estafador colombiano

A Inés (Q.E.P.D.), mi abuela materna, por la disciplina que me inculcó desde que yo era un niño, y a Ana Victoria, mi pequeña sobrina, porque me recuerda el significado de volver a soñar.

“Sin haber conocido la miseria es imposible valorar el lujo”,

Charles Chaplin (1889-1977)

Nota del autor

El presente libro es una narración novelada de los testimonios entregados de manera voluntaria por su protagonista, Juan Carlos Guzmán Betancur, y como tal corresponde a él la responsabilidad de los eventos que se puedan derivar de los mismos. Algunos de ellos son de difícil comprobación y no se han podido verificar o constatar periodísticamente, por lo que se sugiere al lector darles el beneficio de inventario.

Las circunstancias de modo, tiempo y lugar procuran ajustarse fielmente a las situaciones descritas por Guzmán Betancur. Sin embargo, algunas de ellas fueron recreadas con fines literarios. De igual modo ocurre con las declaraciones de otras fuentes, las cuales fueron extraídas del libro que precede a ALIAS, titulado El suplantador. La historia real del estafador colombiano más buscado en el mundo (Debate, 2011), el cual fue también escrito por Andrés Pachón. Los nombres de algunas personas han sido modificados para proteger su intimidad.

Introducción

El día más triste de mi vida”.

Juan Carlos Guzmán Betancur recuerda:

“Era el hotel Four Seasons de Nueva York, en una de las suites del piso cuarenta o algo así. Acababa de abrir la puerta cuando me invadió esa extraña sensación de abatimiento. Digamos que antes la había sentido, pero no del mismo modo que esa vez. Debió ser por aquello del año viejo. Era, precisamente, la noche del 31 de diciembre de 2003 y yo contaba con veintisiete años de edad.

“Hacía solo tres días había llegado de Curazao tras un viaje de crucero y estando allí decidí irme para Nueva York y rentar esa suite en el Four Seasons. Era grande, con sala y comedor, una habitación rematada con una cama king y un baño precioso en mármol blanco, pero por sobre todo era minimalista de una forma exquisita. La elegancia está en lo mínimo, no en contar con un montón de cosas, y aquello caracterizaba a esa suite.

“Ese 31 de diciembre salí temprano del Four Seasons y caminé hacia la Quinta Avenida en busca de los almacenes de lujo de Manhattan. Me dirigí a la tienda de Yves Saint Laurent, la que queda entre la Quinta Avenida y Madison, en el Midtown East, y compré únicamente ropa de color azul oscuro para ponérmela ese día. No sé ni siquiera por qué lo hice. Luego bajé una cuadra y media, hasta el local de Cartier, y entré allí para curiosear. Al final terminé comprando un reloj Pasha y un anillo de oro que solo me cupo en el dedo meñique de la mano izquierda. Era precioso. Tenía una pantera agazapada a la que se le apreciaba bien la cabeza. Los ojos eran unas esmeraldas y la nariz, un ónix. Todo el animal estaba cubierto con diamantes, no se le veía el oro por ninguna parte. Como otros tantos caprichos que me había permitido, decidí regalármelo ese día. Pagué por él treinta mil o cuarenta mil dólares, algo así. Luego caminé un rato más aprovechando que no nevaba y regresé al hotel en la noche para cenar.

“Después de aquello subí a la suite y fue entonces cuando tuve esa enfermiza sensación de abatimiento. No soy un comprador compulsivo, sino más bien depresivo. Haberme ido de compras todo el día solo reflejaba mi verdadera condición. Durante años quise olvidar mi pasado comprándome cosas. Había logrado menguar duros recuerdos a costa de objetos, pero solo hasta esa noche caí en la cuenta de lo solo que me encontraba. No tenía a nadie con quién compartir nada. Me sentía ínfimo, desolado. Las amistades no lograban llenar ese vacío, y con mi familia había decidido romper desde muchos años antes.

En el año 2003, Juan Carlos Guzmán se encontraba en Nueva York con un terrible ataque de ansiedad.

