María Elvira Arango

Era divertido, interesante y, en ocasiones, esclarecedor conversar con ella. Preguntaba, preguntaba mucho, pero no se percibía como una intrusa. En ella había un genuino interés por lo que sucedía en nuestras vidas.Y aunque normalmente su curiosidad se manifestaba de manera directa, sin ambages ni arandelas, tenía una enorme virtud, fundamental para la posterior entrevistadora sobresaliente en la que se convirtió: “El arte de escuchar”. Así titula, acertadamente, el escritor Juan Esteban Constaín, el prólogo que hizo para 1000 preguntas.María Elvira nos escuchaba con respeto, sin juicios, con atención.

Ese arte fue el que, años después de una potente carrera participando en diferentes actividades en la radio, la televisión y las revistas, la llevó a su actual trabajo: la dirección de Los Informantes, quizás el programa de televisión de entrevistas, análisis y crónica periodística más relevante de la televisión colombiana de hoy y, cómo no, al absorbente libro que acaba de lanzar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Por 1000 preguntas pasan muchos de los personajes que, en el momento de ser entrevistados, eran protagonistas de acontecimientos impactantes en la historia reciente del país o simplemente tenían una historia digna de ser compartida. En el libro se encuentran enmarcados en diferentes capítulos que María Elvira tituló muy sugestivamente como “De la vida y sus dolores”, De la vida y sus pasiones”, “De los narcos y su herencia” y “De la guerra y sus heridas”. No hay una sola de esas conversaciones en las que el lector no se encuentre con testimonios a veces desgarradores, otras sorprendentes, en muchas ocasiones desconocidos.

En medio del tumulto de la Feria del Libro, donde las entrevistas y la firma de ejemplares apenas la dejaban respirar, pude conversar rápidamente con María Elvira acerca de las costuras de estos apasionantes relatos.

—Empecemos por el comienzo. ¿Cómo llegó a la publicación del libro?

—Se trata de una recopilación de entrevistas que he publicado en diferentes medios. La más vieja tendrá unos 11 años. Y representan una especie de fotografía de lo que la persona respondía en ese momento de su vida. Es decir, las que suceden en ese espacio están atadas a la coyuntura de ese momento. Algunas fueron publicadas en la revista Bocas, y otras más provienen del programa de televisión Los Informantes, que dirijo actualmente.

Se trataba, en cada uno de los medios donde las publiqué, de tener a los personajes de la coyuntura, con la utilización del olfato periodístico de un reportero. Por ejemplo, haber conversado con Ingrid Betancourt, tiempo después de que el gobierno la rescatara del secuestro en el que la tenían las Farc, fue un gran logro. Nadie había sabido cómo era su vida libre en Nueva York. Nadie había conocido en ese momento a Emmanuel, el hijo que tuvo en cautiverio Clara Rojas, otra de las secuestradas por las Farc. O tampoco nadie conocía la historia de don Max Kirschberg, un personaje anónimo, pero cuya entrevista tenía el valor increíble de ser la primera vez que hablaba sobre su supervivencia al Holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Nunca se lo había relatado ni a su familia.

Ese era el criterio para escoger las entrevistas, escoger gente que tuviera algo relevante o impresionante que decir y cierta coyuntura.

Entrevista con Clara Rojas, quien permaneció seis años en la selva, secuestrada por la guerrilla de las Farc. En cautiverio tuvo a su hijo, Emmanuel.

—Entre los muchos personajes con los que tuvo la oportunidad de hablar, entiendo que don Marx Kirschberg la conmovió especialmente. ¿Por qué quiso charlar con él?

—Lo busqué, porque el tema del Holocausto siempre me ha interesado, y en Colombia quedan muy pocos supervivientes. Creo que queda una mujer en un ancianato en Cali que estaba muy viejita y era muy difícil entrevistarla porque ya su mente no estaba lúcida. Pero Max estaba lúcido, generoso, amoroso. De esa conversación surgió además una amistad, a veces iba a almorzar a su casa, y me dolió mucho cuando murió. Ese es uno de los casos de personajes que no forman parte de los acontecimientos actuales, pero que se vuelven noticia por lo que tienen para decir.

—Dentro de las conversaciones del libro, hay unas que fluyen con curiosas y deliciosas anécdotas de vida, como la de Álvaro Castaño Castillo, fundador de la gran emisora cultural HJCK, pero hay otras duras y complejas por el tipo de personaje al que indagaba. ¿Cuáles recuerda que fueron las más difíciles?

—Pues realmente las que más trabajo me cuestan son las que me conmueven. En ellas trato de mantener la compostura, pero no puedo y lloro y me da vergüenza, porque sé que no debería. Por ejemplo, con la escritora Piedad Bonnett, cuyo hijo había muerto, se me escurrieron las lágrimas. Y con don Max Kirschberg, ni se diga, lloré en televisión, que esa ya es la máxima falta de pudor. Ese tipo de encuentros son los más difíciles para mí. ¿Cómo reacciona uno, por ejemplo, en el momento en el que don Max me cuenta que vio cómo asesinaban a un bebé en un campo de concentración, lanzándolo al aire y disparándole dos tiros? ¿O cómo, cuando me relató que durante la tarea que le habían impuesto de clasificar la ropa que dejaban los prisioneros del campo que enviaban a los hornos crematorios, encontró la pañoleta que usaba su madre? Es tremendo, eso es muy difícil para un periodista. ¿Cómo contenerse? ¿Y qué pregunta uno después de semejantes revelaciones? Queda uno anonadado.

