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Ilustraciones: Relatto

Tercera parte‘Strikeout’

 

Capítulo 20

 

“Tú estás aquí por lo de The Merrion y eso es lo único que me interesa. Lo demás me tiene sin cuidado”.

 

Bryan McGlinn era uno de los detectives más jóvenes de Garda Síochána en el 2005. Hacía sólo un par de años se había graduado de la academia de policía y por entonces, con tan sólo veintisiete años, había logrado ganarse el respeto y la admiración de sus superiores por su talento innato para la investigación.

Su semblante, con una piel cándida, ojos claros y un cabello algo rojizo que acostumbraba llevar al ras, era el del fenotipo promedio irlandés. Sin embargo, no era tan alto como el promedio, y su cuerpo era tan macizo como el de un rugbista. De hecho era aficionado al rugby tanto como al hurling, un juego de equipo de origen celta que se practica principalmente en Irlanda y que es similar al hockey, pero sobre césped. Ambos deportes llenaban parte de su tiempo los fines de semana. El resto de los días lo dedicaba a perseguir y encarcelar ladrones. Creía haberlos visto de todas las calañas, pero dejó de pensar eso luego de que fue comisionado para investigar la denuncia de un “cuantioso robo” en The Merrion. McGlinn se ocupó del caso en la mañana del viernes 17 de junio de 2005, justo un día después de que la suite ocupada por una familia de Beverly Hills fue vaciada por un ladrón cuya identidad aún no se confirmaba.

Un par de años después McGlinn hablaba con la prensa del asunto. Admitía que nunca antes había visto a alguien que hiciera lo mismo que aquel ladrón y que aquella fue la primera vez que debió arreglárselas con uno de ese talante. Mencionaba el hecho de que cuando fue a The Merrion para encargarse del asunto llegó junto con Collin Hylend, un compañero de la unidad policial, y que durante la investigación también contó con la ayuda de otro detective. De todas formas, aquellos dos agentes abandonaron pronto el caso y en adelante McGlinn debió continuar solo.

Sobre la manera en que el detective Bryan McGlinn comenzó la investigación por el robo en The Merrion, el periodista Malcolm Macalister Hall publicó en su artículo del diario inglés The Independent:

“La mañana del sábado 18 de junio (de 2005), un día después de que se descubrió el robo en The Merrion, el detective Bryan McGlinn arribó temprano al hotel en compañía de un colega para averiguar de primera mano lo que había ocurrido en una de las suites. Hacía unas cuantas horas que había sido informado del robo e iniciado la investigación. Había comenzado por llamar a American Express y pedir un registro de las compras hechas con la tarjeta de crédito robada, luego de lo cual visitó algunas de las tiendas que aparecían en el listado tras revisar los videos de seguridad de ellas, los cuales le permitieron entender que no lidiaba con un ladrón de poca monta. Debido al tiempo que le tomó hacer esas averiguaciones durante el viernes, McGlinn no alcanzó a entrevistarse con ninguno de los miembros del staff de The Merrion en cuanto a lo del robo, por lo que debió ir aquella mañana de sábado y realizar esa tarea junto con otro detective de Garda Síochána.

“Mientras esperaban en el lobby ser atendidos por uno de los hombres de seguridad, McGlinn se dedicó a ojear los periódicos del día. Recuerda cómo, de repente, en uno de ellos vio un titular que decía: ‘Elegante ladrón de joyas escapa de prisión’ , el cual daba paso a un artículo que mostraba la foto del sujeto. Tras leerlo, McGlinn pensó que el modus operandi era el mismo que el del tipo que había entrado a The Merrion. Cuando el hombre de seguridad llegó al lobby para recibirlos, el detective le enseñó el periódico. No tuvo duda, sin vacilar el sujeto distinguió al prófugo de la foto como el autor del robo en la suite”.

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El joven y hábil detective irlandés Bryan MacGlinn, encargado de seguir el caso de Guzmán Betancur, ocupaba parte de su tiempo libre con su afición al rugby y al hurling.

“Me asignaron para investigar un caso de hurto en un hotel de Dublín, The Merrion. Es uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad. Miré tomas del circuito cerrado de televisión del día en que ocurrió el robo y en ellas pude ver la figura de un hombre que se asemejaba a quien hoy conocemos como Juan Carlos Guzmán Betancur. Días atrás la policía de Londres nos había hecho llegar información en la que se señalaba que aquel sujeto había escapado de prisión, así que yo sabía bien de quién se trataba. Teníamos incluso una fotografía de él. Pude confirmar que se trataba de Guzmán Betancur cuando de casualidad me topé con un periódico en el lobby del hotel que hablaba de su fuga en Reino Unido. Le mostré ese artículo a uno de los hombres de seguridad del hotel, precisamente el que le había abierto la caja dentro de la suite. El hombre no lo dudó ni un instante, me dijo de inmediato que era aquel.

“Realmente nunca supe cómo hizo Guzmán Betancur para entrar a Irlanda. A mi parecer, debió tomar un autobús en Reino Unido que lo llevó hasta un puerto, luego cruzó el mar en barco y llegó por tierra hasta Irlanda del Norte, de donde pasó a Irlanda aprovechando que no hay control fronterizo entre las dos regiones. De allí siguió a Dublín, a donde debió entrar a través de la calle O’Connell, cerca de donde se encuentran las estaciones de autobuses y del tren. En verdad creo que fue así como realizó su viaje.