“Nikolay1, un amigo ruso que se encontraba en Nueva York para visitar a su padre, me había llamado hacia las diez de la noche para que nos encontráramos en el Marriott Marquis de Time Square. Su padre había rentado una habitación allí con vista a la plaza y Nikolay esperaba que celebráramos en ese lugar la llegada del año nuevo. Quería que viéramos juntos la tradicional bola de cristal descender desde lo alto del edificio One Times Square un minuto antes de la medianoche. Le dije que no, que no me sentía bien. A decir verdad, me sentía pésimo.

“Pedí que me llevaran a la suite una botella de champagne Cristal. Recuerdo bien que pagué dos mil dólares por ella. Apagué las luces y me metí en la cama mientras bebía. Encendí la televisión, pero en lugar de ver algo me quedé boca arriba, mirando al cielorraso. Me puse a llorar. No podía dejar de llorar. Fue así durante toda la noche. En la calle, el jolgorio por el año nuevo se vivía tanto como en las suites vecinas. Unos chicos habían rentado tres o cuatro habitaciones y disfrutaban de una party de lo más tremenda. Aquello era drug, sex and rock and roll. Más temprano uno de ellos me había invitado a que me pasara por allí, pero no andaba para fiestas. Sencillamente no andaba para nada.

No soy un comprador compulsivo, sino más bien depresivo. Haberme ido de compras todo el día solo reflejaba mi verdadera condición. Durante años quise olvidar mi pasado comprándome cosas.

“Recostado en la cama me puse a recordar. Para entonces llevaba diez años fuera de mi hogar. Había decidido irme y armar mi propia vida conforme con mis reglas, pero en el camino abandoné la idea de hacerme médico y terminé convirtiéndome en ladrón. Era a eso a lo que me dedicaba. Robaba en algunos de los hoteles más lujosos del mundo. No a todas las personas. No a tíos pobres. Solo a gente con plata por pastón. La policía me acusaba de haberme hecho con al menos un millón y medio de dólares a lo largo de esos diez años, pero yo sabía que era mucho más.

“Algunas personas me habían señalado de sicario y prostituto, e incluso pasé un par de años guardado en prisión. De a poco mi nombre fue publicado por los medios. Escribían mi apellido de maneras distintas cada vez, pero todos coincidían en referirse a mí como un truhán. Cuando no, mencionaban alguno de mis alias. Sumaban una decena por esa época. Soporté vejámenes y humillaciones, golpes y acusaciones. Sin embargo, nada de eso me había afectado tanto como la atmósfera de aquella vez en Nueva York. No sé aún por qué, pero ese ha sido el día más triste de mi vida.

“Al día siguiente almorcé en un restaurante belga con Nikolay y su padre, un respetado neurocirujano de la ciudad. El señor me vio tan mal que me preguntó: ‘¿Pero qué te pasa?’. Le comenté lo que me había ocurrido la noche anterior y entonces me dijo que sólo debía encontrar a alguien en mi vida con quién compartir. Nada más que eso. Él y Nikolay me propusieron que fuéramos juntos a Moscú. Me dijeron que no tenía caso seguir en Nueva York ni un minuto más. Entre ambos me convencieron y al final terminé yéndome con ellos. Dejé la ciudad al cabo de un par de días. Era algo a lo que ya me había acostumbrado por cuestiones de trabajo. Me resultaba emocionante ir de aquí para allá todo el tiempo. Al fin y al cabo, nunca sabes qué vas a encontrar ni en quién te vas a convertir en el próximo destino”.

Junto a su amigo Nikola y el padre del mismo, Juan Carlos viajó a Moscú, escapando de los malos días en Nueva York.

***

Por cuenta de la prensa, desde el 1 de junio de 1993 el colombiano Juan Carlos Guzmán Betancur, un chico de casi 17 años, delgado, alto, de tez trigueña y cabello oscuro ensortijado, había pasado de ser un muchacho humilde e impopular en Cali2, la ciudad en la que vivía con su familia, a convertirse en un referente para los indocumentados en Estados Unidos y en una celebridad en su país.

