Juan Carlos Guzmán Betancur
Ilustraciones: Relatto

Esa noche yo quería irme. No sé a dónde, sólo irme”.

Tres años en las calles habían bastado para que Juan Carlos Guzmán Betancur se desacostumbrara del hogar. Luego de pasar todo ese tiempo apenas comunicado con su familia había decidido volver, pero no para establecerse de modo definitivo, ni siquiera con su abuela, que aún vivía en Roldanillo. A su parecer, radicarse de nuevo en un hogar ya no tenía cabida en una mentalidad de nómada, y a menudo iba y venía de un lugar a otro, de las calles a la casa de sus padres o a la vivienda de la abuela. Daba igual el orden en que ello se cumpliera, al fin y al cabo el propósito seguía siendo el mismo: vivir la vida sin que alguien viniera a dictarle las normas de cómo debía vivirla. En el fondo, más que cualquier cosa, lo que deseaba era olvidar todo lo que en años atrás le había correspondido vivir.

En retrospectiva, abandonar la familia no había resultado ser una experiencia tan amarga. Incluso le había dejado saborear un par de buenos momentos, como cuando fue acogido en el albergue en Caracas, Venezuela, país al que para entonces ya entraba y salía con frecuencia.

Según cuenta Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Venezuela se me convirtió en mi segundo hogar. Me establecí cerca de la frontera y entonces iba y venía de Venezuela a Colombia todo el tiempo. Como siempre he sido más apegado a mi abuela que a mi madre, en varias ocasiones aproveché para pasar a saludarla, aunque para eso tenía que recorrer medio país. De todas formas no me incomodaba en lo absoluto.

“Cuando recién me fui de su casa me ubiqué en Cúcuta, justamente la ciudad en la que me reencontré con mi madre tras lo de Walt Disney. Allí trabajé para el cura párroco de una iglesia. Luego pasé a San Cristobal1, Venezuela, y allí oficié en todo. Fui desde ayudante de camión hasta mesero en un restaurante. Con eso me ganaba unos cuantos bolívares que cuidaba como un tesoro, pero me cansé pronto y me marché para Caracas. Después de un tiempo me fui para Maiquetía2, donde me la pasaba en el aeropuerto. Siempre me han llamado la atención los aeropuertos, no sé bien por qué. Lo cierto es que incluso cuando se me antojaba regresar a Cali pedía trabajo en el aeropuerto de allá.

“De hecho, una vez que regresé a Cali por un tiempo, me emplearon en el área de carga. Arrastraba maletas y levantaba y bajaba cajas todo el día por unos cuantos pesos. Sólo descansaba al mediodía, después del almuerzo. Por esas cosas del calor me entraba un sueño espantoso, así que pese al inclemente sol me iba caminando hasta la cabecera de la pista, en medio de un monte enmalezado que daba la sensación de estar en África. Sólo le faltaban los leones para que fuera tal. La maleza era tan alta que con facilidad lograba cubrir a un adulto. Una cosa bárbara. De todos modos, como nadie se metía por allí, a mí me venía bien para dormir. Llegaba hasta un arbolito y me recostaba para hacer la siesta. De hecho, una que otra vez me quedé allí para pasar la noche, pero conciliar el sueño resultaba un imposible por las nubes de mosquitos. Cuando me cansaba de estar en Cali, regresaba a Venezuela a ver qué me ponía a hacer.

«Venezuela se me convirtió en mi segundo hogar. Me establecí cerca de la frontera y entonces iba y venía de Venezuela a Colombia todo el tiempo», afirma Juan Carlos Guzmán Betancur.

“Vivir en la calle me había servido para aprender varias cosas. Me había dado bagaje y ayudado a abrir los ojos. Aprendí que si quería pasar a Venezuela y moverme con más facilidad debía ser venezolano, entonces empecé a decir que era nacional de allí. Pero no sólo bastaba con decirlo. Si las autoridades me llegaban a detener debía tener un documento que lo respaldara. El problema estaba en que no tenía plata con qué comprarme un documento falso. Al final no hizo falta y el asunto resultó más fácil de lo que pensé.

Tres años en las calles habían bastado para que Juan Carlos Guzmán Betancur se desacostumbrara del hogar

“Desde que me fui de la casa había decidido cambiarme el nombre y la edad para que nadie me ubicara. Me inventé un nombre y desde ese tiempo, para los demás, yo era Guillermo Rosales. Así que con esa identidad me fui para una estación de policía en Colombia y puse una denuncia. Dije que tenía catorce años –aunque en realidad casi llegaba a los diecisiete–, que era venezolano y que me habían robado toda mi documentación junto con un dinero. No me preguntaron mayor cosa, ni siquiera por mis padres. Me entregaron una copia de la radicación de la denuncia, que era justo lo que necesitaba para justificar de un mejor modo que era venezolano.

“El cuento era sencillo: en Venezuela, al llegar a las alcabalas o puntos de control, te pedían un documento de identidad, pero si no lo tenías podías presentar la radicación de una denuncia y pasar sin ningún problema. Así de fácil. Sin ninguna ciencia. Así que con ese documento ya tenía vía libre para entrar a Venezuela como un nacional más. Incluso podía viajar por avión de una ciudad a otra sin que nadie me lo impidiera. En ese tiempo se me antojó volar de San Antonio a Caracas. Ahora no recuerdo qué hacía en san Antonio y cuál era el motivo del viaje a Caracas, pero sí que compré un boleto de avión que pensaba usar después para esa ruta.

