Caracas, aquella fiera ciudad, dinámica y absorbente, siempre necesita un descanso y un climax en el qué descansar de la tempestad. Eso, aunque no por mucho tiempo, lo pudo palpar este jueves con la presencia de la selección nacional en el Estadio Olímpico de la UCV, en un encuentro contra la oncena boliviana. No hubo lágrimas ni muro de lamentaciones. Por el contrario hubo alegría, algarabía y hasta una morena, como Yulimar Rojas, que se bailó todo el campo con una sonrisa y su 1.92 metros de estatura, sabiéndose estrella entre una multitud que le admiraba.

La última vez que Venezuela jugó en este mismo estadio fue hace ocho años atrás, casi una eternidad en lo que esto significa en un hincha empedernido del fútbol. Sin embargo, era un hecho, la selección estaba de vuelta en Caracas.

El aficionado que llegó calmado y expectante a las afueras del recinto universitario cambió en cuestiones de minutos su personalidad al ver la incesante cola que daba ingreso al estadio, lo que, además, era un primer síntoma de una jornada que pintaba para ser agotadora.

Miles habían asumido el llamado a asistir a la cancha como una nueva oportunidad. El balompié cobraba valor nuevamente en las calles y la bandera venezolana era el símbolo más exhibido, unos posándolas en sus camisas, otros en sus gorras y algunos hasta en el rostro.

Previó al rodaje de la esférica había que cantar el himno nacional y la multitud acompañó ese pedido. Todo en un marco bien preparado, vestido de selección y civilidad.

El partido inició pasada las seis de la tarde y el éxtasis en la grada iba en ebullición minuto tras minuto. A su vez, el morbo que despertó el reencuentro, por ejemplo, de un Cesar Farías con Rafael Dudamel ya había pasado a segundo plano. Ahora, había una batalla que ver en el campo.

La banda de los demonios rojos, como se conoce a la hinchada que arenga al conjunto capitalino, Caracas FC, puso el punto de partida y el tono en que se debía tener el graderio con su postal, sensacional por decir menos, firmando la frase de la tarde: “Caracas es tu casa”.

Dos partidos se jugaron. Uno en la grada y otro en el campo. Mientras en el gramado estaban el batallón de Tomás Rincón buscando sacar los aplausos de una hinchada que no veía a la Vinotinto desde hace 8 años, sentados en cada butaca estaba el aficionado común comentando los pasajes del buen fútbol observado.

Si lo vivido en el campo de la UCV fuera una película y necesitara de un nombre urgente para su publicación, “Sinergia” es lo primero que se le vendría a muchos a la cabeza. Esto porque si la grada, por ejemplo, coreaba al explosivo Rómulo Otero, el escorpión sacaba de sus botas un uno contra uno que justificaba cada aplauso.

¡Y olé!

Venezuela jugó realmente bien. No había que ser un abasado analista táctico para notarlo, solo bastaba ver a un jugador boliviano corriendo detrás de un futbolista venezolano, como si de Fórmula 1 se tratara.

De Yangel a Rincón, del capitán a Rosales, de Rosales a Machis. Y así, una combinación repetida una y otra vez. La menejaron de un lado al otro, tocando y tocando el balón como si de magia de tratara este negocio.

En el otro costado estaba César Farías, antiguo mandamás del banquillo venezolano, que en su rostro serio y sin aspavientos dejaba entrever el dominio vinotinto. Durante el partido no cambió su tesitura. Solo una que otra charla técnica interrumpió su reflexivo estado en el compromiso, en el que hasta el popular “¡olé!” se impuso en cada tribuna.

Ese que está solo destinado a aquellos que ven la pelota correr de aquí para allá, de costado a costado, sin tomarla para hacer daño al rival.

Aquello fue marco para que en la grada se soltaran murmullos como “que bien están jugando esos chamos vale”, “a ese chiquitico hay que dársela más, los tiene locos a los bolivianos” o el que no faltó en toda la faena “yo pensaba que la selección estaba en crisis, pero qué va”.

Cada comentario bien justificado en un acto en el hubo hasta chilena, buen juego, campeones de atletismo, cánticos, colores, efervescencia y una goleada en la pizarra (4-1), que deja la mesa bien servida para otra faena sin tanta retórica el próximo lunes contra Trinidad y Tobago.


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