“Después de eso se habría hospedado en un hotel barato. Era lógico que si iba a un gran hotel le pedirían la tarjeta de crédito y una identificación, como el pasaporte. En un hotel barato, en cambio, esas cosas no suceden. Se paga en efectivo y no piden documentación. Es mucho más fácil quedarse en ellos. Se puede dar el nombre que uno quiera con la seguridad de que no harán más preguntas. En resumidas cuentas, era de esperarse que si Guzmán Betancur pensaba cometer delitos en Dublín no gastaría mucho dinero en alojamiento y escogería un hostal para mantener un bajo perfil. Ahora bien, en ese momento todo partía de mi intuición. Nada era fundamentado.

“Aquella fue la primera vez que vi a un sujeto actuar así. Por lo general, el delincuente común rompe la puerta o las ventanas, entra, forma desorden y se lleva todo lo que encuentra. Además, usa lugares fijos para esconderse, sitios en los que es relativamente fácil encontrarlo. Guzmán Betancur, en cambio, no era como todos los otros ladrones a quienes yo había perseguido. Se ganaba la confianza de los empleados del hotel y engañaba al personal. Cuando no iba a la recepción, se acercaba a una de las personas de limpieza y la enredaba con el cuento de que era un huésped verdadero, precisamente el huésped de la suite que aquella persona terminaba de limpiar.

“A mi juicio, nada de lo que realizaba era espontáneo. Por el contrario, actuaba de manera premeditada. Hacía mucha labor de investigación, de modo tal que sabía a lo que se enfrentaba. Al The Merrion, por ejemplo, no llegó por casualidad. Tenía claro que es uno de los hoteles más elegantes de la ciudad y que la familia a la que robó había salido de la suite, lo cual usó para engañar. Es un excelente mentiroso con un poder de convicción impresionante, una combinación bastante peligrosa.

Es un excelente mentiroso con un poder de convicción impresionante, una combinación bastante peligrosa.

“Tuve que emplear estrategias inusuales para buscarlo. Lo primero que hice fue llamar a la oficina local de American Express y pedir una lista de las compras hechas con la tarjeta de crédito robada. Cuando me la dieron, fui a cada uno de los lugares en los que él había comprado y en ellos pedí copias de los videos de seguridad. No cabía duda de que era el mismo tipo el que se veía en todos ellos.

“Lo que hice después fue ordenar que se imprimieran avisos de búsqueda con su foto y se repartieran por todos los hoteles de Dublín. La idea era que la gente nos avisara si llegaba a verlo y así pudiéramos detenerlo. Yo mismo participé del proceso. Me tomó dos días sin parar. Debí visitar varios B&B e incluso cafés internet para dejar volantes con su foto. Recuerdo haber visitado un hostal en el centro de la ciudad y dejar allí unos cuantos. Luego, cuando salí, observé un local de cabinas de internet que estaba cerca de una esquina, a unos cuantos metros de ese hostal, frente a las vías del tren. Fui allí y le entregué un par de avisos a los dependientes. Era un trabajo agotador, pero no me rendí en ningún momento”.

Durante varios días no ocurrió ningún avance en la búsqueda para dar con ‘Jordi’. El hecho de que Garda Síochána no diera con su paradero —mientras él viajaba por Kilkenny, Cork y sus alrededores— era algo que empezaba a socavar la paciencia de McGlinn, quien ocupaba un asiento en las oficinas de Harcourt Terrace Garda, una estación antigua con fachada de ladrillo localizada en el centro de Dublín. Para cuando el detective comenzaba a plantearse la posibilidad de haber perdido la oportunidad de atraparlo, una llamada cambió de modo radical la situación. Aquello sucedió un jueves por la mañana, dos semanas después de ocurrido el robo en The Merrion.

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Según el detective McGlinn, mientras leía un periódico en el hotel The Merrion, de Dublín, pudo conocer sobre Guzmán Betancur y de su reciente fuga de una prisión cerca de Londres.

Tal como cuenta Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Acababa de llegar a Dublín desde Kilkenny en un día de verano precioso. Estábamos como a 20 grados centígrados y eran como las diez de la mañana, por lo que busqué hospedaje en un hostal del centro de la ciudad, en Gardiner Street. Se trata de un lugar con calles muy angostas y casas de estilo georgiano. Pagué unos quince euros1 por quedarme allí esa noche. El cuento de hospedarme en hostales, como ya dije, es cosa de gusto propio. No tiene nada que ver con alguna intención de mi parte para evadir los controles de los grandes hoteles. De hecho, en los hostales suelen complicarle más la vida al viajero que en un hotel de lujo. En un B&B los dependientes son reacios y desde que llegas te exigen documentos. No se andan con rodeos. La policía les cae todo el tiempo para ver sus registros, y sino los tienen, les arman el cisco más tremendo. Para librarse de eso, la gente de los hostales le hace llenar al huésped un formulario que siempre va a parar a manos de la policía. De manera que no es tan sencillo quedarse en un hostal cuando se anda con documentos falsos.

