Alfredo Chacón / Vasco Szinetar©

Por MIGUEL ÁNGEL CAMPOS 

Atraído por la frase de Ramos Sucre, “Un idioma es el universo traducido a ese idioma”, en realidad se ha detenido detrás de ese universo, su confianza en el silogismo lo lleva a insistir en su fecundidad, lo ilustra para traerlo a una dignidad civil, insiste en la resignificación hasta alcanzar una nueva autoridad. Idioma, lengua, expresión, son apenas la noticia, recelo e inconformidad proyectan la indagación de Chacón fuera de la valoración del análisis literario, la fenomenología le simpatiza solo desde la posibilidad de sus pistas, la variedad de lo somero −pero él hurga en los desvíos, el átomo cambiando de curso. La tradición como material reprimido en la mente individual es para él un objeto críptico y en esa medida atrayente. Harold Bloom, contrapone tradición a influencia para hacer luz en la continuidad del poema, y acuerda una condición para la primera, es demoníaca y numinosa, y con eso quiere mostrar su lugar abismal, impersonal, y aun cuando la obra se realiza en la segunda, ámbito de la interlocución. “Ser influido es ser enseñado”, dirá, pero en última instancia, ¿quién enseña? La influencia está cargada de ruido, y se ejecuta mediante la distorsión y puede llegar a ser pintoresca o patética, cómo se retiene la condición de lo sagrado en el flujo de la recepción.  Desde la evocación, dirá, y este pudiera ser un acuerdo que se sostiene a fuerza de enfatizar lo residual de la cultura, lo apartado de las vicisitudes de la psique, de quien se figura el mundo. Chacón insiste en recordarnos una relación humanidad-naturaleza donde aquella debe reconocerse como fuera de la continuidad de lo real dado. Así hablará de especie, pensamiento, lenguaje, en la necesidad de hacer de ellas categorías propias de una explicación donde lo artificial, lo nuevo, se interroga a sí mismo para dar cuenta de una función que ya no corresponde a la naturaleza y a la vez duda de la historia como nicho. A esa significación la llama abismo, y no parece una exageración.

Si la historia de la ciencia puede ser remitida enteramente a una constatación empírica, la de las ideas nunca puede preverse desde los hechos, la del arte supone un desgajamiento absoluto del correlato social. “El abismo a que el pensamiento es conducido por la realización humana del sentido…”.  Lo natural se ensimisma en su autonomía, divaga en una circularidad, pero no se puede superar a sí mismo; quizás es lo que Wilde quiso señalar cuando dice que la naturaleza imita el arte, no era sólo una boutade del esgrimista. La vida, pues, contrapuesta a la naturaleza, es producción de  sentido, generación constante de una autoafirmación, evocación desde una libertad que carece de genética y plan. Las preguntas deben ser en consecuencia abismales, el sentido del decir resumido en la poesía desborda la comunicación; lengua, lenguaje, expresión se hacen incidentales y presentimos que tras el pensamiento, suprema abstracción, hay algo más. Hemos sido persuadidos de una ambición, nos las ilustra, en un discurso incisivo, capaz de sumar y acopiar sin fatigar. La especie humana, plenamente mestiza, califica la evolución, no se le somete y eso le permite resignificarla, hominización y humanización son agentes obrando “mediante el poderío realizante del desarrollo cultural y la historia”. En un entretítulo revelador, “La poesía aludida”, Chacón hace una pausa para admitir lo que llama una desazón, se refiere a la enunciación oblicua del objeto poesía en su indagación, y sin embargo se alienta desde la posibilidad de la elocuencia, el lector fervoroso no podrá menos que ratificar la plena realización de esa posibilidad, ese objeto nunca se desvanece, jamás es sustituido por dudosas validaciones. Ese objeto no está nombrado, pero la “implicitud”  es escozor y se compensa “por la esperanza de que todo lo que iba diciendo, literalmente todo, le valiera al lector como una extensa referencia tácita a esa elusiva alusión”. La poesía está implícita en su relación  justamente por evocación, pues invocarla supone interrogar, el propósito es otro: entreverla en su reposo, espiarla sin intermediaciones, de lenguaje o incluso de la imaginación misma. En lo que a mí respecta ese “todo lo que iba diciendo” −así se refiere a un superior esfuerzo de hermenéutica− es una lección de amor por lo entrevisto, del deseo de verlo desde su propia construcción, yendo desde la claridad de los silogismos hasta la transparencia de la visión. Hay algo más en esa implicitud, cuando no se nombra y se alude, en una manera de insistencia revelando por ósmosis, me refiero a un saber que nos envuelve sin aleccionar y sin citar. Como si no pudiera ser alcanzado ese nicho donde lo indecible abruma, y sin embargo debe ser mostrado, tal vez solo desde un discurso que hace de la totalización una responsabilidad, con el universo que es absurdo en su finitud y demagogo en su circularidad.

