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Ilustraciones: Relatto

Capítulo 25

 

“¿No te acuerdas de todo lo que hiciste acá en el 2003?”.

 

Aún antes de que se conociera el veredicto, la madre de Juan Carlos se había encargado de seguir el caso desde Colombia a través de la prensa. Para entonces hacía varios años que la mujer se había rehusado a dar declaraciones públicas que tuvieran que ver con su hijo bajo el argumento de que ella nunca influyó en sus decisiones y que entre ambos ni siquiera se comunicaban. Desde la vez que en 1993 abogó para que Estados Unidos no deportara a Juan Carlos, nunca más volvió a figurar en los periódicos ni en las noticias. Sólo rompió ese silencio cuando quiso saber más de él tras lo sucedido en Vermont, y entonces accedió a hablar brevemente por teléfono para este libro.

Pese a que no entendía bien el asunto por el cual se le juzgaba, mencionó estar preocupada de que la condena llegara a ajustarse a los diez años que reclamaba la fiscalía de Vermont. Admitió que le inquietaba sobremanera lo que pudiera ocurrirle a Juan Carlos durante todo ese tiempo en prisión. “¿Cómo no me voy a preocupar, si es mi hijo? Me dolió tenerlo”, declaró. Meses después, luego de que Murtha Garvan promulgó el fallo condenatorio, este autor se puso nuevamente en contacto telefónico con la mujer para informarle del veredicto y conocer sus impresiones. Entonces señaló sentirse aliviada. “Nadie se alcanza a imaginar el alivio que siento en este momento —dijo—. Estoy llorando de la felicidad. Por lo menos sé que no voy a morir sin ver a mi hijo”.

Entre tanto, las cosas para ‘Jordi’ siguieron su curso en prisión. Según cuenta él mismo:

“Luego de que el juez dicta sentencia me sacan de la Corte y me suben en un coche de vuelta a Strafford County Jail, a cuatro horas de camino. No recuerdo bien cuánto tiempo más estuve recluido en Strafford, pero sí que fue algo corto.

“Después me pasan al Metropolitan Detention Center, en Brooklyn. Aquel sitio es el club social de lo más selecto del crimen. Allí te encuentras con ‘Chupeta’1 y no sé cuántos narcotraficantes más. No estoy mucho tiempo en ese lugar. Me dejan como veinte días mientras me clasifican para enviarme a otra prisión. El asunto pasa por manos del BOP2, en Washington. Se trata de una oficina que gestiona asuntos relacionados con delitos federales. Allí deciden cambiarme de categoría. Miran en qué prisiones he estado, por cuánto tiempo, cómo ha sido mi comportamiento y no sé cuántas cosas más. Al final deciden ponerme en una categoría inferior. Así que me envían a una prisión de mínima seguridad, D. Ray James Correctional Folkston, en Atlanta, Georgia.

“Se supone que en ese lugar debo terminar la condena, pero con el lleva y trae del sistema de prisiones de Estados Unidos nunca se sabe. Se la pasan moviendo prisioneros de un lugar a otro por cosas de contratos. Cada cárcel debe tener cierta cantidad de convictos por algún tiempo, así que a eso obedecen los traslados. Aquello significa un gasto de pasta bárbaro para el Estado. D. Ray James, por ejemplo, pertenece a GEO Group, una compañía privada que construye cárceles estatales y federales y se las alquila al gobierno. Así es como funciona el negocio.

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Tras conocer el benévolo veredicto condenatorio que se le dictó en Vermont por cruzar de manera ilegal de Canada a EE.UU., la madre de Guzmán Betancur, Yolanda Betancur, declaró a este libro: “Estoy llorando de la felicidad. Por lo menos sé que no voy a morir sin ver a mi hijo”.

“Lo cierto es que me sacan de Brooklyn y me suben en un avión federal al que le suena hasta la pintura. Era un MD3 viejísimo, de aquellos que confisca el Estado. Los pintan de blanco por afuera, pero por dentro son la misma cosa, como cualquier avión de pasajeros. Me ponen al lado de otro fulano de apellido Guzmán, un moreno de quien seguramente pensaron que era hermano mío por tener el mismo apellido. Despegamos y al cabo de una hora y media llegamos a Atlanta, donde de inmediato nos conducen a la cárcel, a D. Ray James, que estaba a reventar de mexicanos. Apenas entrar me acomodaron en una celda con el otro Guzmán, quien dijo llamarse José. Resultó ser un chaval de Guayaquil, Ecuador, con quien a la larga terminé haciendo buena amistad. Luego me chantan un overol color caqui y me ponen a trabajar como asistente del profesor de high school.

“La directora de la prisión era una vieja de lo más ridícula. Usaba unos zapaticos de colores que resultaban ser un adefesio. ¡Qué facha más hortera la de esa tía! Así que con José y otros internos nos burlábamos de ella todo el tiempo. De repente empezó a correr el rumor de que le decían Lady Gaga4. Casi me parto de la risa cuando lo supe. La vieja no se daba ni por enterada de aquello. Un buen día voy caminando por ahí cuando de repente la veo venir. Caminaba toda enclenque con sus zapaticos. Entonces apenas nos cruzamos me saluda:

—Good morning Mr. Betancur.

—What’s up Lady Gaga? —le suelto.

“Era necesario estar allí para haberle visto la cara. Casi le da un ataque a la pobre vieja. Lo único que atinó a decir fue:

—Oh my god! Mr. Betancur!

