Petro ministros

En las fuentes de la lingüística se constata que la palabra “revolucionario” está formada con raíces latinas y significa “relativo a la acción y efecto de dar vuelta de un lado a otro”. Se agrega, asimismo, que sus componentes léxicos son: el prefijo re- (hacia atrás), volvere (dar vueltas), -tio- (sufijo que indica acción y efecto), más el sufijo -ario- (pertenencia). Por lo que ha de asumirse que la mayoría de aquellos que dan sus vueltecitas, terminan, con muy pocas excepciones, estropeando lo existente. Y sin importar si es óptimo. Mucho de prostitución, aunado con la ignorancia y la mentira, tanto en la teoría como en la práctica alimentan el escenario. Los verdaderos revolucionarios, para el bien, terminan siendo pocos.

Al tratar de precisar el concepto de “revolución” pareciera constatarse que muy pocas han sido reales, con la consecuente dificultad de no saber si es esta la que hace “dar vueltas” al “revolucionario” o viceversa. Con las reservas por parte de algunos estudiosos, “la francesa” suele tipificarse como “una revolución política”, entendiéndose por esta última “el cambio institucional violento y radical”. Se lee, asimismo, que “la permutación brusca en lo social económico o moral” es más ambiciosa y sus autores en ejercicio del poder. La rae.es denota: “Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad”. De esta definición lo que pareciera extraño es la calificación a la palabra como “sustantivo femenino”, puesto que si hay algo impregnado, cuando menos, históricamente, de masculinidad es, precisamente, “una revolución”.

En reciente data se ha advertido que a “seis de los catorce reinos de Carlos III” les caería bien convertirse en “repúblicas”. Se trataría de Canadá, Australia, Jamaica, Bahamas, las islas Salomón y Antigua y Barbuda. Romperían, en consecuencia, los lazos con “la monarquía británica”, en rigor un “anacronismo”. El apoyo a la moción alcanza a 47% de la población. La asociación con la esclavitud y el colonialismo son banderas que se esgrimen. No muy lejano, ni imposible, que “el republicanismo” se imponga. En Francia, como se escribe, la revolución generó el fin de la monarquía y de los privilegios del clero y la nobleza. “La Francia revolucionaria”, como también se escucha, tuvo que enfrentarse con sus vecinos europeos, los cuales reclamaban el regreso a la monarquía. Preguntarse, por tanto, si “el republicanismo” es revolucionario no pareciera impertinente.

Es en esta concisa descripción donde pareciera tener pertinencia el interesante artículo “Gobierno de Petro, segunda parte: el presidente revolucionario”, de la periodista Inés Santaeulalia, cuyo primer párrafo tiene validez para transcribirse: “El reflejo en el que se miró Colombia en los últimos meses resultó ser un espejismo. En un país atravesado por medio siglo de guerra y una profunda polarización política, la idea de que un exguerrillero de izquierdas podía gobernar de la mano de los partidos tradicionales conservadores ha llegado a su fin. Nueve meses después de que comenzara el mandato de Gustavo Petro, las fichas han vuelto a su posición. El presidente llama a la movilización, a los campesinos, a los trabajadores, ataca a las élites neoliberales. Los partidos de la derecha lo acusan de amenazar la democracia, de saltarse la institucionalidad, de querer perpetuarse en el poder. En política, Colombia ha vuelto a ser Colombia, solo que ahora, por primera vez en la historia moderna del país, el presidente es quien incita a la revolución” (Fin de la transcripción). La interpretación de la giornalista encuentra declaraciones del propio G. P. que la corroboran: 1.  El cambio es más difícil de lo que pensamos, 2. Colombia votó por el cambio, pero sin darle mayoría parlamentaria al jefe de Estado y 3. Las reformas que ha presentado al parlamento están tropezando con serias dificultades, razón para haber sustituido a un número considerable de ministros. El primer magistrado, ya con nueve meses en el gobierno, ha sido categórico con respecto al presente y futuro de su país, al manifestar: “Indudablemente, hay una pretensión de cambio, la que hemos planteado, y hay una resistencia contra el cambio. He invitado, por tanto, a la gente a salir, a expresar si está a favor o en contra, porque en estos 270 días ha faltado un protagonista fundamental: La gente”. Su carácter definitorio lo dejó expresado, asimismo, en la entrevista con el periodista Julio Sánchez Cristo (W Radio), para quien, como lo expone, dejó marcado el inicio de una segunda etapa de su gobierno consistente en “la defensa de una revolución”. Una antítesis no deja de observarse en los discursos del rey de España y el presidente de Colombia, pues el primero elogia prácticamente la relación de amistad entre el reino de la Madre Patria y los colombianos. Pero Petro, por su lado, opina lo contrario, utilizando, incluso, la vieja oración “el yugo de España”.

La decisión que ha advertido Gustavo Petro lleva incita la necesidad de un cambio determinante para la desigualdad social en Colombia. “Vamos hacia un campo de batalla en el que hay que triunfar”, constituye prácticamente una instrucción a los nuevos ministros que ha designado. Un recordatorio con respecto a la imperativa necesidad de: 1. Una reforma agraria, para los campesinos sin tierra, 2. La de salud, en beneficio de aquellos que carecen de atención médica, 3. La laboral para los trabajadores con empleos precarios y 4. La pensional que favorecería al 75% de quienes alcancen la edad para jubilarse. La agenda, no afirmamos que innecesaria, pero Dios quiera que no esté integrada al populismo, el cual ha salido de las academias, convirtiéndose en “callejero”. En “la politiquería” deambula de un lado a otro, sin tenerse seguridad en qué consiste. Da la impresión de que se trata de algo para conquistar el voto de las clases populares. Y así se maneja tanto desde el gobierno, como de la oposición. Las consecuencias, obviamente, nada buenas (Nuestro ensayo El populismo, verdades y mentiras, marzo 26, 2023).

Las consideraciones expuestas revelan, por un lado, que estamos en América Latina y que Petro parece integrado a “la ola rosa” que arropa al continente, casi toda en medio de un fenómeno con una diversidad de denominaciones, entre otras, comunismo, socialismo, progresismo en medio de un severo cuestionamiento a la democracia liberal. Estará Colombia en el preámbulo de “la novela venezolana”.

Un “sí” no deja de ser lamentable.

Comentarios bienvenidos.

@LuisBGuerra


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