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Foto: EFE

Por JULIO OCAMPO

En noviembre de 2023 el exparlamentario de Forza Italia Giancarlo Pittelli fue condenado en primer grado a 11 años de cárcel por concurso externo en asociación mafiosa cuando trabajaba como representante en Catanzaro (Calabria). Pittelli declaró que entró en masonería en 1988.

Meses después, quien pasó por el tribunal fue Alfonso Tumbarello, afiliado a la logia Goi (Grande Oriente Italiano) número 1035 Valle di Cusa, en Sicilia, una zona con altísima densidad mafiosa. Porque sí, Tumbarello —arrestado ya desde febrero de 2023— fue el médico de Matteo Messina Denaro, el último padrino. Son los dos últimos ejemplos que explican una simbiosis, un magnetismo histórico entre crimen organizado y masonería.

“Durante los años de plomo (los setenta), Cosa Nostra, la derecha armada y la Logia P2  estuvieron al servicio de la famosa estrategia de la tensión. Su objetivo era masacrar la soberanía de este país para evitar el famoso compromiso histórico entre el comunismo y la Democracia Cristiana, entre Aldo Moro y Enrico Berlinguer”. Así lo explica el exmagistrado Giuliano Turone, autor del libro Italia oculta (editorial Trotta). Fue precisamente él quien desmanteló esta red masónica italiana que desde 1977 financiaba grupos neofascistas, y cuyos tentáculos alcanzaban los servicios secretos, la política, las financias y el propio Vaticano. Sin olvidar empresarios, banqueros, jueces o periodistas. Fundada por Licio Gelli, P2 era una especie de comité de sabios prodigado en el proselitismo para —presuntamente— garantizar la democracia. Un gran pretexto, porque la realidad era otra: detrás estaba América, obsesionada con frenar algo cuando rezumaba a comunismo. Era una dictadura disfrazada que debía frenar los sindicatos y la euforia del 68… A cualquier precio.

Como dice el profesor Turone, esta era la matriz, el germen de todo. La duda es por qué incluso hoy sigue habiendo piduisti. Exacto, por qué en una Italia sin terrorismo negro o rojo, sin bombas y carente de un comunismo potente sigue este sistema subversivo y amoral que homologa delitos y se mueve perfectamente en el fango, usando pésimamente cartabones, compases y pirámides invertidas. “Precisamente para prodigarse en la desinformación, y que nadie nunca sepa quién obró semejantes masacres”, espeta con vehemencia. “Para que nunca se sepa la verdad”.

Masonería sin ovejas negras

Para comprender este complejo sistema alambicado italiano es necesario diseccionarlo. Hacerle una autopsia para evitar juicios rápidos y maniqueos. Lo único cierto es que la masonería, sin ovejas negras o descarriadas, es algo serio e interesante: una filosofía de vida —abierta a cualquier religión— que estudia la numerología, el esoterismo, el simbolismo o la alquimia para encontrar el fuego fatuo, la verdad, el cambio a través de un arduo recorrido. Mozart, Totó, Walt Disney, el padre de Pinocho o Garibaldi fueron masones, entre otros. “Son sus mecanismos los que interesan a los mafiosos, que no son masones ni mucho menos. Se inscriben a las logias, especialmente en el sur de Italia (Puglia, Calabria o Sicilia) para usar estos complejos sistemas reservados, idóneos para mover sus hilos”. Los de hoy se cosen, entre otras cosas, para prodigarse en pistas falsas en torno a la Strage de Boloña en 1980 (Cavallini y Bellini cumplen cadena perpetua), el mayor atentado en la historia italiana tras la Segunda Guerra Mundial, aún con muchos misterios por resolver.

Aunque sí, la lista de crímenes, de misterios en salsa italiana es infinita: el atentado de Piazza Fontana, el asesinato de Pasolini, el avión de Ustica, la muerte de Roberto Calvi (presidente del Banco Ambrosiano), de Enrico Mattei (dueño de ENI), del periodista Mino Pecorelli o el papa Juan Pablo I, presuntamente envenado con cianuro por parte del monseñor Paul Marcinckus, el famoso banquero de Dios que durante años presidió el IOR (Instituto Opere Religiose) y tejió pérfidas relaciones con la mafia.

