Yolanda Varona
Imagen principal: cortesía Héctor Barajas. Agradecimiento especial a Universidad Portátil y Juan Pablo Meneses https://uportatil.org

Una década la separaba de su hija. Una agonía por la que prefirió no dormir. Bebió café para mantenerse despierta porque temía no llegar a tiempo a aquella cita en la frontera. En un punto de los tres mil ciento sesenta y nueve kilómetros de herida abierta; ahí donde los habitantes del tercer mundo se rozan con los del primero, y sangran, diría la feminista chicana Gloria Anzaldúa en su libro Borderlands/La Frontera: the New Mestiza.

Preparó un par de maletas de mano y ordenó toda clase de documentos. Se puso unos tenis blancos, nuevos; y a primera hora subieron ella y su esposo a la camioneta que los llevaría a la garita de San Ysidro, California. Con un “adiós, México, nos vemos pronto” se despediría de su casa en Tijuana el 3 de junio de 2022.

Cuando el agente de migración autorizó el permiso humanitario a Yolanda Varona para cuidar a Héctor, su esposo, un veterano del Ejército de Estados Unidos, apresuró el paso con miedo a que el agente cambiara de opinión. “¡Yoli, Yoli, espérame!”. Fueron las palabras que Héctor gritó cuando ella parecía volar.

Al abrirse la puerta del lado estadounidense su mano derecha señaló al cielo y con la izquierda arrastró el equipaje y cargó un bastón. Era ella, la infatigable Yola, la mujer que en la nochevieja del año 2010 fue deportada a México, luego de 19 años de estancia y trabajo en Estados Unidos con una visa de turista: su más grande crimen. El último día de aquel año fue separada de su hija de 17 años, y de su hijo de 23.

En la nochevieja del año 2010 fue deportada a México, luego de 19 años de estancia y trabajo en Estados Unidos con una visa de turista: su más grande crimen.

El maltrato emocional que padeció con su primer marido y la pobreza la habían impulsado a salir de México para buscar una vida de calidad para su familia en otro país: la potencia mundial. Y alcanzó el objetivo. Pero, su ejercicio profesional como administradora de empresas, como gerente de una sucursal de la cadena de comida rápida Wienerschnitzel, más la tranquilidad económica y el confort solo duraron 19 años.

No hay imposibles, sólo tiempos de espera y… trabajo de cuidados

Para algunas madres no hay imposibles, solo tiempos de espera, insomnios. Por casi 12 años, Yolanda Varona tuvo que dar tiempo al tiempo y poner a prueba toda su paciencia antes de ni siquiera pensar en regresar a El Cajon, una ciudad del condado de San Diego, California, y abrazar a su hija Paulina, a quien no había visto en persona en todo ese tiempo. En esa distancia temporal entrarían todos los abrazos detenidos que le faltaban a Paulina, y la vida de una hija adolescente que se había convertido en adulta.

Yolanda Varona
El abrazo que tardó una década. Foto: Cortesía de Yolanda Varona.

—Ya todo pasó, mom, ya estás aquí conmigo. ¿Estás lista para volver a comenzar, para volver a conocernos? —susurró una Paulina, de 29 años, al recibir a su mamá. Un abrazo largo, caricias en la cabeza, en el cabello y lágrimas. Las cámaras de los medios locales capturaron el momento. Mientras, los abogados de Yolanda también hacían fila; querían recibirla, abrazarla. Al ver la noticia en Facebook, quise seguir su historia y la busqué. A Yolanda la conocí en Tijuana, Baja Carlifornia, en 2018. La entrevisté para el medio Conexión Migrante.

En su retorno a Estados Unidos, Yolanda Varona también ha podido reencontrarse con su hijo, a quien sí había podido ver de cerca porque es ciudadano de Estados Unidos. En la High School, su hijo se casó con su novia, oriunda del país. Gracias a esta unión pudo cambiar su situación migratoria y podía viajar a Tijuana a ver su madre. Con su regreso a El Cajon, San Diego, Yolanda puede estar presente para sus seis nietos, para su nuera –a quien considera una segunda hija– y para su yerno.

Promesas cumplidas para veteranos; madres deportadas a la espera

Por una promesa de campaña de Joe Biden, presidente de Estados Unidos, algunos inmigrantes que sirvieron en el Ejército y fueron deportados por cometer delitos han podido regresar para obtener la ciudadanía. Estos excombatientes, a su vez, han solicitado al gobierno la reunificación con sus familiares directos que viven en otros países. A este beneficio accedió Héctor Barajas, el esposo de Yolanda Varona.