“Aquello nunca ocurre en los hoteles de lujo. Se supone que las personas que llegan a ellos tienen dinero suficiente para pagar la cuenta, así que la policía ni siquiera se asoma por allá. En los hoteles de lujo lo último que quieren es incomodar al huésped, así que a lo sumo te pasan un jodido formulario de registro, escribes un número de pasaporte o de identificación y todo acaba allí. Nadie se vuelve a fijar en lo que haces. Viendo las cosas de ese modo, hay menos riesgo para mí en un hotel de lujo. De todas formas, esa vez, como ya dije, decidí quedarme en un hostal.

“Luego de que entré a mi habitación descargué el equipaje que llevaba. Se trataba de un morral cruzado y una mochila The North Face en la que guardaba poca ropa, dinero en efectivo y mi pasaporte italiano. En el morral cargaba mi ordenador y otros dos pasaportes, entre esos uno austriaco con una identidad que también había inventado. Como pensé en salir a caminar un rato, decidí guardar en él las cosas que había comprado con la tarjeta de crédito que saqué de The Merrion. Me refiero al Rolex Daytona, el anillo y la cadena. La verdad fue que me dio mala espina dejar esas cosas en el hostal, así que creí más conveniente llevarlas conmigo.

“Salgo del hostal y apenas pongo un pie en la calle veo un cibercafé que está a sólo media cuadra de distancia. Necesitaba revisar unos correos, y ya que llevaba el ordenador en el morral el lugar me caía de perlas. Así que camino hacia allá —justo en frente de las líneas del tren—, entro, pido la clave del Wi-Fi y me siento en una mesa que permanecía vacía y que daba hacia la puerta. No hay mucha gente ahí, apenas como cuatro personas, contando el administrador. Durante los primero minutos todo va de lo más normal, pero luego —como después de un cuarto de hora— las cosas se tornan extrañas. De un momento a otro un sujeto negro llega y ocupa uno de los extremos de la mesa. No debió incomodarme en lo más mínimo, como tal que era una mesa compartida, pero hay algo en su mirada que me inquieta. No era algo como para salir corriendo del lugar, pero digamos que tampoco era común el modo en que me observaba. En todo caso no le presto mayor atención al asunto y sigo concentrado en lo mío, pero al instante llega también una mujer y ocupa el otro lado de la mesa. Parecía ser una empleada del lugar, pero no sé por qué coños había decidido sentarse ahí. Para colmo, ni ella ni el negro tenían una laptop, lo cual se salía de la lógica. ‘¿Qué putas le pasa a este par?’, pensé. Luego, mi ordenador se bloqueó. Parecía como si el administrador tuviera algo que ver con eso. Así que reinicio el equipo para terminar la descarga de un correo que me resultaba importante, pero mientras estoy en esas un oficial de Garda Síochána entra al lugar. Lo recuerdo bien porque el tío llevaba puesto su uniforme de verano, una camisa azul clara de manga corta y un pantalón azul oscuro. El caso es que el policía aquel traía un papel en la mano y sin vacilar se acerca a mí.

—¿Tiene alguna identificación? —me pregunta.

—¿Para qué? —le digo.

—¿La tiene?

—No, no tengo —le respondo.

“La otra gente no hacía más que ver. Detallo el papel que el policía tiene en la mano y resulta ser un jodido aviso con mi foto.

—Venga conmigo —me dice.

—¿Para qué? —replico.

—Debo llevarlo a una estación.

“No tiene caso resistirse. Es la policía. Si te niegas, te pueden obligar. Se creen Dios sobre la Tierra. Guardo mi ordenador mientras la tipa y los otros tíos se hacen los desentendidos. A esas alturas era obvio que el administrador del cibercafé era quien me había delatado y puesto al negro y a la mujer para que me flanquearan mientras llegaba la policía. La cosa fue tan evidente que cuando voy saliendo del lugar con el oficial veo a otro compañero suyo esperándonos en la acera, nos abre paso y mientras nos escolta da media vuelta y les grita a los del cibercafé: ‘Muchas gracias por su ayuda’. ¡Vaya policía más imbécil! Todos cuanto estaban por ahí oyeron eso. Lo dijo a voz en cuello, sin ningún tipo de discreción. Los echó al agua a todos ellos sin siquiera saber de mis alcances. ¿Qué tal y yo hubiera sido un terrorista? Con una llamada me habría bastado para mandar a volar ese puto chiringuito.

“El caso es que ambos policías me escoltan y me llevan caminando a la estación, a una cuadra del cibercafé. Ni siquiera me ponen las esposas. Cuando llegamos, me hacen sentar en una silla y me confiscan todo lo que llevo encima. Luego me meten en una celda. No llevaba ni tres minutos encerrado cuando de la nada aparece un centenar de policías a mirarme. Toda la jodida estación de policía parecía estar allí. Los gilipolllas pasaban de uno en uno y golpeaban la puerta para que yo volteara a mirar. Hablaban galés entre ellos sin tener la menor idea de que yo les entendía todo. Decían cosas como: ‘Oh, por fin lo atrapamos’, ‘es nuestro’, y varias estupideces más. Aquel show duró como tres horas.

Toda la jodida estación de policía parecía estar allí. Los gilipolllas pasaban de uno en uno y golpeaban la puerta para que yo volteara a mirar. Hablaban galés entre ellos sin tener la menor idea de que yo les entendía todo.

