Hermann Hesse en 1956 | Getty Images

Por LEÓN SARCOS

A Neva Mora

Siddhartha o el camino de la sabiduría

Dos tesoros invalorables le regalará a Ud. su madre, Marie Gundert: la virtuosa capacidad femenina de confabulatori nocturni, que tanto alegró sus días de infancia, y el amor por la cultura y la música de la India. Al finalizar la guerra, según Ball, aún conservará la ternura, la capacidad de cambio y el ánimo de seguir cambiando. En lugar de más rígido, se ha vuelto más elástico. Si en Demian le fue de suma utilidad el psicoanálisis, entre 1920 y 1921 frecuentará a Carl Jung y volverá la mirada al budismo para escribir Siddhartha. La misma búsqueda de Demian, solo que por la vía de la filosofía oriental.

Después del nacimiento de su hijo preferido, Martin, en 1911, su viaje a Oriente para vivir la encarnación en su pueblo de la filosofía oriental —narrado en el libro De la India— fue en gran parte un fracaso. Se dio cuenta de que la ruta de la salvación no estaba en la India, sino en sí mismo y en la cultura nórdica. Comprobó que las élites y el pueblo de la India estaban más lejos de los filósofos orientales que los cristianos de la religión de Cristo. Sí lo ayudaría mucho este viaje a acercarse y a conocer a fondo la cultura y la filosofía china.

Siddhartha o Gautama, el personaje que inspira la novela, es el nombre de un antiguo príncipe de Nepal que, hace 2.500 años, llegó a ser Buda, el Despierto, el Lúcido, quien hace su primera prédica en el Parque de la Gacelas de Benarés. Para los monjes budistas zen, la historia del iluminado no tiene importancia, solo la tienen las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero. Valen y permanecen los argumentos: la doctrina, no los seguidores. No interesan, como en otras religiones, los padecimientos del profeta, su vida: importa su obra, su legado, como a mi juicio debe ser.

En cuanto al Nirvana, en sus propias palabras, acontece algo similar; les está prohibido argumentar sobre el Nirvana: sea extinción o unión con Dios, positivo o negativo, gloria o solo descanso, estas son cosas que Buda se ha negado a comentar y que ha prohibido discutir: Yo también creo que es inútil discutir sobre este tema. Nirvana, tal como yo lo entiendo, es el retorno del individuo al todo indiviso, el paso salvador tras el principium individuationis, o sea, en términos religiosos, el retorno al alma universal, a Dios.

Releyendo Siddhartha revivo como lector su enorme poder estético, su gran despliegue pedagógico y el seductor atractivo para el alma que logró al principio de los sesenta —muchas décadas después de su publicación en 1922— sobre la juventud del mundo, especialmente la norteamericana y la japonesa. Una novela expresada en una sola gran idea, que rebosa belleza narrativa en el arte de vivir. Un abanico de opciones posibles en la búsqueda de un camino espiritual para llegar a ser. Una deslumbrante argumentación ética del existir y del saber vivir, en una sola frase: El saber es comunicable, pero la sabiduría no. Puede hallársele, puede vivirse, nos sostiene, hace milagros; pero nunca se puede explicar ni enseñar. 

Después de leer la esencia de su credo personal: No creo en nuestra ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestra manera de pensar. Y no comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no carezco de fe. Creo en las leyes milenarias de la humanidad, y creo que sobrevivirán a toda la confusión de nuestra época actual… Creo que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido.

Siento que la palabra hecha verbo que mejor explica la vida y la obra de Hermann Hesse es renacer: renacer después del encuentro con el mundo exterior y la muerte de Richard, en Peter Camenzind. Renacer después del intento de suicido, en Bajo las ruedas; renacer en Gertrud, después del fracaso amoroso en su condición de músico; renacer como pintor a la muerte de su hijo en Rosshalde. Renacer, después de la muerte de Demian y al final de la guerra. Esa capacidad de renacer es lo que lo hace eternamente joven, hasta su última novela, el Juego de Abalorios, y aún después, cuando a los 85 años la muerte lo recibe en sueños.

Si en Demian el camino para llegar a sí mismo —atravesando distintos estadios para lograr la purificación— y la salvación se logran solo después de asumir simultáneamente el bien y el mal y superarlos ambos por medio del psicoanálisis, en Siddhartha, obra de su propio credo, la senda para lograrlo será iluminada por el budismo. Siddhartha, el protagonista, es un hijo de brahmanes que abandona su casa insatisfecho con la manera ortodoxa en que su padre asume la religiosidad y sus deseos de verdad y búsqueda de descubrimiento de su primera fuente, de la que nace su yo.

