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Ilustraciones: Relatto

Capítulo 14

 

“Betancur era impresionante. Había salido de la nada y de repente estaba volviendo todo un desmadre”.

 

La tarde del 14 de agosto de 2003 el detective Kirk Sullivan regresó a su despacho en el Departamento de Policía de Las Vegas para completar algunos archivos que tenía pendientes, pero ni bien se ocupó de ellos recibió una llamada del hotel Four Seasons que denunciaba un robo importante en una de sus suites.

Sullivan, un experimentado policía que por entonces rondaba los 50 años y que se caracterizaba en el Departamento por su piel bronceada y su cabello castaño claro, así como por su gran estatura de un metro con ochenta y dos, trabajaba junto con un reducido grupo de detectives en la Unidad de Crímenes Hoteleros y a Turistas, donde a diario debía lidiar con problemas similares a los denunciados por el Four Seasons. Era una cosa de locos, considerando el desproporcionado número de personas que cada día visita la ciudad. Sólo en 2003 arribaron a Las Vegas algo más de 36 millones de turistas, quienes ocuparon el 84 por ciento de las cerca de 150.000 habitaciones con las que contaba la urbe en ese entonces. Un verdadero barullo.

Según el Four Seasons, aquel robo había comprometido un monto importante de dinero —representado tanto en efectivo como en joyas— de uno de sus huéspedes. Se trataba de algo fuera de lo común, nada pírrico, como suele suceder con el grueso de los turistas en los hoteles. Sullivan tomó su auto y fue directo al Four Seasons, en el 3960 de Las Vegas Boulevard South. Allí se entrevistó con personal del staff y con el turista afectado, un sujeto inglés de unos treinta y tantos años residente en Miami. El hombre dijo llamarse Daniel Gold y aseguró que su habitación fue saqueada mientras estaba con su esposa en el SPA del hotel. Lo que Sullivan no pudo imaginar en ese instante es que aquella situación era el pistoletazo de salida de lo que terminaría siendo una larga y agotadora cacería en contra del autor del robo, cuyo nombre, a duras penas, vino a conocer cerca de dos años después.

El caso se le convirtió en una obsesión. Fue un galimatías que logró tenerlo ocupado durante todo ese tiempo. Aquello debió ser un golpe bajo para su ego, sobre todo si se tiene en cuenta que antes de que se encargara de crímenes en hoteles debió vérselas con asuntos realmente escabrosos en la unidad de Delitos Sexuales, y aún antes de eso fue piloto de helicópteros de la policía y patrullero motorizado de caminos. Todo un palmarés del que Juan Carlos —con su habilidad para el engaño— parecía burlarse con habilidad.

No obstante, la persecución que arrojó Sullivan sobre Juan Carlos durante esos años fue lo suficientemente intensa como para llegar a incomodar al joven estafador. Le seguía la pista a todas partes, incluso fuera de Estados Unidos. A través de colegas en diferentes partes del mundo, Sullivan pudo saber dónde se encontraba Juan Carlos cada tanto, aunque justo se enteraba después de que éste había cometido una serie de robos y viajado a otro lugar. De lo que pasó durante esos primeros años de investigación el ex detective Kirk Sullivan comenta:

No obstante, la persecución que arrojó Sullivan sobre Juan Carlos durante esos años fue lo suficientemente intensa como para llegar a incomodar al joven estafador. Le seguía la pista a todas partes, incluso fuera de Estados Unidos.

“La tarde del 14 de agosto de 2003 recibí una llamada por robo con allanamiento de morada en la suite de un importante hotel de Las Vegas. En un principio el caso se manejó de manera muy prudente. Públicamente nunca se supo nada y nadie tenía por qué saberlo, pero en cuestión de varios meses la prensa se enteró y empezó a comentarlo. De algún modo se filtró la información y la historia ya estaba en boca de todos los reporteros. Empezaron a hacer habladurías sobre cuantiosos robos cometidos en un par de hoteles en Londres y en Francia. Señalaban a un solo sujeto como el responsable, y al final todo eso lo vincularon con el asunto de Las Vegas. Desde el momento que llegué al hotel empecé a seguir el caso. Ningún otro policía lo hizo. El robo había afectado a un turista inglés adinerado, Daniel Gold. Aunque el hecho se presentó en el 2003 yo sólo vine a hablar del caso con la prensa en el 2005, cuando ya era evidente que no se podía ocultar más. La verdad es que quería ser muy cuidadoso para no dañar la imagen del hotel, pero ya estaba en varios periódicos del mundo. Fue en el Four Seasons, en el 3960 de Las Vegas Boulevard South.