“Era un cuento completo aquella vieja. Al final con José nos burlábamos de todo mundo en la prisión. Ni siquiera los cristianos se libraban de nosotros. Se trataba de unos tíos que toda su vida fueron unos hijos de puta y que de repente decían haberse ‘convertido’. Nos acusaban de tener el demonio adentro. ¡Qué ocurrencia la de esos tíos! Así que José y yo nos juntamos con un salvadoreño que estaba allí por tráfico de drogas, un gay chiquitico al que le decían ‘La Victoria’. Nunca supe por qué le llamaban de ese modo, pero era tremendo. Se había llevado media prisión en los cuernos. Un buen día ‘La Victoria’ me dice:

—Vamos a hacerle la maldad a los cristianos.

“Le sigo la cuerda y llegamos al área de visitas, el lugar donde ellos armaban el culto. Me imagino que al vernos allí habrán pensado: ‘Aquí viene este par de maricones a joder’. Así que empezamos a sabotearles los rezos. Nos revolcábamos en el piso como si estuviéramos en trance y nos reíamos de todo lo que decían. Vaya azar el que debieron soportar. Después de un rato les entró el desespero y llamaron un par de guardias, pero también llegó la directora. Recuerdo que nos dijo:

—¿Ustedes dos no saben respetar?

“Pero ‘La Victoria’, que no se guarda nada, la para en seco y le sale con la hostia de:

—¿Y usted no sabe que yo soy el que le hace el ‘blowjob’ al predicador?

“Jodida respuesta la que le dio. El predicador, que estaba allí con los otros cristianos, no supo ni qué decir. Se puso de todos los colores. Sus compañeros lo repasaron de arriba a abajo y sólo se les oyó mugir: ‘Ohhhhh’. Vaya risa la que me entró. De ese tamaño son las cosas en la cárcel. Llega un momento en que empiezas a saber que ese tío que decía ser bien machote y homofóbico lo han pillado más clavado que Cristo contra el madero.

“Nunca más volví a saber de ‘La Victoria’ ni de aquella vieja después de que salí de D. Ray James. Estuve un año entero metido en esa prisión, pero mi rollo aún no terminaba. Unos seis meses antes de que acabara mi condena me notifican de que en cualquier momento me van a extraditar a Las Vegas, así que desde ese tiempo había comenzado a prepararme mentalmente para cuando eso llegara”.

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Según Guzmán Betancur, en la prisión D. Ray James, en Atlanta, junto con otros prisioneros amigos saboteaba y se burlaba de los rezos de un grupo de internos cristianos.

***

El ex detective Kirk Sullivan no aflojaba en su idea de que Nevada pudiera extraditar a Juan Carlos Guzmán Betancur. A través de la prensa se enteró de la sentencia que Vermont le había impuesto y entonces no desaprovechó oportunidad para criticarla. Dijo que aquella le producía más bien gracia, ya que no representaba un castigo acorde con la proporción de las acciones cometidas por ‘Jordi’, y que esperaba que Nevada lograra concretar la extradición para poder encerrarlo por más tiempo.

Por aquel entonces Kirk Sullivan decía:

“Betancur corrió con suerte en Vermont. A mi parecer, la condena que le dictaron fue toda una burla, pero también hay que entender que en ella contó el hecho de que nunca ha cometido crímenes contra personas. Sus acciones siempre han sido robos a propiedad. En el caso de Vermont no lo juzgaron por sus hurtos, sino por cruzar la frontera usando una identidad falsa. Espero que el Departamento (de Crímenes Hoteleros y a Turistas de Las Vegas) para el que trabajé logre extraditarlo con base en la orden de extradición que dejé abierta. Seguramente iría a prisión por mucho más tiempo que los treinta meses que le dictaron en Vermont”.

En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Desde que estaba encerrado en Vermont, mi abogado, Steven, me había informado del asunto de la extradición a Nevada. Dijo que había una orden de extradición pendiente por cumplir. Así que cuando llega dicha petición me pregunta si quiero aceptarla. Pude haberme negado. Sabía que tenía la posibilidad de haber ganado el caso y de hacerle perder un montón de dinero al Estado en abogados, pero eso habría significado pasar un par de años más en prisión peleando el asunto.

“Las Vegas tiene un sistema judicial tan arcaico como lento, sobre todo por la cantidad de casos que maneja. Me interesaba salir del embrollo de la extradición lo más rápido posible, así que la acepté. Puse mi firma en un documento y al cabo de unos días llegan unos tipos de Nevada a D. Ray James, en Atlanta. Aún faltaban varios meses para que acabara mi condena por cruzar ilegalmente la frontera, pero aún así el par de tíos me sacan de allí y me llevan a Las Vegas para la etapa de juicio. Era julio de 2011 cuando eso.

Las Vegas tiene un sistema judicial tan arcaico como lento, sobre todo por la cantidad de casos que maneja.

“Apenas llegamos a Las Vegas me encierran en Clark County Jail, una cárcel del condado. Debía estar allí mientras me dictaban sentencia. Mi idea era que después del juicio me devolvieran a D. Ray James para pagar allí la condena que me impusieran y terminar la relacionada con el asunto de la frontera, que de toda formas seguía corriendo de modo paralelo. El caso es que no llevo mucho tiempo guardado en Clark County cuando de un momento a otro llega a mi celda el encargado de la prisión. Llevaba puesto un traje de color caqui. Era un viejo gordo con apariencia de cowboy, entre rubio y canoso. Debía rondar los sesenta años. Se me queda viendo con aire desafiante y me pregunta:

—¿Tú sabes quién es Kirk Sullivan?

“La verdad es que para ese entonces ya sabía bien quién era Kirk Sullivan. Steven, mi abogado, se había encargado de decírmelo mientras yo estaba detenido en Vermont. Gracias a Steven vine a saber por primera vez que ese cabrón era el mismo a quien yo conocía simplemente como ‘el policía de Las Vegas’. Me había comentado —en ese entonces— que Sullivan estaba loco por extraditarme, que pese a estar jubilado le había enviado unos documentos a la fiscalía y que incluso lo había contactado a él un par de veces. Así que cuando el viejo me pregunta por Sullivan lo reconozco tanto como mi nombre de pila. De todos modos me hago el desentendido, pero entonces me sale con el cuento de que ambos son amigos.

