Lilian Boscán de Lombardi | La Verdad

Por LEÓN SARCOS

                                           A mis padres, Manuel y Aura, y a Hilda Paz de Álvarez, que nos observan desde el otro lado

El tiempo nos devora a su antojo y la muerte no pausa sus malos modales. Cada cultura la procesa según sus creencias y en el caso de la nuestra, no es un tema que fluya para ayudar a digerirlo como un prestigioso médico francés que dijo cuándo la sintió cerca y ella hizo de dama educada: He vivido una vida feliz. Ahora deseo marcharme silenciosamente y sin dolor. Más aun, como refiere Marcel Proust: Hablamos de la muerte en singular, pero hay tantas muertes como personas existimos.

Heródoto, cuenta, sobre la paradójica creencia de los Tracios, pueblo de origen indoeuropeo que saludaba con gemidos al recién nacido y celebraba con regocijo cada muerte. Sus miembros en su cultura oral, al igual que la de nuestra raza wayuu, hecha de mitos y leyendas se diferencian de otros pueblos por su creencia en la inmortalidad.

Lo más sagrado para nosotros son los difuntos, por eso no se marchan, siempre siguen ahí, entre nosotros, los evocamos a menudo, conversamos con ellos, festejamos sus ideas, sus anécdotas, sus alegrías y sus recuerdos. Es mucho más celebrada la muerte que el nacimiento, por eso practicamos el ritual del velorio dos veces como si fuera un ágape.

El primero, cuando se produce la muerte física y el cuerpo abandona el alma, para viajar por el camino de los indios muertos, a la eternidad, jepira donde moran las almas de los difuntos. Este primer cementerio es llamado de paso. El segundo, 10 años después aproximadamente, cuando se produce la exhumación de los restos y se trasladan a un osario en el mismo cementerio o en otro donde descansan las cenizas de la familia de la casta a la que pertenece.

Al final, en todas las culturas, entiéndase como un adiós para siempre, o un adiós temporal, la muerte, lo haga con modo y benevolencia o lo haga intempestivamente y de forma brutal, en el caso de una enfermedad maligna repentina, una catástrofe natural, un accidente o una pandemia, la conmoción, el dolor y la tribulación, sacuden y estremecen con creces la fe en las creencias, los estados apacibles del alma y la paz del espíritu.

Los años veinte del siglo XXI darán inicio a un periodo trágico en la vida venezolana, con la aparición de una pandemia que pondrá en vilo al mundo entero y vendrá a complementar desgraciadamente la coyuntura económica, política y social, más desgarradora y cruel después de la guerra de independencia.

Muerte en cadena

Todo como el efecto dominó comenzaría, a finales del 2019, con la enfermedad y fallecimiento de la profesora Lilia Boscan de Lombardi, excelente poetiza, amiga y esposa de uno de mis mejores amigos, de quien en un pequeño ensayo titulado La dama de la ternura, escribí: La ternura es la pasión de los inocentes, me dije, impregnado de la exquisita fragancia de sus visiones y sentires, en la penumbra de la paloma, como llaman los hebreos a la iniciación del atardecer, un día encantado en que el olor a lluvia me hacía evocar, disfrutando su poesía, la figura sagrada de mi madre.

Vendría en marzo del 2020 la partida de mi querido profesor y buen amigo Jorge Sánchez Melean, de quien el historiador Ángel Lombardi dirá: Formo parte de una generación de venezolanos que como estudiantes universitarios asumieron la vocación por el estudio y la política como algo natural y complementario. Fue un lúcido y crítico sistemático del centralismo del Estado venezolano; desde la provincia, en ese caso desde su zulianidad raigal, Jorge Sánchez Melean sabía que Venezuela tiene futuro solo si se asume desde el Municipio y las regiones, como lo declaran la mayoría de los estudiosos y lo asume la Constitución de 1999.

A esta sucedería en abril la de Emeterio Gómez, economista, filósofo, profesor y autor de más de 40 títulos. Íntegro, sabía de la amistad como uno de los tesoros más preciados de la condición humana. Siempre trabajo para un millón de amigos. Con su pensamiento reafirmo que no hay nada más importante que la libertad. De todos sus trabajos me quedo con el ensayo titulado Capitalismo solidario. De su búsqueda en la filosofía y la ética asumo: La bondad de Platón, el amor al prójimo del cristianismo y la responsabilidad individual de la modernidad, pueden perfecta y conjuntamente ser reivindicados dentro de un relanzamiento global de la religiosidad y la noción de Dios.

