José Gregorio Hernández

José Gregorio Hernández está más vigente que nunca. Se mantiene en la memoria de millones de venezolanos que celebran su pronta beatificación. En su corazón saben que es santo.

Nunca ha pasado de moda. Convivió con gente muy valiosa, con figuras descollantes, hombres probos y muy buenos en la historia de Venezuela, como Santos Dominici, Augusto Pi Suñer, Domingo Luciani, Rafael Rangel y Felipe Guevara Rojas y, sin embargo, la gran mayoría cayó en el olvido, con todo y que posiblemente tuvieron mayor relevancia histórica”, indicó Milagros Sotelo.

“El cariño que le ha tenido el pueblo venezolano nunca lo ha dejado pasar de moda, a pesar de tener 100 años de muerto”, señaló Alfredo Gómez.

Sotelo y Gómez son esposos. El amor al médico se prodigó en el libro El doctor Hernández es nuestro y en decenas de textos, algunos celosamente guardados. Por más de 35 años se han dedicado a investigar su vida y obra.

Ambos profundizan en su planteamiento: aún con la cortedad histórica del venezolano, el Médico de los Pobres no ha caído en el olvido.

“Somos de corta memoria. La gente se entretiene con la noticia del día y la semana que viene vendrá otra, y nos olvidamos de lo que pasó. El venezolano ha sido de lo que está de moda y en el momento”, subrayó Sotelo

“Que José Gregorio Hernández se mantenga vigente, eso en un país sin memoria, ya es otro milagro”, afirmó.

El milagrerismo

“Somos muy apegados al milagrerismo, esperamos que algo maravilloso nos suceda siempre”, continuó Sotelo, en un intento de dar razones para explicar la permanencia del beato en el corazón del pueblo.

“A José Gregorio Hernández lo asociamos con la posibilidad de que Dios se acuerde de nosotros y nos pase algo maravilloso”, agregó.

Ya en vida tenía fama por el tipo de persona que era, indicó Gómez.

Los caraqueños pronto se dieron cuenta de eso. Una semblanza publicada en El Cojo Ilustrado, firmada por Francisco de Sales Pérez, evidencia lo bien considerado que se le tenía en la sociedad.

“He aquí un hombre que tiene una cualidad digna del mayor elogio. Es un médico que habla bien de los otros médicos. Aunque no fuera más que por esta rareza, yo le daría un elevado puesto en la Facultad, como se lo tengo dado en mi afecto y consideración. Pero en ello no hago ninguna gracia. ¿Quién que trate al doctor Hernández puede libertarse de estimarlo?”, escribió.

“Hernández ha hecho sus estudios en Caracas y en París, mereciendo siempre notas muy honrosas. Sabe todo lo que puede saber un hombre que ha empleado sus 26 años en aprender. Pero sabe además una ciencia que no se aprende en ninguna academia. Sabe hacerse amar. Nació con aquella benevolencia natural que atrae todas las voluntades –con aquella cortesanía ingenua, que impone recíproca consideración, y con aquella austeridad humilde, que exige respeto, como toda virtud positiva”, agregó.

Fue en julio de 1893. Solo tenía 28 años de edad.

Firmeza

Gómez ilustró asimismo que su bondad era solo comparable con su firmeza.

Indicó que tuvo interrelación con varios presidentes de la época, entre ellos el general Juan Vicente Gómez.

“Gómez le tenía alta estima porque le curó a un hermano”, afirmó.

Dijo que en 1912 Gómez cerró la Universidad Central de Venezuela. En un encuentro entre ambos, notó que Hernández estaba contrariado.

–Qué le pasa que lo veo un poco serio, le dijo el dictador.

–Estoy molesto por el cierre de la universidad, es una injusticia enorme. Muchas familias se van a ver al borde de la miseria por esa medida, le contestó José Gregorio Hernández.

–No se meta en política, que eso es muy complicado, le respondió Gómez.

–A mí no me parece tan complicada. Mi política es servir a Dios a través de la ciencia, porque la ciencia sin Dios es una ciencia carente de sentido, manifestó.

Dignificar a las personas

Gómez subrayó que José Gregorio Hernández siempre tuvo presente en su vida la caridad. “Tenía una manera muy especial de atender a los demás. Se las ingeniaba para que no se sintieran humillados cuando los ayudaba o cuando los visitaba en sus casas”, manifestó.

“Trataba de cuidar para que el pobre no se sintiera menos. Era delicado con la dignidad de la persona”, recalcó Sotelo.

Contaron que cuando murió Caracas se paralizó. Se acabaron las flores de Galipán. Los negocios cerraron. “Era un hombre muy querido por la gente”, subrayó.


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