La dama del libro

Era el año 2002. En esa época, mi mamá y yo recién nos mudamos al barrio San Vicente de Maracay. Después de una situación familiar difícil, mi hermana, quien se encargaba de los gastos, buscó una casa a buen precio y terminamos viviendo en una de las últimas calles del barrio.

Les confieso que no era muy bueno haciendo amigos, así que casi todo el tiempo estaba solo. Con el paso de los meses, conocí a Cheo y a Roberto, dos muchachos de la cuadra. Comencé a relacionarme con ellos y poco a poco nos hicimos más cercanos.

Por el mes de octubre, ya habíamos creado una especie de rutina: nos sentábamos en la calle para contar historias de espantos y curiosidades del barrio. Por lo general, durábamos conversando hasta entrada la media noche.

En una ocasión, como a las 8:30 pm, nos sentamos en la acera de la casa de Cheo. En aquellos días, podíamos estar ahí hasta altas horas de la noche sin correr ningún peligro.

¿Por qué Yohana vive sola?

Esa noche la calle estaba sola. Hasta el abasto había cerrado temprano. Roberto observó la casa de al frente y se quedó pensativo. Esta casa estaba medio a oscuras, solo la iluminaba un débil bombillo en el porche y su puerta principal era de zinc remendada. Luego se volteó y me preguntó: «¿Tú sabes por qué Yohana vive sola siendo una adolescente?».

Lo miré, porque también me lo había preguntado alguna vez. Aunque poco conocía sobre ella, la había visto sola o rodeada de los muchachos de la calle.

-No sé. Acuérdate que soy nuevo por aquí. Aunque las veces que la he visto, eso mismo me he preguntado -le contesté.

-Yo sí sé -dijo Cheo-. Hace cinco años, su mamá y su papá fallecieron en extrañas circunstancias durante una noche. Creo ser testigo de lo que pasó. Pero antes de contarles, debo advertirles que no pueden mencionarle a nadie esto. Ni a sus familiares, ni una persona de confianza.

-¡Palabra, chamo! -dijimos al mismo tiempo Roberto y yo.

-Les creo. Esa vez se estaban terminando las vacaciones escolares –dijo Cheo-. Mi mamá, mi papá y Caro se fueron a visitar a mis tíos de La Victoria. Yo no fui con ellos porque en esos días tenía prácticas de beisbol.

Para mi suerte, me dejaron al cuidado de mi hermana mayor Katy. Ella siempre ha sido una rata conmigo, ahora imagínense estar varios días bajo sus cuidados.  Después de que mi familia se fue, Katy hizo la cena. Al servirme la arepa, me molesté porque la rellenó con los pedazos blancos de la mortadela.

Rechacé el plato y me paré de la mesa. Más tarde y sin hablarle, prendí la televisión. Escuché unos pasos detrás de mí. Se trataba de Katy que venía a apagarlo y a llevárselo a su cuarto para ver el Miss Venezuela. Molesto, me fui hasta al porche. Estaba harto de ella. Para distraerme, miré la calle, era solitaria con humo del botadero de basura por todas partes.

De repente, la brisa cerró la puerta de la entrada. Comencé a gritarle a Katy para que me abriera. Nunca me escuchó, quizás porque su cuarto era el último de la casa. Aunque pensándolo bien, tratándose de ella, creo que fingió no escucharme.

Grité cada vez más fuerte y nunca salió. Lloré, queriendo estar con mi mamá y mi papá.  Luego me sequé las lagrimas y brinqué la ventana del cuarto de Caro.

En esos intentos inútiles pasaron las horas y Katy jamás apareció.  Tampoco en la calle pasaba alguien para ayudarme. En el fondo sabía que todo era obra de Katy.

la dama del libro

La aparición de la dama

Cansado de llorar y de estar desesperado, me tranquilicé. Saqué la cabeza por la reja y me puse a ver hacia la esquina donde vive Gabriel. Al rato, vi un carro negro detenerse de manera diagonal al poste de luz. La puerta trasera se abrió, dejando a una mujer en esa esquina. En cuanto al carro, este arrancó a toda velocidad, desapareciendo entre el humo.