“Recuerdo bien que la tarde en la que me enteré del caso acababa de regresar a la oficina. Debía ponerme al día con unos expedientes que tenía por completar y no hacía mucho estaba en eso cuando recibí una llamada. Era un tipo del Four Seasons. Me dijo que alguien había entrado y robado en una de las suites. Era un robo importante. Fui al hotel y me entrevisté con el supervisor de seguridad y con unas cuatro personas más del staff que aseguraron haber visto al sujeto. Allí estaban dos hombres que le abrieron la caja de seguridad creyendo que se trataba del huésped. Describieron bien sus rasgos, incluso que tenía un pequeño lunar entre las cejas que parecía pintado con un lápiz. Aseguraron que nunca antes habían visto al tipo y mencionaron cómo estaba vestido, pero ninguno pudo explicar cómo había logrado engañarlos. Cada quien contaba su propia historia. De modo tal que el rompecabezas no encajaba por ninguna parte.

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El detective Kirk Sullivan se entrevistó con varios empleados del hotel Four Seasons de Las Vegas, quienes aseguraron haber visto a Juan Carlos Guzmán Betancur en el lugar antes de que se registrara un cuantioso robo.

“Luego de que terminé de entrevistarlos el supervisor me mostró los videos de las cámaras de seguridad del hotel. En ellos se veía un tipo joven, con unos pantalones cortos y una camiseta vinotinto. No parecía estar afanado. Por el contrario, se veía muy tranquilo andando por los pasillos y el hall principal. Mientras revisábamos esas grabaciones el supervisor me dice:

—Escuche, detective, tengo un dosier que recibimos de un hotel de Francia hace un par de años. En él se observa a un tipo que robó allá con una técnica similar a la de acá. ¿Quiere verlo?

“Le dije que sí. Fue a buscarlo y en minutos estuvo de vuelta con él. Era un material compuesto por tres fotografías extraídas de videos de seguridad en un elegante hotel de París. En ellas se veía a un tipo alto, trigueño, un tanto corpulento. Salvo porque usaba un corte de pelo diferente y lentes, podía pensar que se trataba del mismo sujeto que se veía en los videos del Four Seasons. En todo caso, era algo que no podía asegurar. Me quedaban ciertas dudas, pero el supervisor, en cambio, estaba convencido de que era el mismo hombre. Partía del hecho de que el tipo del dosier había actuado de igual modo que el de Las Vegas. Así que le encargué una copia de esas imágenes para poder abrir una investigación y le pedí que me presentara con el huésped afectado, con Daniel Gold.

“Gold resultó ser un tipo agradable y calmado pese al robo del que fue víctima. Había viajado con su familia desde Miami —donde vivía desde hacía tiempo— para pasar unas vacaciones en Las Vegas. Me dijo que a eso de las 11:40 de la mañana había regresado del SPA a la suite junto con su esposa y que al abrir la caja de seguridad se sorprendió por no encontrar nada adentro. Lo primero que echó en falta fue su reloj Rolex, que estaba valuado en diez mil quinientos dólares. También mencionó otras cosas que no estaban, entre ellas, algunas de su mujer: un anillo de piedras que alcanzaba treinta mil dólares, un par de aretes y un collar que sumaban quince mil, un par de zapatos Prada, tíquets de avión, un pasaporte y dinero en efectivo. Todo aquello sumaba doscientos ochenta mil dólares.

También mencionó otras cosas que no estaban, entre ellas, algunas de su mujer: un anillo de piedras que alcanzaba treinta mil dólares, un par de aretes y un collar que sumaban quince mil, un par de zapatos Prada, tíquets de avión, un pasaporte y dinero en efectivo. Todo aquello sumaba doscientos ochenta mil dólares.

“Al regresar a la oficina abrí un expediente con lo poco que tenía1. Utilicé las fotografías que me entregó el supervisor del Four Seasons y con ellas hice un boletín de alerta que despaché a todos los hoteles de Las Vegas. Dije que se trataba de un tipo de cuidado, pero nadie llamó para decir que lo había visto. No tenía huellas ni sabía quién era el sujeto, mucho menos dónde estaba. No tenía absolutamente nada de él”.

