El 11 de febrero de 1990, James Buster Douglas noqueó a Mike Tyson en el décimo round de la pelea que protagonizaban en Tokio. Fue una de las mayores sorpresas del boxeo del Siglo XX.

No se necesitaron más de diez segundos para comprobar que se trataba de una escena que sería inmortal en la historia grande del boxeo.

Una especie de suceso triste, casi conmovedor e irrepetible, después de aquella maniobra dantesca que dejó al norteamericano Mike Tyson, con el alma rota y sin invicto.

Quizás sin dolor ni sufrimiento físico, pero abatido en el peor momento de su existencia. Donde vivir no le importaba mucho, y el campeonato mundial de los pesados, menos aún.

Derrota por KO en el décimo round de Mike Tyson

El Tokyo Dome, en la capital de Japón, fue escenario de una reunión que cobijó a la última gran sorpresa del boxeo del siglo pasado y a la catástrofe máxima en la historia de los pesos pesados: la derrota por KO en el décimo round de Mike Tyson ante su compatriota James «Buster» Douglas, quien como un fantasma llegó a la corona más deseada en el deporte de los puños.

Tyson tenía apenas 23 años de edad y una carrera invicta con 37 victorias consecutivas. A los 20 se había convertido en el campeón pesado más joven y quizás, en el boxeador más excitante de todos los tiempos.

Dos de sus últimas tres peleas habían terminado en 91 segundos una, ante Michael Spinks, y en 93 segundos otra, ante Carl Williams.

Su manera fulminante de definir las peleas llevó a los canales argentinos que televisaban boxeo por entonces a desistir de la compra de los derechos de sus combates. Las empresas ya no deseaban invertir para publicitar, sólo en imágenes previas y repeticiones.

La pelea Tyson-Douglas fue una oferta de ocasión

Tyson-Douglas fue una oferta de ocasión que los directivos de un canal decidieron poner al aire. Y por todo lo que pasó esa noche, durante 10 días se siguió comentando en la pantalla oficial. Empezó de madrugada y pocos recuerdan a qué hora terminó esa transmisión.

LA NACION Deportes le quitó la portada a los titulares futbolísticos y le otorgó a este evento las páginas centrales del diario del lunes, como pocas veces había sucedido. El anuncio previo había sido minúsculo. Casi imperceptible.

Douglas realizó una tarea fantástica

Douglas, quien aventajaba a Tyson, en 12 cm de altura (1,92, contra 1,80 metros) y en kilos de ventaja (105,500 frente a 100), gestó una tarea fantástica ante un campeón vacío, lento y entregado desde que sonó la campana.

Terminado el primer round, fuimos conscientes de que algo no funcionaba en Tyson y que Douglas, hijo de un viejo rival del argentino Víctor Emilio Galíndez en el Luna Park en 1976, estaba iluminado como nadie lo pensaba. Ni siquiera él mismo.

Hubo rumores de un fresco intento de suicidio de Tyson, deprimido tras su divorcio con Robin Givens. El boxeador estrelló su auto en una carretera norteamericana.

También se habló de un oculto KO sufrido contra Greg Page en una sesión de sparring en la semana previa al match, pero nada hacía prever este desastre.

Ni siquiera Don King, promotor de Tyson y de este match, tomó el recaudo de firmar opciones con el futuro vencedor. Fue para el empresario la falencia máxima en su carrera de organizador.

Douglas no recibía apuestas a su favor

Douglas tenía 29 años de edad y un récord de 29 éxitos, 4 derrotas y un empate. Había perdido en modo triste contra Tonny Tucker por knock-out técnico en 10 rounds por el titulo pesado (FIB) en 1987 y nadie recibía apuestas a su favor en este match. Las pizarras otorgaron desde 40 a 80-1 en favor de Tyson.

El combate avanzó. Las piernas y el jab de Douglas sacaron de foco a Tyson, sin distancia ni ritmo de pelea.

Había ventajas para Douglas hasta que, en el octavo round, un uppercut derecho de Mike, en contra y sobre las cuerdas, derribó a Douglas. La cuenta del árbitro mexicano Octavio Meyrán fue lenta e insegura. Duró 12 o 13 segundos y privó a Tyson de la victoria, porque decidió darle el paso a Buster, salvado por la campana.

Y ese fue su último acto vital en el combate. Douglas se recuperó en el noveno y aniquiló a Tyson con una combinación lúcida y artesanal en el décimo. Tokio estaba al rojo vivo. El peleador invencible había sido vapuleado.

Aquellas sorpresas del siglo XX que habían propinado Gene Tunney sobre Jack Dempsey, en 1926, y Leon Spinks sobre Muhammad Alí, en 1978, habían sido deglutidas por un púgil sin ángel que casi por milagro lograba una conversión inaudita, de ignorado a campeón.

Tyson jamás volvió a ser Tyson

La actuación de Meyrán y lo acontecido en el octavo rounds, llevaron a Don King y al Consejo Mundial de Boxeo a tratar de anular el resultado del match.

Pero tras la agria reacción de la opinión pública todo quedó en su lugar. Tyson jamás volvió a ser Tyson, tras este match. Al poco tiempo ingresaría en su propio infierno, corroborando que siempre le costaría doblegar a la adversidad, arriba y abajo del cuadrilátero.

Douglas se convirtió en un millonario sin apetito de gloria y no opuso mayor resistencia cuando Evander Hoyfield, con muy poco, le sacó la corona con un KO en tres rounds, apenas ocho meses después. Se retiró y volvió a pelear seis años después por razones de dinero. No logró nada.

Hoy, Tyson es un hombre simple que vive en paz. Douglas aparece de tanto en tanto, narrando cómo le ganó a la obesidad, cómo lucha contra la diabetes y va contando por los bares como noqueó a Tyson hace 30 años, en el Lejano Oriente.


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