Biblioteca de la
Biblioteca Central de la Universidad Simón Bolívar | Javier Perozo

Al menos 400.000 libros se reparten entre las dos sedes de la Biblioteca de la Universidad Simón Bolívar: la central, que está en Sartenejas, y la del Litoral, en el estado Vargas.

Entre ellos hay colecciones invaluables como el archivo del filósofo Ernesto Mayz Vallenilla, rector fundador de la institución, o el archivo del compositor Alfredo del Mónaco, pionero de la música electroacústica.

Es memoria que está en riesgo debido a la contaminación con hongos y moho, especialmente en la sede central, cerrada desde octubre de 2019 debido al peligro que podían correr tanto el patrimonio como el personal, una situación que ya se había advertido en 2018.

Se estima que entre 27% y 35% de la colección de Sartenejas, alrededor de 80.000 libros, está contaminada, según arrojó un muestreo estadístico realizado en la institución, explica el profesor e ingeniero en Computación Alejandro Teruel, quien renunció recientemente a su cargo como director de la Biblioteca de la USB luego de seis años en los que contó con presupuestos generalmente por debajo de los 100 dólares, que no son suficientes ni siquiera para la limpieza y el mantenimiento de una biblioteca de tal envergadura. En comparación con la sede central, el caso del Litoral es de menor gravedad: allí está contaminado el depósito y el aire acondicionado funciona de manera intermitente.

En su carta de renuncia, Teruel mencionó, además de la falta de recursos, dificultades como el colapso del aire acondicionado, las filtraciones del techo y la extrema antigüedad y precariedad de la infraestructura computacional de la biblioteca. “Desde que se declaró la pandemia en Venezuela y se prohibió el acceso al campus la infraestructura computacional se mantuvo apagada para prolongar su vida y evitar daños por las fluctuaciones del servicio eléctrico. Pese a todos los esfuerzos a principios de año, fue imposible activar el servidor del sistema de gestión de la biblioteca, por lo que desde entonces no se ofrecen servicios en línea (catálogo en línea, acceso al repositorio de tesis y trabajos de grado, sistema de multas y pagos similares)”, dice el texto difundido en redes sociales la semana pasada.

El último presupuesto adecuado a las necesidades de la biblioteca es de 2009, año en que se aprobaron 2,4 millones de dólares. Cuando Teruel asumió el cargo, en 2015, el presupuesto era de unos 3.000 dólares, y fue disminuyendo al paso de la crisis económica hasta llegar a menos de $100. Una biblioteca como la de la USB, según el promedio de Latinoamérica, debería contar con un presupuesto de 800.000 a 1 millón de dólares, destaca el profesor.

“Desde 2010 se cancelaron prácticamente todas las revistas a las que estaba suscrita la universidad. No había forma de pagarlas. Yo entré y no pudimos ni siquiera pagar el sistema de gestión de la biblioteca, que es el que permite hacer préstamos y tiene catálogo en línea”, cuenta Teruel, quien ha ocupado también los cargos de secretario de la institución, una de las cuatro autoridades rectorales; coordinador de la carrera de Computación y director de la División de Ciencias Físicas y Matemáticas.

Dos factores que explican la situación de la biblioteca son la temperatura y la humedad. Según los estándares internacionales, bibliotecas como la de la USB, es decir, académicas, de investigación o incluso las nacionales, deberían tener una temperatura de máximo 21 grados, en el caso de países tropicales. En la universidad ha habido mediciones de hasta 28,5 grados. Mientras que la humedad relativa, que debería ser de máximo 65%, en la USB ha llegado a alcanzar 85%.

“Es básicamente como cuando estás en Maracaibo, donde sientes ese calor húmedo. Bueno, así estamos en la biblioteca cuando no hay aire acondicionado”, dice el profesor.

