Margott Pérez-Jiménez:
Margott Pérez-Jiménez: "Mi papá murió con el dolor de no poder regresar a su país"

Los recuerdos se mantienen frescos en su mente como si el tiempo no hubiese pasado. Margott Pérez-Jiménez no olvida aquella noche del 23 de Enero de 1958 cuando, junto a su padre el general Marcos Pérez Jiménez, tuvo que salir de Venezuela por el fin de su gobierno. Era solo una niña, pero lo revive con facilidad.

En su nuevo libro, El general Marcos Pérez Jiménez me dio una y mil vidas, recuerda los momentos más importantes al lado de su padre. De ellos, uno que marcó su vida fue cuando al despedirse de varios militares, la noche en la que salió de Venezuela, muchos de ellos le pedían a Pérez Jiménez que no se fuera del país.

«Hay cosas que se te quedan en la memoria como sellos. Ver a hombres de bigote uniformados, llorando, diciéndole: ‘General no se vaya por favor, no se vaya’. Eso yo lo viví, lo sentí. Y me impresionó porque imagínate a una niña, que ve a un señor llorando, vestido de militar. La policía militar estaba ahí, llorando todos», contó la hija mayor del dictador en una conversación con El Nacional.

13 de noviembre de 1954, Caracas, Venezuela. Marcos Pérez Jiménez, presidente de Venezuela, observa de cerca la entrega de la Legión al Mérito, la más alta condecoración militar que el gobierno de los Estados Unidos otorga a personajes extranjeros, por parte del embajador Fletcher Warren (derecha), quien hizo la presentación en nombre del presidente Eisenhower. El mensaje del presidente de los Estados Unidos contenía una referencia al «espíritu de amistad y cooperación» del presidente venezolano con los Estados Unidos. Imagen de © Bettmann/ CORBIS

Para Margott Pérez-Jiménez, sin embargo, no hay complejos al reconocer que su padre fue un dictador porque, a su juicio, tuvo el control de todo. Pero también resalta la pasión del general por lograr un país de primer mundo, que fuera ejemplo para toda América. Cree que su padre murió con el dolor de no poder volver a su país.

«Él no lo expresaba, pero yo sinceramente creo que él murió con el dolor de no haber podido regresar. Nunca lo dijo, pero hablaba mucho de su país. Yo salí con 11 años, lo que me duele a mí de Venezuela me lo transmitió mi papá. Yo he aprendido a amar lo que amo, ni parecido a lo que lo hizo él, lo poco que yo pueda amar Venezuela me lo transmitió él», indicó.

—¿Cómo recuerda la noche del 23 de Enero de 1958?

—El 22 por la noche fue mi papá a hablar con mi mamá. No sabíamos qué estaba pasando. Veíamos que en la casa entraba y salía gente. Esa noche me impresionó mucho y me enseñó muchísimo en la vida. Por ejemplo, me enseñó que los amigos se vuelven enemigos en un momento dado. Yo creía que el mundo era Disney World, hasta ese 23 de enero que me di cuenta que no lo era. Él fue a hablar con mi mamá. Mi hermana y yo nos pegamos en la puerta a ver qué decían. Ahí le oímos decirle a mi mamá que él se tenía que ir a Miraflores, que él la llamaría a ella, para que cuando él o Pauli Chalbaud, jefe de la Casa Militar,  llamara, nos fuéramos a la Embajada de Paraguay le dijo que de ahí la llamaba para que nos fuéramos a La Carlota. También le dijo: ‘Si yo no llego, quiere decir que me han matado en Miraflores, entonces coges a doña Angelina y a las niñas y sal de Venezuela’. Justo mi hermana y yo pensamos que nos habíamos salvado porque mi mamá tenía una colección de piedras duras, muy bonitas, y a nosotras se nos ocurrió nada más que poner una sábana en el suelo y tirar todas las piedras duras en la sabana, que se volvieron añicos. Entonces mi hermana y yo decíamos ‘que caiga el gobierno porque si el gobierno no cae, mi mamá nos mata’ (risas).

—¿Cómo fue la salida de Venezuela?

—Ese día nos acostaron en la casa y como a la media hora de estar acostadas nos levantaron y salimos para la Embajada de Paraguay. Llegamos y la esposa del embajador nos acostó a los niños en unas camas que tenían. Como a los 10 minutos o media hora nos levantaron. Me acuerdo en La Carlota estando mi mamá, mi abuela y nosotros en un Cadillac y mi mamá viendo la hora y llorando, hasta un momento que le dijo mi abuela: ‘Flor, tenemos que salir del carro’ y mi mamá iba a salir y de repente, no sé si fue el chofer que dijo ‘ahí vienen unas luces’ y se veían a lo lejos unas luces y ahí llegó mi papá con su escolta perfectamente. Por eso me da tanta rabia cuando dicen que salió huyendo de Venezuela. Es mentira. Se bajó todo el mundo y se formó como si fuera un viaje oficial para que él saliera.