“Por entonces regresé a ver a la abuela y aproveché para pedir empleo de nuevo en el aeropuerto de Cali. No pasó mucho tiempo antes de que me lo dieran. Allí entré en amistad con una señora llamada Nelly. Era una humilde mujer que trabajaba en uno de los restaurantes que se encuentran en el área de carga. La recuerdo bien porque un vez, mientras caminaba por el terminal, me encontré un pasaje tirado en el piso, lo recogí y lo guardé en el bolsillo para devolvérselo a su dueño si llegaba a aparecer. Lo cierto fue que se me olvidó entregarlo y terminé usándolo para escribir el teléfono de Nelly en él.

“Como mantenía solo casi todo el tiempo, me compré un radiecito de pilas con el que me hacía compañía. Lo usaba todas las veces que iba a darme una siesta en la cabecera de la pista. Una noche –la del lunes 31 de mayo de 1993, lo recuerdo bien–, regresé a ese sitio para descansar. Atravesé la maleza hasta llegar al arbolito, subí en una de las ramas y me senté en ella mirando hacia la pista.

No me preguntaron mayor cosa, ni siquiera por mis padres. Me entregaron una copia de la radicación de la denuncia, que era justo lo que necesitaba para justificar de un mejor modo que era venezolano

“Desde aquel arbolito podía ver los aviones que llegaban y partían cada tanto. Me sabía de memoria esa rutina y los giros y paradas que en la pista les tocaba hacer. Me acordé entonces de la vez que me fui a Caracas con la gente de Walt Disney World Holiday on Ice. Me pregunté si aquello lo podía volver a repetir esa vez, y la verdad es que todo conjuraba para que así fuera: Estaba cerca a los aviones y en medio de un lote enmalezado en el que nadie me podía ver. Entonces fui resuelto. Me dije: ‘Hagámoslo. ¿Por qué no?’. No lo supe en ese instante, pero lo cierto es que a partir de ese momento mi vida nunca más volvió a ser como antes”.

Juan Carlos Guzmán Betancur
Mientras trabajaba en el aeropuerto de Cali, Juan Carlos Guzmán Betancur observaba los aviones que partían de esa terminal.

De una noche para otra Juan Carlos desapareció de la casa de la abuela, donde estaba de paso. Su actitud ya era habitual, pero esa vez –a diferencia de las otras– los rumores de los vecinos fueron en su contra. Las versiones apuntaban a que tanto la abuela como Nancy habían sido robadas por el muchacho, y en menos de lo que tarda un parpadeo, el cotilleo se extendió por todo el barrio.

Si bien y es cierto que la vida vagabunda de Juan Carlos había generado mala espina entre algunos conocidos, nunca antes nadie había hecho una acusación de ese talante. Las versiones más exageradas hasta ese momento señalaban que le gustaba hacerse con cadenas y dijes de la abuela, aunque nunca nadie llegó a decir qué hacía con ellos.

Me dije: ‘Hagámoslo. ¿Por qué no?’. No lo supe en ese instante, pero lo cierto es que a partir de ese momento mi vida nunca más volvió a ser como antes”

Sea como fuere, la noche que desapareció las cosas se dieron de un modo distinto. Esther Andrade decía que cuando Juan Carlos se marchó de la casa de la abuela se llevó “el equipo de sonido, el televisor y las joyas”3. Él lo niega. Afirma que jamás haría algo así contra su abuela –quien hoy ronda los noventa años– y advierte que algunas versiones de lo que realmente sucedió han sido tergiversadas con el paso del tiempo.

En palabras de Guzmán Betancur:

“Me marché esa noche sin decirle nada a nadie, ni siquiera a mi abuela. Esa vez esperaba que el viaje fuera definitivo. No quería volver nunca más. Pensaba irme para siempre y tomar distancia. Por eso no quise despedirme. Respecto de lo del robo: No sé de dónde inventan eso. ¡Por Dios! Mi abuela y mi tía eran las únicas que velaban por mí cuando yo decidía regresar, ¿cómo iba a hacerles semejante cosa? Podéis preguntarles a ellas mismas si creen que miento. Lo único que yo quería lograr yéndome del todo era olvidar, nada más, pero parecía que a la gente le costaba comprenderlo.

“Las cosas no fueron como se mencionan, y la verdad es que todos los rumores surgen de lo que pasó conmigo la madrugada del martes 1 de junio de 1993. En detalle, las cosas ocurrieron del siguiente modo:

“Cerca de la medianoche de aquel lunes 31 de mayo de 1993 decidí irme a descansar al arbolito aquel del aeropuerto. No sé cómo es ahora, pero en aquel tiempo llegar allí no era muy difícil. Si a alguien se le antojaba llegar a la cabecera de la pista podía hacerlo desde la carretera que corre paralela a la pista, por donde transitan los coches que van y vienen del aeropuerto. Había que estar dispuesto a meterse entre la maleza y caminar un par de cientos de metros, nada más. De ese modo se llegaba al arbolito que menciono, si es que no lo han talado ya. Si bien no era el único árbol que había por ahí, sí era el que más cerca estaba de la pista.

“Recuerdo que esa noche, ya tarde, llegó un vuelo de American Airlines y luego venía preparándose para el despegue un avión de ARCA. Todos los aviones que salen de Cali hacen el mismo recorrido para despegar: llegan al final de la pista de carreteo, giran cerrado a la izquierda, conectan con la pista principal y empiezan la carrera de salida.

“Fueron tantas las horas que pasé en ese arbolito que incluso había aprendido a calcular cuánto podía demorarse un avión antes de despegar. Siempre se quedan detenidos alrededor de un minuto al final de la pista de carreteo aguardando que la torre de control les dé la señal de salida a la pista principal. Después de eso, es cuestión de segundos para que estén en el aire. Así que aquel minuto era el único tiempo con el que yo contaba.

