Mercedes Barcha
Este texto fue publicado originalmente en inglés en Words Without Borders. Foto Principal: Fundación Gabo

Algunos —amigos, conocidos o extraños— la llamaban “la Gaba”. A primera vista, ese apodo le otorgaba un rol secundario, la ubicaba en un segundo plano en la vida de un escritor reconocido en todo el planeta. Se dijo muchas veces, al menos durante los últimos cuarenta años, que ella fue el gran apoyo de Gabriel García Márquez. Pero Mercedes Barcha nunca estuvo a la sombra ni detrás de nadie: se ubicaba en el centro y al frente de la vida y obra del ganador del premio Nobel. El apodo, entonces, era una prueba de que “los Gabos” eran “dos personas en una o, si se quiere, una en dos”, como dijo el periodista puertorriqueño Héctor Feliciano. Mercedes fue, durante las décadas que estuvieron juntos, la figura creativa que lo ayudó a sostener su obra literaria.

Su historia de amor es el sustento de toda su narrativa. De hecho, parece calcada de algunas de las tramas de García Márquez. O mejor: las novelas de García Márquez calcaron su historia de amor con Mercedes. Su vida juntos, desde el primer momento, estuvo marcada por esa inevitabilidad del destino que a Gabo tanto le gustaba y que perseguía a sus personajes.

Mercedes nació en Magangué, a orillas del río Magdalena, en 1932. Era hija de Demetrio Barcha, un boticario, y de Raquel Pardo. Fue la mayor de siete hijos y se crio en Sucre. Allá se conoció con García Márquez, que a su vez venía de Aracataca. Él narró este encuentro así en el libro El olor de la guayaba: “A Mercedes la conocí en Sucre, un pueblo del interior de la costa Caribe, donde vivieron nuestras familias durante varios años, y donde ella y yo pasábamos nuestras vacaciones. Su padre y el mío eran amigos desde la juventud. Un día, en un baile de estudiantes, y cuando ella tenía solo trece años, le pedí sin más vueltas que se casara conmigo. Pienso ahora que la proposición era una metáfora para saltar por encima de todas las vueltas y revueltas que había que hacer en aquella época para conseguir novia. Ella debió entenderlo así, porque seguimos viéndonos de un modo esporádico y siempre casual, y creo que ambos sabíamos sin ninguna duda que tarde o temprano la metáfora se iba a volver verdad”.

Demetrio Barcha veía con muy malos ojos el noviazgo. Y alguna vez le dijo a su hija —sin imaginar las resonancias de su advertencia— que si se casaba con Gabito terminaría “comiendo papel”.

Más adelante, Mercedes se mudó con su familia a Barranquilla, para escapar de la violencia política que invadía las regiones rurales de Colombia. Allí se siguió viendo con su novio. Para entonces, ya era una mujer bella, elegante, con un cuello alargado. Él alababa su figura estilizada constantemente. Y fue en honor de ese cuello espigado que tituló su primera columna del diario El Universal de Cartagena; la llamó “La Jirafa”. Demetrio Barcha veía con muy malos ojos el noviazgo. Y alguna vez le dijo a su hija —sin imaginar las resonancias de su advertencia— que si se casaba con Gabito terminaría “comiendo papel”.

Mercedes
San Ángel Inn, la colonia al sur de Ciudad de México, donde vivieron Mercedes y Gabo. Fotografía: Roberto Michel / Shutterstock.com

Mercedes vivió en Barranquilla casi toda su juventud. Se dedicó a su familia y no estudió una carrera universitaria. Sus amigos de esa época cuentan que desde entonces era una buena lectora. Durante mucho tiempo mantuvo su relación a distancia con García Márquez, pues él se fue a vivir a Europa. Nadie conoce el contenido de la extensa correspondencia que intercambiaron porque, algunos años más tarde, los dos acordaron destruirla. Cuando él regresó, camino a Caracas donde había aceptado un trabajo, pasó por Barranquilla y le pidió matrimonio formalmente. Ella aceptó y se casaron en la iglesia del Perpetuo Socorro, en el barrio Boston, el 21 de marzo de 1958: Mercedes tenía 25 años y Gabo tenía 31. Desde entonces, lo roles de cada uno quedaron muy claros. Él era el encargado de escribir y ella se hacía cargo de los asuntos prácticos. Aunque ella nunca habló de sus labores en concreto. Alguna vez dijo: “Nunca he trabajado. ¿Para qué? Yo no sé hacer nada”.

Después de la boda viajaron a Venezuela. Durante el vuelo le contó a Mercedes sobre sus planes: “Publicaría una novela que tendría por título La casa, que escribiría otra novela sobre un dictador, que a los cuarenta años escribiría la obra cumbre de su vida”, escribió Gerald Martin, el biógrafo oficial de García Márquez.

