Por ADA IGLESIAS MARQUINA

Le pregunté a Max Römer cómo podríamos denominar los relatos hilvanados de A mares, que también puede describirse como una novela de personajes. Su respuesta, espontánea, me pareció perfecta: «Novelatos». Vamos a decir que son unos novelatos, y ya no entrecomillo la palabra, porque puede definir muy bien este género que el autor nos presenta. Ni vamos a entrar en aquellas disquisiciones de Benedetti, Piglia, Cortázar, por centrarnos en los latinoamericanos, sobre los límites del cuento y de la novela. Nunca ha habido una teoría satisfactoria ni permanente, porque, de hecho, la literatura no es ciencia exacta: ¡que los duendes de las letras nos libren de semejante tasación!

Los novelatos reunidos en A mares son ventanas muy abiertas a la vida de los que están en ese tiempo y espacio y que se han visto, saludado, se han tratado y preguntan los unos por los otros. El Francés y Fidelina, sus niños; La Garza y Alberto; Antonio y Teresa, parejas o grupos que pernoctan, pasean y tienen unas vidas disímiles, tanto, que en algunas es posible predecir cómo continuarán, y, en otras, es la incertidumbre la que marca su devenir.

Estos personajes, protagonistas desde sus reflexiones, incluso, desde la artillería de esos pensamientos recurrentes que delimitan sus decisiones, se encuentran en una playa, en una de esas urbanizaciones costeras caribeñas que concentran grupos sociales diversos. Unos están o han estado «desde siempre» y otros van y vienen. Hay un enfoque sobre ellos y la visión del lente los aproxima, individualiza, reúne a ratos, testigo de lo que cuentan, y más, de lo que les preocupa. Se trata de un zoom que después cambia a teleobjetivo y nos muestra las casas, las embarcaciones, los adentros de algún hogar para posarse de nuevo en el discurso interno, en el motor siempre encendido que mueve al humano.

Fidelina es la tierra y el agua, el sustento diario protector que no se detiene en su rutina de dar, aceptar, seguir; su pareja es el extranjero que, como tantos, llegó sin plan y en algún momento se mira y no encuentra un pasado útil que le sirva de memoria y raigambre, menos aún, cualquier futuro que pueda resguardar. Los adolescentes: Teresa, la frugalidad e inconstancia; Antonio, ¿alter ego juvenil del autor?, responsable y sensible; Verónica, quien empieza a pensar demasiado, y que en la encrucijada halla por fin respuesta. Y el más joven, Fidelio, preguntándose qué proyecto tendrán los mayores para su vida.

Padres, hijos, parejas, amores, cuerpos hallándose y perdiéndose, construyen A mares, esa historia de unos cuantos que el autor rescata de sus vidas privadas para recordarlas, advertirles, para que los lectores nos interesemos por ellos. Y ahí se nos quedan, devolviéndonos a nosotros mismos y decirnos, «mírate tú, no vaya a ser que estés en las lindes de esas vidas y no te hayas dado cuenta».

El estilo de Max Römer es directo, acompasado y sensible. Nos quiere mostrar, no colegir, conjeturar ni juzgar, y cada cual habrá de entenderse con lo que recibe de ese muestrario, de esas vistas de cámara salpicadas de incertidumbre y expectativas en ese particular momento de las vidas de estos seres-mares.

La vida es un álbum, y A mares es uno de ellos. Vamos a revisarlo, con sosiego, tal como está escrito. Luego, al cerrar sus páginas, dejaremos los devenires ajenos para continuar con los propios, como lectores identificados y muy vivos.


*A mares. Max Römer Pieretti. Prólogo: Ada Iglesias Marquina. Kálathos Ediciones. España, 2024.


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