Acostumbrada a que las puertas del hogar que compartía con sus padres permanecieran abiertas y el olor de hallacas y pernil dieran la bienvenida a sus tíos y primos, a Andreína Tarazona le toca prepararse para que un asiento de su mesa se quede vacío: el suyo.

Por primera vez en sus 27 años de vida no podrá abrazar a sus seres queridos ni aparecer en sus fotografías sino que tendrá que conformarse con verlos a través de la pantalla de un celular o una computadora, luego de que el 1° de noviembre abordara un avión con destino a Perú, donde ahora reside.

“Soy muy apegada a mi familia y siento como si estuviera en duelo por ese vacío de que ahora ellos no estén”, se sinceró Tarazona en declaraciones a El Nacional Web. 

El hecho de que decidiera mudarse a finales de año en lugar de hacerlo a comienzos de 2018 generó discusiones en su casa, aunque no fue impedimento para que la apoyaran en su meta de emigrar.

“Mi mamá decía que la fecha era fuerte porque era muy cercana a navidad, por lo que prefería que me fuera en enero”, confesó.

A pesar de su melancolía y a sabiendas de que Navidad no sería lo mismo que antaño, decidió irse junto con su novio para no seguir sufriendo la crisis que atraviesa Venezuela.

“Muchos de los que se van lo hacen huyendo. La situación política y económica es insostenible y quiero un mejor futuro para nosotros”, agregó.

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Y aunque en Lima fueron recibidos por familiares de su pareja, e incluso tendrán amigos con los que podrán pasar las fiestas, saben que son ellos los que deberán adaptarse a tradiciones distintas a las venezolanas, y que en lugar de ser anfitriones, fungirán como visitantes.

No serán los únicos que pasen Navidad por primera vez sin sus seres queridos. Parecidos son los sentimientos de Debora Lopes, que por razones similares, a finales de octubre abandonó Venezuela para reencontrarse con su pareja y comenzar en Chile una nueva vida que no veía posible en Caracas.  

“Las navidades van a ser tristes: a todos se nos va a aguar ‘aguar el guarapo’ cuando se hagan las 12:00 y falten los abrazos y el bochinche con mi familia”, previó Lopes.

Al igual que Andreína, Lopes también es aferrada a los suyos y preservaba una tradición que cumplía a cabalidad: adornar su casa desde antes del 15 de noviembre para celebrar su cumpleaños rodeada de adornos navideños.

“No éramos de poner arbolito pero llenábamos la casa con luces y peluches por todos lados; acá en Santiago la gente no adorna tanto ni hay parrandas, que en Venezuela se han mantenido por más que la Navidad se ha ido apagando”, comparó a El Nacional Web.

Pero lo que para Andreína y Debora es ahora novedoso ya es común para Alejandro Cardozo, quien a sus 21 años de edad ya acumula dos navidades en Uruguay, adonde llegó a inicios de 2015, sin poder desde entonces juntarse con sus familiares en fin de año.

“Venir acá fue agridulce: pude reencontrarme con mi hermano y he conocido muchas cosas nuevas, pero es triste separarse de la familia y los amigos porque en el país de uno no haya futuro”, explicó.

A pesar de que en 2014 pasaría sus últimas Navidades en Venezuela —ya tenía planificado irse pocos meses después— sus recuerdos tampoco son los más alegres. “Solíamos pasarla en familia. Íbamos a la playa y disfrutábamos mucho, pero aunque estuvimos juntos fue triste porque todos sabíamos que sería la última en un tiempo”, recordó.

Sin embargo, no se arrepiente: aunque atrás dejó su empleo en una librería y sus estudios en el Colegio de Contadores, reconoce que pudo conocer gente amable y adaptarse a una nueva cultura, sin dejar de tener siempre presentes en su memoria a sus parientes.

“Los extraño. Me hacen mucha falta. A veces me arrepiento de que cuando era niño peleaba con ellos y quizá no disfrutaba tanto, pues uno pierde tiempo que pudo pasar con ellos, pero los llamo por Skype y confío en reencontrarme con ellos”, anheló.

Vivir en Venezuela y tener la familia fuera

Quienes pasan las navidades fuera de Venezuela no son los únicos que sufren y no siempre la pasan solos o con poca compañía: la separación de familias en las fiestas de fin de año también se manifiesta de manera contraria, cuando un miembro decide quedarse mientras los demás optan por irse.

Con 21 años de edad, Douglas Ortíz vive solo en Guarenas en la que era la casa de sus padres y un hermano de 13 años, quienes a mediados de 2017 emigraron a Ecuador con el común denominador de huir de la crisis que afecta a Venezuela.

Debido a la separación que le produjo la diáspora, mientras en 2016 compartieron ocho personas en la mesa, este año lo harán apenas tres: él y dos tíos.

“La disminución del núcleo fue inesperada: de ocho personas apenas quedan tres. Nunca he creído en la Navidad, pero por tradición se reúne toda la familia y cuando notas que todos se fueron inevitablemente te pega”, se sinceró Ortíz.

