Dedicado a dos creadores venezolanos. A un crítico de cine y a un cineasta. Sus reflexiones, impresiones, a propósito del país, para una compilación que realiza la Universidad Austral de Chile, removieron mi piel, mis huesos, mi sangre, mi corazón, mi cerebro, mi alma: al cuerpo mismo.

A Rodolfo Izaguirre y a Carlos Oteyza.

El presente escrito está conformado por los siguientes fragmentos: “El horizonte”; “El ambiente”; “La generación”; “Los predecesores”; “El petróleo: lo que ha sido y la cultura petrolera como propuesta” y, por último, “Las teorías, las ideologías: su inutilidad religiosa y la necesidad de la creación”.

El horizonte

Mi escrito no es sobre la coyuntura venezolana. No está pensado para el día siguiente. Son letras, lanzadas al mar, al indetenible tiempo, para veinte, treinta, cincuenta, cien o para dentro de mil años… o, quizás nunca… Quizás escribo para mí mismo como un testamento, una confesión para mis tataranietos, si llegasen a existir… Quizás escribo estos apuntes porque no sé cantar boleros.

El ambiente

Escribo en el instante de la devastación. Cuando mi patria es un despojo en todos sus registros, colores, niveles, sectores, clases, en lo político, en lo educativo, en lo cultural, en lo social y en lo económico. Cuando se está produciendo la diáspora más grande en la historia de América. Escribo cuando nos estamos autodestruyendo.

Escribo cuando las potencias y los mercenarios nos miran como un jugoso botín de guerra; unos disfrutando de sus delicias y los otros deseando arrebatarla. Mientras, todos nosotros, los venezolanos, como que no hemos llegado a la edad de la razón, como egoístas irracionales, incapaces de pensar por sí mismos y ni siquiera para sí mismo (egoísmo racional), disfrutamos (¿disfrutamos? ¡Válgame Dios!) balanceándonos entre la tragedia y la comedia. Bailamos el juego del simulacro, cuyo lema central es: ¡Viva el caudillo, los caudillos y las montoneras!

Escribo sin la certeza de que podré volver a la patria; con la incertidumbre en el hombro, como caminando hacia el Gólgota, como millones de venezolanos y venezolanas que vagan con los ojos hundidos entre las tripas por el mundo; mientras millones sobreviven en aquella Tierra de Gracia (siempre de Gracia, la Tierra; la única que anima la memoria) con la esperanza en el bolsillo y el llanto entre los huesos.

La generación

Pertenezco a una generación que fue caracterizada, magistralmente, por un extraordinario intelectual cuyo talento y brillantez era del tamaño de su locura, de su psicopatía, de su maldad. Aquel quien fue pilar de la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela; el asesino y violador quien fue rector del alma mater más antigua del país; el asesor de políticos, de partidos, de líderes universitarios, de empresarios e intelectuales; el hombre de la agudeza, refinada, para confundir a sus oponentes, el venezolano honorable, nuestro Doctor Jeckyll y Mr. Hyde, el psicólogo y psiquiatra, el Dr. Edmundo Chirinos. Pertenezco a la generación boba. Así le llamó Chirinos, hace más de treinta años, a mi generación. A veces, una persona resume la subjetividad de toda una cultura… de una sociedad. Por momentos, Venezuela me huele a Edmundo Chirinos.

¿Quién se atrevería a refutar ese adjetivo que nos colgó en nuestros cuerpos el Dr. Chirinos? Los resultados de mi generación están a la vista. No soy distinto, no soy excepción. Soy de los bobos de los que hablaba Chirinos. Soy de los responsables que contribuyeron por acción y por omisión, por ignorante y por prepotente, por idiota, con la destrucción de la patria (idiota es un vocablo que alude en su sentido etimológico al que desconoce, ignora, de qué trata el bien común y por eso se ocupa, exclusivamente, de su mundo privado; muy similar al déspota quien trata los asuntos públicos como si fuese un espacio privado, el hogar). Nuestra generación boba es la principal responsable.

