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Las expectativas para la cumbre eran altas. Durante semanas, el gobierno colombiano había promocionado el encuentro, fijado para el martes 25 de abril en la sede de la Cancillería en Bogotá, de las delegaciones del gobierno y la oposición de Venezuela junto con las de más de 10 países.

Se trataba, según dejaba entrever la administración de Gustavo Petro, de la reactivación de las negociaciones congeladas cinco meses atrás en la mesa de diálogo instaurada en Ciudad de México.

El pasado 26 de noviembre en la capital mexicana, los opositores de Nicolás Maduro (integrados en la llamada Plataforma Unitaria) habían acordado con el régimen la creación de un fondo de inversión para permitir la importación de alimentos, medicinas y equipo hospitalario a Venezuela, el cual sería administrado por un comité mixto y las Naciones Unidas. El dinero provendría de las cuentas internacionales congeladas.

Sin embargo, la activación del fondo quedó en veremos, pues Estados Unidos, que controla gran parte de esos recursos, esperaba señales claras de Caracas para la definición de un cronograma electoral. Pero, a su vez, Maduro exigía el desmonte de las sanciones económicas a su gobierno, para definir dicho calendario. De ahí que la cumbre de Bogotá estaba llamada a desatascar el proceso.

Las expectativas giraban en torno al papel del presidente Petro, quien había mantenido encuentros previos con Maduro y, días antes de la cumbre, estuvo en la Casa Blanca hablando con su homólogo estadounidense, Joe Biden.

Parecía claro que el mandatario colombiano había obtenido Biden el suficiente respaldo para garantizar el éxito de la reunión de Bogotá y anotarse un triunfo.

El jueves 20 de abril, al término del encuentro en la oficina Oval, Petro lucía optimista. En diálogo con los periodistas que cubrían su visita a Washington, aseguró que la cumbre buscaría establecer los mínimos de un gran acuerdo que garantice no solo elecciones, levantamiento de sanciones, sino además la normalidad en la vida de todos los actores políticos de Venezuela.

Pero, al término del encuentro en Bogotá, no hubo siquiera un asomo de avance. El canciller Álvaro Leyva leyó, en solitario, una declaración que repetía básicamente lo mismo que había sido mencionado cinco meses atrás en México.

En palabras de Leyva, las partes estaban de acuerdo con trabajar un cronograma para elecciones libres, transparentes y con plenas garantías para todos los actores venezolanos, lo cual iría en paralelo con el levantamiento de las distintas sanciones. Los mismos objetivos por alcanzar desde hace meses, pero nada concreto.

Luego del encuentro en Bogotá, no quedó ninguna fecha definida para el cronograma electoral ni para el inicio del levantamiento de sanciones. No hubo siquiera una declaración conjunta de las partes. Y en cuanto al fondo de inversión social, apenas fue mencionado. El acuerdo de mínimos del que habló Petro nunca apareció.

Se cumplió así el mal augurio que asomó un día antes cuando Juan Guaidó, el expresidente interino de Venezuela reconocido durante casi cuatro años por más de 50 países, atravesó la frontera hacia Colombia para, según él, escapar de una detención inminente.

El gobierno de Petro procedió a enviarlo a Miami, tras concertar ese paso con Estados Unidos, al acusarlo de querer sabotear la cumbre. Terminada la reunión, quedó claro que no hacía falta sabotaje para que el evento fracasara.

Reunión entre Petro y oposición venezolana antes de la Cumbre. Foto: Cortesía de la Presidencia de la República de Colombia

Exigencias imposibles

La verdad es que la cumbre estaba herida de muerte antes de comenzar, aunque en medio del terremoto noticioso de esas horas en Colombia por cuenta de la ruptura de la coalición de gobierno, los medios apenas alcanzaron a registrarlo.

La víspera, el presidente Maduro había fijado las condiciones que resultaban mucho más exigentes de lo que Petro le había dicho primero a Biden y luego a los periodistas en la Casa Blanca.

“Si alguien de ustedes aspira –escribió Maduro a los asistentes al encuentro– que las negociaciones políticas (…) vuelvan a México, solamente tienen que hacer (…) que en el comunicado oficial que ustedes aprueben pongan la exigencia de que el gobierno de Estados Unidos deposite los 3.200 millones de dólares secuestrados en las cuentas bancarias que tenemos en el exterior para el plan social firmado en México”, expresó.

Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional controlada por el chavismo, enumeró más condiciones: levantar todas las sanciones, el retorno del oro venezolano congelado en Inglaterra, detener las acciones penales en Estados Unidos contra líderes del régimen, acabar con la investigación en la Corte Penal Internacional y liberar al empresario colombiano Alex Saab.

