Joseph Thomas: Vista de la ciudad de Caracas (desde El Calvario, 1839). Litografía iluminada con acuarela por W. Wood en Londres e impresa por Ackermann y Co., también en Londres. En la Colección Mercantil, Caracas, hay una copia. En el borde izquierdo de la ilustración (marcado “16”, en menudísima letra) se destaca el lado que mira hacia el oeste del campanario de la Iglesia de San Pablo; la calle oeste-este es la Calle Orinoco

Por JOSÉ G. ÁLVAREZ-CORNETT

¡Caracas allí está; sus techos rojos,

su blanca torre, sus azules lomas,

y sus bandas de tímidas palomas

hacen nublar de lágrimas mis ojos!

Caracas allí está; vedla tendida

a las faldas del Ávila empinado,

Odalisca rendida

a los pies del Sultán enamorado.

Vuelta a la Patria (1877), Juan Antonio Pérez Bonalde

Abro este texto con unos versos cantados a Caracas extraídos del magnífico poema de retorno Vuelta a la Patria de Juan Antonio Pérez Bonalde (Caracas 1846 – La Guaira 1892), un extraordinario poeta venezolano contemporáneo de Vicente Marcano (Caracas 1848 – Valencia 1891). Caracas, su edénico paisaje dominado por el empinado Ávila y suavizado hacia el este por el apacible Valle de Caracas. Esta encantadora vista del pintor inglés Joseph Thomas nos anima a adentrarnos en la provinciana —y turbulenta— ciudad decimonónica del niño Vicente, quien, mientras crecía y se educaba, era testigo de los codazos, golpetazos y plomazos que los esfuerzos civilizatorios recibían del militarismo, el autoritarismo y el sectarismo político.

El poeta Pérez Bonalde continúa así su canto:

Hay fiesta en el espacio y la campiña,

fiesta de paz y amores:

acarician los vientos la montaña;

del bosque los alados trovadores

su dulce canturía

dejan oír en la alameda umbría;

los menudos insectos de las flores

a los dorados pistilos se abrazan;

besa el aura amorosa el manso Guaire,

y con los rayos de luz se enlazan

los impalpables átomos del aire.

Una montaña con bucares de donde bajaban arroyos brillantes hacia el apacible valle con su “manso Guaire” y en cuya llanura se vislumbraban “hileras de sauces rectos y puntiagudos” y senderos con filas de burros malojeros conducidos lentamente por sus amos isleños. Este era el ambiente arcádico y de paz provinciana de aquella Caracas del niño Vicente, claro, así era cuando no había guerra.

El niño Vicente entre jardines frutales y plumas y frente a una plaza ensangrentada

La narrativa de Vicente Marcano ilumina algunos aspectos de su niñez. Comencemos con el relato Las guayabas, en donde nuestro polímata decimonónico describe la casa de su infancia y el deleite que experimentaba viendo a “los árboles ajenos cargados de frutos”. Este cuento fue publicado en La Revista Comercial (3 de agosto 1880) y aparece recogido en La cucarachita martina y otros relatos (1989) (1).

“Recuerdo como si la estuviera viendo la casa donde pasé en Caracas los primeros años de mi vida; donde el corazón se adormecía, aún incauto, en el lecho de rosas de las ilusiones, donde brotaron las primeras gotas de sangre al contacto punzador de las espinas de la decepción.

No se han borrado de mi imaginación ninguno de sus detalles; su zaguán espacioso, su patio circundado de pilares blancos, pintados al óleo, en que jugué tantas veces a la gallina ciega, las escaleras de piedra que daban acceso al comedor, y que tan bien se prestaban para el pico, pico, solorico.

Pero es el corral, teatro de mis principales travesuras, la parte de la casa que mejor resalta en la arqueología de mis recuerdos. Un corral espacioso, poblado de árboles [entre ellos, sus predilectos eran un cerezo y un saúco; el niño Vicente se sentaba sobre el tronco doblado de este último para divisar los corrales vecinos y “mirar los árboles ajenos cargados de frutos” poniendo especial atención en las vecinas matas de guayabas], donde llegaba a la vuelta del colegio, sin paltó, sediento de libertad después de tantas horas de reclusión, trepaba las ramas, jugaba con los chorros de agua y saltaba como un cabritillo.