Así desmenuza el asunto Turone en un alegato por detectar el origen de la metástasis: “La mafia es consecuencia indirecta de ocupaciones históricas italianas, como los Borbones. Ellos no tenían el poder central en nuestro país, y eso dejaba un vacío que ocupó la criminalidad. Otra particularidad nuestra es que hemos sufrido durante mil años el papa Rey, luego vamos con retraso respecto a la transición de súbdito a ciudadano. No hay demasiados anticuerpos para frenar relaciones financieras entre iglesia y mafia”. Una tercera explicación termina por cerrar el bucle: el comunismo puso en alerta la CIA, creó problemas a la OTAN, y el mundo cambió para siempre en un pueblo subyugado, grácil, desnortado y bello. “En Italia no pudo haber un golpe de Estado —tipo la Primavera de Praga, detenida con los tanques rusos— porque el comunismo estaba cohesionado, pero lo que se formó bajo tierra, entre bastidores, se puede considerar un golpe de estado. Igual o más dañino”.

El origen de Forza Italia

Ha pasado medio siglo, pero los estrategas de la tensión dejaron migas de pan para que el camino lo siguieran sus herederos. Hace días La Repubblica publicó una entrevista con Fabrizio Cicchitto, excapogruppo de Forza Italia, quien durante años perteneció a la P2. Al preguntarle por ella, sentencia: “Creo que aún no sabemos todo sobre la Propaganda 2. Hay listas, elenco de afiliados que desparecieron misteriosamente en Uruguay”. Allí, en connivencia con la CIA, operó la policía del país haciéndolos desaparecer. En vano quedaron los esfuerzos de Tina Anselmi, la primera mujer ministro en Italia, para terminar de recuperarlos. ¡Eran casi 3.000 nombres!

Hoy todo cambió para seguir siendo igual. En una Italia que huye hacia ninguna parte, los ancianos mueren, pero el mecanismo permanece… Y en ocasiones se cuelan en él nuevos criminales que terminarán por desnaturalizar el ojo de la providencia (símbolo iniciático). No es casual que Forza Italia naciera en 1993 en Brancaccio, un barrio mafioso de Palermo. Ni que su fundador fuera el masón Silvio Berlusconi ni su ideólogo Marcello Dell’Utri, quien estuvo varios años en la cárcel por concurso externo en asociación mafiosa. En resumidas cuentas, se consideró el mediador entre Cosa Nostra e Il Cavaliere.

Mientras, como publica el semanario L’Espresso en su último número, el Goi ha terminado de tramitar el trasvase de poderes (el nuevo gran maestro es el calabrés Antonio Seminario), la potente organización sigue moviéndose en arenas movedizas: denuncias civiles, procesos internos, expulsiones, negocios opacos, infiltraciones mafiosas y cismas por el ingente patrimonio inmobiliario. Aquí, precisamente, el campo está minado. Y es que las compras se hacen trámite de organizaciones sin ánimo de lucro para obtener beneficios fiscales como la exención del Imu, el impuesto de la vivienda que tampoco paga su amada-odiada iglesia católica, con la que precisamente compartió hace algunas semanas un convenio en Milán para destensar rigideces. A él acudieron el archi obispo Mario Delpini y el cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente emérito del pontificio consejo para textos legislativos.

Parece que fue ayer cuando en 2016 IlSole24ore publicó un artículo escrito por el cardenal Gianfranco Ravasi (con la cartera de cultura en el Pontificio) y titulado así: Cari fratelli massoni. En él destacaba las divergencias entre estos dos mundos identitarios, pero subrayaba similitudes varias como comunitarismo o lucha al materialismo. No quiso polemizar con el archipiélago de logias y sus presuntos vínculos oscuros y misteriosos —tanto para bien como para mal— con políticas internacionales. Lo publicó justo después de un viaje en el cual participó, según sus palabras, “con exponentes de la sociedad y la cultura de la tradición masónica”. El viaje no fue a un lugar cualquiera: Uruguay. El principio o el final de todo, según se mire… Y bajo qué prisma se haga.


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