Si los gobiernos callan, la ciencia está obligada a hablar. En medio del silencio impuesto por el Ministerio de Salud a la difusión de la información epidemiológica, que ya va por su tercer año, y a la publicación de los anuarios de mortalidad de Venezuela, que no se editan desde hace cinco años, un grupo de investigadores, basado en herramientas demográficas y estadísticas, decidió emprender la tarea de calcular cuál ha sido la evolución de la tasa de mortalidad infantil en Venezuela. 

Sus conclusiones fueron publicadas por la revista de investigación médica The Lancet y se suman a las evidencias de que, como señala el texto, pese a la negación oficial, Venezuela “está atravesando una crisis humanitaria”. El principal dato que arroja la investigación es que la tasa de mortalidad infantil en Venezuela fue, en 2016, de 21,1 fallecimientos por cada 1.000 nacidos vivos, lo que quiere decir, de acuerdo con esa estimación, que murieron, antes de cumplir el primer año de vida, 21 bebés por cada 1.000 que nacieron. 

Se trata de un dato contundente, pues la tasa de mortalidad infantil es crucial para entender las condiciones de vida de un país. “Dado que la mayoría de las muertes en menores de un año son prevenibles, se considera un indicador de la calidad de vida y bienestar de una población y es imprescindible como indicador de monitoreo del derecho a la salud”, señala la web de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.  

La cifra permite inferir que Venezuela no solo no alcanzó sino que se alejó ostensiblemente del cumplimiento de la meta 4 de los Objetivos del Milenio, que consistía en llevar, para 2015, la tasa de mortalidad de niños menores de 5 años en Venezuela a 8,6 fallecimientos por cada 1.000 nacidos vivos.

La investigadora Jenny García, del Instituto de Estudios Demográficos de Francia, una de las autoras del artículo que publicó The Lancet y que se titula “Tendencias en la mortalidad infantil en Venezuela entre 1985 y 2016: un análisis sistemático de los datos demográficos”, apunta además que la tasa no solo es alta en comparación con las metas que se había trazado el país, sino con los logros que había registrado en las últimas dos décadas. “Encontramos que ha habido un cambio en la tendencia, un crecimiento de la mortalidad infantil, y que ese retroceso se da a partir del año 2009: desde 2010 en adelante comienza a aumentar progresivamente, al principio de forma no muy alarmante, pero luego, de forma más evidente, a partir de 2013”.

Logros que se desvanecieron

La tasa de mortalidad infantil que estableció García junto con sus colaboradores, Gerardo Correa, del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, y Brenda Rousset, de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela, adquiere más significado si se compara con la que presentan algunos de sus vecinos. 

Cifras recogidas por el Banco Mundial correspondientes a 2016, el mismo que analiza el estudio, indican que la tasa es más del doble de la que presentaba Argentina, que registró ese año una mortalidad infantil de 9,70 por cada 1.000 nacidos vivos, o la de Chile, que registró 6,60; y muy superior a la de Brasil, donde fue de 14,69; la de Colombia, de 13,10; la de Ecuador, de 12,70, o la de Perú, que fue de 12,10.

La explicación del retroceso tiene que ver con el desplome de la inversión en el área de salud, señala el presidente de la Sociedad Venezolana de Pediatría, Huníades Urbina. “No puedes manejar la salud de un país de 30 millones de habitantes dedicándole a este sector apenas 3% del producto interno bruto”, dice. “Además, los recursos han sido dilapidados por presuntos malos manejos que se han denunciado; como resultado, no hay vacunas, no hay programas para adolescentes, no hay saneamiento ambiental, han recrudecido enfermedades como malaria, sarampión y difteria, además de que los hospitales están prácticamente colapsados”.

El artículo escrito por García y sus colaboradores hace un repaso del retroceso que atraviesa el país, después de haber experimentado durante la segunda mitad del siglo XX un avance en las condiciones sanitarias que lo llevó de tener una tasa de 108 muertes de niños menores de 1 año por cada 1.000 nacidos vivos en 1950 a 18,2 en el año 2000. La tasa, “entre el año 1990 y el 2008, disminuyó en 11,78 puntos porcentuales, lo cual representa un descenso del 45,72%”, señalaba en 2010 el informe del gobierno venezolano titulado Cumpliendo las Metas del Milenio. Sin embargo, ya entonces el país comienza a transitar una involución, de acuerdo con lo que señala el artículo en The Lancet: “Entre 2007 y 2009, por ejemplo, el Ministerio de Salud de Venezuela no proporcionó vacunas contra la poliomielitis; difteria, tétanos, tos ferina, hepatitis B yHaemophilus influenzae tipo b a niños menores de 5 años, y no vacunó a casi el 20% de los niños en 2010”.

A partir del análisis se puede ver claramente que el país presenta, en materia de mortalidad infantil, un cuadro similar al que se registraba a finales de la década de los noventa. En 1998 la tasa de mortalidad  era de 21,4 por cada 1.000 nacidos vivos. Para el médico infectólogo Julio Castro, investigador del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela, eso revela “un deterioro muy profundo. Perdimos más de 20 años de mejora de la tasa de mortalidad infantil, uno de los indicadores más importantes de medición, y eso nos da una medida del retroceso del sistema de salud venezolano”.