“Luego aparece un policía casi pelirrojo vestido de civil, con una camisa azul clara y pantalones de mezclilla2. Llega acompañado de un sujeto y me dice que me van a transferir de comisaría. Al cabo de un rato me sacan del lugar, me conducen hasta un coche sin insignias y me hacen acomodar en el sillón de atrás, justo en medio de ambos. Un tío más ocupa el puesto del pasajero mientras otro se encarga de conducir hacia la tal comisaría. Nadie dice nada en el camino. Después de un par de minutos llegamos al lugar. Era un edificio viejo con fachada de ladrillo, cerca de Trinity College3, en el centro de la ciudad, pero no recuerdo el nombre que tenía4. Apenas entramos al edificio el tipo con los pantalones de mezclilla me conduce hasta un hall y me dice: ‘Ahora no tienes que contarme nada. Hablaremos cuando comience el interrogatorio’.

“Eso era lo más sensato que escuchaba de un policía en mucho tiempo. Por lo general cada uno hace su ley desde el momento en que te arrestan y te soban el día con putadas. No dejan de fregarte preguntándote estupideces apenas te detienen. Cuando no les dices nada, vienen los insultos y los golpes. Así funciona siempre, en verdad. No importa la jodida democracia, eso no vale para la mayoría de policías. De todos modos el tío parecía no ser de esos. Actuaba como un militar. Hablaba sin rodeos, pero de una manera respetuosa.

“Después de aguardar un rato dice que va a interrogarme. Me lleva hasta una habitación en la planta baja del edificio. Una pieza pequeña con apenas una mesa de madera, tres sillas y una grabadora vieja que resultó ser lo más tecnológico que había en ese lugar. Ni siquiera contaban con cámaras de seguridad. La verdad es que los irlandeses no tienen tanto dinero para eso. Al minuto de estar ahí entra un especialista en dactiloscopia, me toma las huellas digitales de los índices de cada mano y las compara con otras que tiene en un archivo. No se gasta más de diez segundos en eso. Cuando termina le dice al policía: ‘Son las mismas’. Da media vuelta y sale. Entonces el policía se me queda viendo y me dice: ‘Soy el detective Bryan McGlinn. Estas aquí por lo de The Merrion’.

De acuerdo con Juan Carlos Guzmán, en 2005 la policía irlandesa no contaba con adelantos tecnológicos, por lo que un dactiloscopista le tomó sus huellas de la manera tradicional tras ser arrestado.

“Le pregunto cuáles son los cargos y me sale con que en ese momento no los sabe a ciencia cierta, que me los dirá al otro día. ¡Menuda estupidez! Debían ser las dos o tres de la tarde para ese entonces y ese jodido interrogatorio ya pintaba para largo. Así que me tomo las cosas con calma. No saco nada poniéndome altanero. Seguidamente me lanza una pregunta con la que me despabila:

—¿Conoces al detective Andy Swindells, de Scotland Yard?

“Lo que me faltaba. El hijo de puta aquel tenía que ver con todo esto. Le digo que sí, que lo conozco.

—¿Qué hay con él? —le pregunto.

“Me dice que Swindells les ha pasado información acerca de mí y que tienen cosas con qué joderme: huellas, fotografías y un listado de alias. Después me enteré que todo eso hacía parte de un legajo que conformaba mi expediente y que McGlinn mantenía sobre su escritorio. Así que la tuvo fácil. No debió esforzase demasiado en investigar sobre mis asuntos. De todas formas el tío no me llama por mi nombre ni por ningún alias. No me pregunta cómo me llamo ni yo tampoco me pongo a decírselo. Ahora bien, el tipo no es estúpido. Sabe que si me llega a acusar de ser tal o cual fulano y después no puede demostrarlo tendrá graves problemas con la justicia. Puedo montarle una querella y joderlo. Tal y como pintaban las cosas, yo tenía la sartén por el mango.

“Así que en vez de llamarme por algún nombre me muestra un papel de Interpol en el que veo como cinco o seis identidades. Ahora no recuerdo cuáles eran todas, pero sí tres: la primera, Gonzalo Vives Zapater, la segunda, Alejandro Cuenca —que decía ‘proof’ (probado)—, y la última, Juan Carlos Guzmán Betancur —que decía ‘unknow’ (desconocido)—.

—¿Eres tú? —me pregunta señalándome el último nombre.

—No.

—¿Eres alguno de los que ves aquí?

—Sí. Este —le digo señalándole con el dedo el de Alejandro Cuenca.

—¿Alejandro Cuenca? —me pregunta como escéptico.

—Así es.

“Me explica que todo aquello sólo tiene que ver con llenar el registro de detención y que necesita un nombre para poner allí, pero que en verdad le importa un bledo cualquiera que sea:

—El nombre que me digas estará bien —dice—. Sólo necesito uno para poner en el registro. Si estás mintiendo, eso no es asunto mío. Así que si tú dices ser Alejandro Cuenca, yo diré que eres Alejandro Cuenca.

“Me pregunta un par de cosas más para ponerlas en el tal registro. Nada importante a decir verdad. Aquello parece más el procedimiento de suscripción a TV Cable que un interrogatorio. Después nos despachamos a hablar. Pregunta viene, respuesta va. Todo de una manera cordial, relajada. Parecíamos más bien un par de amigos. El tipo era de lo más profesional. Sabía hacer lo suyo sin andarse con patanerías. Luego, en un momento, de manera desprevenida, me suelta algo sobre Swindells:

—Escucha Alejandro —así había empezado a llamarme—. El detective Swindells nos ha tenido por los cojones desde hace como dos semanas. Presiona y presiona todo el tiempo con cosas sobre ti. Supone que andas por acá, pero también debe estar buscándote por el resto de Europa ahora mismo.