En 1984, Héctor tenía 7 años. A esa edad llegó a Estados Unidos desde Zacatecas, México. A los 18 se enlistó en el Ejército de los Estados Unidos para poner su vida al servicio del país que lo había acogido desde la infancia, tener acceso a la educación, a un trabajo remunerado y evitarse problemas.

En el año 2001, a los 24, se retiró del ejército estadounidense de manera honrosa y un año después se involucró en un tiroteo mientras conducía. Por este delito lo sentenciaron a dos años de cárcel.

En 2004, al cumplir su tiempo preso, fue deportado a México. Pero, Héctor volvió a adentrarse a Estados Unidos sin visa. En 2010, la migra lo retornó por segunda vez.

En 2013, el veterano de la 82 Airbone Division, de la Infantería Paracaidista del Ejército de los Estados Unidos, tocó fondo y decidió volver a Estados Unidos, no con los pies por delante, sino con el perdón, con honores y hasta con papeles. Su objetivo se cumpliría con disciplina y trabajo activista al fundar Deported Veterans Support House, mejor conocida como “el búnker”.

Por más de 12 años, “el búnker” ha ofrecido asistencia, comida, ropa y recursos para que los veteranos deportados en México que cometieron delitos lleguen a un lugar seguro.

La constancia de Héctor es bien conocida. Pero, esta labor extenuante le ha cobrado factura. Los médicos le dieron cinco años de vida por una insuficiencia cardíaca. Por esto, Héctor pidió al gobierno reunificarse con su esposa, la única persona que lo podría cuidar. Así fue como esa condición le daría a Yolanda el pase para volver, no solo para estar con su esposo, sino para ser tangible, para estar presente.

La boda en Playas de Tijuana

En 2020, dos años después de que Héctor pudiera regresar a Estados Unidos por un perdón que le concedió Jerry Brown, exgobernador de California, se casó con Yolanda en el lugar donde se conocieron: el muro fronterizo de Playas de Tijuana.

Por más de 12 años, “el búnker” ha ofrecido asistencia, comida, ropa y recursos para que los veteranos deportados en México que cometieron delitos lleguen a un lugar seguro.

Mientras Héctor se formaba en el activismo para apoyar a los veteranos deportados, Yolanda Varona fundó y es la actual directora de Madres Soñadoras Internacional/DREAMers Moms USA/Tijuana A.C.

Si no fuera por su estado civil y porque su esposo necesita de cuidados, el castigo de Yolanda Varona continuaría porque el poder patriarcal y el poder punitivo no se pueden pensar por separado, y éstos siguen oprimiendo aún más a las mujeres, a las “malas madres”. El permiso humanitario de un año fue tramitado pro bono por abogadas y abogados de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés).

Yolanda Varona
La boda de Yolanda y Héctor se realizó en plena pandemia en Playas de Tijuana. Foto: Cortesía de Yolanda Varona.

—Mi regreso a Estados Unidos fue inesperado, fue algo que yo misma no entendía. Si el sillón hubiera sido un pozo yo me hubiera ido hasta abajo cuando recibí la noticia. “Pero, ¿cómo?, ¿por qué?”, pregunté a la abogada de ACLU. Habría sido más difícil regresar si no estuviera casada con Héctor. La abogada me lo confirmó. No me dio tiempo de gritar, de brincar, de agradecerle a Dios de rodillas. En ese momento yo sentí que mi exilio había terminado. Para mí fue como si me hubieran sacado de mi tumba y me hubieran dado la oportunidad de volver a vivir.

Aún hay cuatro mujeres integrantes de Madres Soñadoras Internacional/DREAMers Moms USA/Tijuana A.C. que están a la espera de regresar a Estados Unidos. Otras cuatro madres se adelantaron en el proceso y ya están reunificadas. A decir de Yolanda, el proceso se agiliza si la mamá es esposa de un ciudadano estadounidense. De lo contrario, habría tenido que esperar a que se cumpliera el castigo de 10 años por haber quebrantado la Ley de Inmigración que prohibe el trabajo con visa de turista. Incluso, la situación podría tornarse imposible si hay un cambio en la ley. Otra alternativa es esperar a que los hijos cumplan la mayoría de edad y, —si ellos quieren— pueden pedirlas, siempre y cuando el delito por el cual fueron deportadas no sea grave.