“Esa noche yo quería irme. No sé a dónde, sólo irme. Y como ya antes me había colado en un avión, no le vi mayor lío a intentarlo una vez más. Cuando vi el avión de ARCA dije para mis adentros:

—¡Qué putas, vámonos en este!

“Salté del árbol y empecé a correr por entre el matorral hasta el avión, pero coños que apenas llevaba un par de pasos y ya me parecía eterno ese momento. La yerba me picaba por los brazos y la que no, se me enredaba en los zapatos frenándome. Eran como manos impidiéndome mover. Alcanzaba a ver el avión detenido, esperando la señal de la torre de control, pero parecía que yo no avanzaba. Caminar ya era de por sí difícil, y correr era casi un imposible. Para colmo, frente a mí había un enrejado que debía saltar, pasar al otro lado y aligerar más aún el paso hasta alcanzar las ruedas del avión.

“Mi idea era meterme en el tren de aterrizaje. Lo había cavilado un par de veces, aunque la verdad, no lo suficiente. Recuerdo haberme tallado feo los dedos subiendo por el enrejado y que por cosas del afán caí con fuerza al intentar bajar. Cuando me reincorporé, los motores empezaron a silbar más. Traté de aligerar la carrera y me fui en diagonal hacia el avión, esquivando los chorros de las turbinas para que no me fueran a sacar volando por los aires. Debí encorvarme para sortearlos y evitar que alguien me pillara. Para entonces ya había atravesado el matorral. Estaba casi abajo de una de las alas, pero entonces el avión se agitó como si fuera a empezar a moverse.

“Estaba agotado por la carrera. Sudaba a chorros y pensé que no lo lograría. Me faltaba el aire. Pero entonces alcancé una de las ruedas, una de las traseras, debajo de una de las alas. Empecé a trepar por ella sujetándome de la estructura del tren de aterrizaje. Ni bien me había subido cuando el avión empezó a carretear para el despegue. Yo no pensaba ni sentía nada, obraba como por impulso. Miré hacía arriba y vi el cajón en el que se guarda todo el tren. Era como una caja de cartón enorme. Seguí subiendo para lograr agazaparme allí, pero el viento era tan fuerte que no me dejaba siquiera intentarlo. Era como pelear contra un muro de concreto. Impresionante. Como pude alcé la mano y logré agarrarme de algo, un cable o una varilla, no supe bien qué fue. Lo cierto es que me sirvió para tomar impulso y meterme en el cajón. Ahora suena eterno, pero hay que recordar que todo fue en segundos.

Esa noche yo quería irme. No sé a dónde, sólo irme. Y como ya antes me había colado en un avión, no le vi mayor lío a intentarlo una vez más. Cuando vi el avión de ARCA dije para mis adentros: ‘¡Qué putas, vámonos en este!’

“Como pude me agazapé en un alero, o lo que parecía que lo fuera. Abajo, hacia el vacío, sólo se veía oscuro, como tal que allí —en los alrededores del aeropuerto— no hay más que sembrados. Nada iluminado. El viento se arremolinaba con fuerza ahí dentro y yo apenas alcanzaba a respirar. Luego, las ruedas empezaron a subir rápidamente. Recuerdo haber visto los neumáticos acercarse más y más hacia mí y pensar que me iban a aplastar. No tenía otra salida, era dejar que me aplastaran o lanzarme al vacío. Traté entonces de apretar mi cuerpo a la estructura lo que más pude. La impresión fue horrible a medida que las llantas se acercaban. Me sujeté a un manojo de varillas y, de repente: ‘¡pum!’, todo se oscureció.

Juan Carlos Guzmán Betancur se escondió en el tren de aterrizaje de un avión de carga en la ruta Cali-Bogotá-Miami.

“A escasos centímetros de mí el tren de aterrizaje se detuvo, pero las llantas aún giraban a millón por aquello de la inercia. Las podía oír dando vueltas mientras despedían un olor penetrante a caucho quemado y un calor tan semejante al de una plancha. Luego empecé a sentir un ruido ensordecedor. Y después, un frío congelante.

“Como en el viaje a Venezuela, esa vez tampoco tenía la menor idea a dónde iba. Empecé a sentirme mal. Me costaba mucho tomar aire. No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero cuando menos lo pensé las compuertas se empezaron a extender. De nuevo el viento se metió, un viento gélido, no como el de Cali, que era a todas veras más caliente. Abajo alcancé a ver unas fábricas y un pedazo de ciudad iluminada. Me dio vértigo. Pensé que iba a caer. Es una sensación bien fea la que da. Se te descompone el cuerpo en un instante. Entonces me di cuenta que habíamos empezado a aterrizar. Al minuto pude ver el pavimento de la pista a escasos metros, y al segundo sentí el golpe seco de las llantas contra el suelo.

“Fue un alivio haber sobrevivido, pero a duras penas podía moverme. Me había quedado tullido. Cuando el avión se detuvo en plataforma aguardé un rato mientras me reincorporaba. Luego pensé en bajarme, pero entonces escuché las voces de unos hombres cerca que inspeccionaban el avión. Siguieron de largo y no me vieron. Hablaban entre ellos, y por lo que dijeron supe que estaba en Bogotá.

