Luis Moreno
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Tal vez el cambio más notorio sea el de la barba que ahora acompaña a Luis Alberto Moreno, junto con la falta de la corbata, consecuencia de los largos meses de confinamiento por la pandemia. Sus allegados dicen también que se lo ve más descansado y que está contento por la nueva etapa que comienza el próximo jueves.

Luis Alberto Moreno, por su parte, bromea y dice que ahora sí va a entrar al sector privado: privado de oficina, de sueldo, de apoyo administrativo y privado de una rutina diaria particularmente intensa. Un cambio que ocurre 15 años de estar al frente del Banco Interamericano de Desarrollo. Es verdad que la aparición del covid-19 lo obligó a dejar los viajes, que reemplazó por las reuniones virtuales. Pero la presión de estos meses fue aún mayor, dado el impacto económico y social de la emergencia sobre los países de la región.

Quizás lo único que Luis Alberto Moreno lamenta es tener que irse ahora, justo cuando el apoyo de la banca multilateral se requiere con más urgencia que nunca en América Latina. No obstante, los plazos estaban fijados desde antes, por lo cual Luis Alberto Moreno afirma estar preparado. Está listo para el momento en el que abandone para siempre el piso 12 del edificio situado en el número 1300 de la avenida Nueva York, en pleno corazón de Washington.

Sobre Venezuela, dice tener esperanza de que la democracia volverá: «Eventualmente llegará el momento en el cual un régimen que es responsable de la peor crisis humanitaria en la historia del hemisferio desaparecerá».

Ahora se enfrenta a las especulaciones sobre lo que le traerá el futuro, pues a sus 67 años de edad está presto a comenzar una nueva vida. Sobre este y otros temas, habló con El Tiempo.

—¿Cómo es eso de cerrar un capítulo tan largo?

—La verdad es que a uno se le mezclan una serie de sentimientos. De un lado, me voy contento porque siento que se lograron cosas importantes y en el banco pudimos responderle a la región. Esto  va mucho más allá de los 151.000 millones de dólares aprobados en préstamos a los países o los más de 38.000 millones con destino al sector privado en esta década y media. No tengo duda de que impactamos positivamente la vida de muchas personas. Pero, por otra parte, uno habría querido hacer más. Y ahora, con la pandemia, los desafíos son enormes.

—A usted le tocaron tres épocas claramente diferenciadas en la región: la primera, de auge en los precios de las materias primas; la segunda, del fin de la bonanza, y esta tercera, del coronavirus.

—Es cierto. Cada una es muy distinta, con desafíos diferentes. De la primera debería destacar que la mayoría de los países latinoamericanos pudieron disminuir la pobreza y mejorar sus indicadores sociales. De la segunda, y a diferencia de ocasiones previas, la crisis resultó ser de menor magnitud porque logramos constituir instituciones más fuertes. Y de la tercera, que debemos aplicar las lecciones aprendidas de lo que hicimos bien y mal para salir de este bache más temprano que tarde.

—Pero igual se perdieron oportunidades. ¿O no?

—Sin duda. En términos generales, la región cayó en eso que se llama la autocomplacencia cuando el viento estaba soplando a favor. Por ello se dejaron de hacer reformas que eran claves para mejorar la competitividad y la productividad: calidad de la educación, infraestructura o mejora de las instituciones públicas. Los buenos tiempos acabaron con el sentido de urgencia, y más de un problema se pateó para adelante. En otros casos, se desperdiciaron los recursos que ahora hacen tanta falta para salir más rápido de la crisis.

—¿Y el BID podía haber hecho algo para evitarlo?

—Hicimos lo que nos corresponde, que fue insistir en que había que hacer la tarea pendiente para construir sociedades más justas e incluyentes. Además apoyamos buenos proyectos, bien estructurados. También mejoramos nuestra capacidad de asesoría, para transmitir conocimiento y buenas prácticas. Incorporamos con más énfasis temas como las consideraciones de género o el de la sostenibilidad ambiental en la agenda. También le abrimos espacio al sector privado y nos preocupamos por desafíos como el de la revolución tecnológica. Algunos nos escucharon, otros, no tanto.