Su caso salió a la luz pública luego de que en la madrugada de ese día fue descubierto al parecer inconsciente y con hipotermia en el suelo de una de las plataformas del aeropuerto de Miami, a donde llegó como polizón en el tren de aterrizaje de un avión de carga Douglas DC-8 de la aerolínea colombiana ARCA3 después de tres horas de vuelo.

En un comienzo su situación fue comparada con la de otro polizón, Armando Socarrás, un joven cubano que el 3 de junio de 1969 viajó de La Habana a Madrid del mismo modo -y en el mismo tipo de avión- para huir del régimen castrista, y de quien Juan Carlos se habría enterado de alguna manera para imitar su hazaña. Sea como fuere, el hecho es que luego de que fue llevado al Hospital Panamericano4 de Miami dijo llamarse Guillermo Rosales, ser huérfano y contar con apenas catorce años de edad, lo que de inmediato le granjeó el aprecio de la comunidad colombiana residente en la Florida, que lo ensalzó como un héroe.

La policía me acusaba de haberme hecho con al menos un millón y medio de dólares a lo largo de esos diez años, pero yo sabía que era mucho más.

Por unos días las cosas estuvieron bien, pero luego de que se conocieron sus mentiras las circunstancias empezaron a cambiar. Menos de un mes después de su llegada, las autoridades consulares colombianas que atendían su caso se enteraron de su verdadera identidad. De hecho, las averiguaciones del cuerpo diplomático junto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF)5 y el Departamento de Inmigración de Estados Unidos permitieron saber que no era huérfano y que estaba por cumplir los diecisiete. Con la evidencia en la mano, pronto el andamiaje del muchacho empezó a caer.

La versión de que llegó en el tren de aterrizaje del avión fue puesta en duda por algunos de quienes se apersonaron de su caso. Inferían que Juan Carlos debió viajar en la bodega del aparato con complicidad de alguna persona, y que sin dinero con qué poderla sobornar, habría pagado el favor con servicios sexuales. Después de eso no faltaron más rumores. Empezaron a saltar como sapos las historias de que se dedicaba a la prostitución, de que había sido sicario en su país y de que en Miami, luego de abandonar el hospital y ser albergado por una familia de colombianos, habría empezado a robar objetos menores a costa de mentiras. Otros tantos cotilleos apuntaban que Juan Carlos debió huir de Cali tras presenciar un crimen en un autobús y que entonces recibió de alguien 150.000 pesos6 para que abandonara la ciudad.

Para nadie había duda de que la historia de chico polizón le cambiaría la vida para siempre, pero a la larga las cosas no resultaron como se esperaba. Al cabo de un mes de estar en Miami fue regresado a Colombia, y menos de dos semanas después de eso fue detenido en al aeropuerto El Dorado, de Bogotá, mientras intentaba subirse en otro avión. Aquello no fue óbice para que en diciembre de ese mismo año (1993) se las arreglara para volver a Estados Unidos, pero entonces fue deportado una vez más.

Su caso salió a la luz pública luego de que en la madrugada de ese día fue descubierto al parecer inconsciente y con hipotermia en el suelo de una de las plataformas del aeropuerto de Miami, a donde llegó como polizón en el tren de aterrizaje de un avión de carga…

Por un tiempo desapareció. De él solo se supo varios años después, cuando a mediados de 2005 la prensa de Reino Unido lo describió como un sujeto cercano a los 30 años, de más de un metro con ochenta de estatura y talla media, ojos oscuros, nariz ancha, labios gruesos, cejas pobladas y con un pequeño lunar entre estas como rasgo más característico. Los titulares indicaban que había huido de una prisión cercana a Londres y que era buscado por las autoridades, luego de que se convirtió en un fino ladrón que actuaba por su cuenta, hablaba cinco idiomas, no usaba la violencia y contaba con al menos diez identidades diferentes.

En 2005 la prensa de Reino Unido lo describió como un sujeto cercano a los 30 años, de más de un metro con ochenta de estatura y talla media, ojos oscuros, nariz ancha, labios gruesos.