“Estuvieron por allí un buen rato. Quise bajarme después de que se alejaron, pero entonces el avión se zarandeó y comenzó a rodar. Me arrinconé de nuevo en el alero. No sabía bien a dónde íbamos, pero suponía que volveríamos a despegar. Después de eso los motores retumbaron por toda la estructura. Era como si el sonido se encajonara ahí, justo donde yo estaba. Empecé a ver el pavimento correr más y más rápido debajo de las ruedas. Lo alcanzaba a ver iluminado por las propias luces del avión. En verdad no creo que tuviera conciencia de nada en ese instante. Obraba como por impulso. De todos modos, aún y así me hubiera arrepentido, ya no había nada que pudiera hacer. Sentí de nuevo ese viento gélido y que nos volvíamos a elevar. Tuve pánico de ver las llantas acercándose otra vez, pero tampoco nada me ocurrió. Luego de que las compuertas se cerraron todo quedó en la oscuridad.

Como en el viaje a Venezuela, esa vez tampoco tenía la menor idea a dónde iba. Empecé a sentirme mal. Me costaba mucho tomar aire

“Desconozco cuánto tiempo pudo haber pasado hasta el momento que empecé a sentir un dolor terrible en los oídos. Creí que se me iban a estallar. Las cosas fueron de mal en peor, el frío se hizo insoportable y de repente ya no pude respirar más. Era como intentar hacerlo con una bolsa plástica en la cara. En algún momento que no puedo distinguir perdí la conciencia. Desde entonces, no recuerdo nada de ese viaje”.

***

El avión de ARCA arribó al Aeropuerto Internacional de Miami alrededor de las 2:15 de la mañana del martes 1 de junio de 19934 fletado con flores. Mientras era inspeccionado por personal en tierra, como es habitual luego de cada vuelo, uno de los tripulantes haló con la mano una compuerta interna5 del sistema del tren de aterrizaje y entonces, casi congelado y semiconsciente, Juan Carlos cayó al piso.

La versión que dieron los testigos del hecho a las autoridades migratorias coincidió de manera idéntica con la que él entregó después en el Hospital Panamericano, a donde fue trasladado para brindarle atención médica y donde recibió el alta en las siguientes horas.

Hernán Gamboa6, un colombiano que por entonces contaba con 19 años de edad y trabajaba en ARCA, fue uno de los testigos de lo ocurrido. Según el testimonio de Gamboa:

“Esa noche yo estaba cumpliendo mi turno normal. Recuerdo que el avión llegó fletado con flores desde Bogotá y que unos compañeros empezaron a hacer lo suyo: checar el aparato junto con uno de los tripulantes, que por lo general era el ingeniero de vuelo o uno de los pilotos. Ahora no tengo muy presente quién revisaba qué. Lo cierto es que yo estaba ahí parado al lado de la compuerta del avión cuando de repente alguien vio algo extraño dentro del tren de aterrizaje, así que se acercó y haló con fuerza una parte de la estructura. ¡Puta susto el que nos llevamos! ¡Debí quedar más lívido de lo que soy! De repente salió un muchacho rodando por el piso. Cayó frente a mí. Venía congelado. Recuerdo que cuando golpeó contra el pavimento sonó igual que cuando dejas caer un llavero: ‘Chrissss’. Tal cual.

“Ninguno de nosotros hubiese pensado que algo así podía suceder, pero lo cierto es que lo estábamos viendo en ese momento. Nadie sabía ni cómo ni por qué ese muchacho se metió ahí y qué lo llevó a arriesgarse de ese modo. Yo estaba sorprendido. Mi única reacción fue gritarle a la gente para que alguien trajera un abrigo o una manta para cubrirlo, porque estaba congelado, literalmente.

Las cosas fueron de mal en peor, el frío se hizo insoportable y de repente ya no pude respirar más. Era como intentar hacerlo con una bolsa plástica en la cara. En algún momento que no puedo distinguir perdí la conciencia

“Yo estuve ahí casi todo el tiempo que duró el incidente. Sólo debí ausentarme cuando tuve que llevar a la aduana los documentos de ingreso de la mercancía que llegó en el avión. Tenía que conducir hacia un lugar retirado dentro del mismo aeropuerto, llegar a una caseta de la aduana, entregar una serie de documentos para que los agentes los verificaran y entonces sí me podía regresar para las oficinas de ARCA. Esa noche, mientras yo fui y volví de la aduana, el caso del polizonte seguía en plataforma. Las autoridades migratorias llegaron al sitio y empezaron a investigar y a preguntar por el caso, tratando de entender lo ocurrido. Recuerdo que incluso a la plataforma ingresó una ambulancia, porque ese muchacho necesitaba asistencia médica. Lo levantaron del piso, lo atendieron y así como llegaron, se fueron.

“De algún modo que no logro explicar los periodistas se enteraron del asunto y esa misma noche llegaron al lugar. Se apostaron detrás de la reja que rodea el perímetro del aeropuerto para grabar y todo eso. Recuerdo que de repente uno de los reporteros me llamó y me comenzó a hacer preguntas. A la mañana siguiente, la noticia del polizonte era la comidilla en todo Miami”.

«De algún modo que no logro explicar los periodistas se enteraron del asunto y esa misma noche llegaron al lugar», aseguró Juan Carlos Guzmán Betancur, luego de ingresar a EEUU como polizón.

***

Sin embargo, varios de quienes oyeron esa misma versión la pusieron en duda. El antecedente del cubano Armando Socarrás en 1969 era quizás la única referencia de la que disponían hasta entonces los médicos del Hospital Panamericano. Pero Socarrás, según se dijo él en su momento, pudo sobrevivir a la hipoxia y a la hipotermia porque había contado con la suerte de llevar puesta una camiseta fabricada con tergal, una fibra de poliéster que permite conservar levemente la temperatura corporal. Juan Carlos no tenía alguna de esas. Por el contrario, llevaba una ligera franela de algodón y unos jeans y, aparte de eso, hay quienes aseguran que en el hospital parecía no estar conmocionado por el hecho.