Cifras ocultas

El deterioro del sistema asistencial es otro de los aspectos que incide en la crisis de salud, como también refiere el artículo publicado en The Lancet. “Los fondos para el sistema de salud venezolano se han reducido sustancialmente desde 2007. La proporción de pacientes por médico ha disminuido de 1,7 a 1,2 por 1.000, y la proporción de camas en hospitales ha disminuido de 1,3 a 0,73 por 1.000”, señala. Para Urbina, la crisis comenzó a agudizarse desde el año 2012. “Entonces el Ministerio de Salud tomó la decisión ilegal de ocultar las cifras para tratar de tapar lo que estaba ocurriendo”, dice.

García señala que los últimos datos publicados, y que tomaron, entre otros, como base para su investigación, fueron difundidos por el Instituto Nacional de Estadística en el año 2012. “La página web del Ministerio de Salud desapareció y actualmente es solamente un blog dentro del sitio web de la Vicepresidencia de la República”. Sus métodos de cálculo que, asegura, son transparentes y pueden ser replicados por cualquier otro equipo de investigación, constituyen una vía alterna para evadir la censura oficial en un indicador que es muy sensible “a la desnutrición, los riesgos medioambientales y el deterioro de los servicios de salud”.

Causas prevenibles

Detrás del aumento de la mortalidad infantil en Venezuela –indica Urbina– se erige una serie de causas, como la falta de control del embarazo para prevenir las complicaciones, entre ellas los nacimientos prematuros y los problemas infecciosos. No se pueden ignorar además las alarmantes cifras de embarazo en adolescentes que, de acuerdo con cifras de Unicef, constituyen 23% de los partos que se registran en el país, lo que represanta, además, una de las tasas de fecundidad en esas edades más altas de Suramérica.

García, Correa y Rousset señalan  en el artículo de The Lancet que no pueden determinar las causas del aumento de la tasa de muerte infantil a partir de los datos que recopilaron, pero informes de la Organización Mundial de la Salud correspondientes a los últimos dos años dan cuenta de un aumento de enfermedades transmisibles, como malaria, sarampión y difteria. En el caso de la primera, para 2016 ya mostraba un importante incremento de casos con respecto a años precedentes, por lo que afectaba a 7,5 personas por cada 1.000 habitantes. En 2017 la tasa de afectados era ya de 10,1 por cada 1.000 habitantes.

“Asimismo, los casos de sarampión se han triplicado desde 2013. Se reportaron 727 casos en 2017 y 4.605 casos entre enero y agosto de 2018, mientras que en el pasado rara vez había más de 300 casos por año. El grupo de edad más afectado entre los casos confirmados son los niños menores de 5 años”, añaden. Otro enemigo importante es la difteria, que, después de haber sido erradicada en los noventa, reapareció hace tres años. En total, apuntan, se han notificado 2.024 casos desde 2016 –324 ese año, 1.040 casos en 2017 y 660 casos entre enero y agosto de 2018–. “Hasta ahora, la letalidad por difteria acumulada supera el 16,5% de los casos reportados, cuando generalmente no excede el 10%. La escasez de medicamentos, los costos elevados de los antibióticos y el déficit de vacunas de refuerzo contra el tétanos y la difteria empeoran la situación”.

Además de eso, el boletín epidemiológico, cuya publicación fue interrumpida por el Ministerio de Salud desde febrero de 2017, cuando se difundieron los datos de la semana epidemiológica número 52 del año 2016, mostraban también la peligrosa sombra de otros Herodes: “un aumento constante en los casos de diarrea (34,6%) y bronquitis aguda (casi el 40%), así como un aumento de la mortalidad materna. En 2016 se asociaron con complicaciones en el parto 65,8% más muertes que en años anteriores”.

El devastador panorama lleva a García a destacar el hecho de que sus cálculos en realidad son conservadores porque se basan en el supuesto de que los subregistros de muertes se mantienen como hasta hace unos años. “Pero en tiempos de crisis institucional como la que está teniendo Venezuela, puede ser mucho mayor la cantidad de muertes que ocurren fuera del hospital que las que caracterizaban el patrón histórico en Venezuela. Sabemos que 2017 y 2018 fueron peores; por eso no nos atrevemos a hacer proyecciones para estos años a partir del modelo que estamos manejando”.

Una barrera a la emergencia en salud

El boletín Emerging Infectious Disease, del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, publicó las recomendaciones de un grupo de expertos para atajar la reemergencia de enfermedades prevenibles por vacunas en Venezuela. Los investigadores, encabezados por Alberto Paniz-Mondolfi, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Cabudare, advierten que la respuesta para detener el peligro de expansión de las epidemias de sarampión y difteria, además del riesgo de polio, debe ser contundente, y por ello proponen las siguientes medidas:

“Las autoridades sanitarias mundiales y hemisféricas deben instar al gobierno de Venezuela a permitir el establecimiento de un canal humanitario para brindar ayuda inmediata frente a la escasez extrema de alimentos y medicamentos.

“Los programas de vigilancia epidemiológica tienen que restablecerse de inmediato. El fortalecimiento de las prácticas de control de infecciones en los centros de salud debe implementarse con la ayuda de agencias internacionales y al mismo tiempo garantizar la neutralidad de la salud pública.

“Las operaciones de socorro de emergencia deben implantarse a través de las fronteras junto con las autoridades de Colombia y Brasil para mitigar los efectos de la migración masiva mediante intervenciones tempranas de nutrición e inmunización.

“Las agencias internacionales deben apoyar los esfuerzos regionales en los países vecinos para promover campañas de vacunación masivas simultáneas y la vacunación de todos los refugiados de Venezuela que llegan a comunidades de acogida”.


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