Yolanda Pantin | Vasco Szinetar

Por BLANCA ELENA PANTIN

De Yolanda no puedo escribir sino desde el vínculo. Yolanda, mi hermana ((Caracas, 1954), es la mayor de nosotros once, mayorazgo que asumió desde siempre. En varios de sus poemas aparecemos los hermanos nombrados (La hermandad/es un nudo/felino./No pueden/separarse/los hermanos/Descoser/esa juntura/de pieles/y huesitos/sería/darse/en la herida, escribe en Dragón protegido). Alma gemela, nos decimos.

Siempre un caballo o un caballo cerca. Hablaba con los caballos, o eso me parecía, un habla secreta. En una foto del archivo familiar aparece de siete u ocho años en el Pinto, montada sobre la silla de caballo texana traída por nuestro abuelo de uno de sus viajes. En la foto, seguramente de nuestra madre, voltea hacia la cámara antes del paseo. Un retrato:

En mi línea ancestral

hay un caballo

 

Niños

con los potrillos

 

y niñas

por alcanzarlos

 

Hay una niña

que fue

 

en el fondo

 

con los caballos

desbocados

(de Dragón protegido)

Crecimos en el haras San Pablo de mi abuelo, criador de caballos pura sangre y nuestra  infancia transcurrió en esa hacienda de la que hoy apenas quedan ruinas de la vieja casa, en la entrada de Turmero. Éramos huraños, poco dados a otros de no ser nuestros primos hermanos de Caracas que venían los domingos o a reuniones familiares, muchas de esas escenas captadas por nuestro abuelo con su cámara Polaroid, algo del tiempo detenido.

Yolanda también dibujaba. Dibujos de figuritas minúsculas, suerte de relatos de personajes del siglo XIX, carruajes, caballos

Escribir

No hay ninguna

pretensión

en este intento,

si antes era así,

ahora

viene y queda

el gesto

igual a

cuando niña

dibujaba

por placer

y no dormía

hasta pintar

lo que pensaba

y era un mundo

que se hizo

con los años

(de Lo que hace el tiempo).

Compartíamos cuarto. Leía ensimismada páginas del Tesoro de la Juventud, tomos de la vieja enciclopedia en sus primeras ediciones (1912). Un día declamó el poema de José Espronceda Canción  del pirata: Con diez cañones por banda… ante el asombro de todos.

Era difícil el tema de la televisión en una casa de tantos niños y preferencias. Si ella veía Los vengadores, yo esperaba los días de Valles de pasiones. Eran los años de Susy, secretos del corazón  que reaparecería después en un guiño —eso creo— en su segundo libro, Correos del corazón.

Entre nosotros mediaba una suerte de habla cifrada. Recuerdo a Yolanda leer con pasión Cumbres Borrascosas de Emily Brontë y apasionarse por las hermanas Brontë y su hermano, apenas visible en la clásica imagen de los cuatro. Algo del fondo de esos años veía en Yorkshire.

Casa o lobo, su primer libro, es el libro de la casa materna. Todo en él dicho desde el roto de marzo, marzo de 1978 cuando nuestros hermanos Juan Andrés y Eugenio murieron en el salto Aponwao, en la Gran Sabana:

“La infancia es una gracia que me fue desprendida. Aquello que se viene me devuelve persona con brío de reír. Ya no tengo memoria para el nombre del árbol y semilla tallada. Ni de aquel que resiste con caballos en las palmas y tiene a cada lado una rienda tejida. Lo cierto, más oscuro. Cuando divago y pregunto, háblame de aquello, de las cosas sucedidas, cuando antes: la rudeza de sentarnos en las sillas de madera”.

Nada por más me arrancará de mi sitio, escribe en uno de los poemas en prosa del libro. Nada la arrancó de su lugar, memoria preservada libro a libro, guardada especialmente en la Épica del padre y nombrada, con el paso de los años, en Bellas ficciones, Lo que hace el tiempo y El dragón protegido.

El lugar de los ancestros, la Paya de sus libros. A Paya regresamos después del quiebre de San Pablo. Allí vivió nuestra madre desde su nacimiento, allí nuestros abuelos maternos, abuelos paternos, primos y tíos que iban y venían de Caracas a pasar días en la casa del Rosario de Paya o la casa de la antigua hacienda Paya, de la que hay registros de trescientos años. Después, mucho después, vino la partición de la hacienda y después la expropiación de las tierras de nuestro abuelo en 1962, durante la presidencia de Rómulo Betancourt.

Poco o nada quedaba de Paya cuando nuestro padre construyó la casa por Yolanda dicha. Lo hizo  en un arbolado terreno (samanes, caobos, mijaos) custodiado por altos chaguaramos del viejo callejón que daba entrada a la hacienda. La protegió con un muro, una i

Lo que amamos ya es recuerdo,

y esta casa aunque está viva

es su fantasma

 

Todo ese mundo de materia orgánica

y flores sobre las mesas

en el orquidario

y los planteamientos

con sus detallados dibujos;

las ideas de mis padres

cimentadas

 

sobre la piedra que llamamos

´piedra del indio´,

El camino de la entrada

hasta el lugar

donde arderán los papeles

que fueron

para esa futura ceremonia

 

con tantísimo amor

guardados

 

El jardín y la casa siempre nombrados. A Yolanda dedico en mi libro Estructura/Venado en fuga (Dcir ediciones):

Es un poema triste, me dice

o me advierte

Sabe que este, su poema triste

es también el nuestro

y nuestro el mismo paraíso

Una vez me habló, o me dijo

o escribió

del vocerío

En esa amenaza aparecía

—como un Ángel de la Guarda—

la intimidad de la casa

siempre nombrada

Sus jardines, quiero decir

los jardines, o el jardín del poema

Largas travesías, viajes, hijos, nietos, el país: Hueso pélvicoPaís, los vendavales, los deslaves, los incendios,  las crecientes, (Anoche bajaron/los grandes ríos, /y con lo bueno/cargaron/el peso de lo malo), El dragón protegido:

El alma

de esta casa vive

detrás

de los retratos.

 

Es un dragón

albino.

 

No se inmuta

cuando nos cruzamos

porque está

protegido.


Casa o lobo (Monte Ávila Editores/Cincuenta de Cincuenta Ediciones)

La épica del padre (La nave va)

País (Fundación Bigott)

Lo que hace el tiempo (Colección Visor de Poesía)

Bellas ficciones (Editorial Eclepsidra/Editorial Fundación Universidad Javeriana)

El dragón protegido (Editorial Pre-textos)


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