Con la duda de por medio, una nueva versión cobró fuerza. La suspicacia que daba pábulo a dicha hipótesis indicaba que Juan Carlos posiblemente llegó a Miami escondido en la bodega del avión y no en el tren de aterrizaje, para lo cual habría contado con la complicidad de alguien, bien hubiese sido de trabajadores en los aeropuertos de Cali o de Bogotá o bien por parte de empleados de la misma ARCA. Temprano en la mañana, el entonces cónsul de Colombia en Miami, Andrés Talero, un hombre joven, blanco y de cabello oscuro, quien apenas llevaba pocos días en el cargo, se apersonó de la situación.

Como cuenta Talero:

“Antes de que amaneciera, el periodista Rafael Molano, de RCN Radio7 en Miami, me llamó a la casa para preguntarme acerca de un pisco de catorce años que había llegado como polizón a bordo de un avión de ARCA proveniente de Bogotá. No tenía la menor idea de lo que me hablaba. Me enteré de la noticia en ese momento por el propio Rafael. Mientras él me ponía en contexto de lo sucedido, el caso se me hizo idéntico al de Socarrás. Pensé entonces que de ser cierto no podíamos alentar la noticia en los medios, de lo contrario nos tocaría empezar a recoger cadáveres en el Caribe de cuanto pisco8 quisiera imitarlo.

“Yo llevaba sólo un par de días como cónsul y era la primera vez que me enfrentaba a algo así. Decidí salir temprano para el aeropuerto y averiguar con testigos lo que había sucedido, pero lo que pude saber me desconcertó. Según varias versiones, la historia distaba bastante de lo que me había contado Rafael. En otras palabras, me dijeron que el cuento del muchacho no había sido tan heroico como yo lo suponía. Entonces me entró la sospecha. Caminé hasta donde se encontraba el polizón, que para entonces ya había recibido el alta médica y dejado en custodia en Inmigración del aeropuerto. Recuerdo que cuando lo vi lo primero que pensé fue: ‘Este pisco no tiene catorce años’.

Juan Carlos llevaba una ligera franela de algodón y unos jeans y, aparte de eso, hay quienes aseguran que en el hospital parecía no estar conmocionado por el hecho

“Me acerqué a él y me presenté. No puedo explicarlo bien, pero desde entonces el muchacho me dio mala espina. Yo le preguntaba por los padres, por su familia… Buscaba que me dijera su edad, porque a mí me parecía mayor, de unos diecisiete, pero el pisco no decía nada. Me interesaba saber los motivos por los cuales había viajado como polizón. Pero yo le hablaba y le insistía en mis preguntas y él no hacía más que mirar pal piso, como taimado, retrechero, morrongo. No sé decir qué le notaba, pero lo cierto es que no me generaba confianza. Aparte de eso la situación me parecía de lo más incómoda. Jodida la vaina.

“Desde ese momento empecé a creer que todo lo que ese chino9 dijo lo copió de la historia del cubano, de Socarrás. Apostaría lo que fuera que debió leer de él en alguna parte, porque esa noticia fue bien sonada en los años setenta. Pienso que fue así como armó su propio argumento. Yo tengo mis dudas y no veo manera de comprobar lo que voy a decir, pero con base en lo que averigüé y las contradicciones que fueron resultando, creo que él no viajó en el tren de aterrizaje del avión. Pienso que debió recibir apoyo de alguien a cambio de algo para ir en la bodega del aparato y que ese alguien, incluso, pudo ser un funcionario de la misma ARCA.

“De hecho, cuando yo quise ahondar en lo del tren de aterrizaje me di cuenta de una realidad que resultaba perjudicial para la aerolínea. Cabe mencionar que era una aerolínea mas bien pequeña, de presupuesto ajustado. Resulta que si se llegaba a comprobar que el muchacho venía en la bodega del avión, la empresa debía pagar una multa altísima —como de cien mil dólares en la época—, lo cual prácticamente la llevaría a la quiebra.

“Esa multa no aplicaba para aquellas áreas de la aeronave en las que nadie supondría que alguien se fuera a colar, como el tren de aterrizaje. Así que si se mantenía esa versión, no había posibilidad de que ARCA fuera sancionada. Pensé que ponerse a demostrar que el muchacho venía en la bodega del avión y no en el tren de aterrizaje sería sapiar10 a la aerolínea pa que la clavaran11, y eso me parecía una guachada con una empresa colombiana que había servido bastante al país.

“Si mal no recuerdo, los dueños eran unos gordos queridísimos de apellido Velilla, y cada vez que el Gobierno necesitaba de su colaboración por alguna catástrofe natural o lo que fuera ellos prestaban sus aviones sin exigir nada a cambio. Salirles entonces con una multa por la irresponsabilidad de un empleado deshonesto que habría dejado colar al muchacho francamente no tenía presentación. Preferimos mas bien dejar las cosas así y mantener el cuento de que el pisco venía en el tren de aterrizaje. Pero eso, a la larga, terminó convirtiéndolo en una ‘celebridad’”.

Desde ese momento empecé a creer que todo lo que ese chino dijo lo copió de la historia del cubano, de Socarrás. Apostaría lo que fuera que debió leer de él en alguna parte, porque esa noticia fue bien sonada en los años setenta

Hernán Gamboa sostiene:

“Lo que digo es seguro: Ese muchacho no venía en la bodega del avión. Yo lo vi con mis propios ojos cuando salió congelado del tren de aterrizaje derechito pal piso. Cayó rodando frente a mí. Después de tantos años, y ahora en más que ARCA ya no existe, no tengo ninguna necesidad de mentir en eso. Aquí el único que está faltando a la verdad es el ex cónsul, que no estaba ahí cuando ocurrieron los hechos”.

