L a historia de la colonia de pingüinos rey que habita en Bahía Inútil está envuelta en el misterio. Nadie sabe por qué estos simpáticos visitantes volvieron tras miles de años a este paraje, uno más de los grandes atractivos turísticos de la Patagonia chilena. 

Una ruta costera de poco más de un centenar de kilómetros lleva desde Porvenir, la capital de la provincia de Tierra del Fuego, hasta el Parque Pingüino Rey, en Bahía Inútil. 

La carretera discurre entre la pampa inabarcable, salpicada de guanacos (llamas) e inmensas estancias ovejeras, y un mar gélido y gris como pocos. 

El parque es una sucinta instalación privada que se autoabastece energéticamente con placas solares y aerogeneradores. Posee un pequeño centro de visitantes donde se les imparte una breve charla introductoria y proporciona una detallada relación de las estrictas normas que se deben seguir para garantizar la tranquilidad de los animales. 

Los turistas se sorprenden de las mil preguntas que hoy permanecen sin respuesta sobre el origen de la colonia. Se sabe que esta especie poblaba en abundancia buena parte de la Isla Grande de Tierra del Fuego, y también que desapareció por completo de este territorio, quién sabe por qué, hace miles de años. 

Desde entonces, las costas fueguinas solo habían sido lugar de paso en sus migraciones desde la Antártica, las Islas Malvinas o las Georgias del Sur. 

Con cierta frecuencia se avistaban ejemplares aquí y allá por breves períodos. Sin embargo, en 2006 empezaron a llegar pequeños grupos para quedarse, y la colonia ha continuado creciendo hasta hoy, que ya cuenta con cerca de 80 individuos, la mitad de ellos, crías nacidas en este mismo entorno. 

Misterios
Una valla de madera con espacios habilitados para observar sin ser vistos separa a los turistas y observadores de los pingüinos. Ellos se encuentran a una veintena de metros, ajenos a la curiosidad y simpatía que generan. Las aves se mueven con divertida torpeza dejando ver sus racterísticas siluett pintadas en bla co, negro y un ll mativo an ranjado que le cubre parte del cuello y el pecho. 

Los turistas parecen olvidarse del frío y del tiempo contemplándolos a simple vista, escudriñando detalles con sus binoculares o grabando con sus cámaras cada movimiento y gesto. 

Aunque el parque permanece abierto buena parte del año, el verano austral es, sin duda, el mejor momento para programar una visita. En época de cría resulta tierno e interesante observar a los polluelos al cuidado de su padre o a ambos progenitores turnándose para incubar un único huevo en una somera hendidura arañada en la tierra. 

El paraje no es solo una atracción turística y un lugar para la conservación de la especie. Sus propietarios, una familia fueguina, promueven allí el desarrollo de estudios que tratan de resolver los muchos interrogantes que aún existen en torno a estos animales. 

Claudia Godoy, la veterinaria del centro, explica que una de las líneas de estudio es el monitoreo de sus procesos migratorios: «Por el momento, parece que no se alejan mucho en sus migraciones y se quedan en aguas del estrecho de Magallanes». 


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