Según Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Luego de que salí de la suite de Gold ni siquiera pensé en cambiarme de hotel. La gente suele buscar a los ladrones afuera, no adentro, así que no tenía caso irme de allí. El truco estaba en no volver a asomarme por el Four Seasons y quedarme únicamente en la parte del Mandalay Bay. Eso es fácil si se tiene en cuenta el tamaño de todo ese lugar. Respecto de las huellas que pude haber dejado en la caja, eso es algo que no me inquieta en lo absoluto, como ya lo mencioné antes. La razón es simple: luego de que vacío una caja, la cierro poniendo una combinación al azar. Eso es algo que hago sagradamente. De manera que cuando el huésped intenta acceder con su clave teclea tantas veces que termina por borrar mis huellas, sin mencionar las otras que puedan dejar los integrantes del hotel en su afán por ayudar a abrirla.

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Según las autoridades, Guzmán Betancur sustrajo alrededor de $280.000 dólares en objetos y dinero de la suite de una adinerada familia de Miami que se hospedaba en el Four Seasons de Las Vegas

“Por ese entonces también me habían contado algo que aún hoy me sigue sonando. No sé qué tan cierto sea o si se trata de una chorrada, pero de que tiene lógica, tiene lógica. Según me explicaron unos amigos de Europa del Este que trabajan con cajas fuertes, las cajillas de seguridad de los hoteles tienen un revestimiento plástico que repele la grasa de los dedos, así que no hay forma de que queden huellas. Es un material poroso antibacterial o algo así para evitar contagios con MRSA2. Con tanto manoseo que tienen esas cajas el asunto suena sensato. EL MRSA es una bacteria que puede pasar de una persona a otra con tan sólo tocar elementos contaminados. Es una de las infecciones intrahospitalarias más comunes que hay. Supongo que los hoteles no son la excepción, pero de todos modos nunca he escuchado que un turista se contamine con eso.

“Siguiendo con lo que pasó después de que salí de la suite que ocupaban los Gold: fui hasta mi habitación, guardé las cosas en mi maleta, descansé un rato y al comienzo de la tarde se me antojó salir a caminar. Anduve en inmediaciones del hotel, pero después me descolgué por Las Vegas Boulevard y llegué al Caesars Palace. No sé qué me pasaba, pero aquel día andaba desaforado. Así que entré al Caesars y me las arreglé para subir a los últimos pisos, a los VIP, que son privados y donde están las suites más exclusivas. La noche en una de esas puede valer fácilmente diez mil dólares.

“Mientras andaba por ahí vi a una chica del servicio que salía de una de las suites. Está prohibido que ellas entren a la habitación mientras el huésped se encuentra allí, así que supuse que estaba vacía. Hice lo de siempre, nada nuevo. Ya se sabe cómo era la rutina. Bajé al hall y pedí una keycard. No me preguntaron nada y enseguida me entregaron una copia, así de simple como suena. Regresé a la suite, entré y llamé a seguridad para que alguien destrabara la caja fuerte. Al rato llegó un tío. Hizo su trabajo en un santiamén y me dejó allí solo.

“Dentro de la caja encontré unos diez mil dólares en efectivo —todo en billetes de cincuenta—, un montón de chips de juego de azar y una cantidad impresionante de cheques de casinos. Eran papeles de casi todos los casinos de Las Vegas. Esos cheques son líneas de crédito que les dan a los apostadores más exclusivos, y por lo visto el tío que se alojaba en esa suite lo era. Al parecer se había ido de apuestas todo el año y debía un dineral. Había cheques de cien mil dólares, de doscientos mil. En ellos pude leer el nombre del sujeto. ¡Joder! Resultó que era el marido de (una conocida cantante internacional, cuyo show se presentaba por esos días en el Caesars Palace)3. Con razón y al tipo le daban crédito en todas partes.

En una suite del hotel Caesars Palace, en Las Vegas, Guzmán Betancur se encontró con una cantidad considerable de chips de juegos de azar y cheques de casinos, los cuales cambió por dinero en efectivo.