Juan Carlos Guzmán Betancur cuenta:

“Sólo hasta cuando el avión inició el descenso y hubo oxígeno fue que yo empecé a recobrar la conciencia. De un momento a otro se escuchó un chirrido y las compuertas se empezaron a abrir. Apenas pude sujetarme para evitar caer al vacío. Ya cuando el avión aterrizó y se instaló en plataforma recuerdo haberme sentido congelado y no poder escuchar nada. Estaba sordo por completo. De repente alguien movió el alero en el que yo estaba y salí rodando. Recuerdo que caí en el piso, voltee a mirar hacia arriba y vi a un señor de cabello blanco, como asiático, con cara de preocupado. Me imagino el susto que debió llevarse el pobre tipo.

“Al rato hubo una nube de gente parada al lado mío. Yo apenas podía entender lo que pasaba, pero sabía que me estaban atendiendo. Estábamos justamente debajo del avión y me hablaban en inglés, pero yo no entendía nada del idioma. Además, a duras penas lograba escucharlos.

“Nunca antes había sabido lo de Socarrás como para decir que lo imitaba. Nunca en mi vida había escuchado de él o de su historia. Hay testigos de cómo ocurrieron los hechos. Mucho tiempo después escuché la versión del cónsul. No sé de dónde saca ese tío que todo fue invención mía. Según él, los médicos dijeron que me encontraron de puta madre, que yo estaba lo más de bien. Los que crean que yo miento pueden ir al Panamerican Hospital —que se llamaba así en esa época— y pedir mi historia clínica. Verán que todo lo que digo es cierto. La prueba de que viajé en el tren de aterrizaje —y no en la bodega del avión— es que me encontraron embadurnado en aceite. ¿Por qué otra razón habría llegado así?

“Los reportes de los paramédicos y de los policías que llegaron al sitio y me atendieron dicen que prácticamente yo no tenía pulso, que estaba casi congelado. De hecho, cuando me vieron tendido en el suelo pensaron que había muerto. Dicen que se sorprendieron cuando me escucharon balbucear algo y que fue así como se dieron cuenta de que seguía vivo. Así que con todo y eso no entiendo cómo sale Talero a decir que yo estaba brincando en una pata. A todas estas, yo no recuerdo haberme entrevistado con ese cónsul en el aeropuerto. Lo recuerdo sí unos días después, pero no cuando llegué. Sobre todo porque él no tenía nada que hacer ahí. Yo decía que era venezolano, que era Guillermo Rosales, así que no necesitaba la ayuda de ningún cónsul colombiano”.

Paramédicos y policías llegaron al Aeropuerto Internacional de Miami tras el hallazgo de Juan Carlos Guzmán Betancur en el avión.

Según el testimonio de Andrés Talero:

“Me apersoné del caso porque el hecho se presentó en ARCA, una aerolínea de bandera colombiana. Recuerdo haber ingresado a Inmigración del aeropuerto y presentarme ante el muchacho. Intenté entablar un diálogo con él, pero fue prácticamente imposible. Después de mucho insistir me dijo que era de Villavicencio12, que era huérfano y que su padrastro le daba malos tratos. Apenas escuché eso pensé que quizás podía haber sido víctima de abuso sexual. Le pregunté por eso, pero me dijo que no, que nada de eso había ocurrido. Le hice un par de preguntas más queriendo saber qué lo había impulsado a subirse en ese avión, pero no me dijo nada. Se anduvo con evasivas todo el tiempo”.

José Guzmán, hermano de Juan Carlos por parte de padre, recuerda:

“Habían pasado sólo un par de años desde aquel día que convidé a Juan Carlos a tomar una gaseosa y le regalé algo de dinero en Roldanillo cuando de repente volví a saber de él. Fue a través de los noticieros. Decían que había llegado como un polizón a Estados Unidos escondido en el tren de aterrizaje de un avión. Yo estaba con mi familia viendo eso y todos nos quedamos pasmados. Recuerdo que dijimos que debió ser muy cojonudo para haber viajado de aquel modo.

“Sin embargo, lo que más nos sorprendió fue que saliera a decir ante la prensa que era huérfano, ya que todo mundo en el pueblo sabía que no lo era. Aún así no nos metimos en ese asunto. Eso era cosa de él, no de nosotros. Además, éramos conscientes de que Juan Carlos era como alocado, así que supusimos que por eso hizo lo que hizo. Desde entonces sólo seguimos sabiendo de él a través de las noticias”.

En palabras de Juan Carlos:

“Yo estuve en el Hospital Panamericano hasta bien entrada la mañana del día en que me encontraron. El viaje en el avión me había dejado un pitido desesperante en los oídos. Los médicos los revisaron y me dijeron que los tenía inflamados, que con el tiempo ya no escucharía más ese pitido. Estaban en lo cierto. Con el paso de los días el sonido bajó tanto que ya no escuchaba ese pitido, ni las voces, ni nada. Mi oído izquierdo estaba más sordo que una tapia. Debieron pasar años para que recuperara un poco la audición por ese oído.

“Mientras tanto, Inmigración alistaba las cosas para devolverme. Yo ni siquiera lo supe en ese instante, sólo vine a darme cuenta justo cuando los doctores les dijeron a los oficiales que se fueran olvidando del asunto, que bajo mis condiciones yo no podía abordar ningún avión. Emitieron una especie de licencia médica o algo así para demostrar el estado en el que me encontraba. Así que por eso, como por el eco que produjo la noticia, recibí una suerte de indulto temporal. Como la inmigración ilegal es un delito, me concedieron un parole13 con el que podía quedarme en el país sólo un par de días y me hicieron firmar un I-9414.