—Kirk Sullivan es un buen amigo mío, ¿sabes? —dice.

—No conozco a ese sujeto —le respondo.

—Ah, con que no lo conoces —machaca—. Veamos, ¿no te acuerdas de todo lo que hiciste acá en el 2003?

“No le suelto ni una palabra. El viejo sólo buscaba provocarme. Le digo que no tengo nada de qué hablar con él, que si quiere puede entenderse con mi abogado. Pero entonces se encabrona, tuerce el gesto y me va cantando la tabla:

—Escucha —dice—. Esta es mi cárcel. Aquí hago lo que se me da la puta gana. Ya verás cómo aquí vas a recordar todo lo que has hecho —me advierte.

Juan Carlos Guzmán Betancur fue finalmente extraditado de Atlanta a la Clark County Jail, de Las Vegas, en donde debía esperar su veredicto por delitos que cometió años atrás.

“Pensé que en adelante estaría a merced de lo que el viejo miserable ordenara hacer conmigo. Creí haberme ganado en él a un enemigo, pero la verdad es que pese a su advertencia —que en principio me pareció amenazante— no sufrí ningún tipo de maltrato en esa cárcel. Eso sí, el viejo era un jodido racista. Odiaba a los mexicanos por encima del resto de latinos. Según me rumorearon después, era amigo de Joe Arpaio5. Nada de raro sería. Ambos parecen cortados con la misma tijera.

“Respecto del proceso en los tribunales la cosa salió simple. Me llevaron un día a la Corte, me leyeron los cargos estatales por los que se me acusaba en Las Vegas y me regresaron a la prisión. No fue nada más. El abogado que me representaba en esa causa era Linn Avants, un tío más alto que yo, hijo de padre alemán y madre americana. Avants fue el encargado de mi defensa en todo lo relacionado con los robos en Las Vegas, mientras que Steven se ocupaba de lo relacionado con mi paso ilegal en la frontera, que era un delito de tipo federal. Así que mientras Steven continuaba con su vida en Vermont yo me entendía con Avants en Las Vegas.

“Avants resultó ser tan formidable como Steven. Me explicó las cosas en detalle durante varias visitas que me hizo en prisión. Incluso me permitió leer el material que había recibido del Estado acerca de mi caso. La orden de detención hacía referencia a dos robos que yo había cometido en Las Vegas en 2003, pero yo era consciente de que sólo había realizado uno, me refiero al de los Gold6 en el hotel Four Seasons. Del otro robo no tengo la menor idea. Lo juro. Resultó ser un embeleco que me achacaron de buenas a primeras. Se basaba en una denuncia de una tal Anita Kohen. Decían que yo le había quitado a esa tía dos mil quinientos dólares y una cámara fotográfica en el hotel Bellagio. ¡Joder! No perdería mi tiempo por algo tan barato. Además, nunca llegué a trabajar en el Bellagio. Jamás he robado en ese hotel.

“Si de algo querían culparme por cosas ocurridas en el 2003 eso debía ser lo del Four Seasons y lo del Caesars Palace. Fue en éste que entré a la suite que ocupaba el esposo de la cantante. Ahora bien, ese tío jamás me denunció. De haber puesto una causa, el juez lo habría obligado a presentarse en la Corte y contar las cosas en detalle, entonces todo mundo se habría enterado de que es un jugador empedernido. Fue por eso que no interpuso ninguna querella, para evitar todo ese bochorno. Así que no era posible que aparte de la denuncia de los Gold hubiera otra contra mí, a menos que el esposo de la cantante hubiera interpuesto la denuncia bajo el nombre de Anita Cohen y estuviera reclamando esa miseria de dos mil quinientos dólares y la tal cámara fotográfica.

Decían que yo le había quitado a esa tía dos mil quinientos dólares y una cámara fotográfica en el hotel Bellagio. ¡Joder! No perdería mi tiempo por algo tan barato.

“Sea como fuere, nada en esa denuncia de la tal Cohen tenía lógica. Si en verdad se trataba de aquel sujeto usando un nombre falso, no entiendo por qué se pegaba de esa pequeñez en vez de reclamar todo el dinero que saqué de su suite, que fueron ciento ochenta mil dólares. Es por todo eso que aseguro que aquella denuncia no fue más que un embeleco7.

“Mi abogado, Avants, me indicó que el fiscal pedía de diecinueve a cuarenta y ocho meses en prisión por esos robos. Era el tiempo estándar que se aplicaba para ese tipo de delitos, pero por cuestiones legales yo sólo debía pagar el cuarenta por ciento de ese tiempo, es decir, unos quince meses. Le dije entonces a Avants que hablara con ese tal fiscal y que procurara llegar a un arreglo. Básicamente, le sugerí que le pidiera hacer retroactivo el tiempo que yo llevaba preso por cruzar ilegalmente la frontera en Vermont con la pena que él estaba exigiendo por lo de Las Vegas. Si el cuento cuajaba, al final yo sólo tendría que estar en prisión uno o dos meses por todo lo que hice en Las Vegas. De ahí mi insistencia en que Avants lograra un acuerdo con el fiscal.

—Si el fiscal acepta ese arreglo —le dije—, yo me achaco lo de Cohen y asumo el tiempo estándar que la fiscalía reclama.

