24 teólogos procedentes de Alemania, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Italia, México, Uruguay y Venezuela intervendrán en el evento / Foto Cortesía Rafael Luciani

Rafael Luciani es un joven teólogo venezolano con una trayectoria que pocos laicos ostentan. No solo es autor de varios libros (su título Regresar a Jesús de Nazareth fue traducido recientemente al portugués y al polaco), sino que además es profesor de cursos complejos (entre otras, dicta la cátedra Misterio de Dios, todo un compendio sobre la “misteriosa comunión de tres que no son sino uno”, como escribió Michel Fédou) y forjador de citas internacionales en las que instala debates nada complacientes sobre los problemas urgentes de la Iglesia católica actual.

Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, Luciani viene de prestar asesoría a la Red Eclesial Panamazónica, un espacio donde el papa Francisco le escuchó y le dio consejos. En Caracas coordinará, junto con el teólogo Carlos Galli, el primer Seminario Internacional de Teología: Reforma estructural y conversión de mentalidades en la Iglesia, que se celebrará los días 21 y el 22 de noviembre.

24 teólogos se encuentran en el país  provenientes de Alemania, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Italia, México y Uruguay, para intervenir en el evento que se inscribe en el programa de actividades del Grupo Iberoamericano de Teología. Una representación venezolana también estará presente. El padre general de los Jesuitas, Arturo Sosa SJ, y el presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, monseñor José Luis Azuaje, serán los encargados de inaugurar el encuentro. Las sesiones se realizarán en el auditorio del Colegio María Auxiliadora y, el segundo día, en el Aula Magna de la Universidad Católica Andrés Bello.

La reunión abordará la necesidad de una reforma de las estructuras eclesiales que, a juicio de Luciani, debería cristalizar en una Iglesia toda ella ministerial y cualificada por su opción por los más pobres y excluidos. Recuerda que en el Concilio Vaticano II, monseñor De Smedt dejó asentado que el desplazamiento debe suponer “maneras de superar el clericalismo, la jerarcología y la papolatría”.

—El objetivo de ir hacia una reforma estructural de la Iglesia, ¿no es algo utópico?

—La Iglesia debe vivir en un proceso continuo de reforma, porque está llamada a responder a los signos de los tiempos de cada época. Una Iglesia que no se reforma continuamente se queda en el pasado y será intrascendente para las nuevas generaciones. Por ello, cuando hablamos de reformas estructurales no podemos olvidar esta dimensión de continuidad de todo proceso de cambio. Y en lo que respecta al encuentro que nos reúne, no se trata solo de reformas administrativas o gerenciales. Nos referimos a la reforma de estilos de vida, de formas de proceder en la Iglesia, de modos de crear canales y procedimientos para incluir y escuchar a todos, sin excepción ni privilegios. Así que lo que se busca no es cambiar a algunas personas de sus oficinas y cargos burocráticos, sino de pensar la comunicación y fluidez entre la gente y los niveles que hacen vida en la institución eclesiástica.

Esta necesidad de reformar la Iglesia ha sido acogida con gran apertura por las generaciones jóvenes que se sienten atraídas por la figura carismática de Francisco a través de su opción por los más pobres y por sincerar lo que en la Iglesia está mal y no puede ser igual, como la crisis de los abusos sexuales que ha salido a la luz pública. Pero esto no significa que muchas Iglesias locales estén en la misma sintonía. Es un gran reto.

—Usted ha afirmado que es hora de pensar en una Iglesia ministerial. ¿Puede ampliar el sentido de esa aspiración? 

—Uno de los problemas que vivimos en la institución eclesiástica es que se sigue pensando de un modo vertical, jerárquico, en el que las relaciones de fraternidad y familia parece que han ido desapareciendo. Por ello, el Grupo Iberoamericano de Teología se ha esforzado en estos últimos tres años en rescatar el espíritu y el texto del Concilio Vaticano II a la luz de su eclesiología del “Pueblo de Dios”. Esto implica que, en la Iglesia todos somos iguales en razón de nuestra común dignidad bautismal y que la forma de relacionarnos y expresar nuestras vocaciones es a través de los ministerios. Es una cultura que para muchos es nueva. Una Iglesia toda ella ministerial se piensa a la luz de los dones y los carismas que tiene cada persona, y con los que mejor puede servir en la sociedad.

—Ha hablado de la necesidad de ser discípulos y misioneros a la vez…

—Fíjate, los ministerios eclesiales responden a necesidades de comunidades concretas y no a supuestos llamados verticales que van alejando a los clérigos, y también a los laicos, de la realidad cotidiana de la gente en las comunidades a las que se deben. Por lo general, muchas parroquias solo giran en torno a una oferta de sacramentos, de liturgia. En la Conferencia de Medellín, celebrada en 1968, como en la de Aparecida en 2007, se expresó, con toda claridad, que debemos pasar de los modelos sacramentalizadores y las pastorales de conservación, a nuevos modelos de evangelización en los que todos seamos discípulos y misioneros a la vez. Es decir, no que unos sean quienes tienen la autoridad y la capacidad de enseñar, y otros sean solo súbditos que aprenden y hacen lo que se les diga. No, porque esa no sería la Iglesia que el Concilio pensó. Por ello, al hablar de ministerios, la balanza no se pone en quién está ordenado o no, sino en los distintos servicios que cada uno puede ofrecer y que el otro no, porque es en esa complementariedad de servicios como se logra realizar la verdadera comunión eclesial.

El Primer Encuentro Iberoamericano de Teología, celebrado en 2017 en el Boston College, Estados Unidos, reflexionó sobre el “Presente y el futuro de una teología inculturada en tiempos de globalización, interculturalidad y exclusión”.

—Seguramente, muchos creyentes le acompañan en el llamado a identificar el “gran mal del clericalismo”.  