Pérez Jiménez y su familia

—Usted menciona que había militares que se fueron a despedir….

—Hay cosas que se te quedan en la memoria como sellos. Por ejemplo, ver a hombres de bigote uniformados, llorando, diciéndole: ‘General no se vaya por favor. No se vaya’. Eso yo lo viví, lo sentí. Me impresionó porque imagínate una niña, que ve a un señor llorando, vestido de militar. La policía militar estaba ahí, llorando todos y mi papá les dijo: ‘Me tengo que ir’.

—Teniendo ese apoyo, ¿por qué no se quedó?

—Se lo pregunté más tarde, en unas navidades que él estaba sentado en esta sala. Le pregunté por qué se fue de Venezuela si esos militares estaban llorando, y me respondió que se había alzado la Escuela Militar y que para quedarse hubiera tenido que fusilar un par de cadetes y él no quería tener en su consciencia sangre y sangre joven. Por eso salió de Venezuela. Yo le dije que estábamos en desacuerdo.

—Usted ha reconocido que su padre fue un dictador. ¿No tiene complejos en decirlo?

—Mi padre fue un dictador y te voy a explicar por qué, porque lo que es dictador lo han manipulado también. Dictador para ellos es asesino y ladrón. No es así. Yo aquí, en mi casa, soy una dictadora porque aquí se hace lo que yo digo. Si yo tengo gente del servicio y yo quiero que me limpien algo, yo digo, de buena manera: ‘por favor, me lo limpias’. Yo no entro a la cocina y digo “¿qué piensan ustedes, qué hacemos hoy en la casa?”. Por eso, no creo en la democracia. Porque la gente cuando puede ejercer de dictador lo hace. En las empresas, yo he trabajado 15 años en una multinacional, por cierto, me reía porque el otro día había uno que decía que no había trabajado en mi vida. Yo he trabajado siempre. Me jubilé en el 2004. Pero, lo que te digo es que en las empresas en las que he trabajado, lo que el director y mi jefe decía se hacía. ¿Eso no es un dictador? Pues para mí, eso es un dictador. Todos se doblegaron a lo que quería mi papá. Si mi papá decía ‘se hace la carretera Caracas –La Guaira’ y uno decía ‘no, porque…’, mi papá decía: ‘se hace y punto’.

—Para nadie es un secreto que la economía de Venezuela en esa época creció y la mejor infraestructura del país se hizo durante ese gobierno, ¿por qué cree usted que cayó Pérez Jiménez?

—Por la ambición de Wolfgang Larrazábal, de Rómulo Fernández, y de todos esos militaruchos, que vieron que Pérez Jiménez había llegado a donde había llegado, porque mi papá viene de lo más bajo. Eso yo lo admiro de él: nunca se le olvidó de dónde venía. Esos militaruchos que no surgieron porque no tenían la capacidad de surgir, eran unos mandados, pero ni siquiera fueron unos buenos mandados, se rebelaron contra eso. O sea, fue alguien que dijo ‘yo puedo más que este, yo me rebelo y a este hay que sacarlo’. Yo creo que fue basado en eso. Yo no sé si se unirían con los que estaban fuera, con los adecos y con la gente que estaba en el exilio, pero mi papá nunca habló de eso. Después ya de grande viendo y acordándome de Larrazábal y de Rómulo Fernández, cómo era. Era un pobre acomplejado. Estos, que yo llamo militaruchos que lo rodeaban, entre ellos estaba la semilla. Eso fue. Dijeron: ‘quitamos a Pérez Jiménez y nosotros llevamos el país como lo lleva este hombre’. Pero no lo hicieron igual que él.

—Algunos dicen que su caída se dio por las acciones de Pedro Estrada. ¿En qué falló Pérez Jiménez?

—No. Dicen que en el gobierno de mi papá hubo asesinatos, y yo me pregunto, ¿en los demás gobiernos, qué? De eso no se habla. Sólo se habla del árbol caído. Un gobierno no se puede mantener sin un Mosad, una CIA, un Pedro Estrada. Sin eso no se mantienen. ¿Cómo vas tú a controlar? Yo si hubiera estado en el gobierno, a mí que me den un Pedro Estrada o como lo quieras llamar, pero que sea como un Pedro Estrada. A mí cuando una gente me dice ‘no, es que mi padre es muy honrado’, pregunto: ‘¿Ha tenido oportunidad de no serlo?’ Tu conoces a las personas cuando tienen el poder. Fíjate que aquí hay un dicho que dice ‘si quieres conocer a un españolito, dale un puestecito’ (risas).

—¿No se valoró la gestión de Pérez Jiménez?

