Por LEÓN SARCOS

A Milagros Socorro

El lobo estepario o las infinitas tentaciones del espíritu

El lobo estepario es la ópera magna de Hermann Hesse, conjunción de sus obsesiones y reiteraciones literarias, de sus animaciones espirituales y a la vez de todas sus innovaciones. Siento que es la decantación de lo mejor de su obra narrativa, lo más y mejor logrado. Una propuesta literaria que sugiere una fiesta de máscaras, los muchos rostros de un alma y su metamorfosis infinita. Una muestra de que la búsqueda de sí mismo es solo una ficción sujeta a la construcción y al cambio permanente.

Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida.

Quizá la clave para entender a Hesse encuentra su antecedente en una explicación, que Pistorius da a Demian, y que al desagregarla originalmente nos puede llevar a aproximarnos a todo el entramado que se esconde en la argumentación de la novelística de Hesse:

Adscribimos tan solo a nuestra persona aquello que distinguimos como individual y divergente. Pero cada uno de nosotros es en el ser total del mundo, y del mismo modo que nuestro cuerpo integra toda la trayectoria de la evolución, hasta el pez e incluso más atrás aún, llevamos también en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas de los hombres. Todos los dioses y todos los demonios habidos, sea entre los griegos, los chinos o los cafres, todos están con nosotros, están presentes, como posibilidades, deseos o caminos. 

Sugiero que hay estructuras mentales y culturales casadas con los ancestros más primitivos que sobreviven en el nuevo cerebro. No sé de cuál de las tantas vertientes de las primeras tribus germanas que poblaron Europa tendrá más incidencia en la conformación de la genética y la espiritualidad de Hesse, pero creo encontrar en su comportamiento y visión del mundo rasgos primitivos —me atrevería a sugerir en el sentido más puro del término buberiano: el primitivo es un inocente pansacramentalista— que muestran su fuerte arraigo en la naturaleza y en la intuición y la magia como medio esencial de convivencia y sobrevivencia, por encima de la razón y el conocimiento científico.

Su ensayo sobre su alma es constante y repetido; en ocasiones es tan exhaustivo que llega a exprimirla, a cansarla y ella entonces se revela enmascarada para hacer de las suyas hasta provocarle risa e ironía, en un imaginario Teatro Mágico.

Ya no es dualidad, como en Camenzind, entre el mundo exterior y sus provocaciones y el interior, donde están todos sus tesoros, con sus cajas de pandora, ni el enamoramiento de Girtanner o el amor por Richard. Ya no es Sinclair, que busca resolver sus carencias y sus culpas con muletas o bastones y que llega a comprender que el mal es más prolífico que el bien y que por lo tanto requiere de un inteligente y corajudo manejo para superarlo sin perderse. Además, Demian está en cada uno y convive con el todo en un dios llamado Abraxas. En fin, como en Siddhartha, si cada religión tiene su profeta y crea una doctrina, para edificar la suya propia cada individuo debe transitar su camino, viviendo sus experiencias para encontrar su destino.

En el caso de El lobo estepario, Hesse claramente disecciona al personaje, uno que pertenece al mundo primitivo, el lobo estepario, y otro, Harry Haller, al que trata de asimilar con sus dones la sociedad civilizada. Una versión renovada y singular del Dr. Jekyll, que por la noche se transforma en Mr. Hyde. Harry Haller, el protagonista dividido en dos personalidades: la primitiva atávica y la espiritual humana, que vive en un mundo dividido: herencia de la Europa, humanista y decadente, y la emergente y tecnológica sociedad americana.

Esa dualidad le causa confusión y sufrimiento y lo impulsa a vivir existencialmente aislado y enfrentado a la realidad. Hay bastantes personas de índole parecida a como era Harry; muchos artistas, principalmente, pertenecen a esta especie. Estos hombres tienen dentro de sí dos almas, dos naturalezas; en ellos existe lo divino y lo demoníaco, la sangre materna y la sangre paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento, tan hostiles y confusos lo uno dentro de lo otro como estaban en Harry el lobo y el hombre. 

Cuando se tienen dos almas, la vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno solo allí donde dos épocas, dos culturas o dos religiones se entrecruzan. Un hombre de la antigüedad que hubiese tenido que vivir en la edad media se habría asfixiado tristemente, lo mismo que un salvaje tendría que asfixiarse en medio de la civilización. Ya Hesse lo ponía en evidencia cuando insinuaba la filosofía de su credo, su naturaleza de renegado, su fe solo en las leyes de culturas milenarias, que son las únicas que han dado sentido a la vida.

Tengo la creencia de que en algunos humanos la herencia del viejo cerebro que constituye la base de la intuición, donde quedaron los instintos básicos de la supervivencia —el huye o pelea, el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas o graves—, ahora recubiertos por la corteza cerebral y toda la nueva información que ella alberga, sigue teniendo una cierta hegemonía en las conductas y decisiones de algunos seres humanos y por lo tanto en la organización de sus ideas y la gestación de su personalidad.