Llegaría junio, con malas nuevas, la vida en Barranquilla daba de baja a un buen amigo, Asdrúbal Baptista, autor de dos de las obras más importantes de la ciencia económica venezolana: Bases cuantitativas de la economía venezolana y Teoría económica del capitalismo rentístico. De su vida y su obra, nos dirá el Dr. Alejandro Gutiérrez: Asdrúbal Baptista Troconiz fue un economista excepcional, un gran economista, pero distinto. Distinto porque es difícil recordar o encontrar un economista venezolano que, además de habernos dejado una obra de tanta trascendencia para entender la economía y la sociedad venezolana, la realizara a partir de la teoría económica clásica. Fue distinto por su amplia cultura, por su vocación permanente por el estudio de la filosofía, el arte, la literatura, la historia económica y universal, lo que lo convierte en un erudito.

El tiempo y la muerte no dan respiro y a mediados de julio fallece el ilustre médico y político zuliano José Trinidad Martínez, de quien escribí al culminar el relato de su vida y hacer algunas observaciones: Medico insigne, y maestro de maestros en la ciencia que fundara Hipócrates, sigue siendo un ciudadano activo en el invierno de su vida, en la defensa de la libertad y la democracia. J.T como cariñosamente le dicen algunos amigos, se ha convertido, fruto de una existencia inagotable de servicio desinteresado al prójimo y a su sociedad, en uno de los símbolos de humana excelencia. A él deben miles de mujeres la primera sonrisa después del alumbramiento, y sus compañeros de vida agradecimiento eterno. El Negro Martínez es para mí una referencia especial como ser humano, y un sereno partero de ilusiones y de sueños.

Septiembre sería de luto para el arte. Se nos fue Nedo Vojkic, un alma eslava excepcional, símbolo de pasión y pedagogía vital para enseñar el ballet clásico, innovar en la coreografía y dirigir con maestría: la Compañía Ballet de Maracaibo y la Escuela de Ballet Classique.  Nedo de origen yugoeslavo y su esposa Sasha de Vojkic fueron pioneros del ballet clásico en Venezuela, él venía de ser primer bailarín de la Ópera de Belgrado. Juntos, él como director artístico, ella como primera bailarina, y Dusan Gibon, padre de Sasha, por más de 40 años llegaron a montar y presentar cuatro de las obras de ballet clásico más reconocidas mundialmente: Gissele, Cascanueces, Carmen y El Lago de los Cisnes.

Muerte fraterna

La muerte no discrimina, entre personajes públicos, amigos y miembros consanguíneos, los meses finales del año no transcurrirían sin dejar su huella, en República Dominicana, en septiembre también, fallecía el mayor de mis hermanos: Daniel Enrique Sarcos Iguarán. Al mes siguiente, en octubre, a los 52 años, la pandemia se llevaría a mi sobrino más amado, con cuya familia conviví muchos años: Pedro Miguel Eurresta Sarcos, y en noviembre partiría mi hermana mayor: Benilda Josefina Sarcos Iguarán, mi segunda madre. De alma noble y elegancia moral desde que iba al colegio. Hubiese sido una digna madre superiora.

El año nuevo del 2021 traería malas nuevas, el fallecimiento como resultado de la pandemia de uno de los mejores pediatras que ha dado nuestro país, el Dr. Eddy Ramírez López, más que un gran amigo de toda la vida desde que juntos comenzamos el bachillerato, un hermano de color al que siempre amé como si fuera un gemelo. Tenía Eddy, en primer lugar, una dificultad muy grande para exaltar su ego y a su vez una gran capacidad para comentar y honrar las virtudes familiares. En segundo lugar, una humildad y una vocación de servicio que lo distinguió como un excelente servidor público y un ciudadano de conducta intachable; y, en tercer lugar, un amor al prójimo y una generosidad a toda prueba que lo hicieron un hijo, un esposo, un padre y un amigo merecedor de los más grandes elogios.