“Avants me dijo que lo intentaría. A los pocos días nos volvimos a ver y traía una respuesta del fiscal, una buena noticia. Me anunció que el tipo había aceptado el arreglo. La verdad es que Avants resultó ser un abogado excelente. Metió los cojones por mí todo el tiempo. Como también lo habíamos acordado, le propuso al fiscal que el tiempo que yo tuviera que pagar por los robos a los Gold y a la tal Anita Kohe lo hiciera en Georgia, en D. Ray James Correctional Folkston, y que sólo me mantuvieran en Las Vegas para la etapa de juicio. Conté con suerte. El fiscal resultó ser un buen sujeto, bastante condescendiente. Le dijo que sí a todo lo que le propuso Avants. Era un fiscal joven, de nombre Jay P. Raman. Debía tener unos treinta y cinco años por aquel entonces. Lo vi la vez que fui a la Corte para firmar el acuerdo con la fiscalía.

El abogado de Guzmán Betancur para su caso de Las Vegas, Linn Avants, llegó a un acuerdo favorable para su defendido con el fiscal Jay P. Raman.

“La verdad es que Raman no quería complicarse con el caso. Alegó que se trataba de un asunto viejo y costoso para el Estado. Traer a todos los testigos desde el extranjero habría significado un dineral para Nevada. Implicaba alojarlos en hotel, costearles el transporte, la alimentación y no sé cuantas cosas más. Por ejemplo, haber llamado a declarar a Daniel Gold les habría costado un ojo de la cara. El tipo no se hospeda en cualquier hotel, así que tendrían que haberlo alojado en uno de lujo. Ni loco habría aceptado un Holiday Inn, que seguramente era para lo que alcanzaba el presupuesto del Estado. En últimas, salía más caro el caldo que los huevos. Lo mejor era llegar a un acuerdo, así perdieran ellos o perdiera yo. De lo contrario, la cosa se iría para largo.

“Ahora bien, Daniel Gold y su mujer no perdieron ni cincuenta mil dólares en las cosas que yo me llevé de su suite, pero salieron a declarar una fortuna. A todas estas, ellos jamás estuvieron en el juicio. Estaban en Miami, donde viven. Así que cuando el juez preguntó por los recibos que sustentaban todo lo robado el fiscal Raman no supo qué decir. Ni siquiera los tenía en su poder. El juez le pidió que se comunicara con los Gold para saber qué era lo que habían perdido realmente y por qué yo tenía que pagar la suma que ellos alegaban, pero lo cierto fue que los Gold nunca entregaron esa información. Y no lo hicieron porque estaban mintiendo. Si los Gold hubieran entregado los recibos de cada una de las cosas que saqué de su suite, todo mundo se habría enterado de que el valor de lo robado era muchísimo menor de lo que ellos declaraban. Querían pasarse de vivos, nada más.

“La fiscalía del condado Clark me había imputado siete cargos o felonías por el caso de los Gold y el de Cohen: robo, ingreso a propiedad, falsificación, porte de documento falso y otros más que no recuerdo ahora. Raman le dijo a Avants que con el simple hecho de que yo me declarara culpable de uno solo de esos cargos se acabaría el proceso. Al final me declaré culpable de robo. Acepté la culpa por lo de los Gold y me eché encima lo de la tal Anita Cohen. Con todo y ello la etapa de juicio duró dos meses. Ese fue el tiempo que estuve preso en Las Vegas, en la cárcel del viejo amigo de Sullivan. La condena —que dio sólo para un par de meses más en la cárcel, tal y como yo lo había pronosticado— la terminé pagando en D. Ray James, a donde me devolvieron luego de que un juez promulgó el fallo”.

En palabras del fiscal Jay P. Raman:

“En realidad nunca hubo un arreglo con la defensa de Guzmán Betancur. Simplemente convenimos que se declarara culpable de los cargos y fuera a la cárcel por ellos. Se trataba de hacer algo que le facilitara las cosas, de modo tal que pudiera tener beneficios judiciales. La parte procesal en Nevada comenzó el 19 de julio de 2011, que fue cuando lo recibimos a él de manos de la custodia federal. Desde entonces lo vi unas cuatro veces en la Corte. Todo el tiempo me pareció una persona muy callada, algo paradójico para alguien que está acusado de cometer crímenes haciendo todo lo contrario. Antes del juicio había visto un par de fotos suyas en los medios que hacían referencia a la vez que escapó de una prisión cercana a Londres. Parecía haber ganado algo de peso desde entonces. Al tenerlo frente a mí no tuve una mayor impresión de él, pero por todo lo que he leído me parece que es un tipo extremadamente inteligente”.

***

Ocho años después de ocurrido el robo a los Gold, el pedido de extradición radicado por Sullivan había logrado ponerle punto final al juego del gato y el ratón en el que llegó a convertirse la búsqueda de Juan Carlos. El propósito de encerrarlo en una cárcel en Las Vegas se había cumplido, aunque no por el tiempo que Sullivan había deseado, sin mencionar que el juicio resultó bastante diferente a como él lo había imaginado.

Desde hacía cierto tiempo Sullivan venía mostrándose dispuesto a viajar desde Kentucky hasta donde fuera necesario con tal de atestiguar en contra de Juan Carlos. Comentó el asunto ante la prensa varias veces. Decía que anhelaba verlo cara a cara en los estrados, pero la intentona se frustró luego de que Raman alegó que la fiscalía de Nevada no comprometería ningún recurso para llevar testigos del caso hasta Las Vegas. Para rematar, luego de que Juan Carlos se declaró culpable de los cargos que se le imputaron, no hizo falta escuchar a ningún testigo. De tal forma que las circunstancias terminaron apartando nuevamente a Sullivan del escenario judicial.

