Eduardo Blanco es un autor ineludible de este período. Para Gonzalo Picón Febres sus primeros trabajos, publicados en la revista La tertulia, están llenos de escenas atiborradas de fantasías y que cuyos finales no concretan la propuesta argumental inicial. Me refiero a “El número ciento once” y “Vanitas vanitatum”. Más tarde publicaría Una noche en Ferrara (1875), en la que críticos como Larrazábal Henríquez percibe una mejor instrumentación del diálogo y descripción de los personajes, pero así como rescata ese elemento, es objetivo al afirmar que “Vanitas vanitatum” y la misma Una noche en Ferrara muestran un decaimiento en la agilidad narrativa del autor, y cancela su opinión diciendo que será difícil encontrar en la historia de la narrativa venezolana una obra más confusa y ausente de lógica, con el añadido de constantes e inoportunas disquisiciones y descripciones retóricas cercanas a lo conocido en la época como crónica.

Estas formas narrativas se manifestarían en su próxima creación literaria: Zárate, cuyas páginas, en palabras de Miliani, hallaríamos a una novela que sintetizaría y culminaría la tradición del realismo romántico, cobijando todas las bondades y errores de esta tendencia. Hay que destacar que el religioso y crítico Pedro Pablo Barnola considera a Eduardo Blanco como el iniciador de la novela venezolana, pues reconoce en ella sus cimientos, al contrario de otros críticos que se inclinan por Peonía, de Manuel Vicente Romerogarcía. El irreductible Picón Febres le da un mayor valor literario a la primera parte de Zárate, ya que para aquel entonces fue publicada en dos volúmenes. El segundo tomo lo juzga como “una adulteración lamentable”.

Por último, tenemos al escritor José María Manrique, autor de novelas moralizantes como La abnegación de una esposaEugenia y Preocupaciones vencidas, además de su obra más conocida: Los dos avaros. Larrazábal Henríquez la califica como la primera obra del realismo venezolano, o que al menos aporta un asomo de esta corriente.

A partir de la publicación de Los dos avaros empieza un cambio paulatino del romanticismo al realismo. En 1879, solo se contaban once novelas publicadas con la firma de autores venezolanos. En ninguna de ellas se advierte un interés real por tocar temas de índole nacional, y aquellas que sí lo intentan no logran equilibrar esta tendencia con la receta preestablecida del romanticismo. 


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