Les describo a la mujer: vestía una capucha, unos guantes negros y usaba un vestido oscuro con una cola tan larga que cubría la acera de unas cinco casas.

Entre sus manos tenía un libro negro y caminaba lento, como una especie de danza. Detallándola más, noté las señas de una de sus manos, parecían los maleficios de una bruja. Con mucho miedo intenté sacar la cabeza de las rejas y no podía. Me desesperé y cerré los ojos. Saqué rápidamente mi cabeza, había recordado el truco para hacerlo. Al instante, abrí de nuevo mis ojos y vi espeluznado a la dama en todo el frente de mi casa, es decir, en la casa de Yohana. Sudé frío.

Cuando corrí para esconderme debajo de la silla grande de mimbre, me tropecé con uno de los porrones de mi mamá. Inmediatamente, escuché un quejido sobrehumano, parecido a un animal salvaje. Vi de nuevo a la mujer y ella se dio cuenta de que estaba viéndola. Seguidamente: se reveló y dejó caer el libro entre sus pies.

La dama del libro

Retiró la capucha de su rostro y vi lo más abominable de mi vida. No era una mujer real, era una calavera encendida y de sus ojos salían unas serpientes negras. La calavera se desprendió del cuerpo y pasó levitando al frente de las rejas de mi porche. Al verla tan cercana, me desmayé.

Al día siguiente, Katy me encontró durmiendo en el porche. Me levantó y me llevó hasta mi cama. Ya acostado, se excusó que se había quedado dormida, además recordó que si le decía a mi mamá ella me haría comer tierra del patio.

Durante el almuerzo, nos enteramos de que los papás de Yohana se habían muerto la noche anterior. Katy como era bastante curiosa, indagó con las vecinas y le contaron algo atroz.

A los señores los encontraron muertos en sus camas, con una expresión de miedo y angustia. Las espaldas de ambos estaban aruñadas y los forenses nunca supieron darle una explicación.

Ustedes son los primeros que saben esta versión de la historia. Estoy seguro de que después de mi desmayo, ese espectro entró a la casa de Yohana y se llevó las almas de esos señores- concluyó Cheo.

Impactado

Después de contarnos esa historia, mi mamá me llamó para entrar a dormir. La historia de Cheo me había impactado. Nunca le he temido a situaciones paranormales u oscuras. Así que a los días decidí investigar y verificar si Cheo decía la verdad.

Una tarde mientras en la calle jugaban un partido de chapitas, vi a Yohana sentada al frente de su casa. Me acerqué y la saludé. Entre tanto pasaba el rato, le conté un par de mis chistes malos sobre los muchachos y ella me sonrió, creo que por amabilidad. Cheo estaba bateando y en eso, me lanzó una mirada desafiante. No le presté atención y continué hablando con Yohana. Más tarde, con más confianza, al fin le pregunté:

-¿Y tu mamá que nunca la he visto?

-Eso es un cuento largo. Ella y mi papá murieron de un infarto mientras dormían.

-Lo siento mucho, Yohana. Además, es una situación un tanto curiosa.

-Lo es. El resto de la familia y nosotras, digo, mi hermana y yo, hasta el sol de hoy, no sabemos lo que esa noche ocurrió.  Cuando llegamos en la mañana después de pasar un fin de semana en Caracas, entramos y había mucho silencio en la casa. Eso nos asustó. Cuando pasamos a la habitación de mis papás, los  encontramos muertos en la cama y sus sábanas estaba ensangrentadas -aseguró Yohana.

Después de escucharla, quedé en silencio y me fui a mi casa. Con el pasar del tiempo, dejé de hablar con Cheo y Roberto por otras circunstancias. Nunca le había contado a alguien esta historia. Sin embargo, hoy rompí la promesa para siempre. También quiero confesarles un detalle: Cheo y Roberto nunca existieron. El niño asustado que vio el rostro de la dama, era yo.

@josebordoon


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