Erik Del Bufalo (Miami, 1972) es doctor en filosofía y profesor universitario. Ha incursionado en varios géneros de escritura, como el ensayo y la novela. Con precisión aforística, desde su popular cuenta de X (Twitter) dirige aceradas críticas tanto al régimen venezolano como a su desnortada oposición. Un pensador que, a la manera pasoliniana, prefiere ser enemigo de muchos antes que de la realidad.

—Como bien señalan autores que abarcan desde Alain de Benoist a José Luis Ontiveros, pasando por Olavo de Carvalho, la política no se reduce a la conquista del poder material. En un escenario como el venezolano, en el que la vía partidista-electoral está completamente taponada, ¿qué podemos hacer desde la metapolítica y la guerra cultural para impulsar un cambio del statu quo?

—Tenemos al menos tres siglos de dominio materialista, pero cada día el concepto de materia se nos hace más oscuro, más ininteligible. Suponemos que la materia es «energía», «deseo», «cuerpo» o «dinero». Pensamos que la felicidad en lo privado o el poder en lo público residen en la acumulación de estos supuestos avatares de la materia. Por ello vemos la política como una forma o un modo de economía, de «acumulación». Por una parte, esto no es misterioso pues el Estado es la gran fórmula de acumulación del excedente que genera una sociedad, es decir, el Estado es la forma primigenia e histórica en la que se da el Capital. El poder se entiende en el mundo moderno como la competencia por lograr administrar este gran Capital (el capital del capital si se quiere, que es el poder como excedente, excedente de la «potencia» real de las cosas, diría Spinoza).

Un pensador propiamente metapolítico como Louis de Bonald sostenía hace más de dos siglos que la política ya no existía en sentido estricto, que había sido sustituida por la «administración», lo que hoy llamaríamos también gerencia o gestión, o management. Las elecciones modernas, muy ligeramente llamadas «democracias», consisten simplemente en la escogencia de administradores, de «funcionarios» que van a cumplir una función que no deciden ellos, que ya están fijadas por la regencia del Capital-Estado. Digamos de paso, porque es importante para esta reflexión, que el Capital (a diferencia de la «propiedad» o del puro «dinero») no es ni público ni privado, sino es la síntesis del espacio propiamente privado o doméstico (oikonomia) y el espacio esencialmente público (politeia).

En la Venezuela actual es imposible cambiar de administrador por las vías llamadas democráticas, por la misma razón que los carteles de la droga no contratan a su personal pidiendo un CV públicamente. Estos administradores chavistas se apropiaron del Estado y lo asumieron en su esencia primitiva como pura riqueza, como puro excedente, como botín, como rapiña, destruyendo todas las prácticas sociales, morales y procedimentales de la política moderna. Podemos decir que lo que hizo el chavismo más que expropiar a los privados fue privatizar para sí al Estado, de un modo vandálico, como hacen los piratas. Podemos decir también que esto ocurre en otras partes del mundo, incluso del «mundo desarrollado», pero lo que hace particularmente deletéreo al chavismo no es tanto el fin como los medios bestiales con los cuales procede. En pocas palabras, asaltaron la República, se la robaron y la despedazaron, como fieras famélicas, en el proceso.

Venezuela está destruida en la tierra y sólo se puede reconstruir desde el Cielo (Mateo 16:19). ¿Qué significa esto, que puede sonar desagradablemente esotérico para algunos? Pues nada misterioso, el cambio sólo va a venir desde una modificación radical de la perspectiva de los venezolanos. El cambio es ante todo un cambio espiritual y no material, lo cual no significa que el espíritu no tenga su espada. De hecho, la espada es una creación propia del espíritu, no se encuentra en la naturaleza material. Para ahondar en esta idea, el cambio vendrá de un gran entusiasmo, en el sentido etimológico del término. Y este entusiasmo no puede venir de un «candidato», ya hemos explicado el porqué, sino de un prodigio (también en el sentido etimológico del término); lo cual no excluye que ese prodigio encarne en alguno de los que hoy luchan por investirse como el representante de la oposición unitaria, aunque por la lógica de las cosas, realmente no lo creo. En todo caso, este acto, acción, evento o personaje proveniente del espíritu, y cuya forma puede ser civil o militar, movilizará la voluntad general hacia un nuevo destino. Mientras tanto, desde el punto de vista metapolítico, nosotros sólo podemos preparar el camino hasta la llegada de este acontecimiento que por un lado será destructor y por otro creador, como el Verbo.

