CUANDO SOBRAN LAS PALABRAS

Se me ha honrado y al mismo tiempo se me ha regalado una grata ocasión al invitárseme a escribir dos palabras para el pórtico de este libro espléndido en el que se recoge, como un homenaje, la trayectoria de un hombre singular y de un artista que nunca ha bajado la guardia en el mundo extraordinario de las tablas, proyecto que asumió la Fundación Cultural Chacao en coedición junto al Consejo Nacional de la Cultura, gestando ambas instituciones una nueva alianza editorial que busca registrar y documentar en el tiempo, el legado artístico de esos seres excepcionales en nuestra vida cultural. Estoy consciente de que a quienes les gusta inventariar el lenguaje, encontrarán que se me salen adjetivos a granel cuando pienso en Ugo Ulive. Es algo que acepto como inevitable en mí, como lo es también para los centenares de sus discípulos y admiradores que ven en él a un maestro en las artes escénicas y a un dramaturgo de altos quilates, a los que le sirve de base de sustentación una condición humana envidiable, una formación intelectual seria y una solidez ideológica admirable.

Así como en el camino de la vida uno va perdiendo afectos y se le van volviendo polvo de olvido la admiración y el respeto que alguna vez guardáramos por ciertas reputaciones, así también y por compensación uno va topando seres excepcionales que pasan a enriquecer el patrimonio de las escogidas personas, no muchas, que uno ha elegido como sus prójimos, como sus familiares espirituales. Ugo Ulive está entre quienes lo reconcilian a uno con la decencia, con la rectitud intelectual jamás sometida a subasta, con la espontaneidad en el trato de un hombre profundo y de un espíritu creador a quien no envanecen los oropeles del aplauso pasajero ni tientan los fantasmas del poder siempre transitorio. Y esto no quiere decir que como todo ser auténtico y sensitivo, sobre su espíritu no soplen los aires inevitables de las tormentas interiores.

Le debo a mi condición transitoria como Presidente del Consejo Nacional de la Cultura, el privilegio de haber podido conocer y tratar a Ugo Ulive, cuya amistad estoy seguro que conservaré más allá de lo circunstancial. Y esto ya es bastante para mi honra y mi satisfacción personal.

Óscar Sambrano Urdaneta

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UGO ULIVE. EPÍLOGO

1986. Caminaba yo por un pasillo de la Escuela de Artes, en realidad creo que tiene uno solo, cuando alguien que pasaba a gran velocidad se detuvo al verme y me preguntó si me presentaría en las audiciones para Ugo Ulive. Le contesté que nada sabía y una vez que ese alguien me aclaró el sitio y la hora, se marchó a la misma o mayor velocidad. A las dos de la tarde de ese mismo día la sala de ensayos de la Compañía Nacional de Teatro estaba llena. Era un pequeño y apretado teatro. Con el mismo murmullo potente que se puede escuchar a través del telón. Si hay buen público, aclaro. Una de las asistentes anunció: “Allí viene el Maestro Ulive”. Ella, veloz, bajó las escaleras, se sentó en su silla y todos, guardando absoluto silencio, esperamos la aparición del personaje. Se abre la puerta, tímidos miramos hacia arriba y apareció, severo e impenetrable. Vestido de guerrillero; es decir, a la usanza del Comandante Castro, su eterna barba, sus anteojos y esa expresión característica que ya dibujantes y caricaturistas han captado para siempre: la ceja izquierda muy levantada, el ceño fruncido, muy fruncido, la ceja derecha ligeramente levantada también, los labios unidos en un rictus de inspección y la cabeza ligeramente hacia abajo y los ojos, mirando al conjunto sorprendido que éramos, hacia arriba. Todos los que audicionamos ese día no pudimos llevarnos ni el más ligero asomo de aprobación o rechazo de aquel duro rostro que como uno de esos médicos de rancia estirpe a lo lejos sabe lo que tiene el paciente, pero jamás lo revela sino cuando llega el momento.