“Tomé todo lo que encontré en la caja, menos los tales cheques, y metí el dinero y los chips en los bolsillos de mis bermudas. Andaba con la misma ropa que cuando entré a la suite de los Gold. Luego fui al casino del Caesars Palace y allí me cambiaron todos los chips. Me dieron como treinta o cuarenta mil dólares por ellos. Nada mal después del fiasco que había tenido con los Gold. Al cabo de un rato regresé al Mandalay Bay y me di un chapuzón en la piscina. De ahí en adelante no hice nada más en la ciudad. Me refiero a que por esos días me quedé quieto. No entré a robar a ninguna otra suite ni nada por el estilo. Después de una semana, o algo así, decidí que Las Vegas ya era suficiente para mí y que debía irme. Quería viajar a cualquier parte. No puedo recordar bien a dónde fui, pero creo que fue a Japón y después a Tailandia. Lo cierto es que después de que dejé Las Vegas duré varios meses viajando a diestra y siniestra”.

Había cheques de cien mil dólares, de doscientos mil. En ellos pude leer el nombre del sujeto. ¡Joder! Resultó que era el marido de (una conocida cantante internacional, cuyo show se presentaba por esos días en el Caesars Palace).

***

 

Sullivan no abandonó su empeño en atrapar a Juan Carlos. Siguió dedicado a su búsqueda aún sin saber quién era y en el camino se encontró con algunas pistas de interés. Como cuenta el propio Sullivan:

“El tiempo pasaba y yo seguía sin descubrir a Betancur. Ahora me refiero a él por su apellido para fines prácticos, pero en ese entonces no tenía la menor idea de quién era. Para mí era un equis que había seguido robando hasta cinco mil dólares por noche en Las Vegas. Algo bastante incómodo para mi departamento, a decir verdad. Durante el tiempo que estuvo en la ciudad se echó en los bolsillos unos trescientos cincuenta mil dólares. Sin exagerar. Se los hacía en efectivo y en joyas. Según pude investigar, llegó a hablar hasta tres idiomas para soportar sus engaños en la ciudad. Hablaba en inglés, en español y en otro idioma más que no recuerdo. Aparte de eso cambiaba los acentos. Lo hacía muy bien, así que cualquiera podía caer en la mentira.

“Betancur era impresionante. Había salido de la nada y de repente estaba volviendo todo un desmadre. Hasta famosos llegaron a caer en el cuento. Claro, nunca se supo nada públicamente, pero nosotros en el Departamento de Policía nos dábamos cuenta de todo eso. La verdad fue que esas celebridades tampoco denunciaron nada. Son personas a las que no les interesa hacer ruido, así que prefieren dejar las cosas de ese modo y pasar de agache. Por otra parte, ninguno de ellos perdió tanto como Daniel Gold. Él fue la víctima más afectada de todas: ¡doscientos ochenta mil dólares!

“La investigación para dar con Betancur estuvo quieta por mucho tiempo. Ante cada paso que yo daba, Betancur parecía dar dos. Era desconcertante. Se perdía durante meses. El tipo se gastaba una tranquilidad pasmosa. La mayoría de los ladrones con los que yo había tenido que lidiar actuaban por azar. Eso al final los delataba. Pero Betancur era otra cosa. Parecía haberlo fraguado todo de principio a fin. Duraba hasta veinte minutos dentro de una suite sin llegar a ser descubierto. Simulaba ser un gentleman, pero en verdad era sólo un solapado completo. No forzaba las cerraduras y no intimidaba a nadie. Ni siquiera cargaba un arma. Yo nunca había visto que alguien hiciera algo así. Como criminal era un tipo muy disciplinado. Era suave, muy tranquilo y nada lo ponía nervioso, nada. Eso le permitía mantener el control de sí mismo y de la situación, así fuera descubierto. Fue precisamente esa agudeza lo que me hizo armarle la cacería. La verdad era que Betancur estaba jugando con pólvora y al final saldría quemado.

Según pude investigar, llegó a hablar hasta tres idiomas para soportar sus engaños en la ciudad. Hablaba en inglés, en español y en otro idioma más que no recuerdo. Aparte de eso cambiaba los acentos. Lo hacía muy bien, así que cualquiera podía caer en la mentira.

“Frecuentaba hoteles en los que sabía que encontraría cosas de muchísimo valor, así que no perdía el tiempo en lugares de mediopelo. Tampoco iba a los pequeños hoteles tipo boutique por más costosos que fueran. En esos habría sido fácil capturarlo. Entraba únicamente a los gigantescos hoteles de cinco estrellas y de cadenas conocidas, como Intercontinental, Hilton, Marriott, Four Seasons, todos esos. Aquellos hoteles suelen ser frecuentados por miles de personas al día, así que el personal se confunde con facilidad. No es su culpa. Basta con estar allí para darse cuenta de semejante enredo. Resulta difícil saber quién es quién, si es un huésped o si se trata de un fulano más. Betancur sacaba ventaja de eso y de cualquier hueco en el esquema de seguridad de los hoteles.