Pregunta viene, respuesta va. Todo de una manera cordial, relajada. Parecíamos más bien un par de amigos. El tipo era de lo más profesional. Sabía hacer lo suyo sin andarse con patanerías.

“Me dice que no tiene nada en contra de Swindells, pero que éste quiere meterse en sus asuntos y que eso ya empieza a fastidiarlo. Según pude entenderle, durante las últimas semanas Swindells se había encargado de atiborrarlo por su cuenta con papeles que me relacionaban con varios crímenes. Recuerdo que me dijo que aquel se había encargado de enviarle una cantidad pasmosa de documentos sobre mí, pero que ni siquiera sabía a qué hora iba a leerlos. Yo apenas me limito a escuchar. Me extraña que precisamente sea un policía el que hable conmigo acerca de todas esas infidencias. De todas formas sigo prestándole atención a lo que me dice:

—No me importa lo que hayas hecho o dejado de hacer en Londres o en cualquier otra parte del mundo —continúa—. Tú estás aquí por lo de The Merrion y eso es lo único que me interesa. Lo demás me tiene sin cuidado.

“Vuelve al tema de Swindells una vez más. Es evidente lo harto que lo tiene. Luego menciona que no le gusta que nadie como aquel venga a dirigir su investigación y a decirle cómo debe trabajar:

—Él es un policía extranjero. Si hago las cosas como él quiere lo único que lograré será que me despidan —alega—. Así que haremos las cosas a mi modo.

“¡Jodida sorpresa! La obsesión de Swindells conmigo había llegado al extremo de fastidiar a sus propios colegas. Me tenía la bronca bien armada. Lo cierto es que luego de machacar un rato más con aquello de las intromisiones de Swindells, McGlinn corta de tajo el asunto y no lo vuelve a mencionar más. En adelante continúa con el interrogatorio queriendo saber todo lo que pasó en The Merrion. Pregunta cada cosa en detalle: cómo hice para entrar al hotel, si tuve algún cómplice, si alguien me pasó información, qué hice con todo lo que robé de la jodida suite, dónde estuve después. ¡Todo! Incluso me pregunta cómo hice para entrar a Irlanda luego de dejar Standford Hill, pero no le respondo eso.

Según Guzmán Betancur, el detective Bryan McGlinn estaba desesperado con la cantidad de documentos que le enviaba su colega londinense Andy Swindells y por sus intentos de entrometerse en la investigación de la policía irlandesa.

“Luego empieza a preguntarme por mi familia y por el modo en que había aprendido varios idiomas —sabía que hablaba al menos cinco—, pero también evado responderle eso. En un punto del interrogatorio me pregunta si conozco a los huéspedes que había robado en The Merrion, le digo que no. Entonces me comenta que se trata de una familia de Beverly Hills. No me dice sus nombres, claro está, aunque después me entero de que el tío se llama Howard Westbrook y su esposa, Robin. Si mal no estoy tenían que ver algo con unos restaurantes en Beverly Hills. Eran los dueños o algo así. Lo cierto es que según McGlinn la vieja me acusa de haberles robado ciento ochenta mil dólares en joyas.

—¡Jodida mentira! —le digo—. Lo que allí había no costaba ni diez mil.

—Bueno, eso es lo que ella denuncia —asegura él.

“Según narró McGlinn, la tipa armó un follón monumental en el hotel después de que se enteró del robo. Decía que en la suite había un anillo de diamantes, otro anillo con un rubí birmano5 y una esmeralda roja de Carrera y Carrera6, lo cual era parcialmente cierto, ya que si bien me hice con esas cosas, no costaban lo que la vieja decía. Lo pude comprobar por cuenta propia. El par de anillos, por ejemplo, eran unas bagatelas, aunque a golpe de vista parecían ser genuinos. De la tal esmeralda de Carrera y Carrera, ni hablar. No era más que un cuarzo grande. Medía aproximadamente un centímetro de espesor por dos de alto y otro par de ancho. De haber sido auténtico costaría una millonada, no los ciento ochenta mil dólares en que se avaluó el robo.

“Pasé horas hablando del asunto con McGlinn y en todo ese tiempo no bebí ni un sorbo de agua. Llevaba horas sin comer ni tomar nada. ¿Qué más podía esperar? Era la policía irlandesa. A lo sumo te dejan respirar y eso ya es un milagro. Son las personas más mezquinas y racistas que puede haber sobre la Tierra. Así que no me confiaba para nada de McGlinn. Pensaba que en cualquier momento podía salírsele la putada, aunque ciertamente eso nunca ocurrió. Todo hay que decirlo. Nunca llegué a sentirme discriminado ni ofendido por él. Se limitó a preguntar lo suyo de un modo profesional, sin dejar de apretar las clavijas un instante.

“Siguió recabando sobre el asunto de The Merrion una y otra vez hasta que de a poco aquello se convirtió en una eternidad. No sé cuántas veces tuve que repetirle la misma historia. Lo cierto fue que en algún momento perdí la noción del tiempo. Empecé a sentirme agotado. Estaba como embotado con todo eso mientras él, en cambio, se veía igual de fresco. Cuando pude darme cuenta el reloj marcaba cerca de la medianoche. Así de extenso era ese interrogatorio… Y aún no concluía”.