—¿Dónde residen las fuerzas vivas del país que pueden «preparar el camino» para la llegada de ese «acontecimiento» que describe (una especie de intervención divina)? ¿Desde dónde se podría articular una ofensiva intelectual, valórica y espiritual contra la degradación general que padecemos? Apenas hay medios independientes, la academia está en horas bajas…

—Si bien es cierto que hay algo celestial en nosotros, pues estamos hechos «a imagen y semejanza», lo que yo planteo no es una «intervención divina», en el sentido de dejar todo en manos de la Providencia. Por el contrario, yo creo que el chavismo no saldrá del poder hasta que no exista una forma de conciencia política y popular superior, y generalmente no son las ideas puras en manos de cinco pelagatos que hacen «propuestas» quienes logran esto; sino que son los acontecimientos mismos, como venidos de  un sustrato inopinado del espíritu, aquellos que generan cambios de conciencia donde el presente se hace totalmente absurdo que la voluntad se empeña con todas sus ganas en salir de él, incluso hasta recurrir como en la Revolución Francesa o «La guerra a muerte», a la violencia extrema. Así fue en Rumania. Pero puede pasar también como en la URSS que todo se derrumba por sí mismo, casi de un modo silencioso porque todo era ilusorio. La clave en ambos casos, reside en el hecho de que la conciencia sea masiva y popular y que se encarne en un evento o un personaje, en un grupo civil o militar, en una voz hasta entonces desconocida, y que no necesariamente es antropomórfica, que habla con mando y autoridad suficiente para movilizar todas las fuerzas vivas que permanecían dormidas o entumecidas hasta ese momento.

En realidad, yo no veo una salida burocrática o administrativa (a la cual muchos llaman malamente «institucional») en Venezuela. En relación a quienes trabajamos con conceptos, ideas o nociones (los medios independientes, los académicos, los intelectuales, los poetas, los pensadores, etc.) el trabajo es el mismo de siempre, grande y humilde, frágil y potente a la vez, dar sentido a las cosas que parecen sin sentido. Quizás no sea mucho, pero es absolutamente necesario.

—Usted habla de una brecha entre fines y medios en el chavismo. ¿No hubo una intención clara detrás de la lumpenización de la sociedad o del éxodo masivo, por ejemplo? ¿Es ese el daño colateral de políticas que han sido implementadas a sangre y fuego, pero que no forman parte de un plan concreto?

Los seres humanos no somos hongos ni líquenes, no hacemos nada de un modo «espontáneo». Todo parte de una visión de las cosas y de una voluntad en la acción, por más automáticas o inconscientes que éstas puedan parecer. Creo –y es una hipótesis simplemente– que el chavismo apareció como un movimiento dinámico y sin mucho criterio de lo que había que hacer. Pero descubrió muy pronto que la destrucción podía ser la gran oportunidad de hacer substanciosos negocios. Por ejemplo, recuerdo que en sus inicios, cuando hubo problemas con la industria avícola, los chavistas descubrieron que si en vez de ayudar a recuperar la industria, con todas las dificultades técnicas y financieras que ello implicaba, importaban pollos de mala calidad de Brasil no sólo solventaban un problema político sino que se hacían ricos de una forma expedita, ese fue el principal descubrimiento del Plan Bolívar 2000, que después se convirtió en toda en una cosmovisión de Estado hasta llegar a la devastación de la totalidad de los sectores de la economía, desde la industria agrícola hasta la industria petrolera, sobre ese reino de destrucción se sustenta la nueva oligarquía que controla al país. Ahora bien, pongamos que fue un plan predeterminado, podría también ser cierto, (por el Foro de Sao Paulo o por los cubanos, o por el anticristo, poco importa), el escenario es el mismo y las soluciones también son las mismas