Esa imagen tan fuerte se ha hecho imborrable para muchos de los que formamos esa camada, ese Taller de Teatro de la Escuela de Artes. Pero no solo la vista quedó impresionada sino también el oído. Ese acento. El acento. No conozco a nadie que ame, que respete a Ugo Ulive y no imite con ese mismo amor, respeto y profundo cariño el acento del Profesor Ulive. Es una verdadera necesidad, surge espontánea. Hablar de él sin recordar su acento, que se hace doblemente fuerte por la ironía, es citarlo y recordarlo a medias.

El destino me atravesó, literalmente, en la vida artística de Ugo Ulive en el año de 1986. En aquella audición. Al año siguiente estrenamos un montaje en la Universidad Central de Venezuela llamado Nuestro Hamlet y después, en el mes de julio, estrenaríamos en el Teatro Alberto de Paz y Mateos la pieza de Alicia Álamo Bartolomé Juan de la noche. Meses después de este estreno, Ulive presentaría uno de sus más emblemáticos montajes, La máquina Hamlet, con el cual se cerró, para nunca más abrirse, la Sala Juana Sujo. Es justamente viendo este trabajo donde descubrí la característica esencial de Ulive como director: metamorfosearse según el texto y no moldear y forzar el texto a su persona. Esto se debe fundamentalmente a que Ulive no es solo un gran artista sino un intelectual, un estudioso, un investigador acuciosísimo y poseedor de una cultura asombrosa. Es increíble que la misma diáfana firma se encuentre al pie de montajes tan disímiles entre sí como Juan de la noche, La máquina HamletSavannah BayLa DoroteaEscrito y selladoEnemigo del pueblo (1994), Torcuato TassoApogeo y caída de la ciudad de MahagonnyActo cultural y Tierra de nadie. Y eso que solo estoy mencionando los que he visto en vivo, porque si tomamos en cuenta lo existente en archivos fotográficos la lista sería mayor y el contraste cada vez más asombroso.

Sin ánimo de entrar en un análisis de la obra de este autor, cabe resaltar que la capacidad de juego, el elemento lúdico, como les encanta decir a los “críticos”, es otra de las características más fuertes de las puestas en escena de este hombre. Y no solamente expresada en obras donde ese “juego” está íntimamente ligado al texto, sino en piezas tan severas y desgarradoras como La máquina HamletTorcuato TassoEscrito y sellado y Enemigo del pueblo. Esa “capacidad de juego” proviene antes que nada, creo, de la punzopenetrante ironía de Ulive, de un escepticismo que ha ido creciendo con los años, de un férreo dominio del conocimiento de todas las expresiones históricas del quehacer teatral y de una profunda creencia, convicción de que el espacio teatral es mágico, múltiple, vivo y que sea bajo las leyes de la razón o las de la pasión, el acercamiento a este espacio pareciera ser infinito en posibilidades y que todas estas posibilidades son reales cuando el hombre que se encuentra con ese espacio sabe lo que quiere y lo que quiere es comunicar.

El crítico más fuerte que tiene Ulive es él mismo, y tengo la certeza de que pasará mucho tiempo hasta que yo vuelva a ver y a escuchar a un director hablar con su elenco y de una manera tan franca y reconocer las virtudes y los defectos de la puesta en escena que enfrentan y, sin embargo, invitar a ese elenco a salir adelante porque hay una última y valiosísima carta que se juega solo a partir del momento en que sube el telón. Es asombroso ver y sentir en la propia piel cómo cuajado en el escenario todo aquello que el director nos contaba, todo aquello sobre lo cual el director disertaba en el primer encuentro. Porque trabajar con Ugo Ulive es una invitación directa e indirecta al estudio, a la investigación y no solo invitación, es también reto, el reto de estar a la par del hombre con el cual se trabaja.