Aquello pronto se convirtió en el hazmerreír de ‘Jordi’. Decía que las llamadas que Sullivan le gastó mientras estaba preso en Dublín cayeron en balde porque ni siquiera fueron consideradas como elemento en el proceso. Se burlaba de eso tanto como de que las fotografías suyas que componían el expediente sólo le habrían servido a Sullivan “para hacerse el morbo”. Aludía al tema cada tanto refiriéndose al ex detective como un “jodido mediocre” a quien le quedó grande extraditarlo directamente desde Irlanda.

Se burlaba de eso tanto como de que las fotografías suyas que componían el expediente sólo le habrían servido a Sullivan “para hacerse el morbo”. Aludía al tema cada tanto refiriéndose al ex detective como un “jodido mediocre”.

“Fíjate nada más —decía—, la otra vez Bryan me contó que Sullivan quiso viajar a Dublín para interrogarme, pero le negaron quinientos dólares para el desplazamiento y por eso le tocó quedarse viendo un chispero en Las Vegas. Ni siquiera fue capaz de convencer a sus jefes de que le dieran esa miseria para un viaje. Es un puto cabrón que se quedó con las ganas de conocerme en persona”.

Juan Carlos parecía estar sangrando por la herida luego de que Sullivan había logrado encerrarlo en prisión con sólo una demanda local. Decía que el ex detective se había volcado a atender el caso de Daniel Gold y de su esposa sólo porque éste es un tipo adinerado, pero que de haberse tratado de un turista promedio se habría olvidado del asunto.

Varios años después, luego de que se enteró de que Sullivan guardaba en su casa una copia del expediente del caso pese a estar pensionado, Juan Carlos entró en cólera. Dijo que no había ninguna razón legal para que el ex detective tuviera ese material en su poder, salvo que quisiera hacerle daño de algún modo. De inmediato vinculó al detective de Scotland Yard Andy Swindells con el asunto. Dijo que seguramente se trataba de una componenda entre ambos. De todo cuanto había venido burlándose de Sullivan, la existencia de aquella copia fue lo único que evidentemente no le hizo gracia.

***

Entre los años 2010 y 2011, mientras Juan Carlos estaba en prisión, Sullivan recibió una serie de llamadas de policías que le hablaron de que aquel podía tener asuntos pendientes con la ley en Canadá. Los comentarios se basaban en indicios de que anduvo en malos pasos en un par de hoteles de ese país y de que los hechos habrían sucedido justo antes de que fuera capturado en Vermont. Al final no hubo nada en concreto sobre alguno de esos rumores8.

Tampoco hubo nada concreto sobre una serie de versiones que rodaron en México, Venezuela y Rusia, donde según un cable de noticias de la agencia Associated Press —publicado en 2005— ‘Jordi’ habría cometido robos en hoteles. En Colombia su historial está limpio. Álvaro Ayala, ex jefe de prensa de la fiscalía colombiana9, dice:

“Luego de su detención en Vermont (en septiembre de 2009) recibí varias llamadas de periodistas preguntando por Juan Carlos Guzmán Betancur. Querían saber si en la fiscalía colombiana teníamos algún registro suyo, algo que dejara saber si tenía asuntos pendientes con la Ley. Me puse a indagar en los expedientes, a hablar con los fiscales y todo lo demás, pero nadie encontró nada. Por eso estoy seguro de que Guzmán no es buscado por las autoridades en Colombia.

“Sé muy bien de quién se trata. Lo distingo porque para la época en la que fue deportado de Miami (1993) yo era reportero y debí cubrir la noticia de su llegada al aeropuerto de Bogotá. Por eso cuando la gente me pregunta por él lo recuerdo plenamente”.

En Suiza, por el contrario, las cosas pintan de otro modo. La justicia de ese país tiene abierta una orden de detención en su contra por el robo del que se le acusa en el Four Seasons Hotel des Bergues, en Ginebra. Juan Carlos dice que sólo llegó a saber de ese hecho cuando estaba preso en Las Vegas y que nada tuvo que ver en él. Considera que por algún motivo la policía suiza busca endilgarle la culpa de ese robo. Es algo de lo cual tiene su propia versión.

Como afirma Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Mientras estaba en Las Vegas vine a saber lo del tal robo en Suiza. Me lo comentó mi abogado, pero fue un policía que estaba a cargo del asunto en Estados Unidos el que me explicó las cosas con algo de detalle. El tipo no me soltó mayor cosa, sólo que salía muy costoso llevarme a Ginebra para mirar el caso. Me dijo que si por algún motivo yo llegaba a ir a Suiza me darían solamente un citatorio para que fuera a declarar. Nada más aparte de eso.

La justicia de Suiza también tenía una orden de detención contra Guzmán Betancur, que según él, nada tenía que ver con sus actividades. Sin embargo, el caso no prosperó.

“Le comenté la historia a Avants. Le dije que no tenía nada que ver con ese asunto, que para la fecha en la que ocurrió ese robo yo andaba por Arabia Saudita, Bahrein, Omán… Estuve en Oriente Medio hasta finales de 2008. El pasaporte que me encontraron en Vermont a nombre de Jordi Ejarque Rodríguez demuestra lo que digo. Así que no era posible que yo estuviera en Suiza y en Bahrein al mismo tiempo. Ambos países quedan como a seis horas de distancia en avión el uno del otro. Ahora bien, si las autoridades suizas no me creen, pueden ir a preguntárselo a las de Arabia Saudita. Verán que por esa fecha yo andaba en ese país. Lo cierto es que de ahí en adelante no sé cómo evolucionó ese asunto, porque de los suizos no volví a saber nada más. Avants me dijo que al parecer dejaron de insistir, y si fue así debió ser porque verificaron bien el cuento y comprobaron que yo no había robado en ningún hotel de ese país.