(…)

Mas, entre todas las vistas que me brindaba el vecindario, ninguna tenía a mis ojos de siete años el atractivo de la del corral de enfrente”.

En La gallina ciega, un cuento publicado en abril de 1880, Vicente Marcano rememora aquella vez cuando se quedó emplumado y nos regala esta deliciosa estampa de su infancia (2):

“Era en tiempo de Pascuas y toda la casa se hallaba en un constante movimiento; cada cual ocupado en una faena especial. Mi madre, rodeada de mis hermanas mayores, sentadas en la galería llenaban con plumas unas fundas de almohadas. ¡Hace tanto frío en Caracas por el mes de diciembre!

En la cocina, las sirvientas atizaban un inmenso caldero de hallacas y rellenaban un pavo que, con el cuello metido en el pecho, parecía devorándose las entrañas como el pelícano de la fábula. En el comedor, mi tía trasegaba de una gran olla vidriada a dos compoteras, dulce de toronja. Entre todos era este trabajo el que había llamado más mi atención, y me hallaba dando vueltas en derredor de la mesa…”.

Sintiéndose atrapado por “las emanaciones melosas de las compoteras” con dulce de toronja, el travieso niño Vicente trata de apoderarse de la olla que aún después de que se llenaron las compoteras, todavía contenía mucho melado del dulce de toronja. Pero, como la olla había sido colocada “en el más alto tramo de una alacena”, el pequeño y curioso niño empezó “a trepar por los anaqueles como por los peldaños de una escala”, sin embargo, al meter los dedos en la olla quedó en una posición forzada, cayó al piso de espalda, se dio un gran golpe en la cabeza y sobre él cayó la olla con la melaza.

Adolorido, con la cara embadurnada y sin poder abrir los ojos, el niño Vicente salió corriendo para dar contra una de sus hermanas y con las plumas con las que ella rellenaba una almohada. “Tuve que soltar las plumas y el melado en una batea, a fuerza de mucha agua y bastante jabón”. Supongo que la tía que trasegaba el dulce de toronja a las dos compoteras pudo haber sido alguna de sus tías maternas: Mercedes o Carmen Echenique Ferrais.

Aunque desconozco el nombre de la primera escuela a la cual asistió Vicente Marcano, por el relato Los mameyes se tiene alguna noticia de ella (los puntos suspensivos aparecen en el original) (3):

“Me acuerdo entonces —escribe Vicente Marcano— de la huerta del Colegio de… el primero, por orden cronológico, de los establecimientos de instrucción que pretendieron haberme hecho aprender alguna cosa. Era aquella un inmenso espacio de cerca de cien metros cuadrados, materialmente sellado de árboles frutales” donde había guamos, guayabitas rayanas, granadas, membrillos, naranjos, cambures, mereyes, “nísperos como albóndigas de tierra y mameyes como balas de cañón viejas y muy oxidadas”.

Para el curioso niño, los mameyes eran los más incitantes.

“Pero como ustedes saben, los mameyes son detestables cuando no están muy a la sazón. Por fortuna, la Naturaleza lo ha previsto todo; este fruto madura en Caracas por la época de las fuertes brisas nocturnas de Catia bajo cuyo soplo los pesados frutos a punto de madurez, vienen a dar con un estrépito al suelo.

No lo ignoraba tampoco yo, que por la noche antes de dormirme oía en medio del silencio el ruido de mi codiciada [los mameyes maduros] al caer muellemente sobre la alfombra de verdura. Por la mañana acudía al pie de los árboles, pero no hallaba nada. ¡Aquel condenado Jacobo, el jardinero del colegio, era bien madrugador!

Fragüé entonces un plan que puse en práctica al momento; me acosté vestido, aguardé a que todos los compañeros estuvieran dormidos, y tan pronto como empezaron a caer las frutas acudí a tientas y con gran precaución al huerto. La brisa soplaba allí con fuerza, se solazaba entre el follaje, impregnándose de las emanaciones más incitantes; a veces de la agridulce de la guayaba, otras de lo astringente del merey, ya venía embalsamada con el perfume oriental del níspero, como tan pronto del olor ácido de las naranjas”.