“La técnica que usaba era la misma cada vez. Sabía cómo analizar a las personas. Por lo general las chequeaba en el bar o en el restaurante del hotel. Allí no sólo lograba saber cuánto estaban dispuestas a pagar por una buena bebida o una buena cena. Con sólo ver el plato podía hacerse a un idea. Además, también podía escuchar el número de la suite. Betancur sólo entraba a las suites. El asunto consistía en aprovechar el momento.

En los bares y restaurantes de los hoteles de lujo Guzmán Betancur identifica a los posibles huéspedes que puede suplantar al escucharlos mencionar sus números de habitación.

“La mayoría de los huéspedes carga todo a la cuenta general, así que a la hora de pagar sólo dan el número de la habitación al camarero. Lo dicen en voz alta, sin siquiera prevenirse o fijarse quién hay al lado. De hecho, si uno está en la mesa contigua alcanza a escucharlo. De esas circunstancias era que sacaba partido Betancur. Cuando conocía el número de la habitación tenía la mitad del trabajo hecho para poder entrar a la suite. Luego iba a la recepción y con ese dato pedía una cuenta de gastos al día. En algunos hoteles —por no decir que en la mayoría— la suelen dar sin ninguna restricción, incluso sin exigir ningún documento a cambio. La cuenta de gastos al día era la otra mitad que le hacía falta a Betancur para poder cumplir su propósito. Generalmente la cuenta de gastos tiene impreso el nombre del huésped, y eso, junto con el número de la suite, era más que suficiente para él. Si el nombre era latino, sabía que podía pronunciar una suerte de spanglish, pero si le resultaba británico, terminaba hablando como un miembro de la monarquía.

“Luego salía del hotel y al rato regresaba diciendo que se le había perdido la keycard. Para soportar el engaño llevaba un documento falso. Era una especie de licencia de conducción con su foto, pero con el nombre del huésped impreso en ella. Es decir, colocaba el nombre que figuraba en la cuenta de gastos en esa tal licencia de conducción. Conseguía que algún hampón se la falsificara en cuestión de minutos o él mismo la fabricaba, no sé bien. El cuento es que lograba engatusar a la gente de la recepción con eso. Decía que no podía mostrarles el pasaporte porque lo había dejado dentro de la suite, así que mostraba esa tal licencia y con eso todos caían en la trampa. ¡¿Quién carajos sabe cómo es la licencia de conducción de otro país?! Con tal que sin ningún reparo la gente del hotel le entregaba la keycard”.

En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Solía llegar al restaurante de un hotel y pedir un café o un champagne, dependiendo de la hora y el momento. Todo aquello hacía parte del trabajo. En el restaurante podía analizar a uno que otro posible cliente, en vez de estar husmeando en los pasillos, que a todas veras es más riesgoso. Ahora bien, no se trataba de seguir a ninguno de los comensales, sólo de repasar al futuro cliente. Seguir a alguien nunca es buen negocio. No al menos para mí. Si la persona se llega a dar cuenta, se echa todo a perder. No faltará tampoco el que se envalentone y reaccione con violencia, y como no soy un tipo de peleas mejor no me meto en esos follones.

“Por demás, en los restaurantes de los hoteles no hace falta siquiera seguir a nadie. Mientras se está cenando se puede escuchar al tío de al lado hablar, decir el número de la habitación al camarero y demás. Eso ya es suficiente para pedir en recepción su cuenta de gastos. Luego, como por añadidura, se puede saber el nombre del fulano con ese registro, y después obtener la keycard. No hay más misterio que eso. Sólo basta con tener cierto nivel de refinamiento para que crean que eres el huésped y no pregunten mayor cosa. Como todo, es algo que se adquiere con la práctica.