Lo real, por condición modificándose constantemente, su conocimiento siempre será un aposteriori, la esencia será así previa a la experiencia. Solo el hombre puede cortar lazos con el mundo y seguir en él, su conciencia de sí lo sustrae de la realidad para admirarla sin pasiones; en ningún caso es un estado amoral. “Solo en el hombre se separan el mundo de los objetos circundantes y la conciencia de un yo”, dice Max Scheler. Esta libertad permite el retraimiento a una dimensión sin necesidades distintas a la de dar razón de sí mismo. A la prescindencia que hace Chacón de una demostración erudita llamaríamos saber ontológico, asume la potencia de su prédica en medio de una crisis de  autoridad, no porque disienta, sino porque unos paradigmas se han hecho rígidos, él responde con una exigencia de renovación. El suyo es un alegato que quiere  mostrarse al descampado, parece abominar del gesto probatorio;  al adentrarse en un laberinto tras una primera afirmación, solo sale de él en la medida que comunica todos sus meandros. La tensión del poema originario autoriza su validación desde la simultaneidad: escritura, rememoración, lectura. El sentir deviene sentimientos y estos en significados, “primordiales” los llama, deberán constituirse en “figuras de la conciencia” frente a una redención nostálgica: esa experiencia del pensamiento. Dura pugna entre esa moral del sentir y la hazaña de la segunda cultura, “poderío realizante del desarrollo cultural y la historia” −interiorización del lenguaje, hablarse a sí mismo. El saber culto genera rupturas en su vertiginosa circularidad, se hace elíptico desde su propio eco. La definición grata a Scheler, parece ajustarle bien al ensayista y su tarea de objetos y mecanismos implícitos, prosigue así: “Culto −me dijo cierta vez un hombre ingenioso− es aquel a quien no se le nota que ha estudiado, si ha estudiado, o que no ha estudiado, si no ha estudiado”.

En ese punto del libro la exposición parece concluida por insistencia y armonía, acumulación y sinonimia, y si una aptitud intelectual ha quedado demostrada, también es evidente que una jerarquía novedosa ha aparecido en la tarea inacabable de penetrar el misterio, o tal vez menos que eso, mediar entre dos mundos. Una monotonía armónica, casi sinfónica se apodera del texto, y si las imágenes no son visuales es porque prevalece la aspiración de dar con un engranaje que pueda ser desmontado sin destruirse, sin borrarse en el parpadeo. En este punto nos damos cuenta que la adjetivación ha sido llevada a un grado casi imperceptible. Hemos sido aleccionados en la recurrencia de una estructura, o en la intuición de lo real, ni colores ni olores quedan en nuestro recuerdo, tal vez persiste en mitad de la exaltación la sensación de unas formas ideales, como ese dodecaedro que escandalizaba a los griegos, ya no para ocultarlas sino para revelarlas. La tentativa de Chacón resulta más tensa por cuanto se sitúa fuera de lo que llamaríamos la recepción del poema. Harold Bloom ha dedicado a la vida pública de la poesía, a su identidad como proceso y genealogía, al menos un libro deslumbrante, La angustia de las influencias, aunque su declaración inicial sea modesta, fijará un rumbo para comprender una línea de continuidad  −“El principal propósito de este libro es necesariamente el de presentar la visión crítica de un lector…”. Se hundirá hasta el fondo en la búsqueda de una relación susceptible de probar la vastedad de una parentela, y hasta dar con una conclusión previsible: la crítica como creación, poesía como discurso problematizador. Sus seis categorías esclarecedoras se mantienen siempre en el horizonte de lo literario, el arte como objeto enunciador, aun cuando sus resonancias de una fisiología genéticas sean claras.

