Desnudarse y mostrarse a través de Internet se ha convertido en una práctica que jóvenes profesionales decidieron ejercer para poder subsistir en Venezuela, ante la crisis económica, humanitaria y política que padece el país actualmente.

Lysaura es un publicista graduada hace cuatro años. Vende su cuerpo de forma virtual para poder mantener a su familia. Indicó que cuando su abuela enfermó, aun con dos empleos, le era imposible costear las medicinas, por lo que decidió escuchar a una amiga que le dijo que ganaba hasta 200 dólares semanales enviando fotos y videos de su cuerpo por Internet.

Los clientes los consigue a través de una cuenta de Snapchat. Allí los seguidores pueden ver la foto de perfil que coloca y si les interesa le piden imágenes, videos o su cuenta personal de la red social. Todo esto tiene un valor en dólares que los usuarios transfieren usando un servicio de pagos en línea.

“Coloqué una foto provocativa y a los minutos recibí dos solicitudes por mi usuario personal. Se lo di a uno y me pidió fotos en ropa interior. Le seguí la corriente enviándole imágenes cada vez más sensuales y solo ese día logré ganar 60 dólares”, señaló. Para  ella recibir dinero tan fácil y en poco tiempo le resulta liberador y asegura que le trae paz mental, pues económicamente vive mucho mejor.

“Mantengo uno de los trabajos por apariencia, no quiero que mi mamá se entere de lo que hago. Continúo desnudándome casi a diario y semanalmente puedo ganar hasta 300 dólares o incluso más. Todo depende de lo que el cliente quiera”, expresó.

Mientras que algunos usuarios solo piden fotos sensuales otros exigen videos un poco más subidos de tono o saciar algún fetiche: “Más que todo mando fotos. Los videos pueden ir desde bailes sensuales hasta masturbación. A veces quieren fotos de mis pies. La solicitud más rara que me han hecho son fotos de mis orejas”.

Explicó que como profesional nunca se imaginó que terminaría desnudándose para sobrevivir. “La desesperación me llevó a esto, pero siento que pude salvarle la vida a mi abuela”, subrayó.

A pesar de tener muchas aspiraciones, Lysaura confiesa que se ha hecho adicta al dinero fácil y no cree que abandone esta práctica por los momentos.

“Lo que me da más miedo es que alguien que conozco me descubra”

Yeibelis no llegó a este trabajo por casualidad. Buscó información y evaluó opciones para generar dinero con su cuerpo. La razón: dos hijos que mantener, uno de 3 años de edad y otro de 5 años de edad.

Licenciada en Recursos Humanos, al principio contactó con páginas web que ofrecen un servicio de video las 24 horas, pero para controlar mejor su tiempo optó por usar Snapchat: “Tome la decisión el día que tuve que acostar a mis hijos con tan solo medio plátano sancochado en el estómago. Así que me desnudo para que ellos no vuelvan a pasar hambre”.

Su mayor temor es que sus fotos salgan a la luz pública, pues teme que las personas la juzguen mucho más por ser madre.

“Lo que me da más miedo es que alguien que conozco me descubra. Me sentiría avergonzada porque soy mamá y te juzgan mucho más por eso”, afirmó.

Pero no se arrepiente de lo que hace: “Ya tengo casi un año en esto, ahora nos va mejor. Sigo en mi trabajo porque me gusta, pero mis verdaderos ingresos vienen de los desnudos”.

Algunos clientes, en su mayoría extranjeros, solo quieren fotos de su sonrisa mientras que otros incluso le han pedido masturbarse con objetos. “También me han ofrecido hasta 300 dólares por tener sexo con otra chica”, expresó.

“Mientras mis hijos estén felices y no les falte nada, no me importa. Lo que más deseo es invertir en un negocio que me dé estabilidad porque sé que en algún momento tendré que dejarlo”, puntualizó.

“Dejé mi dignidad a un lado para poder lograr mi sueño”

Deborah es una comunicadora social apasionada por la fotografía. Logró pagar sus estudios desnudándose en secreto.

“Cuando estaba en sexto semestre mis padres ya no pudieron pagar la universidad. Fue entonces cuando descubrí el mundo de la pornografía por Internet y eso me permitió terminar mi carrera”, explicó.

Deborah conseguía a sus clientes por Twitter, usando un perfil anónimo. Allí publicaba fotografías sensuales sin mostrar su rostro. Los interesados le enviaban un mensaje directo y ella les daba un número de teléfono: “Los clientes me escribían sus peticiones y llegábamos a un acuerdo sobre el monto, el cual podían cancelar en bolívares o dólares. Luego cumplía sus deseos a través de una videollamada”.

Con esta práctica no solo terminó sus estudios de Comunicación Social, sino que también pudo comprar una cámara profesional e inscribirse en varios cursos. “Dejé mi dignidad a un lado para poder lograr mi sueño”, aseguró.

Aunque le agradaba su libertad financiera, luego de cumplir sus metas dejó la práctica y se concentró en la fotografía. “Siempre vi la pornografía como un medio que me ayudaría a terminar mi carrera, pero no era algo que me gustara hacer ni por todo el dinero del mundo”, indicó.

Deborah planea irse del país y no cree que vuelta a retomar esta práctica en un futuro.


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