El aire acondicionado, esencial para la biblioteca, colapsó luego de más de 30 años de uso, lo que es aún más grave para un edificio como el de Sartenejas, pues es de diseño cerrado. Reemplazarlo, dice Teruel, debe costar alrededor de 200.000 dólares y limpiar los ductos cerca de $18.000. “Las ventanas están solo para dejar entrar la luz, no se abren, están selladas con silicona para que no entre ni siquiera agua de lluvia. Nosotros hemos tenido que romper esos sellos para tener algo de ventilación en la biblioteca. Hemos atendido gente con esa temperatura de 28 grados y si no abres la ventana pueden sufrir de estrés por calor. De hecho, estuvimos trabajando en un protocolo para que usuarios y personal estuvieran al tanto de lo que es estrés por calor”.

Lo primero que debería hacerse ante una contaminación por hongos es identificar de qué tipo es el hongo. Pero en la biblioteca no ha sido posible porque los laboratorios de la USB están colapsados y tampoco pudieron hacerlo los de otras universidades a las que pidieron ayuda. Incluso buscaron apoyo de compañías que hacen estas tipificaciones para clínicas y hospitales y la respuesta fue negativa por miedo a que se les contaminaran los equipos. “Creo que afortunadamente o no están presentes los hongos más tóxicos, es una posibilidad, o sencillamente actuamos a tiempo”, dice el ingeniero, que menciona el Aspergillus niger (moho negro)causante de aspergilosis, como uno de los más peligrosos.

Sí se logró, luego del cierre, la aprobación de exámenes a todos el personal de la biblioteca y espacios aledaños. No hubo ningún resultado de infección por hongos: “Salieron casos de personas que estaban trabajando en la biblioteca y que por condiciones de salud no podían seguir en un ambiente así, entonces fueron trasladadas a otros espacios de la USB. Tomamos las precauciones en su momento para estar seguros de que no se hubiera infectado nadie”. Actualmente no es posible el ingreso a la biblioteca sin un protocolo de bioseguridad (mascarilla, guantes, zapatos cerrados) y solo para casos muy especiales. “La biblioteca realmente ha estado vacía”, subraya Teruel.

Hasta ahora, por contaminación, se han perdido aproximadamente 100 libros. El profesor explica que el hecho de que estén contaminados no significa que ya no sirvan, eso dependerá de la gravedad de los daños. “Lo que hay que hacer es descontaminarlos antes de que el moho se los coma. Puede que tengan rastros relativamente pequeños y que haya libros recuperables, pero eso tiene un costo. Debes cubrir con plástico toda la estantería o grupos de estantes y extraer el oxígeno para que el moho y el hongo mueran asfixiados, o llenarlo con una sustancia para matar hongos. Después hay que abrir libro por libro y empezar a aspirar con aspiradoras especiales. Una regular no sirve porque las esporas son tan pequeñas que aspiras por un lado y sale por el otro”, explica.

Hay espacios como la Sala de Colecciones Especiales en los que en cada estante hay por lo menos un libro contaminado. El hongo, dice el profesor, no se esparce entre dos libros que están juntos sino que las esporas flotan en el aire y entonces se puede encontrar un título contaminado en un estante y otro a unos pocos metros de distancia. “Parte de una colección importante es la de Filosofía, que es una de las mejores de Latinoamérica. Tú pasas por ahí y hueles el moho. Tiene un olor característico y sabes que está ahí. Pero tienes que sentarte y ver”.

Apenas comenzó en el cargo hace seis años, Teruel hizo solicitudes al ver que le legaron una biblioteca con problemas. No había aire acondicionado y tuvo que implementar los primeros protocolos de trabajo en altas temperaturas. Ha habido ayudas, pero insuficientes. “Se buscó de dónde no había. Distintas fuentes de ingreso de la USB se dedicaron a la biblioteca, pero no era ni remotamente suficiente. Estamos hablando de unos 200.000 dólares, y las ayudas que hemos recibido son de 3.000 o 6.000 dólares, como mucho”.

La situación fue reportada al Ministerio de Educación, que pidió un levantamiento de información que se cumplió, pero la biblioteca no recibió apoyo. Tampoco se logró la colaboración de fundaciones. Teruel destaca que en una crisis como la de ahora es cuesta arriba que las fundaciones cuenten con los recursos necesarios.

