JEAN-MICHEL BASQUIAT Y ANDY WARHOL / MICHAEL-HALSBAND©

GRAZIANO GASPARINI 

I.

Las manifestaciones de la anticultura se están afirmando con más preocupante frecuencia, irreverencia y torpeza. Intervienen con afirmativo descaro en varias áreas de la cultura y, principalmente en las artes plásticas, la arquitectura y la música. Se trata, en fin de cuentas, del surgimiento de una nueva manera de ser, sentir, actuar y de expresar una modalidad comunicativa marcadamente enigmática y difícil de aceptar. Difícil porque no tiene bases convincentes, sinceras, claras y de entendimiento.

En arquitectura, el culto a la forma visible y a la competencia entre quienes logran la construcción más alta del mundo, va dejando a un lado lo que realmente es la arquitectura, para convertirse, con la ayuda de una adelantada tecnología, en construcciones complacientes de multimillonarios caprichosos e insensibles. Constructores de extravagantes edificios y rascacielos retorcidos, inclinados, en espiral y estrafalarios que llaman la atención por lo incoherente, absurdo, híbrido e irracional, que no se puede comparar con el Seagram de Mies Van der Rohe. Para comprobar lo dicho basta con ver la competición entre los países árabes empeñados en demostrar quien llegará a tener el rascacielos más alto del mundo. El primero ha sido el Burj Khalifa, de 828 metros, levantado en Dubai. Un diseño del arquitecto norteamericano Adrian Smith. Otra obra, la denominada The Tower −propuesta del enigmático Santiago Calatrava−, debe ser «un poco» más alto que el de Smith llamado «el arquitecto que desavía los cielos». Arabia Saudita, económicamente la más poderosa, no podía quedar indiferente y encargó, otra vez al mismo Smith, la Kingdom Tower, que tendrá un kilometro de alto. Es decir 1.000 metros. Actualmente está en construcción.

Tanto el Burf Khalifa de Dubai, con sus 828 metros de altura, luce como una aguja exagerada e inexplicablemente fuera de escala y de la lógica, puesto que no es arquitectura sino una estúpida pugna entre quienes tienen más dólares. Lo mismo vale para The Tower de Calatrava y el Kingdom Tower. En varias publicaciones se ha dicho que Dubai es la ciudad del futuro. Es posible, aunque es una aseveración discutible. Personalmente veo a Dubai como la ciudad con el récord de extravagancia y un fallido delirio arquitectónico.

Lamentablemente, esas incongruencias formales de alta tecnología y baja calidad de diseño, no son únicamente prerrogativa de los países árabes. Desde China hasta Canadá y desde Estados Unidos hasta Europa, sobran ejemplos de construcciones que, si no compiten en altura, no renuncian a la extravagancia. Hay un punto más: al observar la exagerada altura de estos rascacielos, se concluye que las exigencias de alta tecnología para garantizar seguridad, firmeza, resistencia y durabilidad le quitan al arquitecto su libertad creativa. En otras palabras, el aspecto del rascacielos en el ambiente luce como un resultado tecnológico que disminuye notablemente el aporte arquitectónico.

II.

Al comienzo del presente artículo, señalé el cambio de actitudes, manifestaciones, producciones y expresiones en el campo de la cultura. Puse como ejemplo el arraigado culto a la forma y a la constante presencia tecnológica que ya compite con el quehacer arquitectónico. Los cambios no se advierten solo con los ojos, sino también con los oídos. No me meto con la música porque no es mi campo. La aprecio y lamento que il bel canto vaya cambiando por gritos desgargantados y ruidos molestos en varias funciones musicales.

Después de la historia de la arquitectura, lo que más ha ocupado mi interés es el área de las artes plásticas y, en particular, de la pintura, tanto de los periodos pasados como de los movimientos modernos, hasta el «todo vale». Ese «todo vale» comenzó, en 1917, cuando Marcel Duchamp sacudió al mundo del arte al proclamar que un urinario también puede ser una obra de arte si así lo decide el artista. Es decir, que cualquier objeto sacado de su contexto originario puede ser arte.

Después de la temeraria hazaña de Duchamp, que el MoMA ha considerado la obra de arte más determinante del siglo XX, ha pasado un siglo lleno de varios movimientos, de varios «ismos» y alternas posiciones. En la contemporaneidad proliferaron actos de arte conceptual tan polemizados que llegaron hasta el «todo vale».

Solo quiero ocuparme de un caso reciente lleno de inexplicables ascensos y promociones en el problemático mercado del arte. Me refiero a un caso de mundial altisonancia y exagerado cartel. El caso de Jean-Michel Basquiat.

III.

