el estafador colombiano
Ilustraciones: Relatto

CAPÍTULO 5

¿Por qué nos mentiste?”.

Desde su arribo a Miami, Juan Carlos Guzmán Betancur estuvo entre ceja y ceja de un alto funcionario del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS)1 de Estados Unidos en el distrito de Miami. El hombre, conocido por el recelo que guarda hacia los inmigrantes ilegales, buscaba por todos los medios sacar al muchacho fuera del país, y su departamento se había puesto al tanto de la investigación sobre la consabida versión de la llegada en el tren de aterrizaje, que no lograba convencer a los agentes.

Sin que Juan Carlos siquiera lo advirtiera, la situación era por lo menos espinosa. Una vez se estaba bajo la mirada de aquel hombre, no había forma de eludir las reglas. Sencillamente, él era la regla. Según acusan sus detractores, el sujeto ingresó al INS y ascendió a costa de reverencias en Washington al puesto de director del distrito de Miami.

Algunas denuncias públicas aluden a que el amparo del que gozaba desde las altas esferas del Gobierno obedecía a argucias cáusticas y deplorables que fabricó en su ejercicio como funcionario público. Una de esas acusaciones, por ejemplo, señala que hace varios años dicho sujeto creó un frente falso con su departamento para encubrir ante una delegación del Congreso de Estados Unidos la preocupante realidad en el centro de detención para inmigrantes Krome, en Miami, que para entonces dirigía y cuya capacidad estaba desbordada.

Esa vez, él y otros trece miembros de su equipo lograron engañar a la delegación de parlamentarios que visitó Miami para conocer la situación en Krome. Liberaron a 101 de los 407 internos extranjeros y transfirieron a otros con el fin de que el centro no se viera atestado ante la visita que realizó la comisión. Luego se conoció que entre los liberados había al menos nueve delincuentes peligrosos y que el entonces funcionario contrató para ese día guardias adicionales para soportar mejor su pantomima acerca de la seguridad en el centro de reclusión. Pese a ello, un par de años después fue nombrado a la cabeza de la unidad del INS encargada de la seguridad a nivel nacional, cargo desde el cual coordinó los esfuerzos de lucha contra el terrorismo.

Con un tipo como aquel respirándoles en la nuca a los inmigrantes desde la silla del INS, las continuas escapadas de Juan Carlos del hogar de los Lozano no hacían nada bien a su permiso de permanencia temporal en Estados Unidos. Por el contrario, socavaban la intentona del abogado Iverson de conseguirle una estancia permanente en el país. Más temprano que tarde, aquel funcionario se salió con la suya y el muchacho debió regresar a Colombia, aunque —vale la pena decirlo— la decisión del INS estuvo motivada por asuntos más delicados que una simple escapada de la casa de los Lozano.

El ex cónsul Andrés Talero recuerda:

“Junto con el Servicio de Inmigración de Estados Unidos y el ICBF en Colombia descubrimos que el pisco no era quien decía ser. Aparte de eso, resultó que también una tía suya escuchó la historia de su ‘hazaña’ como polizón en la radio colombiana y llamó para contar que él no era huérfano, no tenía catorce años y menos aún se llamaba Guillermo Rosales. El cuento también se supo porque encontramos que la policía de Bogotá tenía radicada una denuncia del verdadero Guillermo Rosales. Yo nunca vi esa denuncia, pero recuerdo que me informaron que en ella se mencionaba que el tipo había perdido sus documentos y unos ochocientos dólares en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, y que la denuncia había sido interpuesta sólo unos días antes de que el pisco llegara como polizón a Miami2.

“Lo cierto del caso es que el chino era un cafre completo. Una de las tres veces que hablé con él me contó que tuvo que salir de Cali porque fue testigo de un crimen en un bus intermunicipal. Me dijo que un tipo le había dado como 150.000 pesos3 para que abandonara la ciudad a raíz de ese incidente. En un principio ese cuento me inquietó. Pensé que no sólo podía haber sido testigo de ese crimen, sino más bien el autor y que por eso mismo había tenido que salir de la ciudad y del país.

“Así que empezamos a hacer varias averiguaciones para saber si era sicario o no. En ese momento todo cuadraba para creerlo, sobre todo porque se le encontraron dos pasajes de avión refundidos en los bolsillos cuando llegó como polizón. Uno de ellos tenía anotado a mano el nombre de una mujer, pero no pudo justificar cómo se había hecho con él. Al final, el cuento del tal crimen en el autobús resultó ser otra de sus mentiras. Fue una patraña más que inventó como la del tren de aterrizaje. Lo que pasó fue que en ese momento no tuvimos cómo comprobar que todo eso eran puros embelecos.

“Hoy, a la luz del día, estoy casi seguro que ese pisco no se coló por sí solo en el avión de ARCA. Lo que pienso es que debió meterse en la bodega con ayuda de alguien a quien seguramente le pagó con favores sexuales. Había indicios que nos dejaban ver que podía dedicarse a la prostitución, pero eso sólo lo llegamos a saber después, luego de que los Lozano se habían acomedido a recibirlo. Sin querer, terminamos metiéndoles un delincuente en la casa a los Lozano.

“A mi modo de ver el chino era un avivato y nos estaba tomando por pendejos. Hay gente que uno podría considerar pícara y bandida, pero tiene un componente alegre. Este no era el caso. Su actitud me parecía la de un muchacho que escondía algo, que era un chico malo. Ahora bien, que el pisco es astuto, no lo niego, pero para mí no es inteligente una persona a la que se le abre una oportunidad tan extraordinaria —como la de vivir con todos los beneficios en Estados Unidos— y por dárselas de avispado, de jodido y de bandido la echa por la borda.

“En medio de todo eso se conoció otro cuento. La tía que apareció en Colombia también le reveló a la emisora algo importantísimo: el muchacho tenía una familiar cerca de Miami. Ese hecho cambiaba radicalmente las cosas, porque implicaba que por normativa él ya no podía vivir más con los Lozano. Debía estar con quienes tuviera lazos de consanguinidad. Así que lo primero que pensé fue llamar a Jairo y contarle lo que habíamos podido averiguar”.

Lo que pienso es que debió meterse en la bodega con ayuda de alguien a quien seguramente le pagó con favores sexuales. Había indicios que nos dejaban ver que podía dedicarse a la prostitución, pero eso sólo lo llegamos a saber después, luego de que los Lozano se habían acomedido a recibirlo.

En palabras de Jairo Lozano:

“Talero me llamó como afanado y me dijo que fuera junto con Bertha a su oficina. Quería hablar con nosotros lo más pronto posible algo delicado, pero no se puso con detalles. Yo estaba en el trabajo, así que salí hacia mi casa, recogí a Bertha y fuimos hacia el consulado. Apenas entramos a su oficina, Talero nos advirtió que tenía algo muy importante que contarnos relacionado con Guillermo. Nos lo dijo así, a palo seco. En ese momento me inquieté de verdad, así que sin más enredos le pregunté a qué se debía todo ese afán.

—Miren —nos dijo como tratando de suavizar la cosa—. Ambos han sido muy gentiles con Guillermo, pero me parece que deben saber que él no es quien ustedes creen.

—¿A qué se refiere? —le interrumpió Bertha.

—A decir verdad ese ni siquiera es su verdadero nombre —nos dijo—. Guillermo es en realidad Juan Carlos Guzmán Betancur.

“Nos quedamos de una pieza. Voltee a mirar a Bertha y parecía no dar crédito a lo que oía. No me imagino cómo debía verme yo. Talero siguió hablando. Nos dijo que Guillermo, o Juan Carlos, como quiera que fuera, no tenía catorce años, sino casi diecisiete.

—Por lo que sabemos, nació en Cali el 26 de junio de 1976 —dijo.

Ahora bien, que el pisco es astuto, no lo niego, pero para mí no es inteligente una persona a la que se le abre una oportunidad tan extraordinaria —como la de vivir con todos los beneficios en Estados Unidos— y por dárselas de avispado, de jodido y de bandido la echa por la borda.