Un enemigo del pueblo. Esta célebre pieza de Ibsen es posiblemente la que le brindó a Ulive el primer montaje importante en nuestra capital. Había llegado en el año 67, y es en 1971 cuando la muestra en el teatro del hoy recordado como “Viejo Ateneo”. Hay que destacar este trabajo por tres valiosas razones. La primera es que constituye una pieza de marcado carácter político y Ulive es también un artista de cerrado compromiso con una ideología. Compromiso que lo ha llevado a ser parte importante de las consecuencias culturales de la Revolución cubana, y hasta una sorpresiva y amarga estadía en la cárcel que lo marcará como hombre y creador. Es ese teatro político el que lo hace llegar a creaciones como Torcuato TassoEl círculo de tiza caucasianoApogeo y caída de la ciudad de Mahagonny¡Libertad, libertad!Sopa de polloLos emigrados o toda su obra cinematográfica que es absolutamente comprometida: BastaTo3DiamantesCrónica cubanaEleccionesLas doce sillasComo el Uruguay no hayUn vinté pa’l Judas. Ulive es y será siempre un “outsider”. La segunda razón importante es el afortunado encuentro con el actor Fernando Gómez a quien sacó de un retiro temporal y que amenazaba convertirse en definitivo. Fernando Gómez se convertiría en “actor de planta” y su presencia fue punto de apoyo clave en la impecable puesta en escena de piezas como Beckett hoyEl círculo de tiza caucasianoLargo viaje de un día hacia la nocheLa máquina Hamlet y Tierra de nadie. La tercera razón es que Un enemigo del pueblo reapareció en la mente de Ulive a finales de 1994 y confirmó aquella casi extinguida necesidad de volverse a enfrentar a textos ya trabajados. Esta necesidad hizo que se reencontrara con textos como Romeo y Julieta (Uruguay-Caracas), El círculo de tiza caucasiano (Cuba-Caracas), Arlequín, servidor de dos patrones (Cuba-Caracas). Un enemigo es la pieza que viene a cerrar la actividad de Ulive como director y me atrevo a decir que no es para nada casual que así sea. Ulive quiere despejar la duda de su insatisfacción, de su profundo escepticismo y su solapada desilusión. El teatro, siente, ya no origina discusión, polémica, pierde su fuerza social, su poder cuestionador y la posibilidad de hacer reaccionar in situ. Se pone a prueba porque ese es el teatro con el cual ha crecido, con el cual se ha alimentado, esos son los libros que ha leído, devorado y, ocasionalmente, hasta traducido: recordemos su traducción de un libro sobre la revolución política de Portugal. Además este nuevo Enemigo, consciente o inconscientemente, mezcla el teatro de texto y el teatro de imagen. Ese teatro de texto, que explora las relaciones humanas profundamente: Aquellos tiemposRegreso al hogarTierra de nadieLargo viaje de un día hacia la nochePanorama desde el puenteDúo para solistasAnimales ferocesEscrito y sellado. Ese teatro de la imagen donde el texto pasa a reafirmar una idea o sentimiento, aclarar un concepto, hacer desahogar a un personaje. Ese teatro de la imagen donde incluso la comprensión de la pieza pasa a un segundo plano y el ser sacudido por la pieza, el ser conmovido sensorialmente es lo indispensable, es el impacto del alma a través del ojo quizás más que del oído: La máquina HamletLa muerte de Empédocles y Torcuato Tasso. Pero en el caso de la imagen de este segundo Enemigo hay un ingrediente especial y se trata de que la imagen es cinematográfica. ¿Acaso no fue Ulive un hombre que pensó en algún momento que el cine sería su vida definitiva? Pero también se trata del hombre de teatro que conoce las tendencias que se aproximan y desarrollan y trata de conjugarlas en una pieza que es fundamentalmente texto. Ugo Ulive, aunque se niegue a reconocerlo, es un poco, o mucho, el Doctor Stockman.