“Lo que creo es que toda esa historia de Suiza es inventada, una manipulación para enlodarme con más robos. No lo sé. Pienso que por ahí va la cosa. Así que si en algún momento las autoridades suizas me llegan a detener y después se logra demostrar que no tuve relación con el asunto, entraré a demandar. Se trataría de una detención ilegal. Ese hecho incluso daría para elevarle cargo criminal al policía que hubiese hecho la querella y el Estado me tendría que compensar por ese error. Me encargaría de averiguar quiénes fueron los culpables de todo eso y también les montaría una demanda. Tendría argumentos con qué hacerlo. Se trataría de una persecución, y eso es súper ilegal”.

***

Luego de que recibió sentencia en Las Vegas, Juan Carlos fue devuelto a Georgia durante los primeros días de octubre de 2011. Las cosas avanzaban conforme con el convenio que Avants había logrado con el fiscal Raman, y dado que dicho acuerdo establecía que la sentencia estatal impuesta por Nevada era retroactiva y se conmutaba con la federal impuesta por Vermont, aquello sólo significaba que muy pronto ‘Jordi’ quedaría en libertad. Era sólo cuestión de un par de semanas para que acabara la sentencia que le dictó el juez Murtha Garvan por cruzar ilegalmente la frontera y pudiera abandonar la prisión D. Ray James, pero entonces debía regresar a Nevada para completar la pena estatal. Todo un enredo del sistema de prisiones estadounidense.

El tiempo en D. Ray James pasó y el 25 de noviembre de 2011 Juan Carlos fue sacado de su pabellón. Cinco días después se encontraba de regreso en Nevada, donde sólo estaría por dos meses antes de recuperar la libertad. De todos modos abandonar la prisión no resultaba tan sencillo. Para poner un pie en la calle Juan Carlos primero debía cumplir con un proceso de clasificación exigido por el sistema de prisiones de Nevada. Se trata de un periodo de confinamiento casi aislado, combinado con una serie de exámenes médicos y psicológicos que se realiza de manera previa a la puesta en libertad. Debido a la sobrecarga del sistema, algunas de esas diligencias pueden tardar meses, con lo que la salida de prisión de un grueso número de convictos termina dilatándose, sin importar —incluso— si ya han hecho tiempo servido.

En todo caso, la clasificación de Juan Carlos se cumplió en el periodo previsto, unos veintiocho días. Luego fue entregado a los federales, quienes terminaron subiéndolo a un avión para deportarlo. Era finales de febrero de 2012 cuando eso.

Como recuerda Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Luego de que hago tiempo servido en Georgia me regresan a Nevada. Allí me encierran en Northern Nevada Correctional Center, en Carson City. Aquel sitio es una cosa de tamaño atroz, una cárcel de mediana seguridad para violadores y miembros de pandillas, tíos a quienes en otras cárceles les iría bastante mal. El lugar cuenta incluso con un establo lleno de vacas para que algunos presos se sienten a ordeñar. Se trata de un montón de tíos a los que les tiemblan las manos por tanta droga que han metido. Entonces o se masturban o se ponen a ordeñar. No les queda de otra.

Aquel sitio es una cosa de tamaño atroz, una cárcel de mediana seguridad para violadores y miembros de pandillas, tíos a quienes en otras cárceles les iría bastante mal.

“Toda la cárcel funciona como un centro médico de rehabilitación. Apenas entras te chantan un overol amarillo y te mantienen a punta de patatas cocidas todo el día. Duré dos meses metido en ese lugar, hasta fines de enero de 2012. El primer mes estuve en régimen abierto, y el segundo en régimen cerrado. Lo hacen por norma del Estado mientras llevan a cabo la clasificación. Es un proceso que debe durar no más de veintiocho días, pero con frecuencia tarda hasta tres meses. Lo realizan cuando algún convicto está por salir o van a trasladarlo de prisión. Así que te encierran solo en una celda. No tienes forma de leer correos, no tienes tele, no tienes acceso al teléfono, no tienes nada. Para rematar, ni siquiera puedes hablar con tu abogado, así que no hay forma de que alguien se entere si llegas a sufrir algún maltrato.

“Durante ese tiempo sólo puedes hablar con el médico y con el psiquiatra. Luego te hacen exámenes de sangre. Miran que no tengas enfermedades infectocontagiosas, y si las tienes, estás perdido. Hay muchos tíos que no los dejan salir porque tienen VIH o sífilis. No importa si ya terminaron su condena. La leyes en Nevada parecen hechas en la edad media. Nadie pone un pie en la calle si representa una amenaza para la salud pública. Entonces lo que hacen con aquellos internos es que los envían a cárceles en otros Estados a ver si quizás allá los dejan salir. Para eso es que sirve la jodida clasificación.

“Por fortuna, mi clasificación se dio en el término establecido. Después de eso vino el proceso de descarga, una cosa corta. La hacen justo antes de dejarte salir. Así que te quitan el overol amarillo con el que andas y te sacan unas fotografías con tu número de registro estatal. Recuerdo que el mío era: 107613610. Después te toman las huellas y te dejan en un cuartito a la espera de que alguien te llegue a recoger, un pariente, un amigo, un conocido. Quien quiera que sea debe llevar dos identificaciones con su respectiva foto. No puede tener récord criminal ni deber impuestos. Mejor dicho, la Madre Teresa de Calcuta viene bien. Si no tienes quién te recoja, debes esperar a un fulano del sistema de prisiones que te llevará al centro de la ciudad.

En el Northern Nevada Correctional Center, en Carson City, Nevada, Guzmán Betancur se encontró con que el lugar contaba con un establo lleno de vacas para que algunos presos las ordeñaran.