“De todas formas, para alcanzar un buen nivel de engaño hace falta prepararse, y me refiero a prepararse bien. En mi caso tuve que aprender incluso de software, aunque digamos que aquello fue más por accidente. Un tiempo atrás tuve ganas de volver a trabajar en un hotel. El lío estaba en que debía ponerme al día con algunos requisitos. Si quería pasar las pruebas debía saber de un programa estándar que usan en todos los hoteles y aerolíneas. Es el más moderno y común y permite enlazar con el sistema de IATA4. Se llama Amadeus. Todos quienes trabajan en el sector de turismo lo conocen, así que debía aprender a usarlo. No hay modo de comprar un billete o hacer una reserva sin usar ese programa. El manual se consigue incluso gratis por internet, en formato PDF. De todos modos, yo adquirí el programa y lo instalé en mi ordenador para ensayarlo. Al final nunca fui a presentar ninguna prueba laboral en un hotel, pero lo que aprendí me sirvió después para mi trabajo.

Las tácticas de engaño de Guzmán Betancur también se soportan en conocimientos que adquirió mientras trabajó en un hotel en España, donde conoció software de registro de huéspedes.

“Todo lo que un turista pide, adeuda o cancela en un hotel se registra en Amadeus. Desde su check in hasta el momento del check out. Ahora bien, la cuenta de gastos deriva de ese sistema. Con ella no sólo logro saber el nombre del sujeto, sino también su nacionalidad. De lo contrario no tendría forma de saber qué idioma habla el fulano. La vía más fácil es hablar siempre en inglés, pero un mexicano lo pronuncia diferente que un árabe o que un español. Si no se tiene en cuenta eso, la pantomima corre el riesgo de venirse abajo en un instante. Así que saber la nacionalidad del tío sirve para modificar los acentos y que el cuento suene más convincente. Para eso es también necesario aprender los códigos que aparecen en algunas cuentas de gastos y que dejan ver la nacionalidad del huésped: ES (España), MX (México), US (USA), etcétera. Funcionan igual en todos los hoteles del mundo. Con el tiempo aprendí a dominar esos códigos de la A a la Z, pero joder que me tomó cerca de un año metérmelos en la cabeza.

“Así que conocer todos esos datos de un huésped sería imposible sin el Amadeus. Es un programa estándar, sin debilidades. La debilidad la tiene el que lo maneja. Ahora bien, lo que aprendí de él es suficiente para mí. No me interesa meterme en algo más con ese o con algún otro software. Se trataría de delitos informáticos y ese es un asunto de otro gremio que no manejo. Es del mundo de los hackers, y no conozco a ninguno. Aún y así fuera, las condenas en prisión por aquello suelen ser bastante altas. Así que no vale la pena semejante riesgo”.

Luego de que Juan Carlos dejó Las Vegas, su rastro se perdió por un buen tiempo. Aunque dice recordar vagamente que viajó a Japón y a Tailandia y luego a una serie de lugares más, lo único cierto es que durante meses no se supo nada más de su paradero. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.

Mientras tanto, la ruta que venía navegando Sullivan para arrestarlo parecía haberse topado de frente con un iceberg y el intento de llevarlo a prisión fuera a naufragar. Era algo que no había experimentado antes con otros delincuentes. Era lógico que así fuera. La mayoría de hampones con los que el detective había tenido que lidiar eran de bajo pelambre. Sólo le había bastado sacudir un poco la pequeña madriguera en la que se escondían para que salieran, pero con ‘Jordi’ no ocurría lo mismo. Con él no se trataba sólo de perseguir a otro ladrón más, sino a uno con el dinero suficiente para hacer de cualquier lugar del mundo una red de madrigueras.

 

1Según archivos facilitados por Kirk Sullivan para la escritura de este libro, el expediente presenta el consecutivo 030814-1346.

2El MRSA es una bacteria del Staph (estafilococo áureo) comúnmente llevada en la piel o en la nariz de una persona sana, la cual, eventualmente, puede causar infecciones típicas de la piel, como barros, espinillas y forúnculos. En algunas ocasiones también pueden generar enfermedades severas, como neumonía. La transmisión suele ser más frecuente en hospitales y clínicas de salud, y su tratamiento se realiza a base de antibióticos.

3Aunque Guzmán Betancur y el detective Sullivan confirmaron el nombre de la cantante para este libro, su identidad se mantiene bajo reserva por motivos legales.

4Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA, por su sigla en inglés). Es un instrumento para la cooperación entre aerolíneas que promueve la seguridad, fiabilidad, confianza y economía en el transporte aéreo. Representa 290 aerolíneas que se traducen en noventa y cuatro por ciento de los horarios internacionales de tráfico aéreo.

 


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