Una de las funciones que Mercedes ejercía con más rigor era la gestión de los amores y las antipatías.

Después de divagar por varios países, se instalaron, definitivamente, en Ciudad de México. Todos los que la visitaban lo sabían: en México se sentía más en casa que en cualquier otro lugar. Para entonces, su esposo ya había publicado su primera novela, La hojarasca, pero ella tomó la decisión de no comentar jamás en público el trabajo literario de Gabo. Un amigo de la pareja comentó que por esa época le preguntó qué pensaba del debut novelístico de García Márquez. Ella se encogió de hombros y le respondió: “Yo la leí, pero no la entendí”. Aunque siempre fue la primera lectora de sus textos y aportaba comentarios agudos. “Se confirma que no hay párrafo que no le fue leído a ella antes que a nadie y que hay frases que inauguraron una novísima cara de la literatura mundial que solo ella —quizá también los niños— escuchó al volante de un auto rumbo al mar”, escribió Jorge F. Hernández en El País.

Mercedes Barcha
Retrato de Mercedes Barcha, tomado durante una reunión del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Fotografía: Cortesía.

Los años siguientes, y ya con dos hijos, fueron muy complicados. Mercedes tuvo que hacerse cargo de las responsabilidades económicas del hogar. Vivían con lo mínimo y gracias a la generosidad de sus amigos cercanos. Un fin de semana, después de muchas angustias, decidieron viajar a la playa para descansar. El resto de la historia se ha contado mil veces: durante el camino, Gabo pensó la primera frase de una nueva novela y se la dijo a su esposa. De inmediato ella canceló las vacaciones y obligó a todos a regresar a casa.

Cuando García Márquez terminó de escribir Cien años de soledad, dieciocho meses después, Mercedes había logrado protegerlo de todas las distracciones. Pero la realidad era desastrosa: tenían una deuda enorme acumulada y ya no tenían qué comer. Fueron juntos a la oficina de correo para enviar la novela a la editorial. En ese momento el dinero no les alcanzaba para mandar el manuscrito entero. Pagaron la mitad del envío. Mercedes tuvo que empeñar su secador de pelo para completar, no sin antes renegar a la salida: “Ahora solo falta que la novela sea mala”.

Mercedes siempre tuvo un carácter fuerte. Alguna vez un periodista le preguntó a Gabo cuál era el signo de su esposa: “es el escorpión de la casa», le respondió con su humor característico.

Mercedes nunca habló mucho de su relación con la novela. Pero en una entrevista con Héctor Feliciano sí comentó: “Cuando me lo mandaron de (Editorial) Sudamericana, cuenta Mercedes, lo leí en la cama y Gabito estaba acostado al lado mío, a ver cómo reaccionaba. Y, ¿cómo lo leyó?, Lo leí avorazada, responde con aquel adjetivo costeño, como corresponde. Pregunto, ¿no había leído los borradores o el manuscrito? Yo, lo leo por escrito (impreso), confirma. A mí no me gusta nada de eso (de leer manuscritos). De los libros de García Márquez, ¿cuál le gusta más? ¿A mí?, Cien años de soledad. ¿No es?, pregunta y me mira a los ojos, como dudando sin duda alguna, insistiendo suavecito. Me lo he leído tres veces. Es una maravilla. Ese capítulo de la lluvia y de la peste. ¡Esa Úrsula! La pobre Úrsula es una maravilla, dice. Por fin, Mercedes se nos entusiasma, con mucha tranquilidad. ¡Es que es como un torrente! Uno pasa de capítulo y no se da cuenta. Cuando vas de un capítulo a otro, tú no lo notas”.

Lo que vino después de la publicación de Cien años de soledad y el Premio Nobel es ampliamente conocido. Gabo se convirtió, casi de inmediato, en una celebridad literaria. Su reconocimiento cambió para siempre la vida de la pareja. Aunque en esta nueva situación, Mercedes mantuvo, quizás incluso con mayor intensidad, la discreta fortaleza que tuvo desde el comienzo. Ya en la historia de la estirpe de los Buendía estaba el rastro de la familia Barcha y, sobre todo, los personajes femeninos costeños que tenían resonancias en su mujer.

 

La obra más famosa de García Márquez fue también obra de Mercedes.

Después de la consagración, ella siguió siendo la encargada de gestionar la vida diaria, la educación de los hijos, las relaciones públicas y las propiedades. También era quien tomaba las decisiones finales en muchas de las aventuras financieras de Gabo. Por ejemplo, cuando decidieron invertir en las revistas Alternativa y Cambio o en el noticiero QAP. Junto con la agente Carmen Balcells, administraban los derechos y las regalías de las obras. Jacqueline Urzola, una narradora colombiana que conoció muy bien a la pareja, escribió: “En su casa no se mueve una silla sin que ella lo ordene. Mercedes posee el control de todo lo que sucede y tiene poco aprecio porque se quebrante su voluntad. No recibe órdenes, las da”.