La infancia de Vicente Marcano según sus cuentos autobiográficos

¿Qué más se puede conocer leyendo los relatos de Vicente Marcano? 

Para empezar, una lectura de sus historias nos confirma la afluencia del hogar del niño Vicente; una familia caraqueña acomodada que vivía en una casa amplia con un zaguán espacioso, un patio con árboles frutales y sirvientas que laboraban en la cocina y que seguramente también ayudaban en las labores de limpieza y, tal vez, acompañaban a los niños a la escuela. Me queda la duda sobre la ubicación de su casa natal. Según los registros consultados pareciera ser que la familia Marcano Echenique vivía dentro de los límites de la Parroquia El Sagrario de Catedral, es decir, en alguna de las manzanas ubicadas entre las calles, orientadas este-oeste, de Fraternidad y Orinoco.

En aquellos tiempos los educadores pensaban que los niños aprendían mejor si eran alumnos internos. Sin embargo, las escuelas privadas en Caracas tenían doble régimen: alumnos internos y externos. Sabemos que antes de cumplir los siete años Vicente Marcano contaba ya con una instrucción primaria suficiente. Pero ¿en cuál escuela hizo sus primeras letras? ¿Fue Vicente Marcano un estudiante interno o externo?

En el relato Los mameyes Marcano refiere que pernoctaba en la escuela. Si le damos crédito a sus cuentos, podemos inferir que el niño Vicente estuvo bajo la modalidad de alumno interno en la institución escolar en donde recibió las primeras letras. En el cuento Las guayabas el autor refiere que tenía siete años y afirma que después de llegar del colegio iba al jardín de su casa a jugar, podemos entonces concluir que Vicente Marcano fue un alumno externo en el Colegio de Roscio.

En aquella época los niños externos pasaban un largo tiempo en la escuela (“sediento de libertad después de tantas horas de reclusión”) porque entonces se pensaba que los alumnos externos no podían aprovechar tanto el tiempo de estudio como los estudiantes internos. Según Mirla Alcibíades, en 1842 la permanencia en las instalaciones escolares de los estudiantes externos en el Colegio de Roscio era de 6:00 am hasta las 7:00 u 8:00 pm (4).

En Las guayabas el niño amarra una cuerda al saúco para bajarse por el muro para ir a recoger las frutas del suelo del corral vecino que era propiedad del padre Hernández, sin embargo, cuando se quiere regresar con sus bolsillos llenos de guayabas no se puede subir por la cuerda y, entonces, es descubierto por la hermana del padre: “Quise subir de nuevo por la cuerda, pero todos mis esfuerzos sólo sirvieron para suspender una cuarta del suelo”. Aquí el niño Vicente recibe una lección de esa gran escuela que es la vida: “No siempre se sube de nuevo por donde ha sido fácil bajar”, escribe Vicente Marcano.

Descubierto, el niño entra en llanto y “con los bolsillos atestados de guayabas, que asomaban con indiscreción desesperante, tuve que desfilar por delante del padre Hernández, de su hermana y de no sé cuánta gente más a quien se le ocurrió estar a la sazón de visita”. Y, al siguiente día, “el pobre saúco, mi observatorio, fue aserrado casi al ras del muro. Tuve el valor de presenciar la horrible operación; el árbol antes de caer lloró sus menudas flores de nieve que esteraron el suelo, mientras yo derramaba lágrimas que humedecieron mis mejillas”.

En Los mameyes, el niño Vicente es capturado infraganti:

“Me puse en acecho, no tardé en oír caer otro mamey, y corrí al punto en que creía encontrarlo. Tanteaba el césped con ambas manos, como cuando se juega a la gallina ciega, y al fin llegué a tocar un letrero escrito en musgo en el suelo: era el nombre del director del Colegio. Empezaba por M, como mamey…” y cuando logra agarrar el mamey, por detrás, con una vara de membrillo, el jardinero Jacobo lo golpea en la espalda. Esta experiencia le dejó a Vicente Marcano un ligero trauma que el escritor recuerda: “Yo no puedo mirar un mamey sin sentir un ligero malestar en todo el cuerpo y un hormigueo a lo largo de la columna vertebral”.