Un aporte importante ha venido de la Asociación de Egresados de la USB (Aeusb) y de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Universidad Simón Bolívar de América (AlumnUSB): “Han sido realmente los que más han ayudado, tanto para el desarrollo de la colección como para la parte de servidores”.

De 1.000 libros al año a 300 en seis años

En seis años la Biblioteca de la Universidad Simón Bolívar apenas logró adquirir unos 300 libros. Lo ideal, según estándares internacionales, es que la cantidad fuera de 1.000 al año. La consecuencia es una universidad que no está lo suficientemente actualizada en investigaciones recientes.

Durante la gestión de Teruel se creó el programa Libros de Punta para una Biblioteca de Punta, el cual consistía en preguntar a los profesores cuáles eran los títulos que requerían y luego solicitarlos a egresados y amigos de la USB. Por ejemplo, en abril de 2019 la biblioteca recibió a través de AlumnUSB 161 libros publicados de 2004 en adelante, algunos de ellos clásicos en áreas como Matemáticas, Computación, Biología y Ciencias Gerenciales, según información publicada en la página de la universidad. El valor de esa donación fue de 4.075 dólares.

A pesar de este esfuerzo, Teruel subraya que no fue suficiente para mantenerse al día: “Hay áreas donde se pudo mantener la actualización, en otras realmente no se pudo hacer nada. Entonces, ¿realmente hubo desarrollo? Sí lo hubo, pero como para decir que no estuvimos parados, hicimos intentos, tratamos de echar para adelante, pero en el fondo estamos detrás de cualquier país latinoamericano”.

El profesor lamenta que Venezuela haya tenido uno de los mejores sistemas de biblioteca de la región y que ahora esté “en la cola”, por detrás de “Colombia, Argentina, Chile ni se diga, pero incluso detrás de Perú, de México”.

“Es lo mismo que ha pasado en general con la investigación. Venezuela llegó a ser uno de los tres países latinoamericanos con mayor número de publicaciones por investigador, ahora ha pasado a ser uno de los tres últimos. Todo es parte de lo mismo. ¿Cómo haces investigación si no tienes literatura científica?”, reflexiona.

En la biblioteca tampoco ha sido posible catalogar unos 40.000 volúmenes donados debido a la falta de personal. En el área de catalogación llegó a haber hasta 12 bibliotecólogos: en este momento solo hay uno que se ha enfocado en clasificar los trabajos de grado y algunos libros de punta. Hace un año tuvieron que suspender las donaciones. “No tiene sentido que me donen libros que pueden contaminarse antes de usarse”, destaca Teruel.

De 62 empleados actualmente quedan 27. Algunos se han ido por jubilación, cargos que no han sido suplidos, y otros porque no pueden vivir con un sueldo de entre 10 y 20 dólares. Hay quienes gastan más de lo que ganan para llegar a la universidad. “Tenemos gente que vive en Cúa, Charallave, y el transporte de la USB colapsó. Por donde lo veas esto es tierra arrasada”.

Entre los dolientes del colapso de la biblioteca están los alumnos: llegó a recibir hasta 2.000 estudiantes diarios, no solo para solicitar libros sino para usar los espacios para trabajar con otros compañeros o usar la sala de lectura e Internet. Antes del cierre ya la afluencia había bajado porque por falta de personal se tuvo que pasar de dos turnos a uno.

Desde los años 70 Alejandro Teruel ha hecho vida en la Universidad Simón Bolívar. Se graduó como ingeniero en Computación en 1978 y es magíster en Ciencias de la Computación desde 1986. También tiene un doctorado en Computación por la Universidad de Oxford. La renuncia a su cargo como director de la biblioteca finaliza haciendo votos para que la universidad pueda tener los recursos para recuperarla y recalca la necesidad de “evitar la pérdida patrimonial que representa su valiosísima colección y recompensar al personal de la biblioteca por su prolongada y sacrificada gestión en pro de la institución”.


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