. Especialmente, maestro, si Ud. mismo la consigna como fecha emblemática, citada por la misma Molloy, al referirse al momento con el que se inicia lo más depurado y trascendente de su obra: las Ficciones. Borges escribe su primer relato en 1939, y remarca la ruptura deliberada: Entonces decidí escribir algo nuevoya había llegado la caballería a su rescatediferente para mí, para poder echarle la culpa a la novedad del engaño, si fracasaba. Me puse a escribir ese cuento que se llama Pierre Menard, autor del Quijote.

Emir Rodríguez Monegal tiene una visión digna de reconocimiento y alta valoración. Es uno de sus mejores biógrafos −aunque el título de su libro hable de una biografía literaria−, y un crítico muy centrado, sistemático y riguroso de su quehacer literario y de su vida, que más allá de la admiración que sintió por Ud., nunca se fue de corazón a los pies de su obra.

Su ensayo Borges: Teoría y Práctica posee un enfoque de conjunto similar al que hace la profesora Molloy, pero como amigo cercano y conocedor de su vida se muestra más inclinado a ligar obra y vida en la edificación de la arquitectura literaria borgeana. Siento al igual que Rodríguez Monegal, que es imposible explicar a Proust solo por el asma, a Dostoievski por los ataques de epilepsia o a Borges por sus insomnios. Resultaría, además de temerario, inútil tal intento.

De allí lo resaltante de su conclusión. Aquí no se esboza una explicación única. Solo se pretende confirmar, con algún detalle estilístico, una intuición invasora: la de una visible identidad entre el mundo de las ficciones y el mundo que habita realmente su inventor; la intuición de que la realidad es para Borges pesadillesca, de que sus visiones fantásticas o realistas son verdaderas en el sentido de que copian una realidad alucinada: la de su autor

Hay una tercera interpretación, que lo considera intocable: la de sus idólatras, para quienes es no solo un gran escritor sino también filósofo, metafísico, teólogo y no admiten ni su desdicha ante su ceguera, ni su fracaso frente al amor sensual. La obra de Borges tiene sus altos y bajos como toda creación artística; tiene sus inicios, su desarrollo, su madurez y su cenit y existe coincidencia de la mayoría de la crítica de que lo mejor de su literatura son sin duda sus cuentos. Basta con rescatar una de sus confesiones privadas a Bioy Casares en 1962: Yo me veo un poco como Moore, que empezó escribiendo absurdamente y llegó con el tiempo a mejorar. Desde luego que Moore alcanzó excelencias muy superiores a las mías… Mis primeras obras son incorregibles.

En la vida acontece igual; hay momentos de felicidad, de logros personales, de dicha y de desdicha, de triunfos y fracasos. Siento que la ceguera le provocó mucha desazón y la nunca consagración del amor sensual, también. Estos dos hechos, como veremos, tendrán repercusiones importantes en toda su creación. De alguna manera obra y vida están ligadas, la biografía de alguna forma explica la obra. No creo, como afirmó alguna vez Octavio Paz, que en su obra estaba la explicación de su vida. Puede haber una biografía literaria, pero tiene que haber necesariamente una historia de vida del escritor que nos va ayudar a comprender mejor y de manera más nítida su obra.

Una primera aproximación a su escritura, humilde y desapasionada, después de muchas lecturas hoy por fin me habla:

Jorge Luis Borges fue un obsesionado lector, de vocación enciclopédica, cuya producción literaria −especialmente su narrativa−, por su alta elaboración, está dirigida a un público selecto, conocedor de la literatura y exigente. Y aquí una comparación: no es igual el alcance y los niveles de abstracción de un hombre cíclope con una lupa y un microscopio, que un hombre con vista de águila, con binoculares y un telescopio. Sugiero que no es lo mismo la visión de un periodista, de un literato, de un jurista, de un biólogo, de un ingeniero o de un historiador, por sí solo, que la de un enciclopedista, especialmente si este tiene la capacidad y la disciplina para ordenar las ideas de Samuel Johnson, la retentiva de Funes el Memorioso y una imaginación infinita estimulada por su progresiva invidencia.

