Un cuarto con tres camas y un colchón para 15 personas pasó a ser su hogar luego de que hace dos años una vaguada arrastrara parte de la casa, ubicada en La Calle Santa Fe, de Petare, donde vivía junto a su familia. 

Angélica González, de 23 años de edad, tiene tres hijos (2,4 y 7 años de edad) y está en la espera del cuarto, mientras vive con su mamá —quien tiene poco tiempo de haber salido de prisión— sus cinco hermanos y sus seis sobrinos.

González nunca pensó volver a su antigua residencia derrumbada por el agua, debido a las condiciones en las que quedó la estructura. Sin embargo, debido a que no tenía dónde vivir,  decidió improvisar un “techo” para los suyos.

“Todo estaba derrumbado, lleno de tierra. No se podía habitar y nos mandaron a desalojar, pero a medida que no recibimos ayuda para reubicarnos mi mamá se puso a limpiar esto con nosotros”, contó en exclusiva para El Nacional.

Actualmente, la joven y su familia viven en un espacio compuesto por dos divisiones: una cocina -con un hueco en el techo, que deben tapar con zinc cuando llueve porque está corroído- y un cuarto largo, donde están las camas. “Esto es lo que quedó de mi casa, había otra pieza arriba, donde vivía el resto de mis familiares, pero las paredes se cayeron”.

“Nunca pensamos meternos aquí porque esto estaba feo, estaba lleno de tierra (…) Fue fuerte porque perdimos cama, cocina, todo. Yo salí descalza y mi hijo desnudo. No teníamos todas las comodidades, pero estábamos bien porque teníamos lo necesario. No nos dio chance de sacar nada”, dijo.

Aseguró que están ahí mientras logran ver “qué hacer”, porque  su casa está “inhabitable” desde aquel suceso. Las autoridades advirtieron, al momento de desalojo, que si se quedaban en el lugar sería «bajo su propia responsabilidad».

González vendía lápices en la calle y luego de perder su vivienda decidió regresar a trabajar, esta vez, se estableció en Plaza Las Américas. La mujer relató que se llevaba a dos de sus hijos porque no tenía quién se los cuidara.

“Ellos trabajaban conmigo. Ahorita sí salgo sola porque tengo a mi mamá que me los cuida, pero cuando ella no estaba salía con mis hijos. Me llevaba a la chiquita, que no estudiaba y al varón, pero cuando él no tenía clases”, expresó.

Angélica aseveró que un día normal en las calles no resultaba fácil. Todo lo contrario, era difícil porque los niños no descasaban. Su única esperanza era que sus hijos comían porque estaban con ella.

“Ellos iban conmigo o estaban a una distancia que yo los pudiera ver, porque no los podía soltar. Si lo hacía, la policía me buscaba. No estaba haciendo nada malo, estaba trabajando porque tenía un problema. Nunca le tuve miedo a la Lopna (Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente) porque ellos (los niños) siempre andaban arregladitos”, detalló.

Explicó que cuando salían a vender, no pedían dinero en las calles; sin embargo, recibían ayuda de las personas que los conocían.

“Es como si estuviera ofreciendo los lápices para que me ayudaran ¿me entiendes? Si no tenía lápices la gente que me conocía me ayudaba porque tengo mucho tiempo vendiendo en las calles, saliendo y buscando para limpiar casas y así darle comida a mis hijos”, agregó.

Luego de salir embarazada, la historia cambió. Dejó de vender los lápices. “La barriga me dio flojera”, dijo.

Actualmente, no trabaja debido a su embarazo. Para poder subsistir, su hermana y su mamá limpian casas dos días a la semana y, asegura, que se ayudan con la caja CLAP.

Contó que hay días en los que logran comer bien, mientras hay otros en los que no. Considera sentirse lo suficientemente fuerte como para conseguirles alimentos a sus hijos.

«Comemos en el momento y no pensamos, porque si pensamos nos torturamos. No podemos comer pensando qué vamos a comer a las 12:00 m (siguiente comida) no vamos a quedar bien. Nosotras, que somos las grandes, resolvemos qué van a comer en el transcurso del día. Pero, por la situación del país nosotros les hemos sabido controlar el estómago a ellos (a los niños), se lo estamos poniendo a cómo estamos viviendo la cosa ahorita”, explicó.

Para González que los niños se alimenten bien implica que los más pequeños tengan su tetero, desayuno y que reciban sus comidas a la hora, porque asegura que comer arroz con mantequilla no es algo para “sostener” el estómago.

“No hay como comerte tu carne y tu pescado, como antes lo hacíamos, no lo hacemos ahorita porque ya no se puede”.

Explicó que esa mañana comieron arepas con huevo y mantequilla, “es algo bueno, pero en el almuerzo no sabemos qué vamos a comer”.

González indicó que a pesar de recibir las cajas CLAP, y “ayudarse” con eso, no es suficiente, pues la distribución no es constante.

“Nos llegaba cada mes, pero ya tenemos más de dos meses que no nos llega. No podemos esperar la caja porque para comer si no nos quedamos ‘viendo al aire’ como un ventilador, porque no llega”, detalló.

Para ellos, tener algo de comida representa poder darles un “buen plato” a los niños, sin prever los días venideros “porque cuando no hay alimentos” la escasez se refleja en sus rostros.


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