—Te lo pongo también en contexto. Durante los debates que hubo en el Concilio Vaticano II, algunos cardenales levantaron su voz para denunciar los grandes males de la Iglesia. Entre ellos, destacaron el clericalismo, la jerarcología y la papolatría, e insistieron en que solo cuando todos vivamos y nos sintamos como “Pueblo de Dios”, seremos entonces Iglesia, comunidad, asamblea congregada. El clericalismo es una condición patológica que hace que muchos ministros ordenados y laicos vivan en pequeñas burbujas, sin contacto real con los problemas sociales y cotidianos de las personas. Se centran solo en la liturgia y en los sacramentos, y creen poseer un estado de gracia superior al resto de los fieles cristianos.

El papa Francisco ha sido muy duro al denunciar esta situación y enfatizar que quien vive así no responde a una auténtica vocación cristiana. Hoy en día conviven muchas formas de catolicismos, de estilos de vida que se definen como católicos, pero eso no significa que sean cristianos. Es duro hacer esta afirmación, pero es real. El cristiano se define por las relaciones de filiación y fraternidad. Al responder a las palabras de Mateo 25, estas relaciones se manifiestan en hacernos amigos de los pobres y los excluidos, en caminar con ellos y acompañarlos en sus duras penas: cuando tienen hambre, padecen persecución, están encarcelados, viven desechados por muchos y no encuentran sentido ni paz en este mundo. El clericalismo solo se supera con una vida cristiana que camine en esta dirección.

—Usted colaboró en calidad de experto con el equipo teológico de la Red Eclesial Panamazónica que asesoró el Sínodo de la Amazonía celebrado en el mes de octubre en Roma. En esencia, ¿qué logró esta reunión?

—El documento final del sínodo aprobó la ordenación de hombres casados. Lo que se conoce como viri probati. Hubo algunos grupos que se opusieron porque esto significa un giro inmenso en la forma de comprender y de vivir el ministerio ordenado, dado que no puede reducirse a un llamado especial que Dios hace a un individuo aislado, sino que alude a una invitación que se descubre en las palabras y a través del sentir de una comunidad concreta que pide que esa persona sea ordenada. El sacerdocio viene pensado, pues, como era en los primeros siglos: desde y para la comunidad. Esa fue la práctica de la Iglesia durante el primer milenio que luego cambió en el segundo milenio.

También se aprobó estudiar una nueva forma de comprender el diaconado para poder abrir este ministerio a las mujeres. La propuesta se envió a una comisión que empezará a sesionar en los próximos meses. Se consiguió el rango de ministra para las dirigentes de algunas comunidades, porque de hecho ya lo ejercen. Además, se definió el pecado ecológico. En fin, son pasos que parecen pequeños, pero en lo respecta a la eclesiología y la teología de los ministerios del pasado milenio, son avances inmensos que darán muchos frutos más allá de la Amazonía. Son formas muy concretas de desclericalizar los ministerios y desacralizar el ministerio ordenado específicamente. Este era el sentido del concilio y los debates que tuvieron lugar, como se aprecia al estudiar las actas conciliares.

—Producto de la asesoría que usted brindó en el Vaticano, por las redes se difundieron unas fotografías en las que se le ve en compañía del pontífice. ¿Sobre qué conversaron? ¿Francisco le dijo algo sobre el drama venezolano?

—Sí, pudimos caminar por el Vaticano y compartimos de una manera informal. Luego, en otro momento tuvimos un encuentro más formal, sobre los proyectos por venir del Grupo Iberoamericano de Teología. Francisco es un ser humano increíble, con una calidez humana como se ha visto en pocos papados. Él cree profundamente en el espíritu del Concilio Vaticano II, en su puesta en marcha, y siguiendo al papa Juan XXIII, cree en una Iglesia que está llamada a servir a los pobres y excluidos, y a contribuir con todo aquello que ayude a humanizar nuestras sociedades.

El teólogo venezolano Rafael Luciani con el papa Francisco en el Vaticano, en las reuniones preparatorias del Sínodo de la Amazonía, octubre de 2019 / Foto cortesía

Francisco ha denunciado a las autoridades del gobierno y ha visibilizado la violación sistemática de los derechos humanos en Venezuela. También ha criticado las divisiones existentes en la oposición que han causado retrasos y desvíos en lo que debe ser un proceso de transición democrática. Si hay algo en lo que han insistido el Papa y el cardenal Pietro Parolin, su secretario de Estado, es en las famosas condiciones que hasta el día de hoy no se han cumplido y que marcan la hoja de ruta del Vaticano para Venezuela: liberación de presos políticos, atención a la crisis humanitaria, elecciones libres y respeto a la Asamblea Nacional. Pero no es él, en calidad de pastor, quien puede hacer valer el cumplimiento de estas condiciones. Nos toca a nosotros. No podemos pedirle a un líder religioso que haga lo que nosotros mismos debemos hacer en el tablero político.

La Conferencia Episcopal Venezolana, la Confederación de Religiosos de Venezuela, el Instituto de Teología Religiosa de la UCAB, los Seminarios de Caracas y La Guaira, el Centro Gumilla y el Centro Monseñor Arias Blanco de la Arquidiócesis de Caracas, además de vicarios y agentes pastorales de todo el país en un esfuerzo de Luciani compartido con María Irene Nesi FMA, directora del Instituto Nacional de Pastoral, son parte integral de este encuentro internacional.

Reunión del Grupo Iberoamericano de Teología en abril de 2019 en Puebla. La cita contó con la coordinación de Rafael Luciani, Carlos Galli y Fernando Fernández Font SJ. Se efectuó bajo el título “La sinodalidad en la vida de la Iglesia. Puebla 40 años después”

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