No solo fue un gobierno, el de turno, quien destrozó a mi país. Fácil es hablar de los bárbaros creyéndose griego; quizás, esa lógica, ese estilo de mirar, de pensar, de hablar, de escribir y, sobre todo, de juzgar, es parte de nuestra esquizofrenia cultural. Una sociedad sin espejo.

Fue una generación quien marcó esta época; la mía… la generación boba, a la que pertenezco.

Los predecesores

Las generaciones anteriores fueron descritas por el máximo juglar de nuestras hazañas, nuestro poeta laureado internacionalmente, Rafael Cadenas, quien retrató en sus metáforas el espíritu de su generación o, tal vez, para ser más precisos, dibujó el canto de la historia de la subjetividad de nuestra sociedad, de nuestra historia cultural.

¿Quién puede pensar que el poema “Derrota” se hizo el más famoso por azar? Como el martillo de Thor, sus palabras siguen retumbando en las entrañas de nuestro cuerpo social. No fue una novela la que describió el ethos de Venezuela, no fue un poema épico, ni político, tampoco un ensayo sociológico ni filosófico, sino aquel poema de palabras sencillas, cotidianas, las del vulgo, la que registró nuestra práctica cultural.

Valga citar sus primeros versos… para aquellos que todavía lo desconocen… Coloquemos el espejo:

“Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo…” (Rafael Cadenas).

El petróleo: lo que ha sido y la cultura petrolera como propuesta

I

Dos lemas podrían caracterizar nuestra historia petrolera. “Sembrar el petróleo” en el siglo XX y “Pdvsa es de todos”, en el siglo XXI. Ni lo sembramos ni fue de todos. Ambos lemas fueron pensados desde la práctica económica y allí su mayor debilidad, su vacío sociocultural. Somos un país petrolero sin cultura petrolera.

Los venezolanos hemos sido durante siglos productores de café y cacao. En nuestros pueblos, el campesino sabe diferenciar un buen grano de café; seguramente desconoce a qué se le llama barismo, la técnica profesional, gourmet, para prepararlo, pero tiene pericia para diferenciar su olor, su sabor. El citadino y el campesino diferencian, con todos sus sentidos, con propiedad, un guayoyo, un negro corto, un negro largo, un con leche, un tetero, un marrón oscuro, un marrón claro; independientemente de cómo se llame en cada país, reconocemos un espectro amplio de las diversas formas de presentar el café, solo o con la leche; pero también se utiliza en nuestros dulces, en bebidas, en helados… A su vez, hay (o existió) una industria especializada, técnicos, científicos del café… lo mismo podría decirse con el cacao. Distintos niveles de conocimientos, distintos tipos de prácticas, popularizadas y especializadas… a eso llamaría cultura del café, cultura del cacao. Esa cultura jamás existió ni existe con el petróleo.

El petróleo se vive en Venezuela, antes y ahora, como si fuese un excedente económico extraordinario. Un dinero, una renta, que se percibe como si fuese el premio de una lotería. Ese regalo lo percibe el estado y es administrado por el gobierno de turno. Así acrecentaron la riqueza, en el siglo XX, los herederos de lo que llamó Herrera Luque “Los amos del valle”; el empresariado emergente en todas sus ramas, la clase media, los profesionales, y ese regalo sirvió para sostener a las clases populares. Esa suerte de ganarse la lotería a diario, nos provocaba risa. Recordemos nuestros programas humorísticos, cómo nos reíamos de nosotros mismos: “tá barato dame dos”; expresión utilizada por nuestros turistas en Miami.

