Comida, cigarros, ropa, tarjetas telefónicas, juguetes y compra-venta de cabello. Entrar a Colombia atravesando el Puente Internacional Simón Bolívar y llegar a La Parada, jurisdicción del municipio Villa de Rosario, es mezclarse y formar parte del mundo comercial informal  que se encuentra en esa zona de Cúcuta. La venta de todo tipo de productos, sumado a los gritos de las personas que viven del comercio en ese sector, hacen sentir al emigrante venezolano como si entrara a un mercado popular.

La primera frase que escuchan las miles de personas que pasan diariamente a Colombia desde Venezuela no es “bienvenido a Colombia”, sino una más específica, dirigido principalmente a las mujeres: “Compramos el volumen de su cabello”. Hombres, entre los 18 y 30 años de edad, esperan en el límite fronterizo para tratar de captar clientas  que estén necesitadas de algunos cuantos pesos y convencerlas de vender el cabello.

El negocio puede ser rentable tanto para el que lo compra como para el que lo vende, sobre todo si ambos actores son migrantes; suele suceder que en ambos casos son venezolanos que necesitan pesos colombianos. La mayoría de las veces requieren del efectivo para comprar un boleto y poder seguir su rumbo a otros países de Suramérica.

Hace mes y medio llegó a Cúcuta un joven venezolano que trabaja en La Parada contactando a mujeres para que se animen a vender su cabello.  

Captar al cliente es muy fácil. Salen a gritar “compramos el volumen de su cabello”, las mujeres se acercan, le explican cómo se lo van a cortar, el precio que le van a pagar y la mayoría acepta por necesidad. Caminan hasta un árbol que está al otro lado de la calle, se sientan y una mujer de piel morena  les hace un corte, cuidando que no queden trasquiladas. Luego les pagan el monto que les ofrecieron.

Las melenas, en su mayoría, son vendidas en el interior del país o en otros países en moneda extranjera.

El muchacho venezolano no tenía pensado estar mes y medio en esa ciudad, pero La Parada “lo absorbió” cuando se vio obligado a reunir para comprar un boleto a Perú. “Cuando tenga el dinero compro mi pasaje y me voy. Nunca pensé que iba a llegar a esta situación. Aquí uno tiene que buscar sobrevivir de alguna manera”.

Los precios varían según el volumen y largo de la cabellera; si es liso, ondulado, rizado, seco, graso, delgado o fino. “Aquí hay chicas que se han llevado 200.000 pesos por su cabello. Una chica tenía el cabello muy largo y le pagamos 270.000 pesos”, explicó.

Este trabajo lo hacen por necesidad, por cobrar una comisión que poco a poco los ayudará a cumplir un sueño: cambiar la situación en la que se encuentran.

“De  este lado de la frontera las personas son muy distintas. A mí lo que me hace falta es el dinero para irme, si no, no estuviera aquí. Yo vivo en el centro de Cúcuta, pero yo he visto a personas que se quedan por ahí en la calle; duermen en las aceras. La policía en la madrugada los corre, los monta en camiones y los pasan a Venezuela”.

Uno de los casos que mencionó el “compra cabello” se asemeja al de  Freddy, “que llegó apenas hace 15 días y duerme en las calles de Cúcuta, cerca de La Parada. Vive del mismo oficio que tenía en la ciudad de Barquisimeto: limpiar zapatos”.  

Freddy “el zapatero” tenía una casa donde dormir en Venezuela, pero se le hacía difícil conseguir comida. Con su oficio no ganaba casi dinero debido a la escasez de efectivo que hay en su país. Desde que llegó a Cúcuta, cobra entre 1.500 y 2.000 pesos por limpiar los zapatos de las personas. Lo que gana con su trabajo, según sus declaraciones, le sirve para alimentarse de mejor forma que cuando vivía en el estado Lara, a donde, por ahora, no tiene pensado volver.

Cuenta que algunas personas de nacionalidad colombiana lo han tratado con respeto, sin embargo, el miedo se les nota al momento de relacionarse. “Me demuestran el miedo con la forma de ser y con la mirada”. El zapatero mencionó algunos crímenes de venezolanos que han reseñado en en la prensa local. “Por uno pagamos todos”, frase común que se escucha entre muchos extranjeros que trabajan en Norte de Santander.

Cualquier negocio en ese sector de Cúcuta es válido, por eso ese peculiar sector del municipio Villa de Rosario seduce a venezolanos con la ilusión de conseguir una vida mejor en otro país. Aunque las condiciones a veces no son tan óptimas, muchos se aventuran para aprovechar el concurrido tránsito de migrantes en La Parada. Algunos viven en el país neogranadino, otros cruzan la frontera a diario para vender productos venezolanos en pesos y están los que se quedan en ese lugar que se mantiene de una economía que pareciera que no dependiera de Colombia ni de Venezuela, sino de las reglas y normas de su propia gente. 


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