Según Feliciano Montenegro Colón (1781-1853), para el año de 1843 en Venezuela había veintidós colegios: quince eran públicos y siete privados (5). Mi investigación no pudo dilucidar el nombre del primer colegio cuyo director tenía un nombre que empezaba “por M, como mamey”. Hacia 1852 en Caracas, además del Colegio de Roscio, existían otros colegios privados: el Colegio de la Paz (1837), dirigido por José Ignacio Paz Castillo; el Colegio de la Concordia (1839), dirigido por José María Pegrón, hijo; y el Colegio Chaves (1842). El famoso Colegio de la Independencia (1836) de Feliciano Montenegro Colón (cuyo apellido empieza por M) para finales de los años cuarenta ya había cerrado.

La plaza ensangrentada

En la narrativa de Vicente Marcano no figura ninguna plaza ensangrentada, pero esta sí es mencionada en la Biografía de Vicente Marcano (BVM):

“Si la cuna de Marcano se meció entre descargas de una tempestad política —cuenta Gaspar Marcano—, sus estudios de filosofía hubieron de cumplirse en medio de la guerra más desastrosa y prolongada de cuantas han azotado al país después de la Independencia… Quiso además la fatalidad de que él viese el 2 de agosto de 1858 [sic] la plaza de San Pablo sembrada de cadáveres, como para iniciarlo a los horrores que estaba destinado a contemplar” (6).

Dos vistas de la Plaza de San Pablo. Izq. Grabado de Cornelio Aagaard basado en un dibujo de Ramón Irazábal de 1845. Del lado izquierdo se ve una parte de la fachada de la Iglesia de San Pablo y, al fondo, el Hospicio de Mujeres y la Calle El Juncal. En el medio de la plaza nótese una fuente de agua. Esta fue sustituida en 1847 por una pila de mármol que representaba a una india con su carcaj y plumaje. En el centro de la figura, al fondo, hay una casa que en 1858 sirvió como barraca militar y, seguidamente, una casa con tres ventanas, la llamada Casa del Rincón de San Pablo, que fue residencia del Gral. José Tadeo Monagas. En el lado derecho figuran varias casas comerciales; para 1858 en la última casa al fondo funcionaba un taller para ruedas de carretas. La colina detrás es El Calvario. Der. Grabado de Richardson Cox de 1858 basado en un dibujo de la Plaza de San Pablo del médico estadounidense Allen Voorhees Lesley. Nótese que ya para esa fecha en vez de la fuente de agua estaba la pila de mármol (donada en 1844 por Don Juan Pérez; permaneció en la plaza hasta 1877 cuando fue llevada a la Plaza de San Jacinto). En octubre de 1881 se levantó en esa plaza una estatua del Gral. José Tadeo Monagas

El siglo XIX venezolano fue un siglo muy violento. La Batalla de San Pablo está considerada como el combate más encarnizado que hubo en Caracas desde el fin de la Guerra de Independencia y dio origen a la expresión popular “y se armó (o formó) la sampablera”. La lucha armada en la Plaza de San Pablo fue una de las primeras batallas de la Guerra Federal (1859-1863), una confrontación entre liberales (federalistas) y conservadores (centralistas) que comenzó con un alzamiento en Coro el 20 de febrero de 1859.

Refiere Gaspar Marcano que su hermano Vicente fue testigo de la mortandad que dejó el combate que ocurrió en la Plaza de San Pablo el 2 de agosto de 1859. Ahora bien, ¿por qué el hijo mayor de una acaudalada familia caraqueña, a pocas semanas de cumplir once años, caminaba por las calles de Caracas en un día que amaneció muy agitado con el ambiente cargado de violencia?