Los nuevos amos, los del siglo XXI, como su excedente económico extraordinario llegó a niveles jamás visto, se dieron el lujo de regalar toneladas de dinero, de dólares, a los países de nuestro continente y a otros continentes, les pagamos sus deudas, impulsamos sus universidades, sus programas sociales, sus movimientos sociales y políticos… Y como el excedente extraordinario, la renta, fue verdaderamente sorprendente, alcanzaba para el enriquecimiento a patadas de una nueva clase despótica que no se preocupó porque se desestructuraba el joven parque industrial existente ni la producción agrícola; creyeron que la magia natural podía sostener hasta los programas sociales más inverosímiles, como darle una renta mensual a una niña que estuviese embarazada.

Desde la racionalidad hasta la locura, en cien años, el asunto ha sido siempre: distribución de la riqueza, como el maná caído del cielo; de algo que produce la tierra, pero que no es constituyente de nuestra cultura.

II

Somos petroleros, productores de energía. Tenemos una de las reservas más grandes de petróleo y de gas del mundo. Sembremos y hagamos para todos y de todos: el petróleo. Construyamos nuestra cultura petrolera. Eduquémonos para llegar a ser lo que somos, productores de energía.

La educación es la clave. Podemos empezar desde la primaria en algún momento. Pero es fácil, verdaderamente fácil, iniciar en nuestra educación media, de forma sistemática e integral. A manera de ejemplo grueso:

En literatura, lecturas obligatorias de las novelas sobre el petróleo, dígase, por ejemplo: Mancha de aceiteMeneGuachimanesCasandraZona de toleranciaMemorias de una antigua primavera y Oficina No. 1, entre otras. Como forma de acercarse a la historia política contemporánea, los documentales sobre el petróleo como: Venezuela en tres tiempos: Pozo muertoTestimonio de un obrero petroleroFragmentos del antidesarrolloLa trilogía. El reventón. Una historia del petróleo en Venezuela (1883-1999)Nuestro petróleo y otros cuentos. En arte e historia del arte, revisar las obras de Rolando Peña, César Rengifo, Pedro León Castro, Gabriel Brocho, Mariana Bunimov, Régulo Pérez, Ricardo Benaím, Pedro León Zapata, entre otros. En las materias que tienen que ver con geografía, ciencia de la tierra, biología… Hay un inmenso campo, para repensar con la metodología que gusten y trabajar toda la información y problemas que implica la extracción de los hidrocarburos, adecuada al año de estudio y como parte sustancial de los objetivos del programa.

En todas nuestras universidades que los hidrocarburos se transformen en un eje transversal de nuestras escuelas y disciplinas. Por ejemplo que, de forma autónoma y según sus posibilidades, todas las escuelas de estudios políticos, incorporen algunas materias obligatorias y optativas pensadas desde la relación política y petróleo; estudiando a todos los países productores. Lo mismo en otras escuelas, haciendo énfasis en su área de competencia; siempre Venezuela y los países productores; en las escuelas de estudios internacionales; en las escuelas de economía; en la escuela de historia; en la escuela de sociología, en las relacionadas con negocio, gerencia y administración; que las escuelas de ingenierías e hidrocarburos complementen su saber técnico con algunas optativas en historia, economía y gerencia petrolera.

Contar como mínimo con una universidad específica de petróleo. Armada, articulada y anclada en la investigación científico-técnica con un instituto de investigaciones como lo fue Intevep, pero ampliado en sus disciplinas, como el eje de la institución. Cuyas carreras se vayan creando dependiendo del desarrollo del propio instituto y no a la inversa; donde la estructura académico administrativa sea inversa a la del resto de las universidades, porque lo central es la investigación; de allí que los directores de cada departamento del instituto de investigación y su comité académico deciden las carreras que deben crearse y cuál es la malla curricular en la que se soporta; tal estrategia académico administrativa garantiza la reproducción del saber necesario, orientado a potenciar la innovación en ciencia, tecnología y gerencia. Donde se formen desde licenciados hasta doctores en todas las disciplinas, las sustanciales y las asociadas, desde la química y geofísica hasta los negocios, con una perspectiva ecológica. Formados para asumir los retos de los nuevos horizontes, una sociedad de energía limpia.