“En ese momento tuve claro el por qué de su estatura. Pensé que alguna razón había que tener para que nos engañara de esa forma. Sin embargo, Talero no nos explicó nada al respecto. En su lugar, siguió enumerándonos una serie de mentiras que Guillermo nos había tendido. Nos dijo que los padres de Guillermo aún vivían. Es decir, que no era huérfano, y que tenía una parienta que vivía muy cerca de Miami, en Perrine4. Como si todo eso no nos hubiera impactado lo suficiente, Talero viene y remata con algo más delicado todavía. Nos dice que tiene indicios de que Guillermo se dedica a la prostitución y que también puede ser un delincuente, un sicario.

—Eso es algo que estamos averiguando —dijo.

“Aquello era lo último que esperábamos escuchar. Bertha y yo quedamos enteramente pasmados. De inmediato a ella le entró la angustia, sobre todo por los niños. Dijo que permanecían mucho tiempo con Guillermo y que quizás algo malo les podía suceder. Recuerdo que se sobresaltó demasiado y frente al cónsul me dijo:

—¡Los niños Jairo, los niños! No quiero a ese muchacho ni un minuto más en mi casa, ¿me entiendes? ¡Lo quiero fuera ya! ¡Ahora!

“Talero nos explicó que, dadas las circunstancias, y desde su punto de vista, era muy probable que a Guillermo lo expulsaran casi de inmediato del país. Pensé que sería una lástima y que el trabajo que venía haciendo el abogado Iverson para conseguirle la residencia caería en balde. Nos dijo también que por ley no podíamos tenerlo más en nuestra casa y que deberíamos entregárselo a la señora de Perrine. Era algo que debíamos hacer casi que de inmediato. Creo que para ese momento el consulado ya había contactado a la mujer, así que nos regresamos a la casa para arreglar lo de su salida”.

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La pareja de esposos conformada por Jairo Lozano y Bertha Sotoaguilar, que se hizo cargo de Juan Carlos Guzmán Betancur en Miami, se llevó una gran sorpresa al saber que el muchacho les había mentido y que su identidad era otra.

Según testimonios de Bertha Sotoaguilar:

“Aunque me preocupó mucho lo que nos dijo Talero, lo cierto es que nos habíamos encariñado tanto con Guillermo que cuando regresamos a la casa no fui capaz de hablarle duro. Los niños estaban en el colegio y entonces me lo llevé para la habitación de Jair y nos sentamos en la cama a hablar. Me dio tanto pesar decirle que tendría que dejarnos que antes de mencionárselo comencé a llorar. Recuerdo que me preguntó:

—Mami, ¿por qué lloras?

“No le respondí nada al respecto. Me quedé viéndolo a los ojos. Tenía unos ojos oscuros muy expresivos y unas cejas gruesas, muy hermosas, y entre ellas, un pequeño lunar que parecía pintado con un crayón. Entonces le pregunté:

—Guillermo, ¿por qué nos mentiste?

—¿Cómo así mami? —me decía mami todo el tiempo—. ¿De qué hablas?

“Le respondí que no me tomara por ingenua. Se lo dije sin siquiera alterarme. Estaba sí muy sentida, muy decepcionada por el hecho de que nos mintiera de esa forma. Le conté lo que nos había dicho el cónsul, que no era huérfano y que tenía incluso una familiar en el país. Le dije que en adelante ya no podía seguir viviendo más con nosotros. Sentí que se previno mucho después de eso.

—¿Entonces ya no serás más mi mamá? —me preguntó con los ojos encharcados.

“Casi se me rompe el alma en ese momento. No sé por qué, pero pese a todo lo que Talero nos dijo de él, yo sentía que lo amaba. Lo abracé y no pude resistir las ganas de llorar. Recuerdo que lloré mucho por el resto de ese día. Él estaba igual de triste. Mientras me alistaba para empacarle todas sus cosas, que prácticamente era la ropa que le había comprado en K-Mart, me dijo que no quería llevárselas. Dejó todo aquello guardado en un cajón del guardarropa, prácticamente sin usar.

“En el fondo yo pensaba que su salida de la casa era lo mejor para nosotros, aunque eso no evitaba que me doliera su partida. Lo que nos dijo Talero me había puesto muy nerviosa. Sin embargo, no me parecía que Guille fuera un muchacho malo, sólo que quizás se estaba estrellando contra la vida. Nunca llegué a mencionarle lo otro que también nos dijo el cónsul, que pensaba que podía ser prostituto o sicario. No me pareció conveniente hacerlo, menos aún en ese momento. Después de un buen rato, el abogado Iverson —a quien también habíamos conocido en todo este proceso— llegó a nuestra casa para llevarlo a vivir con la señora de Perrine”.

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El entonces cónsul de Colombia en Miami, Andrés Talero, les expresó a Jairo y a Bertha sus sospechas de que Juan Carlos Guzmán Betancur pudo haberse dedicado al sicariato y a la prostitución antes de llegar a Estados Unidos.

El abogado Iverson cuenta:

“Lo primero que yo recordar es que las autoridades de Inmigración enterarse de que él tener actitudes de ladrón y timador. Él cambiarse la identificación y cosas de esas. No sé muy bien cómo ser su situación en el hogar de él en Colombia, pero yo pienso que debía ser difícil con padrastro suyo. De todos modos hay niños que tener mala relación con sus padres y no volverse ladrones. Eso no servir como excusa para lo que hizo. Yo creo que algo deber pasar a él para que con tantas oportunidades que tener, con todas las puertas abiertas, escoger lo que escogió”.

En palabras de Jairo Lozano:

“En la casa, la partida de Guillermo fue un alivio para Jair. Recuerdo que después de que el abogado Iverson salió con él, Jair nos dijo:

—Mami, papi, menos mal que Guillermo ya se fue.

—¿Por qué lo dices? —le pregunté extrañado.

—Es que para mí él no es un hombre-hombre…

“Me quedé desconcertado. Le pregunté que a qué se refería, entonces nos dijo que un par de veces, mientras dormía, Guillermo no sólo le quitaba la cobija —como ya de hecho le había contado a Bertha—, sino que también estiraba sus piernas para tocarlo. Hizo hincapié en que no fue una sola vez, sino varias. Así que no se trató de algo accidental, fue algo completamente intencionado. Bertha se mostró preocupada. Le preguntó si las cosas habían pasado de ahí, pero Jair le dijo que no. Insistió en que siempre se había alejado de Guillermo cuando comenzaba con esas cosas y que le decía que se comportara como un hombre, que no fuera marica. Confié en todo lo que nos dijo Jair, aunque Bertha parecía seguir intranquila. Recuerdo que le volvió a preguntar:

—¿Seguro que Guillermo no te hizo nada?

—Seguro mami —le respondió—. Tú sabes que yo no me dejo molestar. Le hubiera pegado un par de puños si hubiera seguido con eso.

Lo primero que yo recordar es que las autoridades de Inmigración enterarse de que él tener actitudes de ladrón y timador. Él cambiarse la identificación y cosas de esas.

“Aquel tema terminó allí, pero poco después de que Guillermo se marchó vinimos a echar en falta ciertas cosas. Por los días en que estuvo preguntándole a Bertha si teníamos alhajas, un par de cosas se perdieron. A ella, por ejemplo, se le perdió un anillo, y luego a mí se me desapareció una herramienta. En un principio dudé de Jair. Pensé que él la había extraviado, pero después comenzamos a atar cabos y nos dimos cuenta que detrás de todo estaba Guille”.

En palabras de Bertha Sotoaguilar:

“A decir verdad nosotros sí teníamos joyas en la casa. Yo las escondía en una caja que metía en un techo falso que había en la cocina. Lógicamente, nunca le dije a Guillermo nada sobre eso. Para llegar a ellas había que subirse al mesón y mover una especie de loseta que cuadraba muy bien en el cielorraso, por lo que era muy difícil que alguien supiera de ese escondrijo. Me había cuidado de decirles a los niños que no le fueran a mencionar algo de eso a Guille, que desde días atrás venía preguntando si teníamos alhajas.