La iglesia evangélica, la tecnología y los medios de comunicación

Además del acompañamiento legal que Yolanda Varona ha recibido para alcanzar sus objetivos migratorios, el pastor Guillermo Navarrete, de la Iglesia Evangélica del Faro, de Playas de Tijuana, ha sido un aliado en este camino. Ella asegura que este giro en la historia es obra de Dios.

—Tengo una fe muy grande, sé que Dios existe, basta con alzar los ojos al cielo, con ver el mar y sentir el aire. Yo siempre he creído que hay un ser superior muy poderoso y me he agarrado de él en los momentos más difíciles de mi vida. Fue Dios el que me sostuvo todo este tiempo, y me sigue sosteniendo hasta ahora, porque mi esposo está muy enfermo.

Yolanda recuerda que en 2010, las llamadas de 10 minutos a Estados Unidos costaban 300 pesos (15 dólares, aproximadamente). Pero con la penetración de internet y las redes sociales, en especial de Skype y de Zoom para hacer videollamadas, Yolanda pudo dar seguimiento a sus hijos. Facebook también ha sido de apoyo porque en esta red social puede informar sin intermediarios sobre los avances de su activismo y participación en los movimientos pro migrantes.

Los medios de comunicación fronterizos, nacionales e internacionales le abrieron los foros, las cámaras y los micrófonos. Gracias a los espacios informativos, los rostros de las madres deportadas salieron del anonimato entre la comunidad tijuanense y de San Diego.

En su camino, Yolanda conoció algunos casos de madres que perdieron contacto con sus hijos porque los padres cancelaron la comunicación, éstos les hicieron creer a los chicos y a las chicas que habían sido abandonados por sus mamás y rehicieron sus vidas con otras parejas.

Sin embargo, los medios de comunicación ayudaron a visibilizar estas historias. A fuerza de estar en el grupo y de asistir a las entrevistas en los programas de televisión fue que algunas recuperaron a sus niños. Aquí se materializa la frase: “la esperanza muere al último”. Aunque hay jóvenes que quedan muy afectados y que no quieren volver a saber más de ellas.

El trabajo de Yolanda como activista ha consistido en ser soporte emocional de estas mujeres, a quienes en todo momento les pide que esperen, que no pierdan la paciencia y que por ningún motivo intenten reingresar a Estados Unidos. Yolanda las apoya con asesoría legal basada en su propia experiencia.

¿Para qué volvías si nadie te quiere?

The Golden Bridge de San Francisco fue el fondo de pantalla que usó Yolanda para nuestra charla por Zoom. A pesar de la mediación digital, se mostró abierta, confiada y dispuesta a darme todos los detalles de su regreso y a responder a mi avalancha de preguntas. La noté contenta y tranquila de alcanzar uno de los objetivos más importantes de su vida: volver a abrazar a su hija. ¿Quién es Yolanda Varona ahora?, ¿Qué sigue para ti y para tu hija?, pregunté.

—Mi hija ya no es como si estuviera gateando y luego caminando, ya las dos vamos corriendo, vamos a la par. Ahora las dos sabemos hacia dónde vamos y qué es lo que queremos. Cuando abracé a mi hija, en ese momento sentí que no había nada más que me pudiera maravillar. No hemos hablado del pasado, no estamos hablando de nada de lo que nos separó, ni del por qué. Estamos tratando de reconstruirnos.

Desde su regreso a Estados Unidos, Yolanda ha recibido comentarios halagüeños pero otros “espantosos” que prefiere ignorar porque ya no está dispuesta a entregar sus emociones a ninguna persona

En este momento de desaprendizaje, Yolanda se autodefine como una mujer fuerte que siente que el dolor más grande ya lo experimentó. La separación de sus hijos, en especial de su hija. Es como si le hubieran arrancado el corazón y luego se lo hubieran superpuesto.

—A través del tiempo, de talleres, de sesiones psicológicas, y de autocuidado aprendí que yo necesito estar bien para poder ayudar a otras. Te puedo decir que Yolanda Varona ya sabe cómo defenderse y ya no es tan fácil que cualquiera me dispare y me tumbe. Tengo un escudo que me protege y no me deja caer si alguien me critica.

Desde su regreso a Estados Unidos, Yolanda ha recibido comentarios halagüeños pero otros “espantosos” que prefiere ignorar porque ya no está dispuesta a entregar sus emociones a ninguna persona y menos a la gente desconocida que se solapa tras una pantalla para maldecirla: “¿para qué volvías si ya nadie te quiere?”.

