LAMIS FELDMAN, POR VASCO SZINETAR

Por BEATRIZ SOGBE

El mundo se nos hace pedazos y nos hace romper el corazón. Dolorosas y absurdas guerras en Ucrania y Palestina. Nos estremecen, desgarran. Miles de refugiados desesperados mueren en travesías dolorosas por el Mediterráneo y en América atravesando el Darién. Buscan un lugar menos hostil para vivir y se encuentran con la desesperación y la frustración. Ningún lugar se parece al Edén. Y contra todo pronóstico, el mundo se sigue moviendo. El arte prevalece. Tres muestras en Caracas —que tampoco lo está pasando bien— permiten un aire fresco y dar la sensación que no todo está perdido.

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La Hacienda La Trinidad puede ser un refugio. Un apacible lugar donde hay unas pequeñas galerías. La Galería Carmen Araujo exhibe fotografías de Paolo Gasparini (Italia, 1934). Una serie que desarrolló entre 1980 y 1985 y que ya ha exhibido en diversas ciudades. Son contactos de fotogramas analógicos que Gasparini titula como Epifanías. No son manifestaciones divinas sino revelaciones humanas que han quedado plasmadas en el negativo de la cámara 6 x 6. Hoy todos tenemos una cámara en un celular. Y las cámaras son mayormente digitales. Se pierde con ellas el mágico momento de la “revelación y/o aparición”. Y en ese tiempo se tomaban muchas imágenes para escoger alguna. Paolo no las desechó, sino que al ver la sucesión de ellas les encontró un sentido, una nueva manera de ver. En sus muchos encuentros con escritores famosos rescata frases del irlandés James Joyce (1882-1941) para “revelar momentos sutiles que se desvanecen”. Paolo las recompone y les da una nueva significación a esas tomas, siempre en blanco y negro, eternamente presente y seductor. Paolo siempre se sintió un fotógrafo comprometido con los sociales, pero ya acepta que no se cambia el mundo ni con ideas ni con imágenes. Pero el hecho queda.

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En la casa de Hacienda de La Trinidad la muestra de Octavio Russo (Venezuela, 1949) nos sorprende. La curaduría de Humberto Valdivieso exalta el dibujo, la línea, las notas del artista. Muchos años tenía Russo sin exponer. Lo entrevisté hace muchos años. Ahora su obra se nota reposada, con fuerza. Ya es un maestro. Se trata de grafismos monocromáticos, ejecutados con la pericia del conocedor. No solo del oficio, sino de la sensibilidad de un artista comprometido con su obra. Representaciones macro de un cosmos mínimo. El artista se detuvo a ver la naturaleza. Sus raíces, sus cortezas, su interior. Hay un hilo conductor entre la representación bidimensional y la tridimensional. Y una feliz coincidencia de lo vegetal con lo plástico. Valdivieso nos cuenta que es “un nómada que no sale de su jardín” porque en su pequeño universo divaga con soltura y le roba texturas a la naturaleza

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Del otro lado de la ciudad, entre mangos y samanes, nos vamos a Los Galpones en Los Chorros. Allí una nueva galería, Abra Caracas, exhibe obras de la esmaltista Lamis Feldman (Venezuela, 1936). Confieso mi debilidad por la técnica. Porque quien se adentra en los secretos del horno y el vidrio conoce su complejidad. Feldman se declara autodidacta. No es de autodidactas que el mundo progresa, pero hay felices excepciones. Porque algunos de ellos —al no poseer el peso de la academia— tienen la libertad de innovar, de atreverse. Es el caso de Feldman que ha intentado todas las cosas en esta milenaria técnica y pienso —dada su versatilidad— que aún tiene cosas por descubrir. La pequeña exposición tiene signos de retrospectiva y además tiene un trabajo excelente de investigación que permite, a través de una pequeña pantalla, poder ver la evolución de la artista en el tiempo, premios, entrevistas y textos. Exhibir pequeñas piezas no es sencillo. Es fácil perderse en las pequeñas cosas; así que la curaduría de Luis Romero es magnífica para un pequeño espacio. Igualmente, el texto de Rigel García. Llama la atención el pequeño catálogo —bien diseñado, sencillo, austero, pero digno.

Feldman no solo destaca por la seducción de esos colores que logra combinar, sino por la maestría en el oficio. Podemos pasar horas viendo las felices uniones que la magia del vidrio produce en el metal. Realiza esmaltes que no parecen esmaltes. Piedras que no son piedras. Un arte poco valorado por su técnica —que es costoso, difícil de doblegar al material— pero tiene la recompensa de unos colores que Feldman, de alguna manera, le robó a la naturaleza.


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