—Más allá de la coyuntura actual, ¿qué le preocupa de la región?

—Dos temas centrales. El primero es la desigualdad, contra la cual hemos avanzado menos de lo que deberíamos. De la pésima distribución del ingreso se derivan muchos de nuestros males, incluyendo la violencia. A mí me cuesta entender que combatir la inequidad no sea una prioridad, por razones éticas e, incluso, del tamaño de los mercados. El segundo asunto es la política, en donde uno ve señales de deterioro, como la polarización, las prácticas corruptas o el populismo. Los ciudadanos están obligados a reaccionar antes de que sea tarde.

—Eso es más fácil de decir que de lograr.

—Lo tengo claro. Pero aquí no se trata de reinventar la rueda. Disminuir la desigualdad pasa por cobrarles impuestos a los que tienen, incluyendo a la clase media, y hacerles transferencias a los que menos tienen. Eso exige sistemas tributarios justos y modernos, pero sobre todo voluntad. En cuanto a la política, la responsabilidad recae en la gente, que debe participar no solo votando, sino informándose y postulándose a cargos de elección popular. A la democracia toca revitalizarla, y eso solo se logra si las personas ejercen sus derechos y exigen resultados.

—¿Las protestas que se vieron el año pasado son el resultado de esa situación?

—Absolutamente. Hay una inconformidad que tiene una base real. Puede ser que no hayamos visto muchas protestas este año debido a la pandemia, pero pensar que la insatisfacción desapareció sería un gran error. Es más, los dirigentes están obligados a entender que ahora el público será más exigente, porque la realidad de la mayoría se deterioró. Los peligros de pensar que solo basta con volver a lo de antes son muchos.

—¿Y cuáles son?

—Las tentaciones totalitarias o populistas. No olvidemos que durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado, reemplazaron a un buen número de presidentes por regímenes militares. No creo que eso suceda esta vez, pues pienso que somos más maduros políticamente, pero tampoco podemos olvidar la historia. Por eso me inquieta más ahora el populismo con esa tendencia a sacar soluciones del sombrero que acaban empeorando las cosas y con ese ánimo de polarizar a la opinión. Divide y reinarás, dicen.

—Veo que le interesa mucho la política.

—Como dice un libro del BID, editado a comienzos de este siglo, la política importa. Nada determina más la salud de la economía y la calidad de vida de las personas que la manera como somos gobernados.

—¿Se ve usted en la política? Su nombre siempre se escucha.

—La respuesta es la misma de siempre: no. Para mí es y será un motivo de orgullo haber sido funcionario del gobierno colombiano, contar con el respaldo de mi país y tener el privilegio de ocupar la presidencia del BID. Pero aquí acaba este capítulo. Siempre estaré dispuesto a ayudar y creo que la experiencia acumulada sirve, pero no voy a ser candidato a ningún cargo de elección popular.

—¿Entonces qué va a hacer?

—Lo primero es que me voy a tomar un tiempo para estar con los míos, que siempre han sido los más sacrificados por mis ausencias. Mi esposa, mis hijos, mi nieto, mis hermanos, me van a tener más presente. Entre los planes inmediatos también está el de terminar un libro sobre América Latina que vengo borroneando desde hace meses. En las semanas que vienen podré examinar algunas ofertas que me han llegado, a ver cómo me organizo el próximo año.

—¿Es verdad que se enfriaron sus relaciones con Iván Duque por la elección de su sucesor?

—A lo largo de estos 15 años siempre me entendí bien con todos los presidentes y sus representantes en la asamblea del Banco y el Directorio. Llevo muchos años en este oficio para saber que los países tienen intereses y no amigos, por lo cual soy respetuoso del fuero del presidente Duque y de sus decisiones.