Welcome to Tijuana

Aunque en su paso por Tijuana, “la ciudad más triste del mundo”, de colores grisáceos y azulada, de acuerdo con la percepción de Yolanda, no recibió maltrato, pero sí conoció historias de madres deportadas que habían sido engañadas por abogados sin ética que les prometían ayudarlas y luego desaparecían con las bolsas llenas de dinero.

En Tijuana, Yolanda experimentó por primera vez en su vida el no traer ni un peso para comer y con dos hijos adolescentes viviendo en Estados Unidos. Antes de establecerse, regresó a su ciudad de origen: Taxco, Guerrero, un sitio para valientes, dice, porque los comerciantes no distinguen entre lugareños y extranjeros. Todos pagan sobreprecios por los productos. También vivió en Morelia, en Cuernavaca y en Ciudad de México con sus hermanas: “anduve del tingo al tango”.

Desde la experiencia de Yolanda, el acceso al empleo asalariado en Tijuana es para personas menores de 40 años.

—Lo único que les faltó poner en los anuncios de empleo es que buscaban trabajadoras con medidas 90, 60, 90 y bilingües. Entonces para mí enfrentarme a eso en mi país fue muy difícil. Tuve que trabajar en eventos los fines de semana como mesera. Mi fuerte era el descorche. Sólo así me pagaban un extra.

También fue niñera pero se dio cuenta de que no era lo suyo porque “no me puedo encerrar todo el día”. También limpió mansiones. Yolanda quería andar muy ocupada porque no tenía tiempo para deprimirse más de lo que ya estaba.

Yolanda y Héctor en el “búnker”. Foto: Cortesía de Héctor Barajas

Su tiempo en Tijuana fue de contradicciones. Vio deambular por la ciudad a muertos vivientes que pernoctaban en los desagües, gente que se quedó en la línea, varada, sin ilusiones. En Tijuana hay mucho dolor, desesperación, suicidios y deportaciones. Sin embargo, Yolanda se fue muy agradecida de ese municipio, el más poblado de México, porque también es noble, porque es una ciudad que recibe con los brazos abiertos aunque nadie sepa qué hacer. Se enfrentó con sus miedos y a estar sola. El ayudar a más mujeres que estaban en su situación le salvó la vida. La deportación le dejó una fibromialgia y a Héctor Barajas se le taparon las arterias.

Los estragos de la deportación sobre el cuerpo de Yolanda

Tijuana enferma a las personas, las absorbe y anímicamente puede llegar a destruirlas. La deportación a Tijuana la debilitó físicamente. En 2021 fue diagnosticada con fibromialgia, una condición severa de dolor en el sistema musculoesquelético. Reacciona a cualquier pulsación en su cuerpo.

—Si levanto de más un brazo siento que me duele todo, a veces me duele aquí, a veces me duele acá, a veces amanezco hinchada. Es una condición que tendré el resto de mis días, pero es controlable. Esto fue a causa del estrés que padecí durante muchos años. Yo sé que puedo con esto, que el amor me da para más y hay días en los que solo necesito un baño, tomarme mi café y con eso me aliviano. Para mí el día comienza bien aunque con mucho dolor físico. Los dolores del alma ya me están sanando. Esos son los importantes. Esto es lo que a mí me dejó la deportación y Tijuana. Por eso para mí Tijuana es la ciudad más triste del mundo aunque a muchos no les parezca.

El año del papeleo y el combate a la indiferencia

Al son de: “Guadalajara tienes el alma de provinciana, hueles a limpia rosa temprana, a verde jara fresca del río. Son mil palomas tu caserío. Guadalajara, Guadalajara hueles a pura tierra mojada”, del compositor Pepe Guízar, con gritos de ¡bienvenida!, globos y flores, su hijo, su nuera y sus nietos la recibieron en su casa, donde se está quedando momentáneamente mientras encuentra un mejor lugar para vivir con su esposo Héctor Barajas, quien ha solicitado un aumento de su pensión como veterano.

En su primer día de retorno, Yolanda fue a cumplir una promesa. Su nieta Frida, seis años atrás, le había dicho, mediante una videollamada, con voz bajita como si contara un secreto, que le pidiera al presidente de Estados Unidos que la dejara cruzar “un ratito” para que fuera por ella a la escuela. Y el pasado 3 de junio ocurrió lo inimaginable. “¡Granma, Granma, viniste por mí a la escuela!”. Frida es la principal seguidora de Yolanda. La próxima estudiante de High School ha visto todas las entrevistas que le han hecho a su abuela.