Antes de abordar esta interrogante debo destacar que en la biografía que escribió sobre su hermano mayor (BVM), Gaspar Marcano se sustrae a sí mismo de las actividades que está compartiendo con su hermano Vicente, es decir, no se incluye cuando escribe sobre aquellos hechos en los cuales él también participó o en donde estuvo presente. Así, por ejemplo, cuando relata el viaje del joven Vicente a Francia en 1864, él está a bordo del mismo barco, pero no lo dice. Más adelante, cuando presenta a Vicente Marcano como un estudiante en el Liceo San Luis de París, Gaspar está también estudiando en la misma institución, sin embargo, no lo refiere.

En agosto de 1859 el niño Gaspar tenía nueve años e igualmente estudiaba en el Colegio de Roscio. Cabe preguntarse, entonces, si ambos hermanitos no habrán estado juntos y pasando cerca de la ensangrentada plaza. Pienso que ese día los niños Vicente y Gaspar estuvieron juntos.

Pero ¿qué vieron en la Plaza de San Pablo?

Incidente en la Plaza de San Pablo, el 2 de agosto de 1859. Este grabado fue realizado hacia 1859-1860. Fue atribuido por Leszek M. Zawisza al artista José Ignacio Chaquert (h. 1830 – h. 1864). Fuente: Véase, Nota 7

El Monitor Industrial (Caracas, agosto 4 de 1859) lo describe así: “Las calles inmediatas al sitio del combate han quedado ensangrentadas y las paredes, las ventanas, las puertas, y las muestras de los establecimientos mercantiles, todo agujereado por las balas”.

No puedo detenerme a explicar aquí los antecedentes que dieron origen a esta confrontación bélica ni tampoco a señalar todos los pormenores de la batalla (véase, Historia Contemporánea de Venezuela, Tomo Sexto, Capítulo XVIII) (8).

La lucha fue encarnizada. El combate duró desde las 11:30 am hasta las 4:00 pm. Los liberales atrincherados en la Plaza San Pablo rechazaron rendirse y acogerse al perdón ofrecido. Finalmente fueron desalojados del Fuerte Militar y dos casas de la Plaza de San Pablo a tiros de fusil y a cañonazos. El contingente liberal federalista dejó 60 muertos, muchos más heridos y 150 prisioneros, mientras que las fuerzas de los conservadores tuvieron escasas bajas. Algunos civiles fallecieron ese día, como el “honrado ebanista francés Francisco Verdier”.

Izq. Esquema de la Plaza de San Pablo (nótese la Calle de Comercio hacia la derecha; la sección en la esquina superior izquierda etiquetada Casa de familia corresponde a las barracas militares y la casa residencial —Casa del Rincón de San Pablo— que habitó el Gral. José Tadeo Monagas durante su Presidencia); Der. Una vista de la Esquina, la Plaza, la Iglesia de San Pablo en 1864. Las casas al fondo están en la Calle del Comercio. En el centro de la plaza obsérvese la pila de mármol donada en 1844 por Don Juan Pérez. Fuentes: Véase, Nota 9

Excepto por el párrafo en la biografía anteriormente citado no dispongo de otros datos. Para intentar dilucidar las razones por las que el niño Vicente pasó ese día por la Plaza San Pablo deberé adentrarme en el inestable terreno de las suposiciones.

La ciudad vivió momentos anárquicos desde el 1 de agosto cuando grupos de civiles liberales fueron al Parque Militar a buscar armas y fueron rechazados a tiros por la guarnición del Parque al mando del comandante Fermín Báez. El día 2 de agosto la ciudad amaneció agitada.

El señor Francisco Michelena y Rojas (1801-1876) llegó a Caracas la noche del 1 de agosto desde la entonces vecina población de El Valle. Al enterarse, censuró de inmediato el golpe de estado contra el presidente provisional de Venezuela general Julián Castro Contreras (1805-1875). Con gran elocuencia, desde las ocho de la mañana del día siguiente, seguido por un nutrido grupo de ciudadanos conservadores pidió a viva voz por las calles de Caracas que se volviera al orden constitucional.