—Pero la verdad es que usted no nombró a Mauricio Claver-Carone vicepresidente del BID. Ahora le entrega el cargo.

—Eran circunstancias distintas. Lo importante es que su nombre recibió el apoyo mayoritario de los accionistas y los países latinoamericanos y caribeños. No me queda más que desearle la mejor de las suertes al frente del banco y ofrecerle toda mi cooperación, si la requiere. Aquí, lo fundamental es que el capital del BID se pueda aumentar para que pueda prestar 20.000 millones de dólares al año. Con destino a una región que necesita muchos más recursos de la banca multilateral de los que dispone actualmente.

—¿Se ve muy oscuro el panorama regional?

—Mucho. Recordemos que la proyección del Fondo Monetario es una caída de más de 9% este año, que no tiene antecedentes, al menos en los pasados 120 años. Si nos va bien, solamente en 2022 volveríamos al nivel de producto interno bruto que observamos a finales de 2019. El reto consiste en tomar las decisiones correctas para salir del bache, evitar que se dispare la pobreza y no entrar en un círculo vicioso de malas políticas que alejen la inversión privada. Se trata de hacer más corto el sufrimiento, que ya se nota.

—¿Cómo se imagina lo que viene?

—Saldremos de esta, de eso no me cabe duda. Tenemos experiencia en crisis y acabaremos adaptándonos para responder a las demandas de los ciudadanos. En la mayoría de los países, la capacidad profesional de los funcionarios que toman las decisiones es alta. Si eso se le suma a la fortaleza de nuestra gente y la creatividad de los empresarios, considero que encontraremos el camino. Podremos retomar la senda de mejoras sociales que experimentamos hasta hace unos años.

—El entorno mundial tampoco es el mejor.

—Es verdad. Me preocupan el proteccionismo y, sobre todo, esta confrontación entre Estados Unidos y China, que apunta a ser de largo aliento. El desafío para los países latinoamericanos es seguir con el regionalismo abierto, sin alinearse con nadie y manteniendo sus buenas relaciones a ambos lados del océano Pacífico. Sería deseable, eso sí, que logremos integrarnos más, pero ese sueño nada que se vuelve realidad.

—¿Qué va a pasar con Venezuela?

—Eventualmente llegará el momento en el cual un régimen que es responsable de la peor crisis humanitaria en la historia del hemisferio desaparecerá. En el entretanto hay que seguir con las medidas para mitigar el impacto de la migración en los países vecinos, comenzando por Colombia, además de tener listo un plan de reconstrucción que demandará el esfuerzo y los recursos de la comunidad internacional. Puede ser que la solución que tantos queremos se haya demorado, pero llegará el día en que la democracia vuelva a un país tan cercano a mis afectos.

—¿Y cómo ve a Colombia?

—Entre luces y sombras. Por un lado, es un país pujante que no se arrodilla ante las dificultades y está lleno de gente con talento. Por otro, me inquietan mucho la violencia y la polarización. Noto que construir consensos se está volviendo casi imposible, por lo cual las reformas importantes siguen en veremos. Para citar un caso, es indudable que el sistema de pensiones es regresivo e insostenible. Pero nadie es capaz de tocarlo porque las fuerzas encontradas llevan a que se imponga el conocido «deje así».

—¿Qué debería pasar?

—Lo que espero es que lleguen personas que sean capaces de unirnos alrededor de propósitos comunes, que sepan construir, tender puentes. Me parece fundamental que en 2022 no tengamos que escoger entre dos extremos, sino entre candidatos que sean capaces de gobernar para todos los colombianos. El optimista que llevo adentro me lleva a conservar viva la esperanza de que así será.

—Y si quien gana le pide ayuda, ¿qué haría?

—La daré con gusto, siempre que se trate de trabajar por Colombia.


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