En un rapto principista, Bloom nota las limitaciones de su plan, y parece reconocerlo como nostalgia. “Una teoría de la poesía debe pertenecerle a la poesía, debe ser poesía antes de que pueda tener alguna utilidad para interpretar poemas”.  Es el horizonte donde Chacón se ha situado, su plan quiere indagar por la función de la poesía y en esa medida la libera de su proceso de escenificación, pone la mano sobre un resplandor para apreciar con mayor eficacia otro. Bloom también requiere por el proceso y, en afinidad con Chacón, interroga a los poetas fuertes fuera del poema, todos han reflexionado en su momento sobre una entidad que ellos ejecutan. “Shelley pensaba que el lenguaje eran los restos de poemas cíclicos fragmentados y abandonados, y Emerson vio el lenguaje como poesía fósil”. En ambos es reconocible esa dubitación ante el lenguaje, su ruidoso esplendor, propia de todo creador que llega a un punto en que es preciso ir más allá, vulnerar un paradigma, recelar de la expresión. En consecuencia, el crítico deberá llenar esa sustracción del lenguaje al menos con pensamiento donde las palabras se hagan transparentes. Si se es al decir no es tanto porque signamos la realidad sino porque evocamos en un acto de fuerza, se dice también en silencio, cuando plenamente somos, pues disminuye la mediación, la pena del ser social. Bloom cita a Emerson: “Y ahora, al fin, la más importante verdad sobre este tema queda sin decir; probablemente no se la pueda decir, ya que todo lo que decimos es el lejano recuerdo de la intuición”. Es la admisión de la finitud de la expresión y de los límites de la imagen, cuanto ellas traigan estará truncado, será siempre un vestigio mediado, y sin embargo con esa miseria de poquedad lo real renace.

Lenguaje y decir son remitidos así a una condición titánica, verificadores de otra potencia, develadores de otros mundos. Si la expresión hace efectiva la experiencia pública, el regocijo y la ampliación de la realidad permite superar el destino utilitario de la comunicación, más cierto es que la oquedad del silencio, decirse a sí mismo, supone recobrar una experiencia no compartida, esa de los sueños, la de una tentativa fallida, la del arte. Rafael Cadenas es traído como testigo, quizás como confidente, en un sumario donde a la apoteosis de un hallazgo sucede ya no el desencanto sino la melancolía: esa de algo huidizo, escapándose. Tal vez el autor venezolano que con mayor eficacia ha reflexionado sobre los fines del lenguaje, Cadenas hablará de su desgaste, no de la palabra como signo, sino de su decadencia en medio de la proliferación. La palabra es pensamiento  −“El pensamiento es continuidad; la continuidad es fuente de monotonía, y la monotonía produce una desazón que empuja a búsquedas compensatorias”. Si Bloom se mantiene en el territorio del análisis literario, obsesionado por la reproducción del arte, Chacón se sumerge en el cúmulo de lo pericial, de las pulsiones casi forenses a fin de darnos pistas sobre el abismo del sentido; genética y fisiología se muestran insuficientes. Y no puede sino conmovernos su insistencia en razonar desde la gratuidad de la belleza; si el convencimiento proviene de una cierta fatalidad de lo empírico, la persuasión, en cambio, es fruto de una promesa: entrever el jardín de la imaginación. Convierte un verso de Octavio Paz en indicación: “La primera palabra nunca es la pensada”, y hace más fiel la pasión del poeta, afirma a la vez fuente y prédica. Enunciada desde el poema, la frase retiene de este su brumosa verdad, queda impregnada de su origen inmediato y ya su destino no es ser discutida sino ser kenosis (repetición y discontinuidad), según Bloom  −“La repetición pertenece a la orilla acuosa, y el Error les llega a aquellos que van más allá de la discontinuidad, desplazándose por el aire hacia la terrible libertad de lo sin peso”. Los autores elegidos, y no tanto objeto, de Ser al decir son voces abriéndose  paso en la incertidumbre, sin duda atormentados por darse explicaciones de cuanto ejecutan desde el misterio ciego, quieren hacer de este un conocido  −“El pensamiento es sobre todo misterioso”, dirá Cadenas.

