Frida
Fotografías: Scena Colombia

Frida
«Frida Kahlo, la vida de un ícono» se presenta hasta el 5 de septiembre de 2023 en Unicentro Bogotá.

Al minuto recordé haberla mencionado en mi segunda novela (que pasó por las librerías sin pena ni gloria hace ya quince años). El personaje principal era una artista plástica y en alguna parte mencionaba a la artista mexicana para preguntarse si la cantidad de dolor y sufrimiento eran directamente proporcionales a la calidad del arte que emanaba de ese artista. “¡Qué sufrimiento, Dios mío!”, reflexionaba mi personaje refiriéndose a Frida para luego esconder su interés en la artista con un “ya le han dado mucho palo a esa historia.” Se nota que incluso hace quince años a mí me daba pánico caer en el lugar común de mencionarla por miedo a que me tacharan de pandita, ¡como si se pudiera hablar de arte, dolor y mujeres sin tener que pasar por Kahlo!

Luego recordé la época en que me llamaron para dictar una clase en una facultad de periodismo que había sido pensada y diseñada por un profesor de arte y llevaba el nombre de Arte y opinión pública. Me puse a explorar las posibilidades de dictarla sin tantas lecturas teóricas sobre estética y filosofía, echando mano de mi ‘educación sentimental’ en cuanto a arte se refiere, y confirmé que no es tan importante saber de arte, como poder apreciarlo, experimentarlo. No soy una versada ni mucho menos en el tema, aunque provengo de una familia de artistas. Mi aproximación al arte ha sido orgánica, apasionada y para nada estructurada. Sin embargo, algo de esa formalidad de la clase alta y sus aspavientos para demostrar que son ‘gente culta’ se me pegó, aunque no sé dónde, porque en mi casa el arte nunca estuvo en un curubito ni fue sujeto de disertaciones académicas (de hecho, mi abuelo fue un gran pintor y ni siquiera acabó su primaria). Me acerqué al arte como me acerqué a la lectura: buscando el placer, la experiencia mística, la conexión con lo humano y lo divino que pueden traer por igual (aunque de maneras distintas) una novela rusa o un Condorito.

Frida
La exposición es una propuesta con 10 experiencias inmersivas, basadas en una profunda investigación biográfica sobre el mito que trascendió varias generaciones.

Y comienzo haciendo esta salvedad, porque no creo que vaya a decir nada nuevo sobre Frida. Es incluso probable que todo lo que había que decirse sobre ella ya se haya dicho (a veces creo incluso que con lo que ella dejó dicho en sus pinturas era suficiente). ¡Pero qué le vamos a hacer! En eso consiste la trascendencia y la universalidad de un artista: en que generación tras generación se hable de su trabajo y de su persona; en que un pedacito del alma de un ser humano se estrene cada vez que asista al milagro de su obra, única e irrepetible. Y que luego, de tanto revisitarla, la convirtamos en un lugar común, como nos pasa con Miró, con Shakespeare, con Gabo o con Frida, y olvidemos el milagro.

Muchos ‘cultos’ se revolcarán de ira con lo que a continuación diré: el salto a la verdadera fama sólo lo da un artista cuando se desacraliza y alcanza todos los estratos, geografías y épocas posibles. A esto, aquellos engreídos lo llaman ser un artista comercial o popular, para que luego a su descendencia se le llene la boca de babas diciendo que es un “canon universal”.

Me acerqué al arte como me acerqué a la lectura: buscando el placer, la experiencia mística, la conexión con lo humano y lo divino que pueden traer por igual (aunque de maneras distintas) una novela rusa o un Condorito.

Al parecer, si uno quiere posar de inteligente y refinado, solo puede gustar del ‘artista de culto’ del momento. Es decir, que si yo quisiera demostrarles que soy refinada y culta, tendría que decir que Frida o Van Gogh ya no me gustan porque han impresionado a demasiadas personas del común. ¿Y esto por qué sucede? Porque las clases que detentan poder sienten que así se diferencian de ‘la plebe’: ¡adueñándose de algo tan inherente al ser humano como es conmoverse!