Como diría uno de mis maestros, Arnaldo Esté Salas, una educación pertinente y constructiva, una educación para la dignidad. El petróleo nos dignifica. Tenemos pericia creadora. Fuimos los fundadores de la organización económica y política que influye mundialmente la OPEP; pero también fuimos los creadores, manufactura estrictamente venezolana, de la orimulsión, por ejemplo.

Recordemos que la orimulsión se inició en el laboratorio de la Universidad de los Andes, dirigido por el profesor J.L. Salager, y luego la siguió en Intevep el joven químico, venezolano, Ignacio Layrisse, quien lideró el primer equipo de investigación; fue un tejido articulado de científicos, de técnicos, de gerentes. Actualmente la orimulsión, combustible no convencional, es conocido mundialmente; los japoneses fueron de los primeros países en comprar nuestra creación, nuestro combustible y su nombre nos dignifica; deriva de la contracción del Orinoco, nuestro inmenso río y el proceso de extracción del hidrocarburo, la emulsión. Considerado como uno de los descubrimientos, en el área petrolera, más importante del siglo XX. Esto es solo para recordarnos quiénes hemos sido y la potencia para llegar a ser lo que somos, petroleros.

Tal vez, ese sería un primer paso, pequeño pero sustancial, por el carácter reproductivo del sistema educativo, para la creación de una cultura petrolera en un país cuyo modo central de producción y vida es el petróleo.

Desarrollar una cultura petrolera es consustancial con un desarrollo industrial sumamente diversificado, lo opuesto literal a la mono producción. Un listado, mínimo, a vuelo de pájaro, de los derivados del petróleo que se podría producir: gasolina, lubricantes, ceras para alimentos congelados, polietileno, disolventes, fertilizantes, insecticidas, poliéster, pvc flexibles, detergentes para lavar, anticongelantes, fibra de vidrios, lacas, etc.

Las teorías, las ideologías: su inutilidad religiosa y la necesidad de la creación

I

Quien piensa como neoliberal, no piensa. Quien piensa como liberal, no piensa. Quien piensa como marxista, no piensa. Quien piensa como socialista, no piensa. Quien piensa como positivista, no piensa. Quien piensa como derecha, no piensa. Quien piensa como izquierda, no piensa. Quien piensa como centro (a lo que le llame centro), no piensa. Quien piensa como hegeliano, no piensa. Quien piensa como nietzscheano, no piensa. Y la letanía puede seguir, con corrientes de pensamiento y con autores.

No piensa porque todos sus análisis y reflexiones han sido pensados por la tradición a la que pertenece. Porque es incapaz de hacerse preguntas que no pueda responder y que le obliguen a investigar. Se comporta como un religioso medieval porque toda pregunta la responde con su libro sagrado y su dios es el autor o los autores de su tradición. Se comporta como un religioso medieval porque considera a la tradición a la que pertenece como la poseedora de la única verdad revelada. Lo que suele hacer es defender a capa y espada el pensamiento de otros. Mira la realidad con los lentes de otros. Y su dogmatismo, habitualmente, es directamente proporcional a su esterilidad para crear.

Crear es pensar. Atreverse a pensar, conociendo el campo minado por las tradiciones y las ideologías, es un reto. No se trata de partir de cero, de inventar el cero, pero sí de conocer que las tradiciones codifican los campos de libertad y las posibilidades de hacernos nuevas preguntas y, en consecuencia, de construir nuevos horizontes de pensamiento.

II

La creación es un arte y como todo arte lo fundamental es la práctica. Los grandes artistas siempre han tenido maestros. No copian al maestro, no reproducen la obra del maestro, sino que aprenden su técnica, para desarrollar su propia obra que, con seguridad, tendrá influencias de la obra del maestro, pero será su obra y no la del maestro. Y se hacen grandes, se transforman en maestros, cuando se diferencian de la tradición en la que fueron formados e inauguran su propia obra que será seguida por otros.