“Recuerdo que por ese entonces nos invitaron a Jairo y a mí a una fiesta, así que quise ponerme unos aretes con chispitas de diamantes que tenía ahí guardados. Me subí al mesón para sacarlos y justo cuando me estaba bajando entró Guillermo a la cocina. Traté de disimular, pero supuse que podría haberme descubierto, sobre todo porque él era muy avispado, aunque callado. Luego, cuando salíamos para la fiesta, él me vio los aretes puestos. Nunca antes me los había visto, así que desde entonces debió sospechar de que teníamos un escondite en la cocina. Poco después de eso a Jairo se le perdió un arma de dotación que mantenía en la casa y tuvo que reportarla como extraviada. Jamás volvimos a ver esa arma.

“Sin embargo, fue mucho después —cuando ya no vivía con nosotros— que caí en la cuenta de que me había robado las alhajas. Un día fui a buscar algo en la cajita y me di cuenta de que no estaban los aretes. No era lo único que faltaba. Tampoco encontré unas joyas que yo había recibido como regalo de quince años ni unas cadenitas que unos familiares les habían dado a los niños cuando nacieron. También eché en falta una esclava de Jairo y varios dijes que guardaba como recuerdos de aniversario de mi boda. De inmediato supe que el responsable había sido Guille. Como algunas veces se quedaba solo en la casa durante horas, no le debió quedar difícil encontrar el escondrijo. Lo descubrió desde el momento mismo en que me vio bajar del mesón”.

La esposa del policía Jairo Lozano, Bertha Sotoaguilar, recordó que Juan Carlos Guzmán Betancur les robó algunas joyas que la familia mantenía guardadas en un escondrijo de la casa.

***

El caso de Juan Carlos fue publicado de manera profusa por el diario El Nuevo Herald, de Miami, que encargó al periodista colombiano Gerardo Reyes Copello de dicho cubrimiento. Reyes, por entonces de 35 años de edad, barbado, algo robusto y con unos lentes que acentuaban sus ojos claros y le conferían un aspecto de bonachón, se había desempeñado como reportero en la unidad investigativa del periódico El Tiempo, de Bogotá, y emigrado después a Miami, donde trabajaba en la realización de artículos acerca de tráfico de drogas y de armas, negligencia médica y fraude electoral.

De hecho, en 1999 Reyes se hizo con el premio Pulitzer luego de publicar —en conjunto con otros periodistas— una serie de artículos sobre votos sucios en la puja por la alcaldía de Miami, y cinco años más tarde fue galardonado con el premio María Moors Cabot, que entrega la Universidad de Columbia, por su libro Don Julio Mario, la biografía no autorizada del magnate colombiano Julio Mario Santodomingo5.

Sin embargo, antes de que todo aquello se le presentara, Reyes se había volcado a seguirle el paso a la historia de Juan Carlos. Desde su llegada a la ciudad como polizón hasta que fue descubierto en la mentira, así como una serie de hechos más que se sucederían, Reyes escribió para El Nuevo Herald una seguidilla de artículos que parecían marcar el derrotero del muchacho durante su paso por Miami. Como lo muestra un artículo del sábado 19 de junio de 1993 escrito por el periodista para el mencionado diario:

Polizón confiesa mentiras

Gerardo Reyes

Redactor de El Nuevo Herald (Miami)

Hasta la mañana del viernes se llamaba Guillermo Rosales, tenía 14 años y era huérfano de ambos padres. Con ese nombre asombró al mundo hace tres semanas, cuando dijo que había viajado más de tres horas en el tren de aterrizaje de un avión de carga que lo trajo a Miami.

En la tarde del viernes las cosas cambiaron. Un fax del Departamento de Seguridad (DAS), de Colombia, informó que el joven polizón se llama Juan Carlos Guzmán Betancur y nació el 26 de junio de 1976 en Colombia. Su madre, Yolanda Betancur, está viva. Su padre falleció.

Con una voz casi imperceptible, Guzmán pidió disculpas y explicó que se inventó un nombre diferente para evitar la deportación cuando encontraran a su madre. Pero insistió en que hizo la travesía en el tren de aterrizaje.

«Yo no soy nadie para que me crean», dijo Guzmán a un grupo de reporteros antes de echarse a llorar y abandonar el jardín de la casa de la familia del policía de Miami Jairo Lozano. La familia se hizo cargo del polizón mientras el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) busca parientes suyos en Estados Unidos o Colombia.

«Mi mamá me echó de la casa», dijo. «Ella y mi padrastro me pegaban . . . No quiero volver a Colombia porque allá no tengo futuro». ¿Lo tendrá en Estados Unidos?

El abogado de Guzmán, David Iverson, explicó que estaba consciente de que el INS «no debe estar muy feliz» con el hallazgo. Pero confió en una versión no confirmada que recibió del cónsul de Colombia en Miami, Andrés Talero.

Según Talero, dijo Iverson, el INS prometió que no deportará inmediatamente a Guzmán.

«La información suministrada por el gobierno colombiano será revisada por el INS», dijo George Waldroup, vocero del INS en Miami. No fue posible tener comentarios del cónsul el viernes por la noche. Según Iverson, Talero le mostró el documento enviado por el DAS.

Guzmán dijo que su madre es enfermera, vive en Cali con su padrastro, y que ambos trabajaban para una señora propietaria de una firma de bienes raíces. El joven negó rumores de que estuviera escapando del país por haber sido testigo de un delito o estar involucrado en alguno. Su abogado dijo que el documento enviado por el DAS no señala ningún antecedente judicial.

El lunes pasado, el INS extendió por 30 días la libertad bajo palabra a Guzmán mientras se investiga su versión de cómo llegó al aeropuerto de Miami la madrugada del 4 de junio.

Operarios de la compañía colombiana de carga ARCA dijeron que encontraron a Guzmán inconsciente y al borde de la congelación en el nicho del tren de aterrizaje de un DC-8 que había salido la noche anterior de Cali, Colombia.

Horas mas tarde, Guzmán dijo que había viajado desde Cali escondido en el tren de aterrizaje. La versión fue puesta en duda por científicos aeronáuticos que consideran que a la altura que viajaba el avión, según la aerolínea, es imposible sobrevivir por la falta de oxigeno. «Yo viaje donde los periodistas no creen que viaje», insistió el viernes Guzmán.

Al enterarse del verdadero nombre del joven, Bertha Lozano, esposa de Jairo, dijo que no sentía ninguna decepción. «Lo seguiremos queriendo sin importar como se llame», dijo Bertha, a quien Guzmán le dice mamá.

La reportera de El Nuevo Herald Aminda Marques contribuyó a esta información.

***

Por un tiempo, tal y como cuenta Bertha, ella y Jairo mantuvieron al corriente de la vida de Juan Carlos, a quien siguieron llamando Guille. Bertha asegura que con frecuencia hablaba por teléfono con él, así como con la mujer con la que estaba emparentado y con la que vivía cerca de Miami. El esposo de la mujer resultó ser conocido del padre de Jairo. Se trataba de un mecánico automotriz que en 1992, un año antes de la llegada del muchacho como polizón, les había reparado los vehículos a algunos familiares de los Lozano luego de que resultaron averiados por el paso del huracán Andrew6.

Aprovechando la relativa cercanía con el hombre, en un par de ocasiones Jairo y Bertha fueron a su casa en el sur de la Florida para visitar a Juan Carlos y pasar una tarde con él. Según recuerda Jairo, una de esas veces, al entrar a la habitación que ocupaba el muchacho en la vivienda, se toparon por casualidad con un anillo de Bertha y con la herramienta que él había dado por extraviada. Ninguno de los dos mencionó algo al respecto, pero aquello fue la prueba concluyente de que Juan Carlos era ladrón. Desde entonces, la poca confianza que aún tenían en él terminó hundiéndose por completo.

