JUAN FRANCISCO SANS, QUINTA EL CERRITO, CARACAS, ARCHIVO FAMILIAR

Por ELIZABETH GUERRERO

Cuando recuerdo a Juan Francisco Sans inmensas oleadas de cariño envuelven mi memoria y un sentimiento de pérdida importante, de ausencia irrevocable, me embarga.

Supe por primera vez de Juan Francisco (Pico para nosotros) y de su inseparable Mariantonia por nuestra querida profesora, la gran Gerty Haas, la Ingrid Bergman de la Escuela Juan Manuel Olivares (el parecido era notable).

Estaba yo por aquellos días estudiando en la Juilliard School of Music de Nueva York y venía a Caracas en las vacaciones de verano y, como siempre, iba a la hospitalaria casa de «la Profe» a saludarla y disfrutar de esa calidez que tanto echaba en falta en aquel duro campo de batalla, que no otra cosa era aquella escuela.

En esa visita ritual del año 1979, o quizás de 1980, ella mencionó entusiasmada a un par de alumnos nuevos, una parejita de extraordinario talento y que, aseguraba, harían un dúo perfecto de piano a cuatro manos. Y con una mirada muy pícara me soltó: «Y creo que harían un dúo de vida perfecto también». Suspiró y agregó:  «¡Es que yo soy muy romántica!».

Pues bien, la intuición de la Profe se cumplió de manera espléndida, y cuando regresé a Caracas una vez terminados mis estudios, los encontré felices, recién casaditos y embarcados juntos, ellos y yo, en varias aventuras laborales más bien ruinosas y que recordábamos después con grandes risas, como se recuerdan las experiencias tragicómicas una vez superadas, claro está.

A lo largo de la vida nos seguimos encontrando en concursos de piano, en los conciertos didácticos que ellos instituyeron en la Facultad de Humanidades, en festivales de música contemporánea, en los Domingos Alternativos de Petare, en la serie de Pro Música de Cámara, en los recitales de El Cerrito, y siempre con el cariño intacto, con alegría y mutuo respeto.

Todavía escucho las carcajadas que salpicaron nuestra última conversación telefónica, en la que Pico asomó la posibilidad de conseguirme una invitación como jurado de un concurso de piano en Medellín, donde se habían establecido y contaban con buenos colegas y el respaldo de la comunidad académica.

Querido Pico, no nos alcanzó la vida para cristalizar ese sueño, pero te aseguro que tienes un lugar elevadísimo en nuestra historia musical, por tus extensas investigaciones, tu labor pedagógica y como concertista, tu actividad académica en la UCV y en los Conservatorios, tus ediciones que han enriquecido  el repertorio pianístico venezolano, y siempre acompañado por tu «criollita principal», la querida y talentosa Mariantonia Palacios.

¡Adiós, Pico querido! Te recordaré con afecto entrañable y gratitud mientras viva y tenga memoria.


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