“Ah, bueno, en mis cuentos pasa de todo. Es un país visto desde la adolescencia, desde una casa de familia, como la de los Monegal, desde una calle” / Archivo

Florencio Quintero

Pancho -el Francisco lo dejáremos para que sea usado por los lectores formales y estudiosos de profesión- estuvo vinculado toda su vida con la poesía. Sus poemas se encontraban desperdigados por doquier en su casa de la Florida: bajo el cenicero de bronce donde ahogaba los cigarrillos fumados con premura y delectación, en incontables carpetas manila atestando cajas de cartón que funcionaban como improvisados archiveros, entre las miríadas de dibujo que siguió ejecutando hasta el final (los más antiguos en tinta, en pasteles de vibrantes colores los más recientes); incluso dentro de algunos libros, a manera de tesoros fortuitos que repentinamente volvían  a refulgir al ser despertados de su sueño.

Si bien el ejercicio poético de Pancho data desde sus pininos con las palabras, pasaron cuarenta y tantos años para que apareciera el primer poemario publicado. Por solicitud del poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio y gracias a los buenos oficios del narrador, amigo entrañable y quien me llevo a conocer a Pancho, Rodrigo Blanco Calderón; apareció en el 2007, bajo Arquitrave editores, Antología.

La llegada de este libro fue una fiesta para todos, lectores y amigos. En sus páginas se consolidaba el uso de las imágenes diáfanas, se constataba la ternura y el candor característicos del verbo de Massiani, que adquirían otro vuelo en su ejecución versificada. Prevalecía en  una nueva dimensión el ritmo, a veces sincopado y probable herencia del hecho, no tan conocido, que Massiani también fue músico (ejecutaba el acordeón y el piano).

Enfebrecidos, nos dedicamos a la celebración del Pancho poeta, en largas jornadas. En una de esas jornadas rabelesianas, Pancho me hizo uno de sus tantos regalos. Con su voz cavernosa de tabaco y siempre ganada a la risa me dijo: Florencio, viejito, agarra una carpeta de esas y con los poemas nuevos, ¿Por qué no me ayudas a compaginar otro libro?

Y así lo hicimos.  De allí nació Volver a Tomar un barco. Las visitas frecuentes a ¨Los Milagros¨, se hicieron aún más, compartiendo carcajadas y anécdotas. También se incrementaron los telefonazos, al mejor estilo Corcho, para dictar poemas, añadir y, por qué no decirlo, suprimir dedicatorias. El proceso supuso un goce para ambos. Si bien en algunos momentos hubo batallas respecto a cuáles poemas incluir, cuáles podar; estas fueron más bien lides de oropel porque solían resolverse sin bajas.

. El escritor que siempre admiré desde la adolescencia, con quién resoné más y me permitió certificar mi vocación literaria, al entender que estaba ante un espíritu afín que vivía la literatura desde y por el placer; me abrió las puertas, sin ambages, sin imposturas, a su escritura. Pancho me permitió ser testigo, cómplice y copartícipe en este libro, de su proceso creativo. Nos convertimos en hermanos, ya no solo de palabra sino de vida.

Porque si hay algo que celebro y atesoro, sobre todos los regalos que me dio, y me sigue dando Pancho cada vez que lo leo y lo pienso, es recordar la primacía que tiene el afecto sobre todas las cosas. Más allá del escritor genial, fue un amigo cojonudo, adjetivo que le encantaba y lo hacía sonreír.

Su legado a mi juicio trasciende al hecho literario y podría resumirlo de la siguiente forma: apostar a la felicidad, ser agradecido y generoso siempre. Fórmula aparentemente simple pero que exige un ejercicio denodado de atención y entereza. Agradezco haber contado con la fortuna de haber sido recipiente de la amistad que entregó y que sirvió como cemento para solidificar otras amistades.

Me imagino a Pancho en estos momentos, nuevamente en un barco. Asomándose a babor y estribor alternativamente, buscando atisbar la belleza que subyace a las cosas y que él supo tan bien retratar. Pancho en el barco de la eternidad, tocando su acordeón  para  la amada y para siempre amor, soñando con su nuevo y para siempre amor. Pancho, vistiendo una camisa floreada, con una mano asiendo el timón y con la otra torciéndole el cuello al asombro para que lo acompañe siempre. Pancho Massiani, enamorando y conmoviendo a muchas generaciones por venir.

Ya escribí en otro sitio la definición de poesía para Pancho: “un acto de fe, pero también un instante de iluminación total”.  Me parece pertinente recordarla ahora, para enviar un abrazo al escritor que dedicó toda su vida a cazar estos instantes, y que contó con una fortuna aún más grande, estimular con su verbo, a unos tantos, a cazar también.


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