— Mira, digan lo que digan los enemigos (…) el mundo entero, que mi papá no podía controlar el mundo entero, lo reconoció. Está reconocido. Yo he visto los comentarios que dicen: ‘Pérez Jiménez solo benefició a Caracas’. Yo he ido a Canaima y una guía, que no sabía quién era yo, dice: “hoy estamos comiendo nosotros pescado aquí porque estos pescados los trajo Pérez Jiménez” yo ignoraba todo eso. No sé dónde y cómo los pusieron en los ríos. Pero, ¿Qué hizo mi papá? ¿Qué hizo con Caracas? Lo primero, limpiarla de ranchos, pero no matando a la gente que estaba en los ranchos, por eso se construyó el Dos de Diciembre. Yo estaba pequeña, pero la oficina de mi mamá, que de mi mamá no dicen nada, yo lo menciono en el libro hizo una labor social súper fuerte. Y, ¿Qué pasó? Llegaron los demócratas y se llenó Caracas de ranchos ¡qué bonito!, ¡qué progreso! A mí me encantaría de verdad tener una conversación con un enemigo acérrimo de Pérez Jiménez, pero eso sí, con datos.

—¿Cree que sea reconocido el rol de su padre en la historia de Venezuela?

—Yo creo que todavía no. Llegará, yo siempre digo, a lo mejor yo no lo veo ni mis hijos, pero a lo mejor dentro de 100 años. La historia tiene la manía de depurarse porque es así. Al principio la escriben los que ganan, los que tienen más. Pero la historia tiene la manía de depurarse y yo creo que pasados los años se reivindicará. Pero, ¿sabes lo que te da satisfacción? A mí por lo menos me da una grandísima satisfacción que yo sé la verdad verdadera. El otro día me preguntaron “¿y a ti no te molesta que le digan dictador?” yo digo: ¿a mí? Ni me molesta que digan que es un asesino, ni me molesta que digan que es un ladrón, es que verdaderamente me pasa por encima porque yo sé lo que era. Como yo sé lo que soy yo sé lo que era mi padre. A mi papá lo han calificado de todo, menos de maricón, de todo. A mí es que da igual, nunca me he sentido cohibida y te digo que tengo amigos que son de izquierda, me acuerdo un día en una discusión me dicen “pero tu…” y les digo “pero cómo voy a ser si tengo la sangre de un dictador por las venas, ¿qué quieres que sea? Yo soy como soy”.

—De hecho, luego ganó como senador de la República…

—Ganó y lo inhabilitaron. Él ganó como senador, yo gané como diputada, a mí me pusieron y a él lo inhabilitaron. Esos políticos le tenían mucho miedo. Temían enfrentarse cara a cara con Pérez Jiménez.

—¿Por qué la familia Pérez Jiménez se retiró completamente de la vida pública?

—Yo viví en Venezuela después, mi hijo nació en Venezuela, pero mi papá no quería que nos mezcláramos en eso. Si mi papá estuviera vivo hoy, yo no te estaría dando esta entrevista, porque yo respetaba mucho su figura. Siempre lo he discutido hasta con mis hermanas porque ellas han creído que Pérez Jiménez es una dinastía y no. Pérez Jiménez fue un hombre que salió de la nada y por su cabeza, porque era listo como él solo, llegó a donde llegó. Él nos contaba que cuando a él lo mandaron a estudiar Estado Mayor en Perú, cuando llegó a Lima, se le cayeron las alas del corazón porque vio que Caracas era un pueblo comparado con Lima, fíjate lo que es Lima. Decía que, de ahí, él sintió un profundo dolor porque quería que Venezuela fuera así. La obsesión de él y, siempre lo decía, era que Venezuela fuese como su posición geográfica, a la cabeza de América Latina.

—¿Cree que el país puede conquistar la libertad en la situación actual?

—Yo creo que sí. Pero siempre cuando me preguntan yo digo: le hace falta otro Pérez Jiménez. Le hace falta una mano dura, un hombre que quiera al país. Un hombre que construya las bases para que Venezuela surja y un hombre que limpie todo. Si Venezuela quiere llegar a ser lo que fue con Pérez Jiménez, tiene que buscarse otro Pérez Jiménez.

—Si hiciera un documental sobre la vida de su padre, ¿Cómo lo titularía?

—Yo lo titularía La gran injusticia. Describiría la vida de Pérez Jiménez, un hombre que siempre pensó lo mejor para su país, que estaba orgullosísimo de ser venezolano y que verdaderamente luchó por Venezuela y por los venezolanos. Porque él siempre decía “a mí me hubiera gustado que mis compatriotas hubieran estado orgullosos de donde venían”.

—¿Su padre murió con el anhelo de volver?

—Él no lo expresaba, pero yo sinceramente creo que él murió con el dolor de no haber podido regresar. Sinceramente nunca lo dijo. Yo salí con 11 años de edad de Venezuela, lo que me duele a mí de Venezuela me lo transmitió mi papá. Yo he aprendido a amar lo que amo, ni parecido a lo que lo hizo él, lo poco que yo pueda amar Venezuela me lo transmitió él. Porque para mí Venezuela eran traidores porque yo veía lo que le hicieron a mi papá.


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