Aunque por supuesto, hubo otras también complejas en las que sentí miedo. Como en el caso de la entrevista a Jesús Santrich, uno de los dirigentes de la desmovilizada guerrilla de las Farc. Me daba miedo el ambiente que lo rodeaba: una casa fría, llena de escoltas, donde entraban y salían personas armadas, hasta que, de pronto, ya lo tenía enfrente. La intención es preguntar con asertividad, pero en todo caso produce cierto miedo.

—Al respecto me impresionó su atrevimiento con un interlocutor como Santrich, porque efectivamente le hizo preguntas fuertes. Pero también, en unas circunstancias totalmente distintas, durante su entrevista con el cantante Maluma, usted fue también muy incisiva al cuestionarlo sobre ciertas letras de sus canciones.

—En el caso de Santrich, cuando preparé esa entrevista, iba muy nerviosa porque esperaba dijera alguna cosa interesante. Me interesaba saber, por ejemplo, si él veía algo (tiene una enfermedad en los ojos llamada síndrome de Leber). Nadie le había preguntado cómo había quedado ciego. Y, por supuesto, también me interesaba la cosa política, a la que uno no puede llegar demostrando temor. Fui entonces con esa misión de no dejarme cohibir.

—¿Pero fue muy hermético?

—Me parece todos estos exguerrilleros son muy parecidos en sus respuestas. Me refiero a los que yo he entrevistado. Tienen un discurso que se saben de memoria, y cuando uno pregunta, responden con un mismo libreto del que no se salen. Entonces intentar tener una conversación interesante o cuestionarles algo, es imposible. Pero, nuestro trabajo es en todo caso hacer la preguntas.

—¿Y la conversación con Maluma?

—Maluma hoy en día es un monstruo de la música y es inalcanzable. Pero en el momento de la charla era una estrella en ascenso, y aunque era difícil tener una entrevista con él, la pude conseguir. Me sedujo lo guapo y encantador que es. De verdad es un personaje con mucho ángel. Pero escribió una letra para vender canciones, sin pudor de nada, no importaba si tenía ética, lógica, si para los niños era un buen ejemplo, nada. Sobre esa canción de las “Cuatro Babys”, insistí mucho, pero no hubo nada que hacer. Sin embargo, la entrevista fue amable, buen rollo, estuvo chévere.

Entrevista con el polémico y exitoso Maluma.

—¿Con cuáles de los entrevistados del libro sintió que llegó más fondo en su exploración?

—Pues a mí me gusta cuando un entrevistado se derrumba. Ahí siento que toqué una fibra que pasa por encima de la grabadora, de la luz, etcétera. Porque aunque uno trate de ser cordial y relajado en la ambientación, es claro que tanto el periodista como el entrevistado están conscientes de la situación en la que están y tienen una actitud correspondiente. Está esa barrera que es difícil de sobrepasar.

Pero regreso a quienes había mencionado: Piedad Bonnett, Max Kirschberg, Álvaro Castaño. Con interlocutores como ellos, uno siente al final que quedó con un amigo para toda la vida. Aunque, al final, nunca nos volvemos a ver. Logré encontrar con ellos simpatía y conexión.

—En general 1000 preguntas tiene entrevistas con mujeres y hombres que, de alguna u otra manera, tienen mucha relevancia en la historia reciente de Colombia, pero también hubo conversaciones con algunos destacados de otros países. Cuénteme un poco sobre su experiencia con estos últimos.

—Cuando conversé con la actriz mexicana Kate del Castillo, estaba envuelta en lo más caliente del escándalo de su visita, junto al también actor Sean Penn, al Chapo Guzmán que se encontraba en prisión. Me recibió en su casa en Los Angeles, y dada su situación del momento, me pareció emocionante entrevistarla. En Colombia hemos padecido con esa marca que dejó Pablo Escobar, por eso fue importante hablar con ella sobre el estigma que puede dejar el equivalente mexicano de Escobar, que es el Chapo. Quería indagar acerca del costo tan grande que tuvo su idea de hacerle una entrevista, porque la acusaron, entre otras cosas, de querer acostarse con él o de ser su amante, descalificando por completo el trabajo que ella había ido a hacer.

Con Kate del Castillo, después de que la actriz mexicana y Sean Penn se reunieran con el narcotraficante ‘El Chapo Guzmán’.

En la actriz y presentadora venezolana, Alicia Machado, había dos elementos que como periodista me parecían muy llamativas. La primera era el maltrato que sufrió por parte de Donald Trump, que era, en el momento de la entrevista, presidente de los Estados Unidos, y que la descalificó por gorda. Y lo segundo es precisamente su batalla con el sobrepeso todos los días de su vida, después de haber sido Miss Universo. Yo quería entender quién era esa mujer, cómo se vive con esa carga y cómo se enfrentó con valentía a esos prejuicios.

El caso del expresidente uruguayo José Mujica fue una excepción en el libro. No quise deliberadamente incluir políticos, porque aquí ya estamos aburridos de ver entrevistas de políticos todos los días. Pero es que Mujica es más que un político, es una especia de filósofo. Es diferente a todos los demás. Me recibió en su chacra en Uruguay, y, para mí, el haber podido conversar con un ser tan interesante, que en ese época era todavía presidente, fue el logro de un reto personal que me había impuesto. Creo que si aplicaramos su manera de ver las cosas, su generosidad de pensamiento, tendríamos un mundo mejor


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