Su nombre fue incluido en los registros de Interpol luego de que el gobierno francés empezó a buscarlo, y varios años después -cuando estaba preso en Estados Unidos- lo solicitó en extradición por una serie de robos ocurridos en París. Se trataba de dinero en efectivo, alhajas, relojes de marca y ropa de diseñador que junto con otros robos de los que se le responsabilizó en varios países a lo largo de una década alcanzaban un millón y medio de dólares.

Juan Carlos Guzmán Betancur anduvo la calle desde muy joven. Abandonó su hogar luego de que la relación entre su madre y el padrastro que tenía por aquel entonces se echó a perder. Fueron tiempos en los que todos los espacios de la casa sirvieron como cuadrilátero de boxeo para resolver las diferencias. Salvo por los estudios secundarios que validó mientras purgó condena y por su “universidad de la vida”, su formación nunca fue mayor. Hoy en día es un hombre vanidoso. Asegura tener la ciudadanía española, contar con mas dinero que un profesional con doctorado y lucir más estilo y glamour que muchos nuevos ricos. Usa gafas de sol marca Cartier y un maletín cruzado Louis Vuitton en el que carga su portátil.

Durante años rehusó hablar con la prensa. Rechazó correos, llamadas telefónicas y visitas en prisión de todo aquel que estuviera relacionado con los medios, y aunque no llegó a admitirlo, en el fondo temía que cualquier declaración acabara por hundirlo más ante la ley. Eran épocas en las que los procesos de extradición por cuenta de un par de países parecían esperarlo a la vuelta de la esquina. Se le señalaba de robos que aunque no fueran de su autoría parecían ser maquinados por nadie más que él.

Hoy en día es un hombre vanidoso. Asegura tener la ciudadanía española, contar con mas dinero que un profesional con doctorado y lucir más estilo y glamour que muchos nuevos ricos.

Para los días finales de febrero de 2012 Juan Carlos Guzmán Betancur estaba prácticamente limpio. Acababa de abandonar una prisión en Estados Unidos luego de pagar una sentencia de treinta meses y algo más por robo e inmigración ilegal. Entonces decidió viajar a Colombia para encargarse de una serie de asuntos personales. Hacía pocos días había terminado un tratamiento de fármacos contra la depresión que le produjo aquel encierro. Una depresión que, pese a todo, no recordaba más que la de ese 31 de diciembre en Nueva York.

Mucho antes de que narrara ese episodio, su vida fue siempre relatada por terceros; una serie de versiones que daban cuenta de un avezado estafador de quien todo mundo se atrevía a hablar pero que a la larga nadie conocía. Para Juan Carlos Guzmán Betancur estaba claro que ahora, de regreso a la libertad, había llegado el momento de que él mismo contara su versión.

  1. Nombre cambiado para proteger la intimidad de la persona.

2. Cali es la capital del departamento del Valle del Cauca, ubicada en el suroeste de Colombia.

3. Varias fuentes documentales y testimoniales, entre ellas el propio Juan Carlos Guzmán Betancur, aseguran que el viaje como polizón ocurrió en un avión de Aerolíneas Colombianas (ARCA), pero sitúan a esa empresa en la ciudad de Barranquilla, en el Caribe colombiano, lo que no se corresponde con la realidad. ARCA fue fundada por el capitán Hernando Gutiérrez en Bogotá en 1956, mientras que la única aerolínea de carga en la zona atlántica de Colombia para la época en que sucedieron los hechos era Líneas Aéreas del Caribe (LAC), fundada en 1974 por el capitán Luis Carlos Donado Velilla. Según los archivos consultados, LAC se especializó en el transporte de flores hacia Miami, pero no tenía aviones tipo DC-8, como sí contaba con ellos ARCA, que también volaba a esa ciudad.

4. Actualmente conocido como Hospital Metropolitano.

5. Entidad estatal colombiana fundada en 1968 como respuesta a las problemáticas que afectan a la niñez en el país.

6. El peso es la moneda colombiana. Equivalente a unos 38,16 dólares estadounidenses para la época en la que se reeditó este libro, en 2022.

 


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