Jorge Luis Borges caricaturiza sus influencias cuando dice: Todo lo que yo he hecho está en Poe, Stevenson, Wells, Chesterton y algunos otros… Yo reforzaría esa caricatura con Dante Alighieri y La Divina Comedia, La Sagrada Biblia, Las Mil y una Noches, la Crítica del lenguaje de Mauthner y especialmente Schopenhauer, el primero de los filósofos que ayudaron a aclimatar el pensamiento oriental a occidente y que en sus palabras, con su obra El mundo como voluntad y representaciónAcaso descifró el universo… 

Según Silvia Molloy, la urdidura más prolija de teorías sobre el personaje en el texto borgeano está sin duda en el ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. En él sugiere Borges que este escritor primero imaginaba, acaso involuntariamente, una situación y buscaba después caracteres que la encarnaran. El método, prosigue Borges, puede producir, o permitir, admirables cuentos, porque en ellos, en razón de su brevedad la trama es más visible que los actores.

Desde el punto de vista técnico literario de la composición es muy posible que didácticamente Borges se haya inspirado en Hawthorne o en Poe, pero realmente el pensamiento que impulsa este método en Borges, cuando reduce o disminuye o disimula el protagonismo para favorecer la trama, me atrevo a insinuar hay que ubicarlo en la influencia de la cultura oriental, especialmente en el Budismo, donde lo importante no es el protagonismo de Buda ni su historia, sino la creencia en la doctrina: las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero.

Recordemos también que la literatura y la filosofía oriental en general no se estudian históricamente. No hay antes ni después; Sócrates discute con Schopenhauer, Hume con Pitágoras, todo de manera simultánea. No en vano Ud., maestro, acuñó la frase de: lo mejor de la literatura no pertenece a nadie, pertenece a la lengua y a la tradición.

Esta concepción va a tener consecuencias sobre la esencia de su estética, cuando se disuelve, se pluraliza o se disminuye el protagonismo. Sin duda cobran cuerpo la trama, la propuesta y o la doctrina, si de ella se trata, y si no ubicas tiempo y espacio, es decir contexto, entonces cualquiera de los lectores puede ser el héroe y solo ellos conocerán el futuro.

Y aquí mi sentir sobre la estética en sus relatos: cuando se le quita el peso al protagonismo o se le trata con desdén o superioridad y se le sustituye en otros casos por elementos que antes eran decorado, tal cual espejos, laberintos, el jardín, el libro o abstracciones como tiempo y espacio, y además si el amor sensual nunca logró un puesto privilegiado en su vida para el disfrute placentero del cuerpo y del espíritu, nos vamos a encontrar con una estética solemne, de iglesia, de museo, de monumento, de mausoleo, fría, casi hierática, sin oídos para la música humana, para el batir de la sangre, la revuelta de los nervios, los palpitares de la carne, y esa conmoción del alma que tan bien logra cristalizar en algunos  de sus poemas.

La estética de sus cuentos es exuberante, de incuantificable valor artístico, solo que cercana a la que provocan Poe con sus cuentos de misterio y Stevenson con sus aventuras o Wells con su seudociencia, muy alejada de la estética a la que induce la prosa que toca el alma de la infancia, en Mark Twain y los hermanos Grimm, y muy definitivamente distante de la conmovedoramente humana de Proust, Wilde o Dostoievski.

Juan Nuño, con expresión digna de su fina inteligencia, nos regala a viejos y nuevos lectores suyos el mejor ángulo para seguir disfrutando de su arte: Léase a Borges como el clásico que ya es: una y otra vez, apreciándolo de modo distinto cada una, descubriendo cada vez nuevos matices y riquezas. Tal seria la lectura completa, apreciativa, estética, absoluta: la verdadera lectura de Borges. Esta que se pretende filosófica, es apenas una trampa. Una forma de revelar algo que, casi siempre Borges, un buen creador esconde: sus secretos (o no tan secretos) matices de inspiración intelectual. No lo es en cambio, que Borges no trabaja en otra realidad que no sea literaria y aun filosófica misma.

*Emir Rodríguez Monegal


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