El elemento femenino es infaltable en una referencia a Ulive. La desnudez del cuerpo femenino en los montajes de este hombre responde tanto a una necesidad carnal absolutamente normal proveniente de su masculinidad, como de una verdadera adoración y pasión por el territorio corporal femenino, que encuentra en este hombre mordaz, fuerte y agudo, uno de sus recipientes más espaciosos. Porque Ugo Ulive está siempre enamorado y encuentra que el amor es lo más cercano a El DoradoEl Dorado y el amor es, revelación necia esta, la pieza donde Ulive revela al Ulive ser humano, al Ulive del juego, perdón: “lúdico”, pero también al Ulive que ama al teatro con todas sus fórmulas, efectos, trucos y esencias. Y es que El Dorado y el amor es un delicioso e irónico compendio de todas las fobias, ideas, manías, convicciones y gags que encierra la personalidad del autor: gente enterrada hasta el cuello (BeckettTo3); mucho trago e incluso un rito de “iniciación” a la bebida; la sátira del hombre de poder (Manasés) y la Venus de Milo, imagen recurrente al menos en tres creaciones de Ulive: La muerte de EmpédoclesEl Dorado y el amor y Después y siempre, su más reciente obra de teatro, aún no estrenada. Confieso que no le puedo adjudicar un significado ni concreto ni correcto. Son varias las ideas: ¿el hombre abandonado por sus dioses? ¿La imposibilidad del amor puro y sublime? ¿La vulgarización de lo inocente, inmaculado? ¿La pérdida de la virginidad? O, por el contrario, ¿será un llamado al abandono de la inútil persecución de la pureza? No sé, me intriga, pero no lo sé. Quizás es mejor no saberlo. Mujeres, sexo y una genial escena de “iniciación” en esas lideas y por último, el amor. Porque Ugo siempre está enamorado y encuentra que el amor es lo más cercano a El Dorado, repito. El amor puro, sublime, casto de Antonio por Ricla se desvanece al estrellarse con la carnosidad terrenal de Auristela y su mundo de ropas, muebles, cigarrillos y tragos. Arnaldo, carnal absoluto, macho biológico, encuentra en el prostíbulo de Ciudad Bolívar lo que jamás imaginaba: el asco, la obstinación, el cansancio y la inutilidad del sexo por el sexo. Ambos hermanos serán castigados y satirizados en una escena de matrimonio que representa la castración de toda libertad. Antonio casado con dos mujeres y Arnaldo casado con una viuda maníaco-depresiva que asiste a la boda vestida de negro y un hijastro en traje de momia. Al final solo hay dos triunfadores: Clodio, que logra “inspirarse”, y Manasés, que logra quedarse con las ansiadas tierras.

En aquel montaje nos dimos cita, sin querer, varios actores que hemos estado ligados al nombre del autor: Omar Gonzalo, Mariano Álvarez y Fernando Gómez. Para completar el cuadro uliviano solo faltaron los trajes de Elías Martinello y, sobre todo, la escenografía de Gómez Fra. Una referencia a Ulive no está completa sin mencionar a este gran escenógrafo. Tampoco estaba Celene Luna, infalible asistente y gran amiga del Maestro.

(Pausa)

Aquí estamos. Siento que cualquier otra cosa que pueda escribir traicionaría tu deseo de no querer caer en lo personal, sentimental y sensiblero. Sin embargo, no voy a dejar de decir que jamás olvidaré el brutal impacto que recibí al ver La máquina Hamlet. Es sin duda el primer gran montaje que he visto en mi vida y cuando trazo una línea y llego a la escena final de Animales feroces, me asombro y hasta podría llorar por la emoción que me produce el talento avasallante que tienes. Solo deseo que algún día se publiquen tus poemas de amor para que los que conocen solo al Director tengan una visión completa del hombre y del artista. Últimamente has estado trabajando en La Divina Comedia del Dante. Qué más se puede esperar de alguien que ha perseguido a la pasión con tanto amor y al amor con tanta pasión.

1987. Auditorio de Humanidades. Universidad Central de Venezuela. Faltaban casi dos horas para el estreno y única función de Nuestro Hamlet. Todos estábamos asustados por el desastroso ensayo general que habíamos tenido. Ignorábamos, ciertamente, la vieja leyenda que casi siempre se cumple: ensayo general trágico trae un estreno impecable. Allí todos, a los pies del escenario, le comentábamos a Ulive nuestro pánico. De pronto él se alejó. Volvió minutos después, impresionado, muy impresionado. Dijo entonces con voz profética: “El estreno será un éxito”. Casi a coro, alegres, igual de sorprendidos e impactados preguntamos: “¿Por qué?”. Ulive respondió mirándonos a todos a nuestros ojos que abrimos como apóstoles esperando la profecía del Maestro, que dijo: “Una bella mujer me acaba de decir: Adiós, ojos de tigre”.

Luigi Sciamanna

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Ugo Ulive. 50 años en la vida de un artista

Compilación y epílogo: Luigi Sciamanna

Fundación Cultural Chacao y Consejo Nacional de la Cultura

Caracas, 1998


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