Los registros de Garda Síochána, en cambio, cuentan una historia muy diferente a la descrita por Guzmán Betancur. En palabras de Bryan McGlinn:

“Un hombre que había identificado a Guzmán Betancur por los carteles llamó un jueves en la mañana a Garda. Dijo que aquel se estaba hospedando en un hostal barato —de unas treinta y cinco libras7 la noche— contiguo a su negocio, un café internet. Y más importante aún, mencionó que el sospechoso estaba justo en ese momento dentro del local, en el área de Gardiner Street. De inmediato fui hasta el lugar junto con otro compañero de Garda. Llegamos allá en un vehículo sin matrículas de la policía, uno que estaba asignado para la unidad pero que parecía particular. Para entonces Guzmán Betancur había dejado el lugar y al parecer había regresado al hostal. Así que caminamos allá, entramos al lobby y le preguntamos al administrador por el sujeto. Le mostramos un cartel con la foto y enseguida lo reconoció. Nos confirmó lo mismo que el tipo del café internet: el sospechoso estaba alojado allí. De hecho, mencionó que justo en ese momento se encontraba en la habitación número doce o algo así, que quedaba en la planta superior.

“Mi compañero y yo subimos hasta la habitación y tocamos a la puerta. No tardamos ni un segundo en llamar cuando de repente la abrieron de un tirón, de par en par. Era Guzmán Betancur. No tuve la menor duda. Lo reconocí por el lunar entre las cejas. Tenía una fina barba, como de unos tres días, y llevaba puesto el Rolex Daytona que compró en Weir & Sons con la American Express de los Westbrook. Miramos hacia adentro y también pudimos ver sobre la cama las alhajas, los CD’s y los DVD’s que había comprado con esa misma tarjeta. Antes de que llegáramos, al parecer estaba viendo algunas películas en una laptop que tenía ahí. Cuando le preguntamos cómo se llamaba se identificó como Alejandro Cuenca, de España. Nos dijo que había llegado a Dublín por vacaciones. Así que le pedimos que nos acompañara a la estación para comprobar su identidad. Fue el pretexto que usamos para sacarlo del lugar. Ni siquiera se opuso, se mostró siempre muy colaborador. Lo condujimos a nuestra estación, la Harcourt Terrace Garda, y después de dejarlo en una habitación llamé a mi jefe para decirle que lo habíamos capturado.

“Entrevisté a Guzmán Betancur cerca de cuatro veces y cada uno de esos interrogatorios duró alrededor de tres horas. Dudaba mucho para responder la mayoría de las preguntas. Vacilaba en decir dónde había estado después de lo de The Merrion y cómo había hecho para entrar a Dublín luego de que escapó de Standford Hill. De hecho, nunca me aclaró cómo llegó a Dublín. Le pregunté acerca de otros robos que se le achacaban, pero no me respondió nada. Eludía casi todas las preguntas. Sólo se interesó en responder por lo que hizo en The Merrion.

Le pregunté acerca de otros robos que se le achacaban, pero no me respondió nada. Eludía casi todas las preguntas. Sólo se interesó en responder por lo que hizo en The Merrion.

“Como ya lo mencioné, desde el momento mismo que lo vi en el hostal supe quién era. De todos modos, por procedimiento y para estar completamente seguros, verificamos sus huellas con una carta de registros y les enviamos eso a Interpol y a Scotland Yard mientras yo seguía con los interrogatorios. Luego de unas horas llegaron las respuestas. No había ninguna duda, se trataba de Juan Carlos Guzmán Betancur. Se mostraba muy gentil y colaborador en unas cosas, pero en otras era completamente hermético. Cuando le pregunté cómo se llamaba me mintió. Es muy bueno para eso. Insistió en que era Alejandro Cuenca, que había nacido en Cadiz y que tenía veinticinco años. Según él tenía cómo demostrarlo. De hecho, tenía la bandera nacional española tatuada en uno de sus brazos. De no haber conocido su prontuario me habría convencido de que era quien decía ser.

“No voy a negar que es un tipo agradable, pero hay algo en él que no va bien. Saca partido de su amabilidad para cometer crímenes. Realmente sabe hacerlos muy bien, sin asomo de violencia. Entre todo lo que le incautamos estaba un pasaporte estadounidense adulterado. Lo había robado en la suite de The Merrion y cambiado la foto original por una suya. Era uno de los mejores trabajos de falsificación que había visto en mi vida. No se notaba el cambio para nada. Sin embargo, durante la adulteración cometió un error básico: no se fijó que la fecha de nacimiento del portador del documento indicaba que era un hombre de casi cincuenta años, y él se veía muy joven para pasar como alguien de esa edad.

“Pasé varias horas indagándolo sobre el asunto de The Merrion hasta que logré que lo admitiera. Luego, cuando alguien de la estación me entregó los resultados de las huellas cotejadas con Interpol y Scotland Yard, me despaché con la verdad. Le dije que sabía que era Juan Carlos Guzmán Betancur. Entonces su amabilidad cambió de modo radical. Se quedó mudo por un instante, como entendiendo que el juego había terminado. Parecía desconcertado. Empecé a preguntarle por su pasado, por su familia y por el modo en que aprendió varios idiomas, pero se negó a hablarme de todo ello. Lo siguiente que me dijo, de manera tajante, era que no quería cooperar más”.