Aunque las calles de la ciudad estuvieron agitadas desde el día anterior, pareciera ser que el 2 de agosto los niños Marcano asistieron a clase. Según los estatutos del Colegio de Roscio (1842) las vacaciones escolares duraban del 15 al 31 de agosto. El 2 de agosto de 1859 cayó martes, es decir, fue un día de actividades escolares normales. Recordemos que este colegio estaba ubicado en la Parroquia San Pablo, en Calle de las Leyes Patrias, No. 86, entre las Esquinas de La Palma a Miracielos, aproximadamente, a dos cuadras de la Plaza de San Pablo.

¡Buuum! ¡Pum, pum, pum! Desde las 11:30 am las mortíferas detonaciones debieron haber retumbado ese día en las paredes del Colegio de Roscio. ¿Cómo habrán reaccionado los niños? No lo sé, pero como los alumnos internos y externos estudiaban juntos, cabe suponer que, ante los violentos eventos del día, no era posible cerrar el colegio y despachar a los alumnos a sus casas.

Plano de Caracas y vista parcial desde El Calvario. Las líneas norte-sur en verde, amarillo y azul sobre un extracto del plano de Caracas de Ángel Jacob Jesurun (1843) corresponden a las Calles del Comercio, Leyes Patrias y Zea (10). Nótese la cercanía de El Calvario con la Plaza de San Pablo. Un extracto de la litografía de Joseph Thomas (1839) muestra a la Iglesia de San Pablo vista desde El Calvario (marcada con la letra “P” en el plano y “16” en el extracto de la litografía). El Colegio de Roscio estaba ubicado entre la Esq. Miracielos y la Esq. La Palma (indicadas en el plano con los números 95 y 83)

Los disparos cesaron a las 4 pm. Supongo que los estudiantes externos permanecieron en el colegio junto con los internos y que al final de un largo e inusual día los alumnos externos se regresaron a sus hogares como de costumbre a las 6 o 7 pm. Tal vez los niños Marcano volvieron a casa acompañados por alguna de las sirvientas que trabajaban en su casa.

Aunque desconozco la ubicación exacta de la casa de la familia Marcano Echenique, intuyo que estuvo ubicada en la Parroquia El Sagrario de Catedral, es decir, al norte de la Plaza San Pablo. Posiblemente, la ruta para regresar a casa era caminar por las Esquinas de La Palma a Miracielos hasta la Calle El Juncal y doblar a la derecha al llegar a la Calle del Comercio para subir luego en dirección norte hacia alguna de las manzanas de la Parroquia El Sagrario de Catedral, en donde estaba su hogar. Quizás la Calle del Comercio estaba más iluminada que las otras o era más interesante por los establecimientos mercantiles y había preferencia por ella para transitar a las 6 o 7 pm.

Los niños de las clases acomodadas caraqueñas eran a veces acompañados por el personal de servicio de sus casas. En el cuento Después de la lluvia Vicente Marcano refiere el caso de algunos niños que, al pasar por una calle con una gran alcantarilla (“la boca arqueada de una enorme cloaca como un ojo inmenso, negro, asestado sobre la acera con su ceja inmóvil de piedra”), se asustaban y se pegaban “a las sirvientas que les conducían atrincherándose en los pliegos de su fustán de zaraza”.

Pero existe otra posibilidad. Ante el caos suscitado ese día, y, tal vez, antes del inicio de la batalla, el padre de Vicente y Gaspar, Don Juan Marcano Pereira, pudo haber enviado a buscar a sus hijos para llevarlos a alguno de sus negocios (Marcano Hermanos o la confitería El Ancla), tenerlos cerca y librarlos o protegerlos de los acontecimientos que ese día ocurrían en la ciudad. Ahora, las ubicaciones de los negocios de Don Juan Marcano son para mí un misterio. Quizás estaban ubicados en las inmediaciones de la Calle del Comercio, una larga calle que pasaba por la Plaza San Pablo y al regresar todos juntos a casa, padre e hijos, pasaron por la plaza ensangrentada. La curiosidad humana pudo haber sido otro factor que motivó a que los niños fueran a la plaza. Es posible que nunca sepamos exactamente porque ese día el niño Vicente pasó por tan fatídico lugar.