“Desde el principio era un menú de demandas imposibles de cumplir, y cuando los delegados y testigos se sentaron en la mesa, ya sabían que la reunión no pasaría de una charla protocolaria”, le dijo a El Tiempo una fuente diplomática en Bogotá.

Si Maduro cortó las alas de la cumbre aún antes de que empezara, acabó de enterrar el encuentro minutos después de la declaración de Leyva. “Venezuela reitera –declaró en un comunicado– la necesidad imperante de que sean levantadas todas y cada una de las medidas coercitivas unilaterales, ilegales y lesivas del derecho internacional que constituyen una agresión a la población venezolana”.

Washington respondió por boca de Jon Finer, consejero adjunto de Seguridad Nacional y quien asistió a la cumbre.

En un comunicado del Departamento de Estado, el funcionario dejó claro que “Estados Unidos sigue firmemente comprometido con el pueblo venezolano y continuará trabajando con la comunidad internacional en apoyo de la restauración de la democracia”.

Juan González, Jonathan Finer y Chris Dodd, miembros de la delegación de Estados Unidos en la Conferencia sobre Venezuela. Foto: Embajada de Estados Unidos en Colombia

Sobre un eventual levantamiento de las sanciones, Finer reiteró que es un tema sobre el que su gobierno tiene un enfoque paso a paso, lo que traduce que un alivio en las sanciones se daría en virtud de medidas concretas de Caracas para garantizar elecciones libres y justas.

Una fuente diplomática de la Unión Europea, que habló bajo reserva de su nombre, le expresó a El Tiempo su sorpresa con lo ocurrido. “Suponíamos que el presidente Petro y el ministro Leyva tenían algún as bajo la manga, un compromiso claro de Maduro y quizás otro de Biden, para lograr avances, pero parece que pensaron con el deseo”, dijo.

¿De Petro a Lula?

Muchos gobiernos y medios se habían ilusionado con el papel de Petro en el tema Venezuela. Este lunes, en su editorial, el diario El País de Madrid habló de resultados insuficientes de la cumbre a pesar de las expectativas que el mandatario despertaba.

“Nunca hasta ahora –sostuvo el editorialista– el empuje de los actores fundamentales había estado tan en sintonía. Estados Unidos, la Unión Europea y Colombia, con el papel protagonista de Gustavo Petro, incluida la propia oposición venezolana, actúan desde hace meses para lograr un mínimo de garantías a la convocatoria a las urnas”.

“Pero Maduro –agregó la nota– se ha convertido en un experto en convertir cualquier detalle menor en una excusa para frenar toda negociación. Lo único que ha demostrado hasta ahora es su miedo a unas elecciones democráticas en las que pueda perder el poder”.

En el mismo medio, la analista Inés Santaeulalia sentenció: “La cumbre internacional organizada por Gustavo Petro se celebró con más expectativas que resultados (…) Las conclusiones se limitan a tres puntos, que no suenan a novedad”, agregó la periodista.

A pesar de sus esfuerzos, Petro no ha conseguido conmover a Maduro ni mucho menos hacerlo cambiar su juego. Según Santaeulalia: “Maduro actúa como un especialista en dilatar cualquier asunto (…) frente al resto del mundo y al propio Petro”.

Eso sí, mientras que el gobierno colombiano espera que la cumbre se repita en las próximas semanas y que en dicha ocasión sean más claros los resultados, otros actores asoman en escena.

Hace pocos días, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, envió una carta a sus colegas suramericanos en la que propone el 30 de mayo como fecha para una reunión de mandatarios, a puerta cerrada y sin asesores, para estudiar varios temas, entre ellos se supondría que Venezuela.

En medio de las dificultades en el frente de la política y de la economía de Brasil, Lula –cuya aprobación en encuestas cayó a 38%– ha querido ejercer un liderazgo internacional. Hace tres semanas propuso la constitución de un grupo de países que, además de Rusia y Ucrania, incluya a China, Estados Unidos, la Unión Europea y, claro está, Brasil, para sacar adelante un proceso de paz que termine la guerra en suelo europeo.

No le fue bien. Después de incluir al gobierno de Ucrania entre los responsables de la guerra y de sugerir que, en cualquier negociación, Kyiv debía renunciar a la península de Crimea, Ucrania lo criticó duramente. En cuanto a Estados Unidos, John Kirby, asesor del Consejo de Seguridad Nacional, declaró que “Brasil estuvo repitiendo como un loro la propaganda rusa y china sin mirar los hechos en absoluto”.

Ante ese panorama, es muy probable que Lula se aparte del tema de Ucrania y se interese más en Venezuela. Con su prestigio y su capacidad de diálogo con mandatarios de Europa, Asia y Norteamérica, el líder brasileño puede desbancar a Petro, aunque nada augura que a la hora de convencer a Maduro le vaya mejor que al presidente colombiano.


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