Jairo, por ejemplo, empezó a considerar la posibilidad de que el muchacho no llegó a Miami dentro del tren de aterrizaje del avión y que todo ello no fue más que un cínico engaño, aunque la versión de Gamboa da crédito a ese hecho. Hasta entonces Jairo se había resistido a aceptar que todo ello era una mentira, incluso después de escuchar la versión de Talero, quien —dicho sea de paso— resultó acertar en su idea de que tarde que temprano Juan Carlos le haría una “trastada” al policía.

Sus mentiras también llegaron a comprometer la credibilidad de los Lozano ante el abogado que representaba los intereses de la mujer de Texas. El hombre respondió enfurecido ante una llamada que la propia Bertha le hizo para informarle del engaño del que habían sido víctimas. Creyó que ella y Jairo hacían parte de la treta, así que de inmediato viajó a Miami y pidió la devolución total del dinero que su clienta había depositado para la manutención del muchacho. Bertha fue con él al banco para reintegrárselo y allí el hombre pudo corroborar que de aquel depósito no se había retirado un solo dólar. Le preguntó extrañado a Bertha por qué razón no habían hecho uso del dinero, a lo que ella le respondió que habían preferido guardarlo ante una eventual estrechez económica. “Cuando tomamos la decisión de cuidar a Guillermo —le dijo—, sabíamos que lo mantendríamos con nuestros propios recursos”. Después de eso las cosas entre ambos terminaron de un modo cordial, aunque Bertha y aquel abogado jamás se volvieron a ver.

Según recuerda Jairo, una de esas veces, al entrar a la habitación que ocupaba el muchacho en la vivienda, se toparon por casualidad con un anillo de Bertha y con la herramienta que él había dado por extraviada.

Respecto de todo aquello, Juan Carlos Guzmán Betancur recuerda:

“Durante años todo mundo ha salido a decir cuanto se le antoja sobre lo que sucedió conmigo en Miami en 1993. Es un historia larga, pero vamos a contarla como fue. En primera instancia el cónsul aquel está pifiado con el cuento de Guillermo Rosales. El tipo es un tozudo completo. No existía ningún ‘verdadero’ Guillermo Rosales, como él asegura. Ese era un nombre que yo había inventado para entrar y salir fácilmente de Venezuela, como ya lo dije. Él se aferra en decir que había una denuncia por pérdida de esos documentos, lo cual es cierto. Es claro que la policía tenía una denuncia. Pero esa no era otra que la que yo había puesto diciendo también que se me había perdido un dinero para que la historia cuajara mejor. Mejor dicho, la tal denuncia la puse yo mismo unos días antes de viajar a Miami con tal de obtener un papel con el cual pudiera pasar a Venezuela sin ningún lío.

“Ahora bien, no tengo la menor idea de dónde saca Talero que yo fui testigo de un crimen en Cali. Nunca hubo algo así. ¡Vaya cojones los que tiene ese tío! Quería meterle miedo a todo el mundo diciendo incluso que yo era sicario. Nada de eso es cierto, como tampoco lo son los tales beneficios que —según él—me había dado el gobierno estadounidense para poder quedarme en el país. Ese hombre alucina. Yo no tenía status legal. Iverson estaba tratando de conseguirme uno. Buscaba que no me regresaran a Colombia, pero Inmigración había notificado desde el comienzo que era imposible que yo me quedara. Así que era una batalla personal contra una montaña. Según entiendo, el alto funcionario del INS que me venía pisando los talones era un tipo totalmente racista, y no le había sentado muy bien que me otorgaran un permiso temporal de estadía. Eso era algo de lo cual ya me había advertido Iverson. Una de las veces que nos vimos me dijo:

—Con ese tipo no poder. Él tener mucha influencia y ya tomar decisión desde el mismo momento en que tú llegar. Te vas del país.

“Me dijo que aún así vería qué podía hacer. Indicó que trataría de negociar el asunto directamente con Washington para ver si de algún modo podía ‘saltarse’ a ese funcionario del INS en el proceso.

—De todos modos, yo advertirte que eso es casi imposible —dijo”.

El anuncio de la deportación de Juan Carlos tocó la fibra de ciudadanos y activistas que le pidieron al gobierno de Estados Unidos frenar la decisión. Pese a las mentiras, el muchacho había logrado conmover a una buena cantidad de personas que salieron al paso para respaldarlo, incluso desde donde menos se esperaba. Como muestra un artículo de Gerardo Reyes publicado en El Nuevo Herald el jueves 24 de junio de 1993:

El abogado de la mujer de Texas interesada en adoptar a Juan Carlos enfureció al creer que Bertha y Jairo Lozano eran cómplices de las mentiras del muchacho.

Medio hermano ofrece solidaridad a polizón

Gerardo Reyes

Redactor de El Nuevo Herald (Miami)

Un hombre que se identificó como medio hermano del polizón Juan Carlos Guzmán se unió el miércoles a una avalancha de ofrecimientos que recibió el joven colombiano a raíz de la decisión del gobierno de Estados Unidos de deportarlo a su país.

Fabio Guzmán se comunicó con Juan Carlos desde Houston, Texas, a través de una conexión telefónica hecha por El Nuevo Herald.

Los Guzmán, que no se conocen personalmente, hablaron de tías, primos y lugares comunes en Colombia luego de que Fabio ofreció su casa y toda la colaboración posible a Juan Carlos.

Ambos coincidieron en que son hijos del mismo padre, Óscar Guzmán, un agricultor del departamento del Valle ya fallecido que habría tenido mas de 15 hijos con diferentes esposas.

«Mi papá sembraba un día aquí un repollo y mañana otro allá», dijo Fabio, de 36 años. «Juan Carlos es uno de ellos, casi todos crecimos a la deriva».

La de Fabio Guzmán no fue la única expresión de solidaridad el miércoles. Durante el día, la emisora Radio Klaridad recibió decenas de llamadas de personas que querían saber cómo podían ayudar o qué hacer para adelantar una campaña a fin de persuadir al Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), dijo Fabiola Ortiz, periodista de la estación.

La historia de Juan Carlos Guzmán Betancur en Miami acaparó varios artículos del periódico «El Nuevo Herald».

«Ese muchacho ya hace parte de nosotros, y hay que hacer algo para que lo dejen», dijo a El Nuevo Herald Carmen Díaz- Fabián, activista puertorriqueña.

Las llamadas fueron transferidas al abogado de Guzmán, David Iverson, que ha puesto todas sus esperanzas en que alguna institución educativa ofrezca una visa de estudiante al joven polizón.

Pero esa solución no parece fácil, dijo Iverson. Los colegios exigen documentos cuya obtención tardaría más de cuatro meses e implicaría que su cliente tuviera que regresar a Colombia.

La visa de estudiante tendría, además, que ser recibida por Guzmán de manos de un cónsul de Estados Unidos en Bogotá, agregó el abogado.

La decisión del INS de deportar a Guzmán se produjo luego de que el cónsul de Colombia en Miami dio a conocer un documento del gobierno de su país donde se certificaba el verdadero nombre y la edad del joven.

Guzmán, de 17 años, había declarado que se llamaba Guillermo Rosales y que tenía 14 años. Bajo ese nombre, el joven relató que había llegado a Miami en el tren de aterrizaje de un avión de carga procedente de Cali, Colombia.

Ataviado con una gorra y una camiseta de Luis Miguel, adquiridas en el reciente concierto del cantante mexicano en Miami, Guzmán no parecía el miércoles resignado a regresar.

Una y otra vez repitió que si es enviado a Colombia no sabría a dónde ir ni quién le abriría las puertas.

«A uno lo reciben los amigos cuando uno tiene plata», dijo, «pero pobre, nadie».

La decisión del INS de deportar a Guzmán se produjo luego de que el cónsul de Colombia en Miami dio a conocer un documento del gobierno de su país donde se certificaba el verdadero nombre y la edad del joven.