Hacia París, la ciudad de la luz

Haber presenciado la mortandad en la Plaza San Pablo pudo haber afectado fuertemente el último tramo de la infancia del niño Vicente y su transición hacia la adolescencia. Su hermano Gaspar escribe:

“Profundas fueron entonces las emociones del niño. Aquella irritabilidad que temores y ansiedades constantes comunican a un pueblo exaltado ya por la pasión y el odio políticos; aquella vida inquieta y artificial, variada por los acontecimientos, pero monótona para el espíritu, que no alcanza a calmar su angustiosa excitación, son impresiones funestas que dejan en el cerebro juvenil una marca indeleble”. (Marcano, 1893; p. 10).

Para la época, después de cursar dos años de latinidad y tres de filosofía, los estudiantes podían solicitar, después de aprobar los exámenes de rigor, el título de Bachiller en Artes (Filosofía) que confería la Universidad Central.

Para agosto de 1860 Vicente Marcano debió haber culminado sus estudios en el Colegio de Roscio. Pero pasaron tres años y nueve meses hasta el 20 de mayo de 1864 cuando él presentó los exámenes correspondientes recibiendo los títulos de Bachiller en Artes y Agrimensor. Ese mismo día Gaspar Marcano también obtuvo su título de Bachiller en Artes.

La emotividad de Vicente Marcano y la situación general de Venezuela al término de la Guerra Federal pudieron estar entre los factores que motivaron a que Don Juan Marcano Pereira enviara a sus hijos Vicente (15 años) y Gaspar (14 años) a estudiar a París, Francia.

El 23 de mayo de 1864 ambos jóvenes se embarcaron en la barca francesa La Venezolana para cruzar el Atlántico. Meses después, el 4 de octubre de 1864, ambos jovencitos iniciaron sus clases en el famoso Liceo de San Luis (Lycée Saint-Louis) de París. La infancia caraqueña de Vicente Marcano había terminado.

NOTAS

(1) Marcano, Vicente: La cucarachita martina y otros relatos. Compilación y prólogo de Héctor Pérez Marchelli, Caracas, pp. 17-20, 1989.

(2) Véase: Nota 1, pp. 25-26.

(3) Véase: Nota 1, pp. 21-23.

(4) Véase: Alcibíades, Mirla: Manuel Antonio Carreño, Biblioteca Biográfica Venezolana, Caracas: C. A. Editora El Nacional, p. 49, 2005.

(5) Mencionado por Napoleón Franceschi González en su Vida y obra del ilustre caraqueño Don Feliciano Montenegro Colón (1781-1853), Caracas: Universidad Metropolitana, p. 50, 2019.

(6) Marcano, Gaspar: Biografía de Vicente Marcano, París: Imprenta de J. Montorier, pp. 9-10, 1893.

(7) Véase: Zawisza, Leszek M.: Arquitectura y obras públicas en Venezuela: siglo XIX, Volumen 1, Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1988, p. 140. Para saber más sobre la Iglesia San Pablo y su plaza, véase: Aproximación histórica al patrimonio pictórico y escultórico colonial de la iglesia de San Pablo, primer ermitaño (Gois, Tarím: Trabajo de Grado para optar al título de Licenciado en Artes, mención Artes Plásticas, 2007).

(8) González Guinán, Francisco: Historia Contemporánea de Venezuela, Tomo Sexto, Capítulo XVIII, Caracas: Tipografía Empresa El Cojo, pp.  495-517, 1910.

(9) A la derecha se muestra una fotografía de la Esquina, la Plaza y la Iglesia de San Pablo, tomada en 1864, cuyo autor es de Friedrich Karl Lessmann (Archivo Corototeca de Carlos Eduardo Misle). El diagrama de la Plaza de San Pablo que se muestra a la izquierda fue tomado de “La aldea de San Pablo, una ciudad oculta debajo del Teatro Municipal”, Cuentos Casos y Cosas de Caracas. Boletín divulgativo del patrimonio cultural caraqueño, Año 1, No. 1, octubre 2019, Caracas: Alcaldía del Municipio Libertador, p. 6. 

(10) El plano de Caracas de Ángel Jacob Jesurun (1843) se puede descargar de Caracas del valle al mar. La ciudad de la Independencia. Disponible en: http://guiaccs.com/planos/la-ciudad-de-la-independencia/ .


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