—Considerando que las elecciones son fraudulentas, ¿a qué puede aspirar el ganador de las primarias de la Plataforma Unitaria? Teóricamente podría intentar desplazar a la vieja guardia de la oposición nominal, captar fondos de la NED o, incluso, crear condiciones para una revolución de color (que muy seguramente conduciría a una masacre estéril, la enésima en estos casi 25 años de chavismo).

—Tu pregunta es muy pertinente, pues obviamente el fin de las «primarias» no es derrotar al chavismo, que desde hace rato no es un simple movimiento político, sino que mutó en todo un ecosistema criminal, muy complejo, muy kafkiano. El fin de estas primarias es el de tratar de llenar el espacio que dejó la triste figura de Guaidó, por ello en realidad no importa si los «candidatos» están «habilitados» o no. Se trata de poder legitimarse como el representante unitario de la oposición y, de esa forma, recibir fondos, ayudas y apoyos «internacionales».

Ahora bien, salta a la vista que en este proceso de «las primarias» (que como tal no los son), existen dos fuerzas contrapuestas: unas que luchan porque piensan que pueden asumir de mejor manera (por carácter, por ideología o por predeterminación) el rol que no jugó realmente Guaidó en su momento y otras fuerzas que juegan para mantener el statu quo (son los personajes más mediocres, pero también son la mayoría). Por tanto, es posible que las primarias no se den, dependiendo de cuál de esas fuerzas gane. Pero asumamos que las primarias se realizan, efectivamente la estrategia de ser el elegido por el Departamento de Estado y ser la figura de una nueva revolución de colores en Venezuela (ya hubo el intento de al menos dos) no tendrá posiblemente ningún éxito. Lo vemos en Ucrania y lo vemos en África, lo que algunos llaman «occidente» está en plena contracción.

—¿Una Venezuela postchavista, que hoy se ve muy distante, debería sumarse a la construcción de un orden multipolar o forjar una alianza con ese Occidente que «se contrae»?

—En otra ocasión ya hablamos ampliamente de lo que significa «occidente» y de la ambigüedad del término. De esa conversación, para responder a tu pregunta, podemos rescatar sólo un aspecto del problema: «occidente» como ideología de la angloesfera es un concepto bastante limitante y desde un punto de vista geopolítico hoy en día es disfuncional. Para no hacer esta respuesta tan larga, Venezuela como el resto de la así llamada América Latina puede y debe tener un peso propio si alguna vez quiere salir de su miseria atávica.

Por su posición, Venezuela puede tener relaciones armoniosas tanto con EE. UU. como con China, Europa y Rusia.  Es absurdo (porque además nunca lo fue) pensar a Venezuela como un territorio sometido a los designios del Departamento de Estado. Ello exige por supuesto visión de sus élites. Y no está en tu pregunta, pero uno de los problemas esenciales de nuestro país es que sus «élites» –en el sentido estricto del término– son destructivas cuando no autodestructivas. Una de las cosas que este largo desierto debe traernos es el advenimiento de unas verdaderas élites con sentido de restauración y con una visión de proyecto nación. Concepto de nación que está siendo –es verdad– puesto en tela de juicio por la fuerza disolvente del «occidente» como ideología. En fin, Venezuela no existe como un país separado y asilado de la lucha actual entre la soberanía de los pueblos y el falso occidente de las plutocracias globalistas. Como el resto de las naciones debe encontrar en esta lucha su «lugar bajo el sol» y desde ese lugar tener amigos en todas partes.

Por Silvio Salas


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