José Manuel Lucía Megías | Captura de video (Poética 2 Punto Cero)

Por EDUARDO AGUIRRE ROMERO

Cuando alguien escribe una biografía de Cervantes en tres tomos, que aportan nuevas interpretaciones, lo previsible es que se tome un largo descanso. Pero José Manuel Lucía Megías es un cervantista atípico. O mejor, varios en uno: catedrático de Filología Románica (Universidad Complutense), investigador y editor, comisario de exposiciones, coordinador de programaciones culturales… y poeta, entre otros Hyde, todos buenos. Vuelve a las librerías para contarnos la versión de la mujer del autor del Quijote. Ahora, combina su rigor académico habitual con la libertad del escritor y la sensibilidad del poeta. No hay ruptura. Su melodía sigue siendo la misma, con otros instrumentos.

En Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes (Huso, 2021) continúa su reto de ir despojando la vida de Cervantes de tópicos, hayan sido propiciados por este para construirse como personaje o por un cervantismo apoltronado. Hace que ella nos hable en primera persona, días antes de fallecer, consciente de que volverá a reencontrarse con Miguel. Todo pudo ocurrir así. Sin recurrir a planteamientos anacrónicos, pues estamos ante un gran conocedor de la cultura del Siglo de Oro, rescata a Catalina de la zona gris, que la ninguneaba. Pero esto no es nuevo en Lucía, ya en La plenitud de Cervantes (Edaf, 2019) mantiene que el apodo las Cervantas, por el que se conocía a las cinco mujeres con las que llegó a vivir en una misma casa —sus dos hermanas, su mujer, una sobrina y su hija natural—, no tenía intención peyorativa, sino, al contrario, era un reconocimiento del carisma de las mismas.  Sí, la falta de informaciones sobre ella ha llevado a que su presencia resulte borrosa, pero también hubo cervantistas que la “reprocharon” sin fundamento —y con misoginia— ser un freno a la actividad literaria de su marido. Las largas temporadas pasadas por Cervantes lejos del hogar se debieron a sus trabajos —comisario de abastos, recaudador de impuestos atrasados, negocios propios, intermediario en transacciones comerciales…—, no porque fuese su forma de huir de un matrimonio aburrido y sin amor. Lucía hace que sea ella quien proclame que se quisieron y fueron felices. Personalmente, que fuera así —en las buenas rachas y en las malas— me encaja con la belleza heroica con la que el escritor alcalaíno se despide de la vida en el prólogo de su Persiles: “Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo…”.

El libro, de 64 páginas, es todo lo contrario a una obra menor. Un logro ejemplar, no solo en cuanto a las claves socioculturales para entender al personaje sino también de la emoción. Esta recuperación ya venía abriéndose camino en el cervantismo, pero José Manuel Lucía es además poeta. Dota a Catalina de entidad, no para enfrentarla a Miguel o convertirla en su víctima, sino para mostrárnosla como ser capaz de amar y de inspirar amor.

Todo en Cervantes permite intuir el rastro del amor, esa gran compensación.  Incluido en dicho todo el humor que impregna el Quijote  y que, en efecto, hubo de impregnar también su matrimonio.

Cuando se conocieron, en Esquivias, aún no había cumplido los 18 años y él tenía ya 37 años. Había quedado manco en Lepanto, estuvo cinco años cautivo en Argel, aspiraba a esto y aquello, escribía… En el libro que reseñamos, Miguel no se casó por intereses económicos, ni ella se agarra a un clavo ardiendo. El amor irrumpe. ¿Acaso no ha sido siempre así? Nada ha cambiado.

En el texto no se menciona directamente a Ana Franca, mujer casada con la que Miguel tuvo a Isabel, su única hija, en 1584, ocho meses ante del desposorio con Catalina. Lucía nos presenta a esta agradecida a la vida y liberada de reproches, aferrada a su fe.

Hay que saber mucho para condensar como lo ha hecho el autor. Saber mucho y algo más.  Siempre he intuido que la diferencia entre las dos entregas del Quijote, separadas por una década, es que en la de 1615 amaba más a sus personajes. Quizá parte de la magia de Soy Catalina radica en el amor de este cervantista por la pareja, sin ser hagiográfico.

“Y luz siempre ha sido a mi lado, pese a todo lo que hemos sufrido juntos, de todas las penalidades que hemos padecido, de las estrecheces que hemos soportado”, nos confiesa ella, las penas con amor y humor son más llevaderas. Y en el libro son frecuentes las evocaciones a las risas cómplices.

Proclama: “Bien puedo decir que a tu lado me sentí la mujer más feliz del mundo. La más libre”. La libertad, como es sabido, es uno de los temas clave en Cervantes, y muy especialmente en la mujer.

“Yo sé quién soy”, recalcó don Quijote. Y también nosotros podemos decir acerca de ella, tras cerrar el libro: “Sé quién eres”.

José Manuel Lucía juega en Soy Catalina, pero lo hace desde su profundo conocimiento de lo posible. Y ya ha adelantado que, desde este mismo registro, trabaja en Leonor, la madre del escritor. Un libro que atraerá nuevos lectores a las obras de Cervantes, pero también a sus múltiples biografías, incluida la trilogía realizada por este reconocido especialista.

No deja de ser una bella paradoja que quien pone tanto empeño en desmontar las mitificaciones del cervantismo romántico nos ofrezca, si bien ahora, desde lo literario, una obra tan romántica. Ah, la vida. “Y entonces llegaste tú, Miguel”, recuerda.  Un libro magnífico y necesario.


*Horas después de que fuese remitida desde España esta reseña a Papel Literario fuerzas del Ejército venezolano ocuparon y embargaron El Nacional. Su autor quiso, como acto de solidaridad, que también fuese publicada en Diario de León, periódico del que es columnista.


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