Jean-Michel Basquiat (1960-1988) fue un pintor de sangre caribeña, de padre haitiano y madre puertorriqueña. Nació en Brooklyn y era de nacionalidad estadounidense. Murió a la corta edad de veintisiete años por una sobredosis de heroína. Una vida breve, muy productiva y llena de acontecimientos y de desordenado comportamiento. Fue muy activo en la pintura desde 1980 hasta su muerte y sus primeras obras fueron catalogadas de «creativamente descalificadas y vulgares». Sin embargo, poco después fue considerado «el talento perdido que ilumina el siglo XX». Los precios brincaron y en 1985 vendió un cuadro por 25.000 euros. El periódico español El País tituló la noticia el 3/9/1985, con esta frase: «La mierda de siempre, pero exquisita». El ABC de España se preguntó: «¿Tiene vigencia Basquiat?». Unas preguntas que sugieren dudas meditadas aún sin encontrar una respuesta satisfactoria. Pero cuando, en la subasta de Sotheby’s NY del 18/05/2017, el coleccionista japonés Yusaku Maezawa −un excéntrico y joven empresario japonés -que, adicionalmente, anunció que pagó por el boleto para ser el primer pasajero que viajará a la luna−, paga la suma de 110,5 millones de dólares por una pieza, Basquiat se transformó en el «Gold Child», «The radiant child», «El negro que vende a precios de blancos» y pare usted de contar la cantidad de glorificaciones. La maquinación del mercado funcionó perfectamente. El mercado del arte es una feria poco transparente, en el cual se entrelazan muchas transacciones al margen del mismo. Cuando uno invierte en arte sumas considerables no tiene retorno garantizado. Por eso adquiere vigencia la pregunta del diario ABC: ¿Tendrá vigencia Basquiat?. La permanencia del valor del mercado del arte ha demostrado una gran inestabilidad porque uno de los puntos a considerar es el cambio del gusto en el tiempo. Hoy está de moda pero mañana nadie sabe lo que va a pasar. Recuerdo que en 1956, cuando me encontraba en Venecia para representar, como comisario, a Venezuela en la Bienal, coincidí en el mismo hotel donde también se encontraba la representación de Francia. Para ese momento el pintor estrella de Francia era Bernard Buffet, cuyas obras tenían un precio muy elevado. Hoy, el nombre de ese artista no aparece en las subastas, en las galerías y en el mercado. Hubo un cambio de gusto y quien fue una destacada figura vino a ser una estrella fugaz.

Basquiat fue un joven ansioso de la celebridad y el dinero, y desde los 21 años buscaba colarse entre gente famosa. Quiso ser diferente y para confirmar que lo logró basta ver su estrafalario peinado. En 1982, se «empató», por corto tiempo, con una muchacha italiana, Louise Ciccone, que luego triunfó y sigue triunfando como artista con el apodo de Madonna. Ella misma declaró que «nunca dejaba de usar heroína». Sin embargo, el gran amigo y «padrino» fue Andy Warhol, el famoso pintor del peluquín rubio y que compartía los gustos sexuales de Basquiat. Pintaron cuadros a cuatro manos sin destacar cuál era el aporte de cada cual. Sin duda, Warhol estaba enamorado de su amigo, pero nunca fue correspondido. La muerte repentina de Warhol, en 1987, fue un duro golpe para Basquiat y el motivo para aumentar el consumo de la droga y con ello acelerar su muerte un año después.

Y así comenzó la leyenda del Van Gogh estadounidense y del «Gold child» del mercado del arte. Dejando a un lado su vida, exposiciones, relaciones y ganancias millonarias, me pregunto: ¿es realmente tan grande su aporte artístico?.¿Es razonable justipreciar los 110,5 millones de dólares para una de sus obras? Personalmente tengo mis dudas.  En sus primeras exposiciones fue duramente criticado por su creatividad descalificada y vulgar, pero después de la venta de Sotheby’s surgió una avalancha de críticas condescendientes. Las comparaciones con de Kooning, Jean Dubuffet, Van Gogh y otros consagrados no se hicieron esperar. Raro que ningún crítico haya nombrado a Karel Appel (1921-2006), a quien considero muy relacionado con Basquiat. Fue clasificado de expresionista abstracto, de neo expresionista, de arcaísmo pictórico con raíces afro caribeñas, de fuerza arrolladora cargada de potente expresividad e ingenio, de radicalidad visual basada en la fuerza plástica de sus propuestas, de hábil sinérgico y otras tantas apologías que en el fondo no dicen nada.

Hay otro punto que debe ser considerado. No es ningún secreto que Basquiat era un constante y empedernido adicto a las drogas que, entre los daños que engendra, esta la inestable psicosis crónica y la consecuente desorganización y ánimo depresivo. La actitud del paranoico es la sobrestimación del yo, del orgullo y del éxito. La manera de ser es impulsiva y eso se advierte en las obras de Basquiat. Sus pinturas, más que creativas, expresan un desahogo. Son impulsivas y desordenadas. En una hora pintó un cuadro que le regaló a Warhol. La cantidad de obras hechas entre el 80 y el 87, acusa un ímpetu productivo descomunal. Y descomunal es también el valor de sus obras, con precios que no se corresponden a las mismas. Si el empresario punk Maezawa gastó 110,5 millones de dólares por una de ellas, no quiere decir que se compró una obra de arte. Por la misma suma, e incluso por menos, se pueden adquirir pinturas de la talla de Picasso, Rubens, Modigliani u otros. Cuando analizo una obra de Basquiat, la mirada me sugiere que tengo al frente algo de infantilismo. Es propio del paranoico drogado la permanencia, en su subconsciente, de la niñez como factor influyente en su comportamiento y lo que pinta. Basta con mirar el hombre con una vaca para confirmar la nunca olvidada niñez y, de paso, quedar atónito al saber que fue vendida por 37,5 millones de dólares. En el caso de Basquiat el cerebro de un drogadicto funciona de una manera que no es la normal y su producción artística así lo revela.

¿Cuánto hay de mercado y cuánto de arte? No quiero ser un profeta negativo, sin embargo, estoy seguro de que dentro de cuarenta o cincuenta años los precios no serán los mismos. Repito la frase de Manuel Vicent en El País: «La misma mierda de siempre, pero exquisita». Propongo cambiarla por: «La misma mierda de siempre, pero narcotizada»

Octubre 2019.


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