“En mi caso me entregaron ante los federales, los U.S. Marshals. Así que esos tíos me sacan de allí y me suben a una van de Inmigración, una Chevrolet Express Van de color azul, sin marcas ni nada. Me conducen hacia una cárcel en una zona industrial de Reno que apenas si distingo. Se trata de una construcción asentada en una colina pero que desde la camioneta apenas pude ver a través del parabrisas, de tal modo que no puedo describir cuán tan grande es. Por lo que pude ver es un complejo gigantesco, pero ni siquiera recuerdo el nombre. El caso es que llego allí, atravieso la recepción, me entregan un mono de color rojo y me ponen en una unidad en la que apenas hay cuatro celdas y un par de presos. Es una cosa aislada, como de máxima seguridad. Ahí me dejan por cerca de un mes, desde el 1 de febrero de 2012.

“No hay mucho qué decir de aquel sitio. Me la pasaba mirando las paredes, y cuando no, hablando a voz en cuello con el sujeto de al lado a través de una estrecha ventana que había en la puerta. Tenía por vecino a un chaval blanco supremacista. Era uno de esos tíos que no admiten que las mujeres se acuesten con hombres de color, pero ellos sí se follan todo lo que se les pase por delante. Llevaba quince años encerrado, así que para entretenerse lo que mejor sabía hacer era hablar. Hablábamos de todo. El asunto era que lo que se decía allí resonaba en el pasillo. Sucedía igual en toda la prisión. Era un enjambre impresionante de murmullos que duraba hasta la noche. Creo que después de eso dejé de tener problemas con el ruido, porque me acostumbré a él.

“Del menú, ni hablar. Pasé de las patatas cocidas de la antigua prisión a tener que comer sandwiches con mantequilla de maní durante todo el día. Los guardias incluso nos daban las raciones extras que sobraban. A nadie le gustaba esa porquería, pero tampoco teníamos más para escoger. Cuando el chaval de al lado o yo queríamos beber algo lo compartíamos de un modo que jamás me hubiera imaginado. La primera vez me dijo:

—¡Hey, pásame café!

—¡¿Y cómo coños te voy a pasar un café si hay una puerta de por medio?! —le respondí.

“Entonces me dijo que cogiera un papel y armara una pajilla. Me explicó todo el proceso para hacerla lo suficientemente larga. Aquella cosa tenía su ciencia, pero en un dos por tres terminé volviéndome un experto en la materia. En adelante nos pasábamos agua y café de una puerta a otra por medio de pajillas. Faltaba ver la destreza que teníamos para eso. Lo hacíamos incluso con los guardias rondando por ahí. Nos cuidábamos de que no nos vieran, pero luego de que nos descubrieron ni siquiera nos dijeron nada.

“Mientras yo permanecía guardado en esa celda, los agentes de Inmigración andaban hechos un lío tratando de ver a dónde me deportaban. Los tíos no sabían si enviarme a España o a Colombia, por aquello de que había renunciado a mi nacionalidad de origen para hacerme con la española. Tenían noventa días para sacarme del país, de lo contrario el asunto iría subiendo de proporciones hasta llegar a Washington, entonces sería el desmadre para todos ellos. Para terminar de complicar las cosas mis registros de nacimiento no aparecían, así que entre eso y el cotejo de otros documentos se fue casi todo un mes. El director de Inmigración para Nevada les había dicho a sus agentes que después de que Colombia o España me aceptaran podían subirme en un avión y sacarme del país.

En adelante nos pasábamos agua y café de una puerta a otra por medio de pajillas. Faltaba ver la destreza que teníamos para eso. Lo hacíamos incluso con los guardias rondando por ahí.

“Cuando ya estaban por decidir a dónde me enviarían, recibieron un fax desde Washington que terminó frenando la cuestión. En el jodido papel se leía que no me podían enviar a España porque yo era colombiano. ¡Qué cabronada! Así que intentan hablar con alguien en el ‘eficiente’ consulado de Colombia para que certifique que, en efecto, soy colombiano, pero les pasa lo que a todo el mundo: nadie les contesta el teléfono. Intentan una y otra vez, pero nada.

“Los tíos ya estaban por arrancarse los cojones del desespero cuando logran contactar con el consulado de Colombia en San Francisco. Me ponen al habla con el fulano que les contestó. Le explico en detalle de lo que se trata el asunto, pero el tipo sólo me dice: ‘Oh sí, sí, ajá… Dame tu número de cédula’. Le contesté que no tenía cédula y que la única que tuve alguna vez no la recordaba. ‘Okay, deja así. Yo investigo’, me dijo.

“No me quejo. Por fortuna el chaval resultó ser diligente. A los días regresó la llamada y les dijo a los agentes de Inmigración lo que querían saber: que yo había nacido en Colombia. Les mandó una certificación que así lo demostraba. No tengo idea de cómo coños la obtuvo, pero el caso es que la envió. Aquello fue suficiente para que los agentes dejaran de romperse la cabeza con el cuento de mi nacionalidad. Al parecer el Departamento de Inmigración de Estados Unidos no estaba siquiera seguro de dónde provenía yo y quería comprobarlo antes de soltarme. Habían frenado todo por esa estupidez.

“Al final enviaron la tal certificación a Washington y de allí emitieron la orden para que me deportaran a España, ni siquiera a Colombia. ¡Vaya pérdida de tiempo más estúpida! El caso es que al día siguiente de recibir la orden me subieron en un avión rumbo a España. Era la última semana de febrero de 2012 cuando eso.

“Un policía a cargo fue quien coordinó mi salida de la prisión y el transporte al aeropuerto. Se trataba de un buen tío, bastante cordial. Me apodaba Pink Panther11. Solía decirme así por aquello de que ese personaje siempre les quita las cosas a los otros monachos del programa para burlarse de ellos y engañarlos. ¡Qué ocurrencia!