Contradiciendo la versión de Guzmán Betancur sobre su captura en un café internet, el detective McGlinn aseguró que fue detenido en la habitación de un hostal en Dublín.

Juan Carlos Guzmán Betancur señala:

“No es cierto que McGlinn me hubiera confrontado con el tema de mi verdadera identidad. Eso es falso. En ningún momento lo hizo. Entre todos los reportes que Swindells le envió no había uno solo que indicara mi lugar o fecha de nacimiento, así que no contaba con pruebas suficientes para desenmascararme. McGlinn a lo sumo tenía una lista con cinco posibles nombres. No había forma de que me confrontara con apenas esos datos. Por otra parte, la información que le entregó Interpol tampoco le sirvió para nada. Es cierto que Interpol tiene mis huellas, pero esas calzan con unos veinte nombres diferentes, así que no saben cuál de todos ellos es el verdadero. Para Interpol yo nací en París, Cádiz, Barcelona, Madrid, Milán, Nápoles, Moscú, San Petersburgo y hasta en Kuala Lumpur. Es un repertorio bastante amplio.

“McGlinn me tuvo en indagatoria por espacio de doce horas seguidas y no logró sacarme nada, salvo lo de The Merrion. De modo que a eso de las tres de la madrugada —tan exhausto como yo, supongo— detiene el interrogatorio. Recuerdo que me dijo:

—Escucha, por ahora vamos a dejar esto aquí. Retomaremos mañana.

“De todas formas me dice que quiere mostrarme algo, un video en el que al parecer me veo al interior de una joyería. Así que me saca del cuartito de interrogatorios y me lleva por un pasillo largo y estrecho, rematado al fondo por unas escaleras. Vamos caminando por ahí cuando de repente nos topamos con un viejo completamente ebrio. El tío estaba tan borracho que dos policías debían ayudarlo a bajar por las escaleras. No era capaz de valerse por sí mismo. Entonces McGlinn lo ataja con respeto. Me doy cuenta que es su superior, su jefe8. Le habla sobre mí y le pide que le dé una prórroga para que pueda seguir interrogándome. El caso es que el viejo me voltea a mirar, se sonríe y lo único que atina a decirle a McGlinn es:

—Tráeme la prórroga que yo te la firmo.

“Regresamos al cuartito y allí el viejo firma los documentos. Luego el propio McGlinn me conduce a una celda —dentro del mismo edificio— para que descanse. Recuerdo que esa noche a lo sumo dormí tres horas. McGlinn volvió alrededor de las seis de la mañana para continuar la indagatoria. Me saca de la celda y me lleva de nuevo al cuartito de interrogatorios. Para entonces él ya tenía claro cuáles eran mis cargos. Me los dijo todos en ese momento. Estaban relacionados con lo de The Merrion: allanamiento de morada —o algo similar—, hurto y uso fraudulento de tarjeta de crédito, robo en propiedad privada y un par de delitos más.

“Luego empezó a preguntarme por el tema de los pasaportes. Me preguntó por el de Alejandro Cuenca, el nombre que yo le di cuando quiso saber cómo me llamaba, pero la verdad es que yo ni siquiera andaba con ese pasaporte. Sólo le di ese nombre porque lo vi en la lista de Interpol que él me mostró. A todas estas Alejandro Cuenca nunca existió. Se trataba de otra identidad inventada por mí y que usé en otras ocasiones, por eso aparecía registrada en esa lista. Obviamente, nunca entré en detalles con McGlinn sobre todo eso. Sólo le dije que no tenía aquel pasaporte de Alejandro Cuenca y punto. El día que me arrestaron andaba realmente con tres pasaportes diferentes: uno era el italiano, con el que viajé de Londres a Dublín después de que abandoné la prisión de Standford Hill. Ese lo dejé en el hostal, dentro de la mochila de The North Face. Los otros dos los llevaba en mi morral cuando la pareja de policías de Garda Síochána me arrestó en el cibercafé. Me fueron confiscados junto con el Rolex Daytona y con el ordenador.

“Uno de esos dos pasaportes también había sido inventado por mí. Tenía una identidad austriaca. No era robado ni nada de eso. El otro tenía el nombre de Robin Westbrook, pero no era el original, como asegura McGlinn cuando dice que yo lo adulteré colocando mi foto en él. En realidad se trataba de uno falso que mandé a hacer justo después de que salí de The Merrion.

“El cuento es simple. Como me había hecho con una tarjeta de crédito a nombre de Robin Westbrook, necesitaba un documento con esa misma identidad en caso de que me lo pidieran al momento de hacer una compra. Ya se sabe que conocía a un tipo en la ciudad especialista en esos asuntos. Así que le pagué unos trescientos euros para que me lo hiciera con mi foto9. No le tomó más de dos minutos fabricarlo por medio de un escáner, pero el cabrón se equivocó. Le pedí que pusiera por fecha de nacimiento 1979, pero en vez de esa puso una anterior. Así que según ese pasaporte yo venía siendo un cincuentón. Dejé las cosas así porque de todos modos no lo iba a usar para viajar, sólo pensaba mostrarlo en caso de que me lo pidieran durante una compra con aquella tarjeta. Los tíos de los almacenes no entienden nada de documentos. No saben diferenciar entre uno falso y otro verdadero. Se conforman con ver que el comprador se parezca al sujeto de la foto, nada más. Ni siquiera se fijan en la edad. McGlinn, en cambio, era policía. Era obvio que al instante cayera en cuenta de ese error.