Aprendamos de todos los grandes pensadores, no me refiero a lo que dijeron, a sus teorías, sino a cómo las fabricaron. Pensemos sus técnicas e imitemos la práctica para construir nuestras propias creaciones.

Quien revisa la obra de Maquiavelo, por ejemplo, quien inaugura lo que en la teoría política se llama el realismo político, ¿qué se encuentra? Que se dedicó al análisis de su Italia, de Roma, de cómo los emperadores, príncipes o papas tomaban las decisiones, que se dedicó a pensar por qué unos fueron exitosos y otros no.

Cuando Thomas Hobbes, uno de los padres del contractualismo, escribe el Leviatán, tiene como su asunto fundamental su Inglaterra; quien lo lee con cuidado encontrará que argumenta y justifica hasta la creación de la iglesia anglicana; Kant, Hegel y Marx, por ejemplo, tienen como terreno a pensar Alemania, Inglaterra y Francia.

Uno de los padres de la sociología, Max Weber, ¿qué hizo? En una de sus obras se dedicó a pensar cómo la religión protestante generó una manera de ser en Francia, Inglaterra y Alemania… ¿Cuál era el asunto del joven Augusto Comte? Cómo estabilizar a la sociedad, post revolución, sin volver al pasado francés.

Quien lea a Nietzsche, pausadamente, podrá percatarse de que un asunto fundamental para él es la educación alemana, tiene sendos fragmentos dedicados a las universidades y a los liceos de Alemania.

¿Qué hizo Foucault? Se dedicó a estudiar los casos clínicos de los hospitales franceses, cuando aborda la educación reconstruye cómo se configuró el sistema educativo francés, con sumo detalle… Una de las preguntas rectoras de la Escuela de Frankfurt fue por qué su país, el más racional, Alemania, produjo la irracionalidad del nazismo.

La novelística latinoamericana se hizo grande, mundialmente conocida, cuando empezó a escribir como hablaba su gente, narrando los cuentos del pueblo, utilizando una multiplicidad de técnicas y estilos de otros escritores, usando tradiciones literarias como pinceles, como herramientas, siendo el centro de reflexión sus países. Mientras más se vieron al espejo, más universal se hizo la escritura.

III

Venezuela es el territorio virgen a ser pensado. Venezuela como problema es el asunto a pensar, de múltiples formas, con distintos estilos y con todo el instrumental posible. Los libros, los autores, las tradiciones de pensamientos son herramientas que serán útiles dependiendo del problema que se interrogue… No seamos bobos, no descartemos ningún instrumento… recordemos a nuestros ancestros y abordemos los asuntos como recolectores nómadas, como eran nuestros indígenas, pero con la gran potencia que nos da la época.

No tengamos afán de crear la teoría por la teoría misma, eso es absurdo y sin sentido. Tengamos afán por interrogar, como si fuésemos unos ecólogos que se preguntan cómo viven las hormigas, por qué hacen tal cosa y no otra… no busquemos respuestas, hagámonos preguntas e investiguemos. Enseñemos en nuestras aulas a estudiar, a interpelar nuestra vida cotidiana, nuestra vida institucional… No juzguemos la historia, eso lo único que sirve es para llorar y lamentarse. Y para repetirla, una y otra vez. Aprendamos de ella; comprendámosla. ¡Fracturemos el eterno retorno de lo mismo! Estudiemos nuestras prácticas sociales y económicas, pasadas y presentes, con fuerza y energía, como repicando tambores en el día de San Juan.

La resurrección cultural, el renacimiento como el ave fénix, está en la posibilidad de crear, de pensarnos para llegar a ser lo que somos, como perspectiva generosa y deseada. Transformemos el campamento minero en un palacio de producción y saber, con el verdor del Amazona y el canto de la garza mora. Asumamos la consigna de ese gran maestro Simón Rodríguez, no para responderla como en el siglo XIX, ni para prenderle velas a ese santo… sino como lema cultural para los siglos futuros: O inventamos o erramos.


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