Intentará, en primer término, de la mano de su inseparable amigo, Gobinda, convivir con los Samanas, secta religiosa de ascetas que viven en las montañas, alejados de lo convencional, en largas meditaciones y dependientes de lo poco que encuentran en su peregrinar. Pero esta experiencia le resulta insuficiente a sus ansias de alcanzar la plenitud, no otra cosa que la fusión con el Todo. Marchará entonces en busca de Gautama Buda, de quien todos afirman que ha encontrado el camino de la perfección.

Buda se nos ofrece como el hombre que ha alcanzado el estado espiritual superior, más allá del bien y del mal, del placer y el dolor, de la ignorancia y la sabiduría. La belleza de su rostro y su enigmática sonrisa atraen químicamente a Siddhartha porque reflejan la imagen de paz y armonía, de Nirvana, de positiva plenitud. Luego de oír al maestro junto a Gobinda, dirá Siddhartha:

Ayer, majestuoso, tuve el honor de escuchar tu singular doctrina. Vine desde muy lejos con mi amigo para escucharte, y ahora mi amigo se quedará con los tuyos; te ha jurado lealtad. Yo, sin embargo, empiezo de nuevo mi peregrinación… Venerable, he admirado sobre todo una cosa en tu doctrina. Todo en ella está perfectamente claro y comprobado; muestras el mundo como una cadena perfecta que nunca se interrumpe, como una eterna cadena hecha de causas y efectos…

Siddhartha es el símbolo de los seres humanos que están a medio camino entre el conocimiento y la sabiduría. Alcanzar la perfección espiritual requiere trazar un camino propio y transitarlo solitariamente, lo que han hecho los profetas por decisión del Dios Superior. Por eso Siddhartha objeta: Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo, entre centenares de miles de personas. 

Siddhartha percibe que no es el seguimiento de la doctrina, su conocimiento, por donde se llega a la perfección; que únicamente es la intuición personal de cada uno lo que permite encontrar el propio camino. Solo viviendo tu propia experiencia puedes crear tu propia doctrina; solo en soledad con tus atributos mentales y de alma puedes crear tu propio arte. Solo y en silencio, depuradas muchas vidas, podrás encontrar la tuya, original y única, para integrarte de nuevo al Todo.

Al despedirse del iluminado, dirá: He visto a una persona, a una sola ante la cual he tenido que bajar la mirada. Ante nadie más quiero bajar los ojos, ante nadie más… Y agregará en su despertar una expresión llena de gracia y belleza: El Buda me ha robado. Me ha robado, pero más aún me ha regalado. Me ha robado un amigo que creía en mí y que ahora cree en él, que era mi sombra y que ahora es la sombra de Gautama. Pero me ha regalado a Siddhartha, a mí mismo.

Fin de un ciclo y comienzo de otro que firmará con una sentencia: Ya no estudiaré el yaga-veda, ni el atharva-veda, ni los ascetas, ni cualquier otra doctrina. Quiero aprender de mí mismo, deseo ser mi discípulo, conocerme, interiorizarme en el misterio de Siddhartha.

Pero no basta con saber que si se sigue una doctrina de vida no se puede aprender la propia. Es necesario, más aún vital, aprender la suya y vivirla de manera simultánea. El despertar es retornar a un país encantado. Siddhartha ha vuelto a su peregrinar; es un iniciado en una etapa o actividad a la que dará comienzo: El mundo era bello si se contemplaba con la sencillez de un niño. Hermosas eran la luna y las estrellas, el riachuelo y la orilla, el bosque y la roca, la oveja y el escarabajo dorado, la flor y la mariposa.

Siddhartha dará inicio a su largo vagar por el mundo. Inocente paso a paso, como en su poema “Etapas”, conocerá y se hará discípulo de la deslumbrante y bella cortesana Kamala, que lo iniciará en el despertar del amor, el deseo, la sensualidad, la codicia, la vanidad, el disfrute de todos los placeres y dolores, alegrías y tristezas que provoca la vida mundana, y también se convertirá en discípulo del rico y codicioso comerciante Kamaswami, que lo iniciará en los grandes negocios, la diversión, los juegos y lo hará desarrollar todas las habilidades para acrecentar riqueza y poder.

Todo es espontáneo en las actuaciones de Siddharta: cuando enamora a Kamala lo hace dando respuesta a lo que ella le pregunta sobre su oficio. A lo que él responde: Pensar, ayunar, esperar. Esa respuesta y un lindo poema que le recita ganan el primer beso, exquisito en la descripción y el sentir, y el amor de la bella y exuberante mujer para siempre.

Kamala le enseñó, desde el principio —la poesía del encuentro de los cuerpos— que no se puede recibir placer sin darlo; que todo gesto, caricia, contacto, mirada, todo lugar del cuerpo tiene un secreto, que al descubrirse produce felicidad al entendido. También le dijo que los amantes, después de celebrar el rito del amor, no pueden separarse sin que se admiren mutuamente, sin sentirse a la vez vencido y vencedor; de ese modo ninguno de los dos notará saciedad, monotonía, ni tendrá la mala impresión de haber abusado o haber padecido abuso.