Según testimonios de Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Desde que recibí el tal permiso de estadía en Estados Unidos —cuando salí del hospital— la figura jurídica cambió. En lo sucesivo ya no tenía por qué ser deportado, sólo debía esperar a que estuviera a punto de vencer mi licencia para dejar entonces el país. De hecho, eso fue lo que al final ocurrió. Yo no fui deportado a Colombia, sólo expiró la autorización y como cualquier parroquiano debí abandonar el país, aunque no de la forma en que esperaba…

“El cuento era que para permanecer en Estados Unidos debía tener un pasaporte, porque yo no contaba con ninguna identificación en ese momento. El permiso de estadía en Estados Unidos era una cosa y mi identificación, otra. Así que un buen día voy con Iverson y me paso por el despacho de Talero para que me dé un pasaporte con mi nombre. Él mismo nos atiende en persona y nos hace sentar frente a su escritorio. Me da un pasaporte provisional de color verde que era para entregárselo a Inmigración cuando me lo solicitara, eso fue lo que me dijo. Lo recuerdo bien porque en él estaba patente que yo era colombiano, lo cual siempre había negado. Venía con un documento adjunto en el que el nombre de la aerolínea en la que yo llegué, ARCA, había sido escrito con K y después puesto una C encima de ésta. Ni siquiera se habían tomado el trabajo de cambiar ese documento para entregarme uno sin enmendaduras. Estaba lleno de tachones. Mientras Iverson guardaba unos papeles en su portafolios, Talero me suelta algo que me deja completamente desconcertado, algo que me dice casi como murmurando, con mala intención:

—Tú eres como prostituto, ¿no?

—¿Perdón? —le dije sorprendido.

—Sí, lo que escuchaste… Tú eres marica, ¿verdad?

“No me esperaba algo así de un funcionario, menos de ese tío. Yo era apenas un chaval y no supe cómo reaccionar. Creo haberle dicho que él no me podía tratar así, pero lo único que me respondió fue:

—Como quieras. Yo sé que lo eres.

“Aquel diálogo fue tan rápido que Iverson no entendió una sola palabra de lo que dijimos. Nos miraba extrañado, pero nada más. Él no domina el castellano de modo fluido, así que si alguien le habla rápido se pierde. Pocos días después me enteré de que Talero negó que eso haya ocurrido, pero lo que digo es la verdad. Esa fue la única vez que vi a ese tío. Nos vimos como por quince minutos sólo para que me entregara el tal pasaporte, pero puedo apostar que nunca tuvo certeza de mi verdadera identidad. Puedo jurar que él ni muchos de los que trabajaban con él, o la prensa misma, sabían siquiera cómo se escribe mi apellido. Siempre lo habían escrito como Betancourt o Betancurt, pero no hay tal. Es Betancur, punto.

“Lo cierto es que las autoridades consulares nunca se tomaron el trabajo de corroborar mis datos y sólo se basaron en información que tenía el DAS en Colombia luego de que una de mis tías salió a decir que era familiar mía. No tengo la menor idea cuál de todas fue. Ninguna de ellas admite haber hablado con la radio. Según entiendo, una de ellas fue al DAS y entregó información sobre mí, pero nunca nadie confirmó si lo que dijo era cierto o no. Se conformaron con lo que ella les mencionó, pero jamás tuvieron registro de nada, ni mi partida de bautismo ni un documento que permitiera identificarme. Tampoco se les antojó investigar por su cuenta. Así que Talero aseguraba que yo era colombiano, pero yo decía que era venezolano. Era su palabra contra la mía.

“Por el otro lado estaban los Lozano… Yo observaba a Bertha con sus hijos y me hacía sentir como uno de ellos. Nos trataba por igual y eso me agradaba. Aunque nunca la consideré mi madre sustituta. Cuando recién llegué al hogar de los Lozano yo era el centro de atención en todo el barrio, pese a que mantenía casi todo el tiempo dentro de la casa. Al parecer yo era el único que no me fijaba en el rótulo del ‘chico polizón’ que muchos me habían puesto. Sentía que con eso me endiosaban, así que preferí no comerme el cuento. Además, nunca le vi nada de extraordinario a mi viaje. Fue arriesgado, indudablemente, pero también conté con mucha suerte.

Aún cuando las cosas se habían complicado para Juan Carlos Guzmán Betancur, el chico soñaba con su vida en Miami. No quería regresar a Colombia.

“Pese al asedio de la gente, me agradaba el modo de vida de Miami: las calles no eran sucias y no había tanto humo como en las de Colombia. Además me divertía. No me parecía un mundo de ensueño, pero estaba bien. Por esos días conocí a un señor que tenía una imprenta y que se mostró muy colaborador conmigo. Me dio la dirección de su negocio y dijo que cuando llegara a necesitar de él sólo lo buscara. Era también de la comunidad colombiana, uno de los clientes del restaurante Monserrate. Se me acercó una vez que estábamos allí y se presentó mientras Jairo y Bertha hablaban con otra gente. Creo que ni siquiera se conocían entre sí, pero su generosidad conmigo me generó confianza, más de la que podía despertarme la tal señora de Texas. De ella, incluso, nunca supe mayor cosa. Sabía que quería ayudarme y que para eso había enviado a su abogado, pero nada más.

“Por ese entonces yo llevaba varios días en casa de los Lozano. Fueron ellos los que tuvieron contacto directo con ese tío, porque yo no entendía nada de inglés y él no hablaba ni jota de español. Sólo lo vi una vez en la casa. Bertha me dijo que la mujer de Texas había autorizado abrir una cuenta con varios miles de dólares como donativo. Nunca supe la cantidad de dinero exacta que dio. Bertha jamás lo mencionó, pero Susan me dijo que rondaba los cinco mil dólares o algo así. Tampoco me quedó claro si la señora estaba interesada en adoptarme. Al menos nadie me lo dijo de modo directo, y no sé si el abogado llegó a manifestarlo alguna vez.

“Todo giraba en torno al hecho de que la tal señora quería conocerme. Decían que era heredera de una firma petrolera, pero nunca supe siquiera su nombre. Durante días Jairo y Bertha me insistieron que fuera a visitarla. Al final yo accedí, pero el dichoso viaje nunca se concretó. Del tema nunca más se volvió a hablar en la casa. Así que por todo ello nunca pensé que esa fuera la gran oportunidad de la vida a la que todos hacen referencia.

“Del abogado de esa señora, un estadounidense, sólo puedo asegurar que desapareció tan pronto como llegó. Lo acompañamos hasta el hotel donde se estaba hospedando, se bajó del coche y nunca más volví a saber de él. Para entonces yo soñaba con ser médico y aquel hombre le había asegurado a Bertha que la mujer me pagaría la licenciatura. En verdad me hubiera gustado aprender medicina, pero nunca tuve la oportunidad. En Colombia no tenía de dónde sacar para pagarme una carrera, y en Estados Unidos no podía quedarme. Mi futuro era incierto. Sólo era consciente de que nunca iba a poder pisar una universidad. Y al final así fue, me quedé toda mi vida sin estudiar.

“Sin embargo, no me consideraba un cafre. Era pobre, pero también agradecido. Por eso en ningún momento llegué a preguntarles a los Lozano por alhajas y menos aún llegué a robárselas. Eso no es verdad, en absoluto. Lo único que yo hice mientras estuve en esa casa fue sentarme en un salón que había en la parte de atrás y ver televisión. En esas me la pasaba todo el día. Muchos años después me enteré de que Bertha incluso me acusó de haber robado el arma de dotación de Jairo. ¿Qué voy a hacer yo con un arma? Ni siquiera soy un tipo violento.