Hacer luz en el nicho de la poesía es deber del poeta, traerla a una realidad de gozo intuitivo pero dirigido, no es arrancarla de un lugar al cual no pertenece, se trata de hacer de la formas del razonamiento un estado de éxtasis, toda lógica es una manera de felicidad. En la arquitectura de Ser al decir nos aguardan otras felicidades, tras haberse sumergido en la lógica enunciativa de sus siete elegidos, convertir la elaboración  insomne en un orden donde la ratio desespera y logra ser heraldo, Chacón va en busca de otras joyas, y las encuentra. Son textos nocturnos venidos como en flujo quemante de la misma escritura poética, son piezas que sólo alguien que ha cumplido la tarea anterior de ordenación puede juntar. Toda lectura es un nuevo poema, puede decir Bloom, y toda teoría de la poesía debe ser ella misma poesía, debe ser continente y contenido a la vez. Como para ilustrar la manera de leerse ese “pensamiento de la poesía en los poetas”, los siete textos nos son traídos como recordatorio, y si los glosa es porque ya es imposible el comentario; si las confesiones han sido llevadas al encuentro con una valoración paralela, hasta encontrarse en esa fisura del consuelo donde ambas se devoran, estos testigos se afirman en la perfección de su constancia, el crítico los convoca para ser uno con ellos. El decir ha cesado, murmullos entonan aquellos restos de intuición en un celaje donde palabras e idioma son incidentales. En la humildad de Ida Gramcko puede caber la biografía populosa, pues “ella quiso todo para su poesía y se consagró a relacionarlo todo con ella, la experiencia y el pensamiento del poema siempre anduvieron juntos”. “Belleza que no piensa”, es inicio sin nombre, he allí la humildad, nos sugiere, está hecho de “restos no dichos”; en un impulso admonitorio, el crítico se hace arrebatar por el aliento que funde pensamiento y lenguaje críptico; “invisible y gestora de visiones”, el riesgo de toda belleza es lo desesperado de una tentativa ya dicha y que debería renacer desde la nostalgia de lo inalcanzado. Queda la voz de quien ha visto esa tentativa y enmudece, quedan los restos de una lucha: lo arrebatado y ajeno, el derroche de cuanto descubrimos en ese fragor, como Jacob con el ángel, éste nos revela de lo que somos capaces.

No hay en el ensayo venezolano otro esfuerzo como este, de identificación de la poesía apelando a su configuración previa al poema, a la circularidad que da cuenta tanto de mecanismos de creación como de su relación con el mundo donde ella adviene pero siempre será extranjera. Algunos antecedentes nos obligan a recordar  al Juan Liscano que luchó con la representación y su crisis, tentación de la capacidad ilustradora, sus dudas de la literatura y la tendencia a la cosificación (“Distingo, en esta época de profundas mutaciones, la crisis de la literatura como excrecencia genial del lenguaje, como sistema de sustitución de la realidad…”)  El propio Rafael Cadenas en su clásico Realidad y literatura (1979) −otra cara de la doble elección de los objetos de este libro−, dispuesto quizás para dar noticia de un ciclo de epifanía cumplida, su propia obra, y en la exigencia de signarla en un tiempo de razón, pero sobre todo de superación de los racionalismos mecanicistas (“Hacia ese silencio apunta la poesía que no está llena de sí misma”, “Al proliferar, el lenguaje pierde peso. Las palabras flotan sin poder ni eficacia, son cadáveres sitiadores”, etc.)  Una protohistoria habría en Las piedras mágicas (1945), el libro de Carlos Augusto León sobre Ramos Sucre, y en un límite de pura adjetivación.


**Ser al decir. El pensamiento de la poesía en siete poetas latinoamericanos. Alfredo Chacón. Oscar Todtmann Editores. Caracas, 2014.


Descripción de una tentativa (1/2*)


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