En cuanto a Kamaswami, cuando Siddhartha le responde por su oficio: Pensar, ayunar, esperar, este quiere evidencias de lo que sabe hacer el samana y le pregunta: “¿Sabes leer lo que dice aquí?”. Siddhartha observó el documento, que contenía un contrato de venta, y empezó a leerlo. Entonces, le entregó papel y lápiz; Siddhartha devolvió la hoja. Kamaswami leyó: “Escribir es bueno, pensar es mejor. La inteligencia es buena. La paciencia es mejor”.  

De él dirá Kamaswami: Este bramán no es un verdadero comerciante y jamás lo será; los negocios nunca apasionan su alma. Pero posee el secreto de las personas a quienes la fortuna les sonríe, ya sea por buena estrella, por magia o por algo que haya aprendido de los samanas. Siempre parece que juega a los negocios; jamás se siente ligado o dominado por ellos; nunca teme un fracaso, ni le preocupa una pérdida.

Siddhartha, pasados veinte años, siente que ha vivido en un mundo al cual no pertenece. Conoce y vive la voluptuosidad, la riqueza y el poder, pero no tiene paz consigo mismo, pues su alma sigue siendo la de un samana. Solo Kamala se da cuenta de que su vida se mantiene regida por tres de las acciones que ayudaron a enamorarla: pensar, ayunar y esperar. Lo tiene todo; se ha enriquecido. Posee casa propia con sus criados y un grande y hermoso jardín, junto al río. La gente lo aprecia; lo visitan cuando necesitan dinero o consejos. Pero únicamente Kamala ha logrado ser su amiga. Existe algo que lo separa de los demás.

Observaba que los humanos vivían de una manera infantil, casi animal, que él a la vez amaba y despreciaba. Los veía esforzarse, sufrir y encanecer por asuntos que no merecían ese precio; por dinero, pequeños placeres y pequeños honores; observaba cómo se insultaban unos a otros, se quejaban de sus penas, de las que un samana se ríe, y sufrían por carencias que un samana ni siquiera sentía.

Un día despierta y se siente abrazado por la tristeza. Todo su pasado le parece carente de valor y de sentido. Percibe que no le queda nada de lo que ha placenteramente disfrutado que merezca la pena guardar y decide abandonar la ciudad, el bienestar, a Kamala, el amor de su vida, y a Kamaswami, el hombre del que ha aprendido el arte del comercio y los negocios. Lo invade la pena, siente que el horror y la muerte rondan su alma. A Siddhartha lo saturan el tedio y la miseria. En nada encuentra consuelo ni alegría.

Muy poco importa que este camino tampoco lo satisfaga: lo crucial es que ahora persigue la unidad del Todo mediante la multiplicidad y el enriquecimiento de la experiencia. Un día, ya lejos de la ciudad, parado frente al río y contemplando el reflejo de su cara en el agua, se inclina abatido y se desliza para hundirse de una sola vez en busca de la muerte:

En ese instante sintió llegar una voz desde remotos lugares de su alma, del pasado de su agotada existencia. Era una palabra, una sílaba que repetía una voz balbuciente: se trataba de la vieja palabra, principio y fin de todas las oraciones de los brahmanes: el sagrado OM, que significa lo perfecto o la perfección. Y en el momento en que la palabra OM alcanzó el oído de Siddhartha, se despertó repentinamente su espíritu adormecido y reconoció la necedad de su intención.

Al final, Siddhartha encontrará, de la mano del barquero Vasudeba y en la contemplación del río, todas sus enseñanzas, la salvación, la plenitud, la unidad en el Nirvana. Tal cual afirma Carandell: contemplando el transcurrir del amplio río, suma signo de esa unidad perfecta: la duración en el cambio de las apariencias y la unidad en la transformación. Ahora es cuando Siddhartha es propiamente Siddhartha, pues este nombre en sánscrito significa el que ha logrado su objetivo.

Ud., señor Hesse, se convirtió en una singular versión de un rebelde que reniega de todo: de su casa paterna, de sus maestros, de todas las doctrinas religiosas y de cualquier iglesia, de la vida social, en política de la doctrina hitleriana, e incluso de la democrático-burguesa de la entonces naciente República de Weimar. Es Ud. a mi parecer un excelente perfil, expresión incipiente del movimiento de contracultura que hará su aparición algunas décadas después en Estados Unidos, en este caso en búsqueda de la sabiduría, caminante, siempre solitario, a la intemperie, forastero en todas partes, suspendido entre el tiempo y la eternidad. 


*La sexta entrega (6/8) de la serie Carta a Hermann Hesse se publicará el viernes 22 de enero de 2021.



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