“Tampoco es cierto que me hubiera escapado de la casa en varias ocasiones. Sólo me fui una vez, y creo que por justa causa. Esa vez Jairo y Bertha estaban enzarzados en una pelea de lo más tremenda. Era por algo de ellos, un asunto personal. La discusión fue tan fuerte que incluso Susan y Jair tuvieron que intervenir. Presenciar eso me puso mal. Enseguida me trajo a la memoria todo lo que había tenido que vivir en la casa con mi madre y mis padrastros. No quería estar allí, así que salí sin que alguien se enterara. Me fui a caminar. Caminé sin ningún rumbo un par de horas y cuando menos lo pensé estaba perdido. Era temprano en la noche y no lograba dar con el camino de regreso. Para mí todas las calles eran iguales. Mucho rato después encontré una comisaría de la Policía de Miami, en pleno downtown7. Me atendió un oficial que parecía de origen cubano y empezamos a hablar:

—¿Qué quieres? —me dijo.

—No soy de aquí. Estoy perdido.

—¿Y dónde estas alojado?

—No soy turista —le respondí—. No estoy alojado en ningún hotel. Me estoy quedando en una casa en Coral Way o algo así —le aclaré.

—¿Tienes algún teléfono al cual podamos llamar?

“Le dije que no, que no lo recordaba. Que ni siquiera había memorizado la dirección.

—Dame otra referencia —me dijo—. ¿Cómo se llaman tus padres?

—No tengo. Vivo con la familia de un oficial de policía. Él se llama Jairo Lozano.

“El tipo verificó la información y enseguida alguien llamó a Jairo. Ni siquiera me hicieron pasar a la comisaría propiamente. Esperé afuera, sentado en una especie de sala, hasta que Jairo y Bertha llegaron a recogerme. Para entonces ya eran como las dos de la madrugada. Ahora bien, en ningún momento nadie me preguntó por qué me había escapado de la casa. Es decir, ningún policía llenó algún reporte, como asegura Jairo. Tampoco es cierto que me hubiera escapado de la casa varias veces y que otros oficiales, diferentes a Jairo, tuvieran que interrogarme para llenar reportes sobre el caso. Eso es falso. Sólo me fui de la casa esa vez. Tanto es así que de regreso a la casa ni Jairo ni Bertha dijeron algo. En el fondo sabían que había sido culpa suya por andar de pelea. Supongo que estaban avergonzados por aquello. Después, como a los dos días, se enteraron de que yo no era Guillermo Rosales. En ese momento me sentí muy mal. Me dio mucha vergüenza con ellos. Recuerdo bien ese momento, porque Bertha fue quien se me acercó y me dijo:

—¿Por qué nos mentiste?

“Yo no supe qué decir. Pensé que eso significaba que más rápido me iban a mandar de regreso a Colombia. Me explicó que se habían enterado de que tenía familiares en Estados Unidos y que por ley yo tenía que irme a vivir con ellos. En verdad siempre supe que tenía familia en ese país, pero no exactamente dónde. Entendía que había algunos en Chicago y otros en Florida, pero nada más. Ni siquiera los conocía, y mi familia en Colombia era poco lo que había hablado de ellos. Así que al día siguiente de descubrir mi identidad me llevaron a Inmigración. Allí me preguntaron quiénes eran mis padres y todo eso. Luego, ese mismo día, me entregaron ante la familiar que vivía en Perrine, Luz Mila, quien tenía un esposo llamado Julián.

“Luz Mila resultó ser una prima lejana con vínculos por parte de mi abuela. Para entonces podía rondar los treinta o cuarenta años, no sé distinguir bien. Era ama de casa y madre de dos niños. Julián, por su parte, era mecánico de la BMW. Entre ambos firmaron los papeles de custodia y me condujeron en su coche, un Honda Civic color vinotinto, hasta su casa. Quedaba en una esquina, pero había sido dañada por el paso de un huracán reciente, así que estaba siendo reparada. El seguro les había prestado mientras tanto un trailer que mantenían aparcado en el jardín, frente al garaje, en el que vivimos por un par de semanas. Por eso Jairo y Bertha mienten cuando dicen que entraron a mi cuarto y encontraron cosas suyas allí. ¡¿Qué habitaciones puede haber en un trailer?! Por demás, ellos nunca se aparecieron por allá a visitarme.

Al parecer yo era el único que no me fijaba en el rótulo del ‘chico polizón’ que muchos me habían puesto. Sentía que con eso me endiosaban, así que preferí no comerme el cuento. Además, nunca le vi nada de extraordinario a mi viaje.

“Como el espacio era tan pequeño en ese trailer, me la pasaba en el jardín jugando con los niños mientras Julián arreglaba coches. Era un hombre extremadamente callado. Bastante distante, pero también muy recto y muy estricto. Era alto, delgado, de bigote, con unas cuantas canas, aunque empezaba a quedarse calvo. Era colombiano, pero a mí me parecía más bien turco. Sus rasgos eran como los de un sirio. Julián murió en el 2010. Se suicidó. Así que Luz Mila quedó sola con sus dos hijos, que para la época en que estuve allá debían tener unos seis o siete años.

“Luz Mila mantenía en la casa todo el día y era tan estricta como Julián. Pese a ser bajita y delgada, llegaba al punto de parecer un sargento: ‘Tienes que levantarte a esta hora, tienes que acostarte a esta otra, tienes que hacer aquello y lo otro también’. Ordenaba todo el tiempo, aunque a mí prácticamente no me decía nada. Era sobre todo con los niños que se comportaba de ese modo. Luz Mila tenía una hermana a media calle de allí, la señora Orleans, que estaba casada con un americano y por eso usaba su apellido. Con ella nos íbamos todos juntos a comer al free market los fines de semana. Como buenos americanos sólo compraban cosas viejas y vivían de la deuda, pero yo la pasaba bien.

“La rutina fue la misma hasta que expiró mi permiso de permanencia y las autoridades se comunicaron con Luz Mila para decirle que yo debía salir del país. No sé decir cuánto tiempo llegué a vivir con ella. No me gusta llevar la noción del tiempo y por eso no lo uso como referencia. Creo que bien pudo ser un mes, teniendo en cuenta que con los Lozano estuve un poco más que eso. Fue ella, Luz Mila, la que me dijo que me iban a regresar a Colombia. Así de simple fue la cosa. Sin ningún tipo de dramatismo. Aunque era inminente que eso pasaría, el anuncio me tomó por sorpresa. En el fondo albergaba la esperanza de que mi situación migratoria cambiaría, pero nada de eso ocurrió. Así que la misma noche en que ella me hizo la advertencia decidí irme de la casa”.

Según un artículo del periodista Gerardo Reyes publicado en El Nuevo Herald el sábado 10 de julio de 1993:

Polizón ‘levanta el vuelo’ ante su inminente deportación a Colombia

Gerardo Reyes

Redactor de El Nuevo Herald (Miami)

La última vez que lo vieron andaba en bicicleta, cargaba un pequeño morral y llevaba una gorra del cantante Luis Miguel, y decía que había pedaleado por toda la ciudad. Ahora nadie sabe dónde se ha metido.

Ha desaparecido Juan Carlos Guzmán, el joven polizón que sería deportado a Colombia dentro de cinco días.

Sus parientes dicen que no pasó la noche del miércoles en la casa de Perrine, su abogado no tiene idea de dónde está y el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), tampoco.

Los últimos que supieron de él dijeron que el jueves había llamado para despedirse desde el Aeropuerto Internacional de Miami.

«Dijo que se había presentado ante Inmigración porque quería volver a Colombia y no molestar a nadie más», explicó el policía Jairo Lozano, que hablo con él el jueves por la noche.

El muchacho dijo que viajaría el viernes a Colombia pero no comentó en qué aerolínea, dijo Lozano.

Pero un vocero del INS aseguró que sus oficinas del aeropuerto no habían registrado la salida del polizón. «Nosotros tampoco sabemos dónde está», dijo George Waldroup, vocero del INS.

Guzmán, tímido muchacho de 17 años, asombró al mundo con el relato de un viaje, de Cali a Bogotá y de allí a Miami, en el tren de aterrizaje de un avión de carga de la aerolínea ARCA. Sería enviado el 14 de julio a su país natal, donde sus padres no quieren saber de él.

«Al parecer no creía en la justicia americana», dijo su abogado ,David Iverson, quien estaba en busca de fiadores que avalaran una visa de estudiante ofrecida por el Departamento de Educación de Adultos del Condado de Dade.