Los tíos de los almacenes no entienden nada de documentos. No saben diferenciar entre uno falso y otro verdadero. Se conforman con ver que el comprador se parezca al sujeto de la foto, nada más.

“Nada de esas cosas se las dije en detalle a McGlinn durante ese segundo día de interrogatorio. Me tuvo de seis a diez de la mañana en él y no pudo obtener mayor cosa. Luego me saca de allí y me lleva directo a la Corte, un lugar conocido como Cloverhill, que también funciona como centro de detención preventiva. Allí el juez determina que me debo quedar en prisión mientras me dictan sentencia. Así que me pasan a la cárcel, que queda justo al lado de los tribunales, y ahí me encierran10. Recuerdo que era una cárcel bastante nueva y moderna para estar en Irlanda, donde todas las prisiones son como del año 1600. Varias de ellas no tienen ni siquiera baño. Estuve unos nueve meses encerrado en ese lugar, como hasta marzo de 2006, cuando una jueza me dicta sentencia y entonces me trasladan a otra prisión”.

***

Durante ese tiempo la defensa de Juan Carlos estuvo a cargo de Alana MacCárthaigh11, una abogada de unos treinta y cinco años de edad adscrita a un pool de juristas de Dublín. Según dice él, al cabo de dos meses de estar representándolo, Alana fue al hostal de Gardiner Street en el que fue arrestado y recuperó sus cosas. Sostiene que todo estaba dentro de la mochila de The North Face y que la misma gente del hostal se había encargado de guardar el equipaje para cuando alguien llegara a reclamarlo. Incluso asegura que en el lugar Alana también halló el pasaporte italiano que él había usado para pasar de Londres a Dublín y que entonces lo puso al tanto de ello.

Juan Carlos recuerda brevemente:

“Como a los dos meses de estar preso, mi abogada de oficio, Alana MacCárthaigh, se acomidió ir al hostal en Gardiner Street para recoger mi mochila de The North Face. Tras mi arresto, la gente de Garda Síochána ni siquiera se había asomado por allá. Recuerdo que durante una de las visitas que ella me hizo en prisión me dijo, como sorprendida, que había encontrado en el morral un pasaporte italiano, así que le expliqué que ese era el que había usado para pasar de Londres a Dublín. Me advirtió que lo mejor sería guardarlo bien para que no llegara a manos de la policía, de lo contrario las cosas podían empeorar. Sin embargo, me salió con una ingenuidad:

—¿Quieres que lo guarde junto con tus otras cosas y te lo traiga en estos días? —preguntó.

“Le dije que no, que los guardias revisaban todas las propiedades que entraban o salían de la cárcel. Le pedí que en lugar de eso lo mandara a un P.O. Box, que después yo lo recogería. Lo hizo tal cual se lo sugerí. Un par de años después, cuando al fin dejé la cárcel, pude pasar a recogerlo”.

 

1 Unos 16,35 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.

2 Jeans o vaqueros de algodón.

3 Trinity College es una de las siete universidades más antiguas de Gran Bretaña y la de mayor tradición en Irlanda. Fue fundada en 1592.

4 Se trataba de la estación Harcourt Terrace Garda.

5 Se les conoce también como rubíes de Birmania, debido a que la mayoría proviene de allí. Se caracterizan por tener una coloración roja escarlata con un tinte azul. Son tan escasos como costosos y difíciles de reconocer.

6 Carrera y Carrera es una marca española especializada en el diseño y fabricación de joyería de lujo a nivel internacional. Tiene su sede en Madrid y fue creada en 1970 por dos miembros de una misma familia.

7 Unos 45,55 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.

8 Aunque se desconoce si esta afirmación es cierta, la misma hace alusión a PJ Browne, superintendente de detectives de Garda Síochána y quien supervisaba la investigación que McGlinn llevaba a cabo sobre Juan Carlos Guzmán Betancur. En declaraciones entregadas al diario inglés The Independent para el artículo escrito por Malcolm Macalister Hall, PJ Browne -por entonces con más de treinta y cinco años de experiencia en la policía- coincidió con los testimonios que McGlinn dio para este libro, según los cuales Guzmán Betancur negó todas las acusaciones que se le endilgaron, y que mientras era interrogado no pudo darse cuenta de que sus huellas habían sido enviadas a Interpol y a Scotland Yard para verificar su identidad, luego de lo cual los agentes tuvieron seguridad de quién era, su edad y su nacionalidad.

9 El nombre Robin suele ser indistinto de género en algunos países de habla inglesa, de ahí que Juan Carlos Guzmán Betancur pudiera mandar a hacer un pasaporte con su foto pese a que en este caso el nombre pertenecía a una mujer.

10 Según el registro de antecedentes penales del que da cuenta el gobierno de Estados Unidos, Juan Carlos Guzmán Betancur habría sido puesto en prisión en Dublín el 23 de junio de 2005.

11 Nombre cambiado para proteger la intimidad de la persona.


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