El activismo de Yolanda y Héctor ha permitido que más madres y veteranos se reunifiquen con sus familias en Estados Unidos. Foto: Cortesía de Héctor Barajas.

A la par de disfrutar de la reunificación familiar, Yolanda Varona debe continuar con una serie de trámites burocráticos que han sido su suplicio y redención. En sus años de activismo ha obtenido conocimientos empíricos en tramitología, abogacía, como migrantóloga, psicóloga y consejera. Ha escrito un libro La ciudad más triste del mundo, el cual fue traducido al inglés por la Universidad de San Diego. Sólo se puede conseguir en su versión impresa.

El primer trámite que realizó fue la obtención de la cédula consular en el Consulado de México en San Diego. El trámite de la tarjeta verde o Green Card, de estancia permanente, está en proceso, así como el trámite de la Visa U en el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos. A contrarreloj debe realizar el papeleo porque sólo tiene 12 meses para hacerlo.

Lo más complejo de su segunda semana en San Diego fue toparse con la indiferencia de la burocracia mexicana que trabaja en el consulado. Aunque están para servir a los paisanos, no los atienden con amabilidad y cariño. Recuerda Yolanda que no querían darle cita para obtener su cédula consular.

—De por sí ser indocumentado es difícil y ahora añade que tu Consulado no te quiere dar un documento que por derecho te corresponde. Me tocó estar duro, duro y duro la segunda semana que llegué aquí hasta que nos dieron cita.

Trazar la ruta

El activismo de Yolanda Varona se fortalece en Estados Unidos. En sus planes se encuentra el realizar mapas, rutas o el ABC para las paisanas y los paisanos que se establecen en San Diego. Con este proyecto basado en la experiencia y en la investigación de campo, la directora de Dreamers Moms busca generar un archivo con nombres de funcionarios públicos, activistas y personas afines a la causa, números de contacto y correos electrónicos que sí contesten.

—Yo sé que hay mucho trabajo por hacer, estamos en Estados Unidos donde hay millones de personas indocumentadas que están esperando a que alguien les diga adónde ir, donde se indiquen los horarios, para que no lleguen a ciegas, para que lleguen directos. Quiero hacer una ruta para que la gente sepa adónde ir. Qué hacer. En quién confiar.

El retorno familiar a pesar de que en el periodo presidencial de Barak Obama se endurecieron las políticas de contención migratoria. Foto: Cortesía de Yolanda Varona.

Las diferencias son abismales entre San Diego y Tijuana, cuenta Yolanda, “tú das un paso entre la frontera de Tijuana a San Diego y ya no viste perros abandonados, ya no viste vagabundos, ya no viste basura en el piso. Sí hay pero es algo controlable porque se respeta la ley”.

En Tijuana hay mucho dolor, desesperación, suicidios y deportaciones. Sin embargo, Yolanda se fue muy agradecida de ese municipio, el más poblado de México, porque también es noble.

Su vida de aquí en adelante será normal como las otras vidas, asegura Yolanda. El Cajon es una ciudad de color amarillo, su favorito. Cree que su vida no será tan cómoda como la tenía antes, pero estará cerca de su familia. Trabaja medio tiempo como activista y el resto del día atiende a su esposo que constantemente debe ir al hospital.

Apegos familiares

Mientras busco un cierre para esta historia pregunto a mi mamá:

—¿Qué harías si viviéramos en Estados Unidos y un día la migra te detiene, te pide papeles y descubre que has estado viviendo y trabajando con visa de turista, y por ese “terrible” crimen te deportan a México sin posibilidad de que nos podamos ver porque mi hermano y yo, como tú, somos indocumentados?

—Así, con lo sensible que soy, creo que no lo estaría contando. (Silencio). Pero… que me separaran de ustedes sin posibilidad de volver a abrazarlos sería como si me arrancaran el corazón. Habría luchado y me hubiera quedado cerca de la frontera aunque solo fuera de manera simbólica. Tú también te fuiste de Saltillo a la Ciudad de México hace 12 años. Lo bueno es que podemos viajar tu hermano y yo a verte, y tú puedes venir —me responde.

Una honesta reflexión que me emociona. Entonces, sus “perrhijas” chihuahua: Penny, Pinky y la Nieves me permiten acercarme un momento a mi madre para abrazarla. Mi perro chihuahua, el Panchito, me lame la oreja. Quiero creer que lo hace en señal de “todo está bien. Aquí estamos juntas”.

 


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