“El caso es que con ese policía tomé un vuelo que de Reno nos llevó directo al LAX12, el aeropuerto internacional de Los Ángeles. Bajamos del avión y enseguida me condujo hasta otra aeronave que me llevaría a España, una de la línea Iberia. Cuando llegó el momento de abordar me entregó mi pasaporte, se me quedó viendo y me dijo con una mueca socarrona: ‘Goodbye Pink Panther’. No pude evitar sonreírme por aquello. Ahora ni siquiera recuerdo su nombre, pero en verdad que es un sujeto agradable, de esos que caen bien desde el primer momento. Nos despedimos con un apretón de manos y seguí directo hacia el avión.

“Aquel fue el último día que estuve en Estados Unidos. Las autoridades americanas me prohibieron el ingreso por veinte años. De todas formas no pienso regresar. Aunque la tenga fácil nunca volveré a intentar colarme en ese país. No me interesa en absoluto pisar su suelo una vez más. Para mí el sueño americano fue una pesadilla, algo que ya quedó en mi pasado. Esa es la verdad.

“Durante el vuelo lo primero que hice fue tomar una copa de vino que ofrecieron las auxiliares de cabina. Recuerdo que pensé a dónde iría luego de que llegara a España. A la hora de la verdad cualquier país pintaba bien con tal de no tener que ver a nadie. Quería estar solo, encerrarme en algún lugar y nada más. Luego —pensé— me iría a vivir a México junto con Alfredo. La idea me atraía por montón, aunque no sabía si en realidad iba a funcionar. Nunca antes había estado atado a alguien”.

 

1 Juan Carlos Ramírez Abadía, alias ‘Chupeta’, es un conocido narcotraficante colombiano, ex líder del Cartel del Norte del Valle. Fue capturado en agosto de 2007 en Sao Paulo, Brasil, y extraditado a Estados Unidos en julio de 2008.

2 Buró Federal de Prisiones (BOP, por su sigla en inglés), es una agencia del Departamento de Justicia de Estados Unidos encargada de gestionar prisiones y cárceles federales. Su sede principal se encuentra en Washington DC.

3 La denominación MD hace referencia a aviones de mediano y corto alcance desarrollados por la empresa McDonell Douglas (MD), una constructora estadounidense de aeronaves civiles y militares de amplio reconocimiento. Desde 1997 la compañía hace parte de la aeronáutica Boeing.

4 Lady Gaga (marzo 28 de 1986) es una cantante, productora y bailarina estadounidense.

5 Joseph ‘Joe’ Arpaio (14 de junio de 1932), ex alguacil del condado de Maricopa, en Arizona. Fue conocido popularmente como el «alguacil más implacable de Estados Unidos» por el desempeño controvertido de la dirección de la Oficina del Sheriff del Condado de Maricopa, principalmente en lo relativo al trato de los detenidos. Su nombre fue divulgado por la prensa a nivel internacional luego de que por años adelantara una intensa serie de redadas contra los inmigrantes radicados en Arizona, a quienes hizo arrestar y retener por “sospecha razonable” de que estuvieran en el país de manera ilegal, lo que desató una polémica social y mediática de amplias proporciones en el marco de la Reforma Migratoria propuesta por el presidente Barack Obama. Las prácticas de Arpaio fueron severamente criticadas por organizaciones tales como Amnistía Internacional. En 2013 un juez federal le ordenó suspender la persecución que venía adelantando contra los indocumentados, para lo cual argumentó que Arpaio se dejaba llevar por estereotipos raciales.

6 La pareja de esposos cuya niñera de sus dos hijas fue engañada por Juan Carlos Guzmán Betancur para entrar a la suite.

7 Consultado al respecto para la elaboración de este libro, Kirk Sullivan señaló que el nombre de Anita Cohen podía corresponderse con un nombre falso utilizado por el demandante para proteger su verdadera identidad. En consecuencia, no queda claro si la persona afectada por el robo de Juan Carlos Guzmán Betancur fue en efecto el esposo de aquella cantante y si fue éste quien interpuso la demanda bajo el nombre de Anita Cohen. En todo caso, según el propio Sullivan, la víctima se trató de una persona famosa.

8 Según Juan Carlos Guzmán Betancur, la sospecha que tenían las autoridades de que había robado en Canadá le fue comunicada por su abogado Steven Barth, quien para llevar adelante su proceso necesitaba estar seguro de que aquel no tendría que enfrentar otra extradición fuera de Estados Unidos. Los hechos en los que se cree habría participado ocurrieron en Toronto, ciudad en la que Juan Carlos niega haber estado.

9 Testimonios entregados al autor de este libro en noviembre de 2009. Para entonces, Álvaro Ayala se desempeñaba como jefe de prensa de la Fiscalía de Colombia.

10 El número de registro estatal presenta un periodo de caducidad que se corresponde con el término de la pena, por lo que puede cambiar cada vez que una misma persona es detenida por diferentes delitos dentro del mismo Estado. Este número es diferente al de registro federal, el cual aplica en todo el país y no presenta caducidad. En el caso de Juan Carlos Guzmán Betancur, el número de registro estatal fue asignado por Nevada, mientras que el federal le fue impuesto tras su primer arresto en Miami por inmigración ilegal. El mismo es el 06498004 y es así como se le reconoce en los distintos archivos federales.

11 The Pink Panther Show (El Show de la Pantera Rosa) fue una serie de animación creada por el dibujante Friz Freleng y producida por Warner Brothers Animation entre 1969 y 1972. La serie original se emitió durante dos temporadas y estuvo compuesta por cincuenta capítulos.

12 LAX es la denominación que corresponde al aeropuerto de Los Ángeles en el código de la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA, por su sigla en inglés), popularizado ya entre los californianos.

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