Así, la parte del hombre primitivo que habita en cada uno de nosotros —en ocasiones, pudiera ser el caso de Hesse— no logra ni aceptación, ni acomodo, ni respeto por la mayor parte de las instituciones, organizaciones, hábitos y cultura de los que han ido creando el progreso, la ciencia y la tecnología. Para el primitivo, ser puro que ansía el regreso a casa, a la naturaleza y a la vida primera; siempre la ciudad y el mundo y su mercadería material y espiritual tendrán algo de sospechoso y perturbador. La parte más importante de su espíritu vive anclada en el pasado.

Más ahora, cuando sabe por experiencia que la dualidad es una simplificación de su verdadero estado y que no solo está compuesto de dos seres, sino de cientos, de millares. Su vida oscila —como la vida de todos los hombres— no ya entre dos polos, por ejemplo, el instinto y el alma, o el santo y el libertino, sino que oscila entre millares, entre incontables pares de polos… Ya Stevenson lo había reconocido, cuando dijo… y me arriesgo a aventurar que acabará por descubrirse que el hombre es una comunidad de individuos independientes, contradictorios y variados… Al final, uno es muchos.

El mundo cambia constantemente, y el ser humano tiene muchas almas para adaptarse a él. Igual podría decir que tiene diez mil almas, tal cual deseaba Pirandello. Acontece que ese hombre de mil caras tendrá que optar entre la acción, como lo hicieron Lawrence o Malraux, o volver los ojos hacia su interior. Como sugiere Carandell, con mucha actualidad:

Cuando todo se mueve, cuando en la vida todo vacila, uno se vuelve hacia dentro en la confianza de que, en aquella interioridad, en las profundidades desconocidas, puede haber una seguridad, una respuesta. Por ser lo involuntario, los sueños no nos descubren la individualidad, ni la razón, ni la norma, ni el destino. Nos descubren, por el contrario, mitos. Mitos o significados imaginarios que no son moldes de actuación para un solo hombre, sino para muchos, tal vez para todos.

Cuando Harry empieza a conocer comportamientos y manifestaciones de esos muchos que son el hombre y las innumerables facetas de su alma, el espíritu del lobo estepario se resiente y entonces aparece su instinto desconfiado y fiero que disfruta, pero que sufre porque no acepta, no comprende; solo termina ironizando, sonriendo o matando:

lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama ni lo busca el mundo, más que si acaso en las novelas; en la vida, lo considera una locura. Y en efecto, si el mundo tiene razón, si esta música de los cafés, —el Jazz— estas diversiones en masa, estos hombres americanos contentos con tan poco tienen razón, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un mundo que es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.

La representación de ese nuevo mundo que se anuncia en la naciente, poderosa sociedad americana y su estilo de vida abierto, libre y convocante, conmueve y asombra a Hesse, pero también provoca en él ironía y desaprobación. Por igual rechaza y hace cuestionamientos, desde muy niño, a la vieja sociedad aristocrática y burguesa del Imperio Alemán, la suya, donde ha nacido. Respecto a esta última, se hace crítico de su dogmática religiosidad y sus costumbres cerradas, de la discriminación de la juventud en una sociedad de viejos, de mujeres encorsetadas y solo para el matrimonio y la procreación, del autoritarismo de la escuela y también del Estado.

En el ambiente de la primera sociedad, de la americana, podrá a los cincuenta experimentar como un joven adolescente, en el baile de máscaras, un acontecimiento desconocido hasta entonces, pero seguramente vivido según el protagonista, por cualquier tobillera o estudiante de bachillerato de hoy: el suceso de una fiesta, la embriaguez de la comunidad en una fiesta, el secreto de la pérdida de la personalidad entre la multitud, de la unio mystica de la alegría. Con frecuencia había oído hablar de ello, era conocido de toda criada de servir, y con frecuencia había visto brillar los ojos del narrador y siempre me había sonreído un poco con aire de superioridad, un poco con envidia.

Esa misma unión mística que nos provocó en su momento Escaleras al cielo, en la figura ambigua y la voz a ratos sugerentemente dulce y erótica de Robert Plant, el cantante de Led Zeppelin. Igual lo desconcertarán, en su primitivismo selecto, los comportamientos de hombres y mujeres con los que entrará en comunión en el famoso Teatro Mágico: Hermine, la versión femenina de Hermann, especie de madama hermafrodita, su guía en el nuevo escenario de las almas múltiples, de los cuerpos desbocados, de los eros comunitarios, de la sensualidad del baile, del anuncio del enredo entre todas las variantes de acompañamientos sexuales no oficiales de hoy.