Implacable y mal educada en enero despediríamos con una diferencia de días al Dr. Julio Portillo, político, diplomático, ensayista y promotor cultural, gran cultor del gentilicio zuliano, de quien la Lic. Marlene Nava Oquendo escribirá en una crónica para Papel Literario: Maracaibo tuvo un tribuno. Y, al igual que los oradores del imperio romano, movían las audiencias con su elocuencia fogosa y apasionada. Y puesto que aquellos tenían las facultades de promover plebiscitos y mandatos, su verbo siempre estuvo dispuesto a levantar estandartes frente al centralismo. En Venezuela se llamaba Julio Portillo y su voz encontró en este credo aliento para sus luchas.

En abril, la muerte sorprenderá a nuestro querido deudo, Nemesio Montiel Fernández, por ascendencia materna del clan, Ja´yaliyuu, descendiente del Torito Fernández. Fue el primer antropólogo venezolano de origen indígena, diputado al Congreso (1989-1994), secretario de Cultura del estado y una figura emblemática en defensa de los pueblos indígenas. Con Nemesio queda en deuda el Zulia por la vocación de servicio que demostró en la defensa del pueblo Wayuu.

En septiembre de este año también partiría el amigo, compañero y aguantador de emociones, en el sentido más prístino del término, Francisco Paco Perea, quien por más de 50 años será el anfitrión de noches iluminadas de alegría, romances y despechos de la gran familia zuliana. Paco fue un hombre especial, nunca perdió su acento y sus modales de su país originario, pero sería totalmente asimilado por el gentilicio maracaibero. Con él se nos fueron noches memorables de encuentros para tertulias interminables, bailes y romances hasta el amanecer, y solitarios despechos e infortunio en los negocios, que siempre tenían en él, la palmada amiga y el consuelo para empezar de nuevo. Quien quería estar informado en Maracaibo estaba obligado a realizar un toque técnico en La Casa Paco… y si lo dice Paco…

Muerte esperanza

Fui buen amigo de todos, en unos casos intimé más con unos que con otros. A todos los llevo en mi alma como si fueran hijos de mi casta primera. Nada tan terrible ha pasado en mis creencias ancestrales que me diga o insinué que ellos no siguen ahí donde los descubrí: Lilia, la Dama de la Ternura, con su sonrisa de mamá encantada. Jorge con su adustez, embelesado viendo caer la Lluvia, que compuso su padre, interpretada por Deyanira Emmanuel, acompañada por la Sinfónica de Maracaibo. Emeterio, con sus largas y agradables polémicas que prolongaba con su gran amor Fanny Lugo, y su hijo y tocayo, a quien enseñaba a montar bicicleta mientras le explicaba la paradoja de Zenón. Asdrúbal, con su fina y altiva inteligencia y su desafiante solemnidad oratoria. El negro Martínez, con su seguridad de viejo sabio y la confianza tranquilizante de sus diagnósticos, su espíritu superior y su aliento guerrero. Nedo bailando Zorba el griego hasta agotarse, fumando como un obseso, con sus suaves carcajadas a intervalos jaja – jaja, tomando vodka polaco y comiendo lechón. Eddy, de niño en Boburés y después en Santa Lucía enamorado de la canción “Respeto”, de Aretha Franklin, la que recordaba con más nostalgia infantil, en una casa sin ventanas en su pueblo natal. Julio con su infatigable aliento convocante de causas nobles y siempre sonrientes como una flecha de Cupido que todo enamora. Nemesio vivirá por siempre en Alitasia —donde Gallegos se inspiró para escribir Sobre la misma tierra—, y en La Laguna del Pájaro, su sombra caminará con sus hermanos de raza por el camino de los indios muertos. Paquito con su Cante Hondo, interpretado a delirio, capaz de remover lo mejor del sentimiento marabino y el alma española.

Nada ha pasado que asfixie nuestra alma, nada que nos desvanezca el espíritu y disminuya nuestra fe. Siento y vivo a la muerte como el amor de una mujer que nos hace sufrir, pero que puede, a su vez, sacar de nosotros sentimientos más profundos, vitales y bellos, que, escondidos, emergen de la oscuridad, se potencian, nos defienden de ella y la espantan, porque la muerte tiene también, aunque parezca invencible, sus antídotos, su moral y su estética.


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