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Foto: Rudy and Peter Skitterians en Pixabay

Por LUCY FARIÑA

Lejos de condenar al capitalismo por una producción deliberada e irresponsable de tecnologías que nos consumen, y aún más lejos de asumir que este problema es un fin intrínseco de él, hay que plantearnos: ¿cómo tener una sociedad avanzada siendo verdaderamente libres?

Actualmente, puede presumirse que aquellos que fabrican estos “atajos”, como diría Eduardo Segura al referirse a las tecnologías y al inmediatismo que nos ofrecen, tienen poca ética y muchas ganas de producir. Lo último no es malo per se, pero llega a serlo cuando no hay reparo en el impacto que tendrá el producto en la sociedad. No solo si es realmente útil, porque puede serlo, sino también si es sano para quienes lo consumirán y para el tipo de sociedad en que se quiere vivir.

Un ejemplo de un futuro posible se refleja muy bien en el videojuego Cyberpunk 2077. Desarrollado en Night City, donde el “colonialismo corporativo” se ha apoderado de la sociedad, con grandes empresas extranjeras reinando en la metrópoli, generando cierto anarquismo entre los ciudadanos y un consumismo descontrolado, sin consecuencias.

En el videojuego, los individuos embelesados totalmente por la inmediatez del placer que obtienen de los dispositivos carecen de identidad y realidad propia, entregados enteramente a lo que les ofrecen. Desinhibición y promoción en cuanto a temas violentos y pornográficos. Artefactos sin ninguna regulación que permiten experimentar en primera persona dichos contenidos.

También las personas pueden realizarse modificaciones corporales, chips, implantes de cromo, que permiten hacer más fácil las tareas cotidianas y algunas otras acciones no tan legales. Con esto, hay riesgo de hackeos mentales y fisiológicos. Recuerda un poco al Neuralink de Elon Musk, ambicioso proyecto que promete conectar los cerebros a las computadoras, además de curar graves enfermedades. El futuro nos pisa los talones.

A propósito de los implantes, la serie recién estrenada, basada en el videojuego Cyberpunk Edgerunners, plantea que, mientras más modificaciones físicas te hagas, más riesgo corres de perder tu humanidad frente a la tecnología y convertirte en lo que se considera un “cyberpsicópata”. Una persona totalmente desenfrenada capaz de asesinar. Esto último permite preguntarnos: ¿a medida en que nos entregamos ciegamente ante el poder de la tecnología, vamos perdiendo nuestra humanidad?

Además: ¿qué tan lejos estamos de estos desenlaces? Pareciera que muchas tecnologías invitan a ceder nuestra mente, espíritu y libertad ante las facilidades de los atajos, perdiendo autonomía y el poder de imaginar, alejándonos de nuestra realidad para sumirnos en otra; dejándola en manos de otros que, en algunos casos, poco se preocupan del resultado de sus creaciones.

¿Cómo lo evitamos?

La respuesta recae en la responsabilidad. De ambas partes. Tanto de quienes producen como de quienes consumen. Como usuarios, tenemos el deber de decidir sabiamente qué productos usaremos para hacer saber a los productores cuáles son nuestras necesidades y gustos. También para hacerles saber dónde está la línea que no deberían cruzar en cuanto a efectos perjudiciales se refiere. Y, respecto de nosotros mismos, tenemos el deber de saber y aplicar lo que es más sano para nosotros. Sano en el sentido de que no nos quite nuestra autonomía, por ejemplo, que no nos haga dependientes ni más ignorantes de la propia realidad.

La tecnología no debería ser esclavizante. Deberían procurarse herramientas útiles sin cruzar el margen de la inutilización del ser humano. ¿Por qué? Porque poco a poco estaremos dejando de producir, de ser útiles como sociedad, y, como daño colateral, muy probablemente esta falta de participación y trabajo desemboque en un monopolio de corporaciones que tendrán la capacidad de controlar nuestras vidas, como pasa en Cyberpunk 2077.

¿Cuál sería una buena solución ante este problema que parece constituirse cada vez más como un problema de salud pública? Primero, la educación (dentro y fuera de casa) es un punto clave en este caso; desde ella hay que fomentar el uso de nuestras cualidades para no perder nuestra independencia. Algo tan simple como fomentar adecuadamente la lectura para no perder nuestra imaginación y más bien ampliarla y/o alentar las actividades fuera de una pantalla, serían un gran paso ante esta problemática. Actualmente muchos padres y escuelas están entregados a la tecnología como panacea para los niños, enfrentándolos todo el día a una pantalla en el colegio para enseñarles y a otra en casa para distraerlos, cuando se debería animar a desarrollar el arte de la escritura, la lectura, las actividades físicas y la imaginación.

Como sociedad, entender que no siempre el cambio es lo mejor, aunque sea lo más fácil. Hay que tener criterio sobre los “avances”, porque podrían suponer un retroceso. Problematizar, en síntesis, el dogma del progreso.

Finalmente, desde el rol del Estado habría que implementar ciertas regulaciones, como lo han planteado Sundar Pichai, CEO de Google, y Elon Musk, con el cuidado de que no limiten el crecimiento y desarrollo de las empresas, que se centren meramente en la ética del producto.

En la Unión Europea, por ejemplo, han avanzado con las regulaciones en torno a la inteligencia artificial. Disposiciones como prohibiciones en cuanto a las IAs que puedan identificar vulnerabilidades humanas o manipular el comportamiento humano, es decir, todas aquellas que puedan suponer un riesgo para la libertad, seguridad, vida y demás derechos fundamentales; o que las IAs de alto riesgo siempre estén supervisadas por un individuo.

Esto debería implementarse al resto de tecnologías, por ejemplo, a las de entretenimiento. Regulaciones que dispongan un límite a la sustitución humana por artefactos, por ejemplo, también en cuanto a la realidad virtual y su contenido, además del impacto en la salud de quienes lo consuman, y, como bien dice uno de los preceptos sobre la regulación de las IAs de la Unión Europea, cualquier contenido o artefacto que pueda manipular el comportamiento humano. Todo desde un punto de vista ético y no totalitario, desde la responsabilidad de producción y también de consumo.

Nada de esto es un ataque contra el avance o la tecnología en sí. Esto es una visión reflexiva, crítica, a la manera en que la implementamos y en que se distribuye la innovación tecnológica; un cuestionamiento sobre si vamos en la dirección correcta hacia un buen futuro, y si estamos siendo verdaderamente libres y responsables con nuestra propia existencia.


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