Según Harry, Hermine, contacto del lobo estepario con el mundo real, será su iniciadora en las experiencias mundanas, en el arte de vivir, del que disfruta placenteramente, aunque en el fondo reproche en ella su conducta y su manera de pensar.  Pablo, músico, saxofonista, pansexual —amante preferido de Hermine—: No habla mucho ni tampoco sabe pensar este caballero, en palabras del propio Harry. Pero es un campeón en la cama, según María, prostituta amante de Haller que lo satisface plenamente y explica el arte de amar y las cualidades de los diferentes amantes en aplicación de caricias. Todo se practica con soltura y naturalidad en este teatro encantado donde se baila y se hace el amor entre parejas, con todos y cada uno hasta la disolución, con o sin aditamentos alucinantes como la cocaína y el opio: Para aletargar dolores, tener bellos sueños, ponerse de buen humor o para enamorarse.

El Teatro Mágico —un pasillo largo en forma de herradura, con un espejo en el extremo— es el antecedente, o la prefiguración sin saberlo, intuyo, a la integración de una gran ciudad al estilo Las Vegas con los anuncios de neón encendidos desde la mañana, donde se encuentra de todo, como hoy en la célebre ciudad del pecado: el museo del crimen organizado, el museo de los dinosaurios o el sitio donde los hombres se transforman en mujeres o las mujeres en hombres. Por eso, el teatro donde se convoca a Harry se advierte solo para locos y a cada paso aparecen letreros que insinúan avisos iluminados y coloridos como en la actualidad. Todo es posible en Las Vegas y todo queda en Las Vegas.

Es en la parte de la novela donde Harry, o el lobo, se encuentra y conoce a Hermine en el Águila Negra, donde Hesse, desde ese momento y hasta el final, asume sus dotes de escritor lírico, cuando describe con exquisitez, en una limpia prosa poética, los encuentros y situaciones amorosas entre él y todos los personajes, las obsesiones de su yo, su desencuentro con novedades tecnológicas y los extremos de las fantasías a las que conducen la imaginación y el subconsciente de un espíritu extraordinario que siempre buscó las posibilidades del ser más allá de la pura  razón.

Luego del baile de máscaras, placentero, extenuante, de deslumbrante carga erótica, Harry iniciará su larga incursión por los diferentes escenarios a los que es invitado a través de sugerentes carteles en las puertas de los salones del teatro: Mutabor. Transformación en los animales y plantas que se desee. Kamasutram. Lecciones de arte amatorio indio! ¡Suicidios deleitosos! Te mueres de envidia.  ¿Quiere usted espiritualizarse? Sabiduría oriental. ¡Quien tuviera mil lenguas! Solo para caballeros. Las lágrimas rientes. Gabinete de humorismo.

De todas esas ofertas tentativas, empujará la puerta solo en cinco ocasiones: estos accesos a extraños escenarios se constituyen en especie de evocaciones conscientes e inconscientes que tienen su recreación en el relato, gracias a estímulos alucinantes, mas no en la vida del escritor. Son revistas de juegos de la mente que le permiten el desenmascaramiento de deseos reprimidos o inconclusos que ha tenido durante toda la vida. Al final todo es parte de un juego de las más de mil máscaras que posee el alma, donde el sello final lo pone el humor encarnado en la sonrisa sonora, clara y glacial de uno de los héroes que han podido sedimentar su heteróclita rebeldía: Wolfang Amadeus Mozart, y el Don Juan, bajo cuya animación Harry ejecuta el ritual de Cómo se mata por amor.

Las mil caras del alma tienen diferentes máscaras y momentos de aparición, pero se conjugan sin discriminación en la memoria para la mayoría de los humanos.  Para Hesse también, pero hay un pasado hermético que lo hace un renegado de todo modelo de sociedad o doctrina, porque su alma primitiva y elástica, sujeta a un permanente cambio en su largo caminar en busca de su destino, nunca encuentra espacio ni ambiente en ninguno de los modelos de sociedad que le toca conocer y vivir. A lo mejor, sugiero, porque en vidas anteriores Hesse fue una versión de mistagogo, guardián de tradiciones y creencias de milenarias civilizaciones, donde imperaban la magia y rituales exóticos y desconocidos —para nosotros— que animaban su alma, o quizás también porque su olfato de lobo, su experiencia en el pasado de hombre místico primitivo y sus vivencias de presente lo hicieron muy escéptico con respecto al destino justo, bueno y bondadoso del alma humana.

El lobo estepario será un referente importante para la juventud norteamericana y del resto del mundo, que lo llevará junto con Siddhartha a convertirse en un icono literario de la contracultura. Basta recordar que el poema Aullido (Howl) escrito por Allen Ginsberg, uno de los líderes indiscutibles del movimiento Beat y de la rebelión de los 60 en Estados Unidos, tiene en esta obra una de sus principales inspiraciones. Y la banda Steppenwolf (Lobo estepario), llamada así en honor a la novela, escribió entre otras muchas buenas canciones, el tema de figuración prominente en la película Easy Rider (Busco mi destino). Serían ellos también los autores involuntarios de la expresión Hard Rock, que se inmortalizó durante esos años.


*La séptima entrega (7/8) de la serie Carta a Hermann Hesse se publicará el próximo viernes 29 de enero de 2021.



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