Mientras esperaba, Guzman vivía con unos parientes lejanos en Perrine. Anteriormente vivió en la casa de Lozano.

En la conversación telefónica con Lozano, dijo que había tenido problemas con sus parientes. A través de Iverson, los parientes expresaron que no querían hablar con la prensa.

Este es el recorrido de Guzmán desde el miércoles, según declaraciones obtenidas por El Nuevo Herald:

* Miércoles, 4 p.m. Uno de sus parientes le pide que lleve en la bicicleta un paquete. Guzmán no llega a la casa ese día.

* Jueves, 8:30 a.m. Empleados de la aerolínea ARCA lo ven cerca de las instalaciones de la empresa, donde la madrugada del 4 de junio terminó su aventura aérea.

«Estaba pensativo y miraba los aviones salir y aterrizar», dijo Freddy Fortrich, directivo de la firma con sede en la zona de carga del aeropuerto. El muchacho dijo que había salido de Perrine a las 3 a.m. en bicicleta.

Tras enterarse de la noticia de su deportación a Colombia, Juan Carlos Guzmán Betancur huyó durante algunos días. Lo poco que se sabía es que lo habían visto en una bicicleta.

Fortrich negó versiones de que Guzmán hubiera viajado de regreso a Colombia en uno de los aviones de la empresa.

4:30 p.m. La recepcionista de Radio Klaridad, Luz Stella Camacho, recibe a Guzmán, que llega en bicicleta preguntando por la periodista Fabiola Ortiz. Camacho dijo que después de explicarle que la vida en Estados Unidos es muy dura, el joven le respondió que «ni porque le regalaran el pasaje regresaría a Colombia». Guzmán preguntó por una dirección en la avenida 21, y antes de despedirse, según Camacho, dijo: «Vamos a ver qué me tienen».

10 p.m. Jairo Lozano recibe una llamada de su hija Susan a través de un puente telefónico en el que está Guzmán. El polizón explica a Lozano que regresaría a Colombia y cuenta que le robaron la bicicleta.

Según declaraciones de Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Nadie se enteró cuando salí de la casa de Luz Mila. Me fui sólo con lo que tenía puesto. Como no podía regresar con los Lozano, mientras andaba por una express way se me ocurrió buscar al señor de la imprenta que conocí en el restaurante Monserrate. En los días pasados había conocido también a su esposa y a sus hijos. Incluso, en otra oportunidad, me habían regalado un par de mudas de ropa. Así que pensé que quizás él o su familia podían llevarme a un lugar donde no me encontrara Inmigración.

“Pasé esa y otra noche más en la calle, pero a la mañana siguiente, la de un lunes —lo recuerdo bien— fui al edificio en el que quedaba el negocio de aquel señor. Estaba cerca de Coral Way. Así que entré y lo esperé durante todo el día, pero nunca llegó. Estuve todo el tiempo en un pasillo, junto del consultorio de un dentista que me miraba de arriba a abajo cada vez que se paseaba por ahí. Para entonces la noticia de mi ‘huida’ ya estaba en todos los noticieros y periódicos de la ciudad. Decían que me había fugado del hogar de Luz Mila y que mi permiso de estadía estaba a horas de vencer. El tal dentista ese me reconoció y me delató con la policía. Los oficiales llegaron al lugar y no tuve siquiera tiempo de correr o de esconderme. En un pestañeo me arrestaron frente a aquel sujeto, que no decía nada pero que se veía impresionado. Supe que fue él quien me delató porque más tarde lo vi en el noticiero contando su ‘proeza’, como mucha cosa.

“De inmediato me llevaron a Krome, pero no me internaron como tal. Había escuchado algunas historias sobre ese lugar que me daban miedo, aunque desde la calle no parecía siquiera un reclusorio. Se asemejaba más a una discoteca, con cristales oscuros y palmeras en el jardín. Allí me dejaron en un área que sirve como recepción. No me movieron para nada. Todo el tiempo estuve sentado en un salón. Luz Mila llegó junto con su hermana varias horas después de que me arrestaron. Me llevaron algo de ropa para cambiarme, incluido un traje gris, y me regalaron un Walkman para que me entretuviera mientras estaba ahí. Luz Mila me preguntó:

—¿Qué más necesitas Juan?

—Nada —le respondí.

—Dinos qué quieres que hagamos por ti —insistió.

—Ustedes ya no pueden hacer nada, Luz Mila. Ya estoy aquí y así acaba todo para mí —le dije muy deprimido.

“Al día siguiente mi permiso de permanencia venció y todo se alistó para mi regreso a Colombia8. Estuve como cuatro días más en ese lugar, hasta que me avisaron que era el momento de partir. Me puse el traje que Luz Mila y su hermana me habían regalado y salí esposado con la gente de Inmigración en una camioneta tipo van hacia el aeropuerto, donde me subieron en un avión de ARCA. ¡Vaya ironía! Un policía me custodió durante todo el viaje. Era una americano que me hizo sentar en unas sillas metálicas justo detrás de los pilotos. Entre ellos se pusieron a hablar en inglés y en todo el vuelo no llegué a cruzar una sola palabra con alguno, pese a que el capitán y el copiloto eran colombianos.

“Me quedé allí, pensativo. No entendía por qué me habían esposado. Mi permiso acababa de expirar, pero legalmente hablando no estaba siendo deportado, así que a mi parecer no había motivos para que fuera tratado como un criminal. Aún así ni siquiera protesté. Daba igual hacerlo, porque pronto todo eso iba a ser parte del pasado. Tenía cosas más importantes en qué pensar, como qué iba hacer en adelante con mi vida. No sabía qué paso seguir, sólo que quería volver a Estados Unidos. Siempre había escuchado que era la tierra de las oportunidades, y en Colombia yo no tenía ninguna, así que era un hecho que regresaría. No sabía cómo ni cuándo, sólo que lo haría de nuevo”.

En un pestañeo me arrestaron frente a aquel sujeto, que no decía nada pero que se veía impresionado. Supe que fue él quien me delató porque más tarde lo vi en el noticiero contando su ‘proeza’, como mucha cosa.

***

En su casa, Bertha vio por televisión la noticia del regreso de Juan Carlos a Colombia. Antes, con Jairo, había pensado acompañarlo al aeropuerto para despedirlo, pero Iverson les advirtió que eso no era posible. Así que se quedó para ver las noticias de la noche. Cuando observó en las imágenes que lo subían esposado al avión, se echó a llorar.

La madre de Juan Carlos también supo de él por las noticias locales aún antes de que lo arrestaran. Aquello ocurrió justo después de que dejó la casa de Luz Mila y de que los oficiales emprendieron su búsqueda por toda el área metropolitana de Miami. La mujer fue contactada por la prensa en Colombia y entonces dijo: “De todo corazón le pido al gobierno de Estados Unidos que si encuentra a Juan Carlos no lo deporte a Colombia. Aquí no tengo siquiera una vivienda para alojarlo. Con ese viaje que arriesgó la vida se cumplió su gran ilusión de estar en ese país”9.

Para entonces Iverson tampoco creía ya en la consabida versión de la llegada de Juan Carlos en el tren de aterrizaje del avión. De todos modos, sentía aprecio por él. Su papel como abogado se había visto truncado por la decisión de las autoridades migratorias de no ampliar el tiempo de permanencia para el joven polizón, así que ya no había nada que él, desde la ley, pudiera hacer.

De un extracto de otro artículo de El Nuevo Herald publicado el jueves 15 de julio de 1993:

Polizón dice adiós al país de sus sueños

Gerardo Reyes

Redactor de El Nuevo Herald (Miami)

estafador colombiano
El 15 de julio de 1993 Juan Carlos Guzmán Beatncur fue deportado a Colombia por parte de las autoridades migratorias de Estados Unidos.

El escurridizo polizón colombiano Juan Carlos Guzmán Betancur fue enviado el miércoles por la tarde a Bogotá en un avión similar al que lo trajo hace más de un mes al país de sus sueños.