“Mi deportación era inminente. Las personas de Inmigración tenían todo listo para regresarme casi desde el momento mismo que me encontraron debajo del avión, pero la recomendación médica les cambió el panorama por completo. Así que sin saber muy bien qué hacer conmigo me sacaron del hospital y condujeron de nuevo hasta sus dependencias en el aeropuerto. Para ese momento ya las autoridades me habían revisado hasta el alma y encontrado en mis bolsillos dos tíquets aéreos: uno era el que yo había recogido en el piso del aeropuerto de Cali y usado para anotar en él el número telefónico de Nelly, y el otro era el que había comprado a nombre de Guillermo Rosales para viajar de San Antonio a Caracas. Ambos me los confiscaron junto con el radiecito porque, según dijeron, éste era de contrabando. ¡Joder! Seguro y pensaron que también debía llevar cientos de kilos de marihuana dentro de mi radiecito.

“Como quiera que fuera, luego de que los medios siguieron en detalle mi situación, la comunidad colombiana, y sobre todo la cubana —que como se sabe tiene mucha influencia en el país—, lograron que se ampliara mi permiso de estadía por noventa días y que se suspendiera mi deportación mientras un juez evaluaba mi caso. La decisión estuvo también muy influenciada por el activista afroamericano Jesse Jackson15, quien también pidió que mi situación migratoria fuera evaluada en los tribunales”.

La historia de Juan Carlos Guzmán Betancur como polizón, para muchos increíble, ocupó las primeras planas de importantes diarios en Estados Unidos y Colombia.

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La noticia del muchacho polizón corrió como bola de fuego por los medios. Después de que las cadenas de noticias se volcaron a registrar el testimonio de su viaje dentro del tren de aterrizaje del avión, aseguró ante los periodistas que quiso dejar Colombia porque en el país ya no tenía futuro. En adelante, las especulaciones sobre la suerte que correría en Estados Unidos, y si a la larga sería deportado o no, estuvieron a la orden del día.

Talero asegura que se entrevistó con él unas tres veces —una en el aeropuerto y dos más en el consulado—, y que cada una de ellas no tomó más de quince minutos. Fue justamente en una de esas vistas cuando entendió que el capricho del muchacho era quedarse en Estados Unidos. El funcionario aprovechó el permiso temporal que a aquel se le había otorgado y con ayuda de la prensa buscó a alguien que quisiera cuidarlo. A los pocos días una familia de colombianos apareció. Sin embargo, la versión de Juan Carlos es distinta. Dice que se entrevistó con el cónsul una sola vez, varios días después de que llegó como polizón, y que lo hizo en el consulado, nunca en el aeropuerto. El encuentro se habría producido luego de que Juan Carlos fue al despacho de aquel para solicitarle un pasaporte, pero dice que el trato del funcionario fue tosco y ofensivo.

Relata que el mismo día en que salió del hospital y fue conducido al aeropuerto por oficiales de Inmigración ni siquiera le tomaron huellas. Esa vez también conoció a Jairo Lozano, un sujeto colombiano, de tez blanca y nariz aguileña, alto y fornido, que lo hospedaría en su casa mientras se decidía su situación migratoria.

Lozano resultó ser un oficial del Departamento de Policía de Miami que vivía con su esposa, Bertha Sotoaguilar, y sus tres hijos cerca de Coral Way. Supo de la existencia de Juan Carlos por medio de un amigo, Héctor Marulanda, quien escuchó la noticia en Radio Klaridad16 y lo llamó para contarle la historia y convencerlo de que era la persona indicada para hacerse cargo del muchacho. La decisión estuvo mediada por un diálogo con Bertha (también colombiana), y luego de que ambos acordaron recibirlo, Jairo tomó su vehículo y fue al aeropuerto para recogerlo.

Como recuerda el ex cónsul Andrés Talero:

“Desde un comienzo entendí que el chino lo que quería era quedarse en Estados Unidos. Entonces, desde el consulado emprendimos la búsqueda de alguien que lo cuidara mientras su caso se resolvía. Fue entonces cuando apareció el policía Jairo Lozano, un tipo bien querido. De todas formas a mí me daba afán de que el pisco, con la mala impresión que me generaba, le fuera a hacer una trastada a Jairo. Sin embargo, ya no había nada más que pudiéramos hacer. Las cosas se habían hecho con la mejor intención, así que lo único que nos quedaba era confiar en él.

“Cuando Jairo llegó, habló conmigo, vimos en qué consistía todo el proceso, lo aceptó y firmó unos documentos. Luego le dije que me esperara mientras iba por el muchacho. Llegué a una sala donde Inmigración lo había tenido todo el tiempo, ahí mismo, dentro del aeropuerto. Lo saludé, pero el pisco no me dijo nada. Parecía ido, como si estuviera en otro lado. De todas formas busqué el modo de ponerle charla y decirle que le tenía una buena noticia, pero me dio la impresión de que al chino poco le importó. Me miró como si le diera igual. Aún así le dije:

Vea joven, usted es un privilegiado. Ya quisieran cientos de muchachos en Colombia tener una oportunidad como la que a usted se le acaba de presentar.

—¿De qué habla? —me preguntó.

—Una familia que goza del prestigio de la comunidad de Miami lo va a acoger en su casa.

“El chino siguió ahí sin mirarme. No hacía más que observar pal piso, como si nada. Y yo ahí, háblele y háblele:

—¿No le parece algo muy bueno? -le dije como tratando de entusiasmarlo.

—Claro que sí —me respondió apenas convencido.

