En el artículo anterior nos fijamos como meta analizar algunos regímenes políticos para visualizar sus diferencias y, lo más importante, la sinceridad en su ejecución para el desarrollo y progreso de las sociedades.

Motivo por el cual quiero comenzar con la sociedad ateniense, no sólo por ser la más antigua de Europa, siglo VIII a. C., sino porque se dedicó al cultivo de las letras, el estudio y al arte de gobernar. Una sociedad que respetaba y hacía respetar su orden ciudadano en igualdad, de tal suerte que si vivían en monarquía no era el poder absoluto del rey, sino compartido con el consejo del Areópago y los Arcontes.  

Quienes gobernaban se preparaban para ello. Así se hablaba de timocracia, como lo hacía Platón, de oligarquía y hasta de democracia que logró su mayor esplendor con Pericles. Fue así como legaron figuras aleccionadoras para la humanidad, como el ágora: sitio de reuniones, isegoría: derecho de palabra en asamblea o isonomía: igualdad política…

En cambio, los romanos eran guerreros le daban más importancia a las invasiones y a las conquistas de territorio. Su esquema político entre el imperio, monarquía y república, con algunos intermedios de dictaduras -como un órgano extraordinario que se podía activar dentro de límites definidos para hacer frente a una situación de emergencia-. Sin embargo, independientemente del régimen político, la forma de gobernar era despótica y tiránica, con absoluto desprecio por el orden establecido; quienes terminaban poniendo orden eran los senadores, pero asesinando a los que se extralimitaban en el ejercicio del poder, para colocar a otro que hacía lo mismo…

En tiempos modernos (desde 1492 aprox.) se consolida la monarquía con el poder concentrado en una sola persona: el rey, única autoridad política y administrativa. Régimen que se ha ido deslastrando de esos bártulos autoritarios en función del espíritu de los tiempos, Zeitgeist, aunque todavía quedan unos lunares negros como el de la Arabia Saudita, Omán, Kuwait… ¡y claro!, la barbarie de la barbarie: Corea del Norte, que dice ser una “república socialista” cuando lo que existe es una dictadura cruel e inhumana, que hace culto obligado a una persona, sin calidad de vida para sus ciudadanos.

Entre tanto, se consolida la paz westfaliana (1648) con el concepto de Estado Soberano, que creó un nuevo orden de respeto por la integridad de las naciones, sin intervención.

Sin embargo, esa concepción de orden internacional que imponía límites a la acción de Estado  fue abandonado a favor de la revolución permanente que sólo buscaba la victoria o la derrota absoluta, nos refiere Kissinger en su libro Orden Mundial; con ello, sobrevino la Revolución francesa (1879), incluso el Régimen del Terror que pretendió hasta exportarse como un modelo de orden, que llevó a los franceses a la cuasi dictadura de Napoleón, quien invadió casi toda Europa; terminando Francia invadida por Prusia (1870); para pasar a la primera y segunda grandes guerras que dan cuenta del ánimo expansionista y devorador no sólo de territorio, sino de aniquilación de pueblos (judíos) y la creación de razas como la aria.

Cada país evoluciona o involucionan en función de sus propias realidades y madurez política, de allí la confianza en que Venezuela despunte. Así hemos visto el trauma por el que pasaron los franceses para ser una República Semipresidencialista, en contraposición con los ingleses, con un proceso menos traumático, ya que después de la Revolución Gloriosa, 1688-1689, promovida por el parlamento, entendió que debía cohabitar con esa clase social en ascenso, la burguesía; para conformar, lo que todavía conocemos, como una Monarquía Constitucional Parlamentaria, que todavía existe en todo el Commonwealth of Nations.

Después de la Segunda Guerra Mundial (1945) la democracia se consolidará como el régimen político que reúne el mayor cúmulo de virtudes para vivir en paz y armonía, y los países, tenga el régimen que tengan, se agrupan en la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Pese a ello, mucha tinta derramada para explicar por qué la democracia no ha brindado satisfacción a sus ciudadanos. Estableciéndose un degradé democrático: las plenas en 21 países, 12,6%; las deficientes en 53 países, 51,3%; las híbridas en 34 países, 20,4% y las autoritarias en 59 países, 35,3%.

En efecto, las democracias se han desviado hacia formas autoritarias como sucede: en la Turquía con Erdogan, la Hungría de Vicktor Orbán, la Polonia de Jaroslaw Kaczynski, la Rusia de Putin, la Nicaragua de Ortega, la Venezuela de Maduro, la Cuba de los Castro…; haciendo culto a la personalidad, control de los poderes públicos y limitando los derechos civiles y políticos de la ciudadanía; con lo que contrarían abiertamente el régimen establecido en sus constituciones.

A pesar de las corrientes modernas que imponen nuevas formas de gobernar con la gente a través de la rendición de cuentas, elecciones, transparencia, pluralidad… Además, de administrar lo público como la gobernanza, gobiernos abiertos, administración deliberativa…; ese liderazgo autoritario va contracorriente utilizando la democracia para acceder al poder, para luego someter a la población, ya no por la fuerza bruta sino desmoronamiento de las instituciones, el miedo y el empobrecimiento económico y moral de sus ciudadanos.

Entonces, el problema está en que se dice una cosa y se hace otra. Como dice Lechner “…orden es seguridad, desorden es caos”. De allí la importancia de esa correspondencia para generar confianza y estabilidad para la sociedad, lo cual les permite progreso y el desarrollo.

Podemos ver dos ejemplos de sinceridad y correspondencia en la ejecución, sin hacer juicio de valor de cuál es bueno y cuál malo: el modelo nórdico de estado de bienestar bajo un régimen de Monarquía Constitucional Parlamentaria Democrático, influido por la socialdemocracia, en contraposición con la Monarquía Islámica Absoluta de Arabia Saudita; diametralmente opuestos, pero ambos con un alto nivel de vida para sus ciudadanos.

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@carlotasalazar


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