Armando Cabrera, Héctor Manrique y Basilio Álvarez en el montaje original de la pieza, en el año 2004 | Cortesía Grupo Actoral 80

Por CATHERINE MEDINA MARYS

¿Qué significa ser un idiota? ¿Se nace siendo un idiota, como si se tratase de una condición médica? ¿O uno se vuelve idiota a medida que transcurren los años? Más preocupante aún es la siguiente cuestión: ¿es la idiotez algo que se puede evitar de alguna manera?

Es posible que estas hayan sido las preguntas que Francis Veber, dramaturgo francés, se hacía mientras escribía Le dîner de cons, quizás su obra más conocida, ya que desde su estreno en 1993 ha sido representada en los escenarios más importantes del mundo y llevada al cine en dos oportunidades. En España y Latinoamérica fue traducida como La cena de los idiotas, y es ahora la nueva propuesta del Grupo Actoral 80 para amenizar la programación teatral de Trasnocho Cultural.

En La cena de los idiotas, que se ha presentado con éxito en Caracas desde 2004 y más recientemente en 2015, hay un homenaje a Pedro León Zapata, que cedió varios de sus cuadros al Grupo Actoral 80 en el estreno de la producción, y que el público podrá ver en esta oportunidad como un elemento de la escenografía. “Los idiotas me caen muy bien, así como los humoristas. Creo que el humorista y el idiota se identifican porque son los únicos que dicen lo más inconveniente en el momento menos oportuno”, expresó el humorista y caricaturista en aquella oportunidad.

Una vez más, Héctor Manrique dirige y protagoniza las piezas de la compañía teatral que lidera, y esta vez interpreta a Pedro, un pedante editor caraqueño que tiene la costumbre de reunirse cada miércoles a cenar con sus amigos (todos ellos hombres exitosos de negocios de la capital) e implementar una dinámica bastante particular, ya que cada uno de ellos debe llevar un invitado que, a su juicio, rete y desafíe lo que la sociedad entiende como “idiota” para burlarse de ellos durante toda la velada. En esta cruel competencia, quien lleve al invitado más idiota de la velada recibe el reconocimiento y los elogios de sus compañeros.

En esta oportunidad la víctima es Benito Pinto (Basilio Álvarez), un trabajador del Seniat que tiene como pasatiempo reproducir, con palillos, monumentos y edificios icónicos de Caracas. Pero justo antes de la cena, Pedro sufre un ataque de lumbalgia y su esposa lo deja antes de que Pinto llegue, obligándolo a permanecer solo e incapacitado.

Como su condición le impide asistir a la cena, Pedro decide posponer su participación en la cena para la semana que viene y despachar a Benito, cuando recibe una llamada de su esposa diciéndole que lo abandona para siempre. Entonces Pedro decide, contra su propio prejuicio, pedir la ayuda de Benito…y someterse a una serie de situaciones y enredos descabellados, que desafían el concepto universal de lo que significa ser un “idiota”.

La cena de los idiotas es una obra que invita al encuentro. Lo dice el mismo Manrique, cuando explica que esta pieza “solo existe porque Basilio Álvarez regresó”, refiriéndose a este primer actor venezolano y miembro fundador del Grupo Teatral Skena, que volvió al país después de una temporada viviendo en España.

Completan el elenco Patty Oliveros, Armando Cabrera, Wilfredo Cisneros y Carlos Arteaga, con intervenciones actorales a tono con el argumento de la pieza. En el género de la comedia, específicamente en la comedia de situaciones, es de suma importancia que el actor tome con suma seriedad las situaciones que ocurren, por más absurdas que sean. En ese sentido, el elenco de La cena de los idiotas está comprometido e inmerso en la seriedad de la idiotez que plantea Veber en su obra.

Pero La cena de los idiotas es además una carta de amor a la tolerancia, aunque no lo parezca. Para ello, el dramaturgo coloca un protagonista pérfido y despiadado, que tilda de “idiota” a un hombre que, si bien no podría ser considerado como una lumbrera, es noble y de buen corazón. Queda demostrado, entonces, que el verdadero idiota no es aquel que tenga un alto coeficiente intelectual, sino el que subestima por completo los gustos, personalidad y habilidades de su interlocutor.

Dicen que Venezuela se arregló, aunque hay casas donde no se cocina con electricidad sino con peligrosas bombonas de gas, y comunidades que han tenido que excavar sus propios pozos de agua. Donde el constante agobio político, social y económico sigue siendo el principal polarizador. En ese sentido, La cena de los idiotas invita a reír, pero también a respetar. A recordar que no es “idiota” el que nos adversa, sino el que se niega a escuchar una razón distinta a la propia.


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