Guzmán, de 17 años, subió sonriente la escalerilla de un avión de carga de la aerolínea ARCA, y antes de pisar el escalón levantó su brazo para despedirse de las cámaras de televisión.

Vestía un traje negro que pidió especialmente que se lo llevaran al Centro de Detención de Krome, su último albergue en Estados Unidos, y en una cartera pequeña llevaba un radio Walkman y una colección de casetes del cantante Luis Miguel.

En Bogotá lo esperaban representantes de la iglesia protestante que expresaron su interés en recibirlo en un asilo para jóvenes, dijo su abogado, David Iverson.

«Estaba triste», dijo el policía de Miami Jairo Lozano. «Nos dijo que prefería quedarse en el asilo que en las calles de Bogotá».

De acuerdo con la ley colombiana, la fuga de Guzmán no constituye un delito. Sin embargo, el muchacho sería interrogado por el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) a su llegada a Bogotá, alrededor de las 8 p.m., dijo un funcionario de esta dependencia.

Con el sonriente adiós del miércoles frente a la puerta del avión, Guzmán cerró una aventura que forjó a su antojo desde el día de principios de junio que decidió escapar de la vida de desamparado que llevaba en su país.

Juan Carlos Guzmán Betancur recuerda:

“Cuando llegamos al aeropuerto El Dorado, en Bogotá, el avión se dirigió a la zona de carga. Sólo cuando se detuvo por completo el oficial que me custodiaba se le antojó a quitarme las esposas. Bajamos por la escalerilla y me entregó a unos hombres del DAS, quienes de inmediato me llevaron a la zona Internacional. Allí había un nido de periodistas esperándome, pero la situación no me intimidó en absoluto. De cierto modo me había acostumbrado a eso en Miami. Así que pasé por entre ellos de camino a la oficina de Inmigración y les di un par de declaraciones. Alardee un poco con el dinero que la señora de Texas había depositado para mí. Incluso dije que podía regresar por él y que tenía muchos lujos y amigos allá. Me referí también a la acusación que me hizo Talero de que era mentiroso y homosexual, aunque no creí que eso fuera a tener alguna repercusión. El caso fue que sí lo tuvo y el tío debió vérselas con la prensa luego de que un columnista salió a confrontarlo por haberme dicho todo aquello”.

De un extracto de la columna a la que hace referencia Juan Carlos Guzmán Betancur:

“La noche del miércoles 14 de julio un grupo de periodistas recibió en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, a un colombiano que venía de Miami. Era un mitómano de 17 años que hacía un mes había viajado desde Cali agazapado en el tren de aterrizaje de un avión de ARCA, frío, como un pollo, a más de 10.000 pies de altura. Ahora volvía a su patria, deportado por el Servicio de Inmigración, uno de cuyos oficiales le había quitado las esposas hacía pocos minutos en pleno vuelo.

“Juan Carlos Guzmán Betancur bajó la escalerilla encerrado en los audífonos de su Walkman y en la sobriedad de su vestido de paño nuevo. Y soltó la lengua. Dijo que se sentía aburrido, triste y amargado de regresar a Colombia. Que el cónsul colombiano lo trató de narcotraficante, drogadicto y homosexual. Como quien cuenta un sueño explicó que allá había vivido como un rico, con dos casas, un carro y un yate. Y sin mirar a los ojos de sus interrogadores le desbarató el eslogan al presidente Gaviria10: ‘Aquí no hay futuro’, dijo.

“Al otro día llamé a Andrés Talero, el cónsul de Colombia en Miami, por dos razones. Primero, porque consideraba que si había hecho eso con el muchacho tendría que dar muchas explicaciones. Segundo, porque creía que al soltar así las declaraciones se colocaba la palabra de un jovencito mentiroso por encima de la de un diplomático colombiano.

“Talero niega cualquier trato como el que describe el muchacho y no vacila en calificarlo como un chino mitómano. No sólo por haber mentido acerca de su nombre (dijo llamarse Guillermo Rosales) y acerca de su edad (dijo tener 14 años), sino por las contradictorias versiones que permitieron detectar rápidamente su carácter inestable.

“Desde el principio, el cónsul advirtió que no lo volvieran un héroe. Porque, entre otras cosas, no era un pobre indigente. Cuando lo encontraron, dijo Talero, tenía un tiquete aéreo a nombre de otra persona con destino a Barquisimeto (Venezuela), un documento donde se certificaba el decomiso de un radioteléfono en Floridablanca (Valle) y cerca de 400 dólares.

“’Para mí, ese muchacho es peligrosísimo desde mi perspectiva consular —dice Talero—. No iba a permitir que pusiera en ridículo a una comunidad que lo había protegido’ (…)”11.

En palabras de Guzmán Betancur:

“El cuento de Talero con la prensa no pasó a mayores, pero al menos logré que lo indispusieran en público un buen rato. Luego de que pasó la rueda de prensa en el aeropuerto y los periodistas se marcharon, las autoridades me dejaron ir. Así, sin más. Nadie siquiera buscó a mi familia para entregarme ante mi madre, aunque la verdad es que yo tampoco fui a buscarla12. Me abrieron la puerta de Inmigración y todo el mundo se olvidó de mí. Quedé igual que al principio: en la calle. De todos modos, ya sabía lo que era vivir en ella. Podía enfrentarlo, aunque no quería tener que pasar por eso nuevamente. A diferencia de la primera vez, en esta ocasión no pensaba quedarme en la calle por mucho tiempo”.

1 Inmigration and Naturalization (INS, por su sigla en inglés), es un organismo adscrito al Ministerio de Defensa de Estados Unidos.

2 Según la investigación que se hizo para la escritura de este libro, la denuncia habría sido radicada el 28 de mayo de 1993.

3 Unos 38 dólares estadounidenses para la época en la que se reeditó este libro, en 2022.

4 Perrine es un suburbio -de no más de 15.500 habitantes para la época en que sucedieron los hechos- localizado a 45 minutos de Miami, a medio camino entre ésta y Homestead.

5 Julio Mario Santodomingo Pumarejo (ciudad de Panamá, Panamá, 16 de octubre de 1923 – Nueva York, Estados Unidos, 7 de octubre de 2011) fue un industrial colombiano reconocido por ser el hombre más rico del país y el 108 del mundo, según la revista Forbes. Su fortuna se tasó en 8.500 millones de dólares y fue el accionista principal del Grupo Empresarial Bavaria y de Valorem, con la cual controlaba más de cien compañías alrededor del mundo.

6 Andrew fue uno de los ciclones tropicales más devastadores registrado en Estados Unidos durante el Siglo XX. Se presentó entre el 16 y el 28 de agosto de 1992 y afectó las islas del noroeste de Bahamas, Miami -en la península de la Florida- y el sur de Luisiana. El costo de los daños causados ascendió a 45.000 millones de dólares de la época.

7 En castellano, centro de la ciudad.

8 Según registros de los que dispone el gobierno de Estados Unidos, Juan Carlos Guzmán Betancur salió en libertad condicional por razones humanitarias tras su arribo como polizón y estuvo en el país por poco más de un mes -no un par de meses, como aseguran algunas fuentes consultadas para este libro-, luego de lo cual “fue deportado a Colombia el 14 de julio de 1993”.

9 Versión del diario colombiano El Tiempo publicada el domingo 11 de julio de 1993.

10 César Gaviria Trujillo, presidente de Colombia entre 1990 y 1994.

11 Extracto de la columna escrita por el periodista Carlos Gustavo Álvarez y publicada el 18 de julio de 1993 en el diario colombiano El Tiempo con el título de ‘Michín dijo a su mamá…’.

12 Ante los periodistas que en julio de 1993 le preguntaron sobre su regreso de Miami a Colombia y el reencuentro con su familia, Juan Carlos Guzmán Betancur afirmó: “Mi madre me echó desde hace tres años de la casa, entonces yo ya no quiero nada con ellos”.


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