La Vega
Foto: EFE

Ramiro corre despavorido por una calle del sector caraqueño de La Vega para refugiarse del tiroteo que, repentinamente, comenzó en la zona. La escena es una de las tantas que se presentan semanalmente en el lugar que hoy parece convertido en un microestado dominado por megabandas criminales.

En las últimas semanas, la barriada pasó a ser el centro de atención de la ciudad debido a las constantes detonaciones que ya afectan a zonas vecinas y hasta a los operativos policiales desplegados para intentar detener a estos delincuentes que, denuncian lugareños, están mejor armados que los cuerpos de seguridad.

Zozobra, tensa calma, angustia o terror son algunas de las palabras que utilizan los residentes de La Vega para describir lo que viven a diario en una comunidad que siempre ha sido conocida como una zona peligrosa, pero que actualmente tiene un nivel de inseguridad exacerbado.

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«Yo he vivido toda mi vida en La Vega, tengo 29 años, y no conozco otra realidad que no sea esa. Realmente crecer en un sector popular tiene una peculiaridad que, tal vez, otras personas no entiendan. Por ejemplo, que tus padres te enseñen desde niño a dormir en un colchón en el piso porque es peligroso es normal», cuenta Ramiro a Efe.

La violencia como normalidad

El joven, que escogió usar un seudónimo para esconder su identidad por temor a represalias, dice no entender si se trata de enfrentamientos entre bandas o con cuerpos de seguridad. Las versiones de lo que allí sucede son diversas.

«La gente sigue su vida cuando está, digamos que, todo aparentemente tranquilo, es decir, que las balas pueden sonar lejos o puede ser que hoy amaneció el día sin detonaciones, la gente vive su vida común», relata con una voz quebrada mientras se queja de la realidad que le rodea.

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Los últimos tres meses los tiroteos se han presentado una o dos veces por semana y pueden llegar a durar entre 8 y 10 horas, tiempo suficiente para acallar la vida de la comunidad, caracterizada por sus numerosos comercios y una alta circulación de personas que se esfuman cuando comienzan los disparos.

Estos delincuentes operan desde lo alto de una montaña que conecta a varias comunidades y en la que han construido garitas con sacos de arena como un escudo de defensa que está a simple vista para cualquiera que entre a la zona. Desde allí se exhiben con armamento de alto calibre, fusiles y granadas.

En esa montaña, desde el lado de La Vega, medio cerro está lleno de construcciones, muchas de las cuales se encuentran abandonadas y, afirman vecinos, ahora habitadas por estos delincuentes a los que nadie conoce o puede identificar.

Sin embargo, las autoridades señalan que los criminales que azotan La Vega y la comunidad vecina de la Cota 905 -una zona aún más roja de Caracas-, son miembros de la banda del Coqui, que lideran Carlos Luis Reverte, Garbis Ochoa Ruiz y Carlos Calderón y que opera desde 2014.

LA vega
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Hoy se ha convertido en una de las megabandas de Caracas y se calcula que tiene más de 100 integrantes.

El criminólogo Luis Izquiel indicó que en Caracas puede haber unas 10 megabandas y más de 25 en el país. Todas en sectores populares: Petare, el barrio más grande Venezuela; Mamera, El Valle o el Guarataro, entre otras.

El fracaso del Estado

Pero el Coqui es el más popular por estos días y, según Izquiel, esto puede deberse a que está buscando ampliar su control en territorios a los que la policía no consigue entrar pese a haber desplegado el pasado fin de semana un gran operativo policial para presuntamente liberar a La Vega de estos grupos armados.

Se anunciaron casi 40 detenciones, pero los vecinos relatan que el operativo fue extraño porque casi no se escucharon detonaciones, a diferencia de este lunes cuando amanecieron en medio de una balacera que se cobró la vida de al menos dos personas, señalan denuncias recibidas por Efe.

En estos tres meses de tiroteos, varias son las personas que han muerto por balas perdidas.

La Vega
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El contraste de la montaña

En contraste con esta realidad, de la que no escapa ningún sector del país, entre habitantes de La Vega hay un número indefinido de sueños. Frente a esa montaña llena de delincuentes, decenas de niños y jóvenes se aferran al deporte para buscar un futuro mejor.

En un campo de beisbol, adonde llegan cazatalentos, también opera un comedor solidario para ayudar en la alimentación de más de 70 niños que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad provocada por la crisis económica.

La escena constituye, a su vez, el reflejo de una comunidad que, pese a las adversidades, busca encontrar la manera de subsistir apoyándose mutuamente y con el respaldo de ONG que les donan alimentos.


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