—¿Es Venezuela una caricatura de lo que fue?

—Un garabato.

—Aparte del chavismo-madurismo, ¿tiene otra fuente de inspiración?

—Las consecuencias del chavismo-madurismo, por desgracia, generan suficiente tragedia, no dejan espacio para otra fuente.

—¿Un símbolo para la oposición?

—Un camino con mil señales para una sola salida.

—¿Para la “revolución”?

—Una bolsa de esas que encuentras en el respaldar de los aviones.

—¿Quién o qué le da el mejor material?

—La ira.

—¿Aspira a crear conciencia?

—No.

—¿Cómo representaría un sarao revolucionario?

—Una bacanal de pocos a la que millones miramos.

—¿Se ha autocaricaturizado?

—Sí, llevo varias.

—¿Cáustica, irónica, sarcástica?

—Bueno, también tengo mis momentos dulces.

—¿Se ríe de sí misma?

—Constantemente, tiendo al desastre.

—¿Le ha hecho reír algún intento de humor oficial?

—No.

—¿Un sueño?

—Un país próspero, productivo y verdaderamente democrático.

—¿Un temor?

—Que ese sueño no se realice.

—¿Se lanzaría a diputada?

—¡Noo! Padezco pánico escénico y déficit de atención en grado superlativo.

—¿Qué papel desempeñan las hormonas en la elaboración de una caricatura?

—Ninguno.

—¿Cómo sobrelleva el toque de queda diario del hampa?

—Como un cepillado de dientes, hay que hacerlo.

—¿Una lectura?

—De los setecientos que tengo en la mesita de noche, El viento de las horas de Ángeles Mastreta, un libro delicioso, muy apropiado para estos tiempos; habla de todo y no habla de nada y, lo mejor, hace sonreír constantemente.

—¿Se ha acostado en el diván del psiquiatra?

—En la adolescencia.

—¿Emigrará?

—Voluntariamente no. Pero aquí aplicaría eso de “la mujer propone y Dios dispone”.

—¿El rostro venezolano más próximo a una caricatura?

—Maduro bailando abrazado a Cilita haciéndose el que no pasa nada.

—¿Y el poder nacional más cercano a ella?

—Todos.

—¿Hay caricaturistas oficiales u oficiales que son una caricatura?

—No los conozco.

—¿Qué fuera de usted sin el presidente?

—Una venezolana feliz, junto con millones.

—¿Y él sin usted?

—Él me odia, como odia a todos los venezolanos; no creo que mi ausencia le preocupe mucho.

—¿Imagina un presidente caricaturista?

—(Gran carcajada).

—¿Ha hecho llorar intentando hacer reír?

—Me imagino que sí.

—¿Su referencia?

—Muchas.

—¿El umbral entre el humor y la burla?

—Mentira e irrespeto.

—¿Lula o Cristina Kirchner?

—¡Coño! Ninguno.

—¿Le confronta el humor revolucionario?

—¿Hay humor revolucionario?

—¿Y el de la oposición?

—Constantemente, y eso que no es conmigo.

—¿Se ha autocensurado?

—No, me he controlado.

—¿Cómo rebotar la Ley Resorte?

—Con la inteligencia que no tienen quienes la redactaron.

—¿Imagina periodismo sin caricatura?

—No.

—¿Aplaude los CLAP?

—¿Cómo aplaudir la humillación, la burla, el crimen organizado?

—¿Una nostalgia urbana?

—Circular por la ciudad tranquila a cualquier hora.

—¿Una nostalgia mediática?

—La libertad.

—¿Se ríe con las cadenas?

—Al contrario, me hacen hiperventilar; intento verlas, pero me desconecto cuando siento que fibrilo.

—¿Le ha salido una morisqueta en vez de una gracia?

—Muchas.

—¿La morisqueta nacional?

—La revolución bolivariana toda.

—¿El colmo de un caricaturista?

—Me sé la del colmo de un ciego, ¿sirve?

—¿El ícono criollo?

—Tío Conejo.

—¿Por qué el oficialismo se molesta cuando lo parodian?

—Porque la verdad siempre duele; siempre.

—En cambio, ¿por qué los líderes de la democracia reían?

—¿Se reían?

—¿A mayor tragedia, más humor?

—Pues sí, porque el humor es, entre otras cosas, una manera de drenar el dolor.

—¿Un revolucionario de la caricatura?

—Siempre Zapata.

—¿El caricaturizable de la oposición?

—Todos somos caricaturizables.

—¿Requieren las caricaturas de un código de ética?

—Claro; nunca humillar, nunca mentir.

—¿Qué pasaría en Venezuela si el gobierno también interviniese las caricaturas?

—El régimen quiso y, como con tantas cosas, no pudo. Nuestros grandes Rayma, Edo, Weil y tantos otros siguen ahí, duros.


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