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Acotó que no le ve sentido a preparar una cena en Nochebuena porque siente que no tiene motivos para celebrar, y a ello suma además el alto costo de las hallacas y el pan de jamón.

Más allá de su situación, considera que sus parientes la pasarán peor que él, debido al reto que supone integrarse a una cultura diferente pese a estar todos juntos.

“Acá a pesar de la crisis algún amigo te invita a su casa o a la playa: siempre sale algún plan; afuera puedes tener dinero y comodidades pero eres como una especie de isla”, analizó.

Mientras los Ortíz se preparan para su primera navidad separados, Sergio Musella acumula más de una década viendo partir a sus parientes, siendo testigo de cómo el grupo fue reduciéndose hasta el punto de ser el único de los suyos que permanece en Venezuela.

La “huida” arrancó en 2003 durante el paro petrolero, cuando su hermano Giovany se fue para México. “Esto va a ponerse feo en los próximos años”, avizoró.

De allí en adelante, cada año sus parientes se fueron. Tíos y hermanos se regaron por el continente, quedando repartidos entre México, Chile, Estados Unidos y Colombia.

Entre tantos,  en 2010, con 79 años de edad, su abuela se fue a México para unas vacaciones de las que nunca retornó: “Prefiero quedarme tranquila acá con ustedes”, alegó.

En 2012 uno de sus hermanos migró a Chile porque consideraba que la situación económica le impedía independizarse, adquirir un vehículo o poder rentarse una vivienda.

Y en 2014, producto de la represión de los cuerpos de seguridad del gobierno de Nicolás Maduro contra manifestaciones opositoras, su madre también se fue a México luego de sufrir crisis nerviosas. “Tuvo un derrame ocular y nos pusimos de acuerdo para sacarla porque no podía seguir aquí”, rememoró.

Desde entonces las Navidades de la familia Musella transcurren en grupos de Whatsapp y llamadas por Skype, con husos horarios distintos y felicitaciones a distancia.

En el trajín, Sergio se alegra al ver cómo sus parientes que están en México lograron unir la cultura venezolana, colombiana y mexicana a la hora de celebrar, al tiempo que su hermano, que está en Chile, tiene “calidad de vida” gracias a su trabajo.

A contraparte se entristece al recordar el pasado, acompañado de los suyos mientras comían hallacas y escuchaban gaitas, y no prevé que su situación mejore.

“Uno quiere pasarla bien pero es rudo: uno quiere un abrazo familiar; pega la crisis económica y muchos amigos se fueron del país. Quizá en 2017 pasaré unas Navidades de terror porque este fue el año más infeliz de mi vida”, reveló.

La tristeza navideña se cuenta en millones

Aproximadamente 2,5 millones de personas abandonaron Venezuela desde la llegada del chavismo al poder en 1999, según cifras de Tomás Páez, sociólogo profesor de la Universidad Central de Venezuela y autor del libro La voz de la diáspora venezolana.

“La gente que se va apuesta a mejorar su calidad de vida porque quiere vivir de  una mejor manera y no está dispuesta a seguir en condiciones actuales”, apuntó Páez en declaraciones a El Nacional Web. 

Alertó que la frecuencia con la que crecen las estadísticas de personas que se van del país aumenta de manera vertiginosa. Augura que, según proyecciones, para 2018 la situación empeorará debido a la crisis que sufre el país.

“No hay socialismo en el mundo que no produzca diáspora. Mientras persista el modelo, la gente va a seguir yéndose porque van a continuar los problemas”, insistió.

Indicó que Colombia es el país con más venezolanos, con alrededor de 470.000 (de acuerdo con datos del gobierno colombiano).

Agregó que las tendencias migratorias han cambiado con el paso de los años, pues históricamente Estados Unidos, España, Italia y Portugal eran los destinos preferidos por migrantes de Venezuela, pero por la devaluación del bolívar y la reducción de vuelos y retirada de aerolíneas, Ecuador, Perú y Chile se convirtieron en objetivos predilectos gracias a que se puede llegar a ellos en autobús.

Independientemente de la suerte de los que se van —y de los familiares que se quedan— la mayoría queda marcada por sacrificios y pensamientos comunes.

“Prefiero despedirlo en un aeropuerto que en un cementerio” y “la única nevera llena es la de la morgue’, son frases que suelen repetir cuando se les hacen entrevistas y estudios”, recalcó el sociólogo.

Y aunque consideró como positivo que quienes se fueron puedan ayudar a sus parientes enviándoles dinero o medicinas, que son recibidas de buen grado en medio de la escasez y la inflación, en ocasiones festivas como Navidades, cumpleaños o bodas, las emociones suelen brotar a flor de piel.

“Hay tristeza en la mesa venezolana. También temor, que se manifiesta cuando prefieren reencontrarse en un país distinto a Venezuela por temor a llevarse un susto durante una visita al país”.


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