Después de la consagración, ella siguió siendo la encargada de gestionar la vida diaria, la educación de los hijos, las relaciones públicas y las propiedades.

Una de las funciones que Mercedes ejercía con más rigor era la gestión de los amores y las antipatías. Quienes tenían el gusto de entrar al círculo cerrado de la pareja, disfrutaban de su generosidad. Cuando más relajada estaba era cuando recibía a los amigos en la casa y les servía de tomar y beber. Se quedaba hasta el final de la fiesta, bailando junto a su esposo el vallenato que tanto les gustaba. El momento estelar de la noche llegaba siempre cuando sonaba la canción favorita de ambos: La diosa coronada, de Leandro Díaz.

Mercedes siempre tuvo un carácter fuerte. Alguna vez un periodista le preguntó a Gabo cuál era el signo de su esposa: “Es el escorpión de la casa”, le respondió con su humor característico. “Mercedes posee un estricto sentido de la lealtad; no perdona resbalones en ese sentido y tampoco es permisiva con ningún tipo de actuaciones desatinadas, vengan de quien vengan. Aquellos que considera que la han traicionado y se han aprovechado de haber compartido su intimidad, son desterrados de sus afectos y de los de Gabo, por supuesto, y no deben aguardar clemencia ni absoluciones. Los términos de la pelea son rigurosos y cualquier relajación de las condiciones debe hacerse con su visto bueno o a escondidas de ella. Gabo la sindica provocadoramente de manejar el departamento de rencores de la casa y ella se ríe; sin embargo, es claro que no se atreve a contradecir a su mujer y que aunque él haya concedido antes el perdón o quiera relegar el asunto, la cosa no se mueve hasta que el paso del tiempo o el obstinado empeño del desterrado le ablanden el corazón y la hagan cambiar de opinión. Algunas veces, eso nunca sucede”, describió Urzola.

Se quedaba hasta el final de la fiesta, bailando junto a su esposo el vallenato que tanto les gustaba. El momento estelar de la noche llegaba siempre cuando sonaba la canción favorita de ambos: La diosa coronada, de Leandro Díaz.

Tal vez en la novela donde más aparece dibujada Mercedes es en El amor en los tiempos del cólera. El personaje de Fermina Daza, la joven de modales serios que mantuvo enamorado a Florentino Ariza toda su vida, tiene muchos ecos con la esposa del autor; no en vano la novela está dedicada a ella.

Mercedes y Gabo eran requeridos en todo tipo de compromisos. Viajaban sin parar —a pesar de que Gabo detestaba los aviones— y eran invitados por celebridades y políticos de todo el planeta. Fueron amigos cercanos de algunos de los personajes más relevantes del siglo xx. Mercedes comentaba poco sobre sus reuniones con el poder y guardaba estricto secreto sobre las cosas que escuchaba. Y, es bien sabido, ambos apreciaban mucho estar en esas esferas. En 1988, García Márquez dijo en una entrevista a la revista Vanity Fair que disfrutaba mucho esta forma de vida: “You write better with all your problems resolved. You write better in good health. You write better without preoccupations. You write better when you have love in your life. There is a romantic idea that suffering and adversity are very good, very useful for the writer. I don’t agree at all.”

“Uno escribe mejor con todos los problemas resueltos. Uno escribe mejor con buena salud. Uno escribe mejor si no tiene preocupaciones. Uno escribe mejor si tiene amor en su vida. Existe esa idea romántica que dice que el sufrimiento y la adversidad son muy buenos, muy útiles para el escritor. Estoy totalmente en desacuerdo”.

Cuando la muerte los separó, en 2014, Mercedes se retiró de la vida pública. Solo se reunía con sus amistades más cercanas y salía poco de su casa en la calle Fuego, al sur de Ciudad de México. Siguió fumando y disfrutando el tequila en la tranquilidad de su sala con vista a un jardín y al estudio de su esposo. Eso sí, siempre estaba al tanto de los chismes del momento en Colombia y México. A diferencia de otras viudas de grandes autores, Mercedes tomó la decisión de no hablar nunca del legado de su esposo. Su discreción final fue consecuente con la manera como vivió el resto de su vida: con independencia y distancia crítica. Mercedes Barcha sabía la importancia que había tenido en la construcción de una de las obras literarias más importantes de la historia: no lo tenía que recalcar porque estaba ahí, en cada una de las páginas.

 


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