Desacralizar el arte, por tanto, es un acto mucho más democrático y político que comercial, queridos amantes de la alta cultura liderados por don Vargas Llosa. ¡Y no es pecado! Cierto y válido que quienes ya nos impresionamos hace mucho con Frida (quizás en nuestra infancia o adolescencia) queramos volver a tener esa experiencia y más y más nuevas y complejas experiencias con otro tipo de arte y de artistas. Pero eso no quita que, por más comercial, manida y lugar común que sea, Frida nos pueda seguir fascinando, y que nos impresione que impresione a personas de tan diversos tiempos, credos, razas, edades y estratos sociales. Es algo así como desacralizar un artista para luego resacralizarlo.

El trabajo investigativo de la exposición estuvo a cargo de Frida Kahlo Corporation, liderada por Beatriz Alvarado.

A lo mejor es por Frida misma que hoy tengo más ovarios y menos remilgos para aceptarlo: Me sigue asombrando su obra y sigo queriendo tener un pedacito de ella en algún objeto de merchandising de los que venden a la salida de los museos por precios exorbitantes (son mi debilidad y un atraco a mano armada, esas tiendas). Durante el recorrido por «Frida Kahlo, la vida de un ícono», me conmovió ver a otros conmoverse como yo lo hice a mis doce o trece años, la primera vez que vi uno de sus autorretratos en un libro de arte de Taschen que me compraron, cuando Frida aún era un nombre extraño en mi boca, y no sabía quién era el pendejo de Diego Rivera, ni qué era un xoloitzcuintle, ni había visto los mejores de cuadros de Kahlo (no en la que otrora fue su casa, la casa azul, sino en la casa de Dolores Olmedo, muy cerca a Xochimilco, donde aún sobreviven algunos ajolotes).

En eso consiste la trascendencia y la universalidad de un artista: en que generación tras generación se hable de su trabajo y de su persona; en que un pedacito del alma de un ser humano se estrene cada vez que asista al milagro de su obra, única e irrepetible.

Al pasar por una de las salas de la exposición vi a un par de niñas y a su madre coloreando la figura de las cejas juntas, y recordé la admiración que sentí de niña por la fuerza y la belleza de mi propia madre, cuando se ponía un huipil de flores bordadas traído de México imitando a Frida, aunque el hacerlo fuera tan folclórico como vestirse de campesina santandereana para otras mujeres de su clase. Y llegué de vuelta a mi terruño a ponerme de nuevo mi huipil como quien estrena una moda, aunque ya no sea una moda sino una costumbre para mí, porque también el gusto por lo popular lo heredé de algún modo de Frida. Pasar por esa recreación de su mundo activó de inmediato mis papilas gustativas, que recuerdan el sabor del chipotle ahumado y babean por unos tacos al pastor de mero puesto de calle en Tepito. Contrario a lo que imaginé, estar allí inmersa despertó en mí ese pedacito de alma que se estrenó cuando conocí México a mis veintitantos años y recordé que nada de esto era manido para mí en ese momento, y que ponerse flores en la cabeza me parecía un statement profundamente femenino (que no feminista), y me sentí feliz de que hubiera otras cabecitas queriendo llevar flores en su frente y sintiendo todo eso con tanta novedad y asombro como lo hice yo.

Fotografía Margarita Posada luciendo huipil de flores.

Asombro: otra de las palabras que se me vienen a la cabeza cuando pienso en lo acartonada que es la actitud de quienes hemos tenido la oportunidad de viajar a otras latitudes y de conocer museos y culturas y ciudades. Es como si asombrarse fuera de mal gusto, como si denotara ignorancia. Ojalá yo pudiera aplaudir con desparpajo cada vez que un piloto lleva a cabo la ASOMBROSA y mágica proeza de aterrizar un aparato de 400 toneladas que horas antes despegó del suelo conmigo adentro como si no pesara más que una pluma. ¡Dichosos los que aún pueden asombrarse con volar y con Frida y con Gabo! Prometo aplaudir sin vergüenza la próxima vez que asista a cualquiera de esos milagros, así como aplaudo hoy iniciativas como la de Frida inmersiva en un lugar comercial, tan popular, tan de a pie y a la vez tan entrañable para los colombianos como Unicentro.

https://fridakahlocolombia.com.co/

Posdata: Me siento orgullosa de haber hablado de Frida sin haber tenido que hablar de Diego Rivera, del socialismo, del polio o del accidente (todos temas que se pueden investigar en Google).

 


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