—Desde ahora empieza una serie de oportunidades para usted. Va a poder estudiar lo que quiera. ¿Si me entiende?

“Me respondió con un ‘ajá’ que me pareció de lo más destemplado. Traté de hacerle ver que la oportunidad de quedarse un tiempo en el país no se la daban a todo mundo, y menos aún que apareciera alguien que se ofreciera a cuidarlo. Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando le dije:

—A usted joven, a partir de ahora, se le transformó la vida.

“¡Cuán equivocado estaba yo! En ese momento no tenía la menor idea de lo que iba a pasar. No podía imaginarme que en cuestión de poco tiempo la vida no le cambiaría a él, sino a todos los demás”.

Una familia que goza del prestigio de la comunidad de Miami lo va a acoger en su casa

En palabras de Jairo Lozano:

“Hablé con Bertha acerca de la posibilidad de albergar al muchachito. Pensábamos que era un muchachito. Bertha me dijo que estaba de acuerdo, que no había problema para que se quedara en nuestra casa. Así que fui a recogerlo al aeropuerto. Allí hablé un rato con el cónsul Talero, me indicó cómo era el papeleo, firmé lo que debía firmar y después me dijo que lo esperara. No se demoró mucho, y cuando regresó me dijo que lo acompañara, que quería presentarme al muchachito.

—¿Cómo es que se llama? —le pregunté a Talero mientras caminábamos hacia una sala.

—Guillermo —me dijo—. Guillermo Rosales.

“El cónsul abrió una puerta y me hizo pasar. Ahí estaba el muchacho, pero cuando lo vi me quedé sorprendido. Lo primero que pensé fue: ‘Este no tiene catorce años’, porque la verdad es que parecía como de diecisiete. Casi me alcanzaba en estatura, y basta con decir que yo mido un metro con ochenta. Pensé que a Bertha le podía incomodar tener en la casa un muchacho que aparentaba mayor edad, sobre todo por los niños. Para entonces Bertha y yo estábamos casados y teníamos tres hijos: Susan, de diecinueve años, Fabio Jair, de catorce, y Natalie, que andaba por los cinco. De los tres, sólo Natalie es mi hija natural. Susan y Jair son hijos de otro hombre con el que Bertha tuvo antes otra relación.

“De todos modos, pese al tema de la estatura, no pensé siquiera echar marcha atrás con lo del muchacho. Aún y así hubiera querido, no tenía otra opción. Había firmado ya todos los papeles para asumir su custodia. Así que Talero me lo entregó y de inmediato lo conduje hasta mi casa, en la 32 Avenue y 19 Street, cerca de Coral Way. La familia me estaba esperando justo para conocerlo. Durante el trayecto traté de ponerle tema para charlar, pero fue poco lo que habló. Me pareció bastante tímido. De todos modos tuve una buena impresión de él. Pensé: ‘Tal vez y sólo esté desconcertado. Si yo estuviera en su lugar, también me sentiría igual de confundido”.

1San Cristobal es la capital del municipio homónimo y del estado Táchira, en Venezuela. Está ubicada a 57 kilómetros de la frontera con Colombia.

2Maiquetía es una ciudad costera de Venezuela en la cual se encuentra el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, el más importante del país y único terminal aéreo comercial de la ciudad de Caracas.

3Testimonio adaptado de la versión del diario El País, de Cali. Publicación del 4 de octubre de 2009.

4Pese a que otro testimonios y los registros de la prensa coinciden con esta versión, los registros del Gobierno de Estados Unidos señalan que Juan Carlos Guzmán Betancur habría ingresado al país el 4 de junio de 1993.

5Algunos aviones comerciales y de carga disponen de una compuerta adicional en el área donde se guarda el tren de aterrizaje. La misma es conocida técnicamente en inglés como ‘door over-center bungee’, y no siempre es fácil de observar desde afuera del avión. Bien sea que el tren de aterrizaje se encuentre desplegado o no, dicha compuerta resulta ser una estrecha saliente, lo que guarda relación con los testimonios entregados por Juan Carlos Guzmán Betancur. Vale la pena destacar que el avión en el que él viajó fue un DC-8, de grandes dimensiones y actualmente fuera de operación en varios países. Los aviones comerciales de nueva generación no disponen de un espacio tan generoso para el tren de aterrizaje como el que tenía el DC-8.

6Nombre cambiado para proteger la intimidad de la persona.

7Radio Cadena Nacional (RCN) de Colombia,una de las emisoras más antiguas del país, también con presencia en Miami.

8Expresión generalizada en Bogotá para referirse a un niño o a un muchacho.

9Expresión generalizada en Bogotá para referirse a un niño o a un muchacho.

10Modismo colombiano que significa delatar.

11Modismo colombiano que en este contexto significa multa o sanción.

12Villavicencio es la capital del departamento del Meta. Está localizada en el piedemonte de la Cordillera Oriental de Colombia.

13Libertad condicional.

14El I-94 es un formulario utilizado por el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, así como por su par de Ciudadanía y Servicios de Inmigración de ese país, como registro de llegada y salida de extranjeros particulares. El documento debe ser diligenciado en el momento de ingresar al país por los ciudadanos extranjeros que están siendo admitidos en los EE.UU. con una visa de no inmigrante.

15Jesse Louis Jackson es conocido mundialmente por ser un activista por los derechos civiles y un pastor bautista de los Estados Unidos. Nació en 1941 y fue candidato a las primarias presidenciales del Partido Demócrata en 1984 y 1988 y ejerció como “shadow senator” para el Distrito de Columbia desde 1991 hasta 1997.

16Radio Klaridad era en la emisora con más audiencia de latinos en el sureste de Florida en la época en que sucedieron los hechos.


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